parábola

Sin embargo, lo que acabamos de decir corresponde más bien a un límite hacia el que se tiende, pero que nunca se ha alcanzado en el proceso de desarrollo del mundo manifestado. Dicho de otro modo, el empañamiento completo de la gracia, el carácter completamente estanco del caparazón evocado anteriormente, la «muerte de Dios» y la «muerte del hombre» nunca se han realizado, o no pueden ser alcanzadas más que en el límite, es decir «al final de los tiempos», lo que se sitúa fuera del tiempo, como el límite se sitúa fuera de la serie de términos a los que sirve precisamente de límite (R. Guénon, Les Principes du calcul infinitesimal, París, 1946, cap.XII.). Si el empañamiento de la gracia fuera completo, el mundo actual dejaría instantáneamente de existir y eso sería el fin. Este mundo no subsiste, pues, más que por la presencia de «espirituales», evidentemente muy raros y que constituyen el pequeño número de los elegidos; y la frase evangélica «yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20) confirma lo que acabamos de decir. Sin embargo, está igualmente escrito: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la Tierra?» (Lc 18,8). Además, se ha dicho también: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Mt 9,12-13), lo que restablezca la esperanza, y por último: «Se le pedirá a cada uno según lo que ha recibido (Alusión a la parábola de los talentos (Mt 25,14-30)), y hay que recordar también al «obrero de la hora undécima» (Mt 20,1-16) (Se dice también en el Islam que el que al principio haya omitido una décima parte de la Ley se condenará, pero al final de los tiempos el que practique una décima parte de la Ley se salvará.). Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Se confunde a menudo «meditación» y «oración»; ahora bien, «meditar» sobre una virtud, hacer nacer «afecciones», tomar «resoluciones», o incluso meditar un misterio, una parábola, un versículo del evangelio, no es hablando con propiedad «hacer oración», a pesar de que estos dos ejercicios puedan compenetrarse en la práctica. La primera está más bien orientada hacia la acción y la educación de la voluntad, la segunda hacia la contemplación, a pesar de que aquella deriva de «la plenitud de esta». La oración es por lo tanto superior a la meditación, que puede reducirse a una simple lectura «reflexionada»; de esta manera encontramos en ciertas obras la gradación siguiente: lectio, para dar ideas y una materia a meditar; meditatio, para que estas ideas penetren en el alma; oratio y contemplatio. Ahora bien, «rezar», no es hablando con propiedad «meditar», es «orar»; la oración es una plegaria mental, más interior que la plegaria vocal a menudo amenazada por el psitacismo. La oración nace con motivo de la meditación, pero, en el fondo, sucede a esta ya que, en el transcurso mismo de la práctica, se pasa de una a la otra, sin que en realidad se mezclen. Por ejemplo, meditar sobre el Prologo de San Juan puede situarnos en «estado de oración»; en esto la meditación favorece la oración que a su vez tiene como término la contemplación. Pero, repitámoslo, la oración es, como la palabra indica, una plegaria: orare. Esto nos invita a retomar rápidamente la cuestión de la plegaria. Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I