Origenes – Homem [OASI]

ANTONIO ORBE — O HOMEM
San Ireneo y Orígenes
El contraste con la doctrina de Orígenes (resp. Filón) no puede ser mayor. Para los alejandrinos, el hombre ‘factus’ hubo de ser inteligencia separada, ángel o nous. Para San Ireneo eso es precisamente lo que no pudo ser el ‘hombre hecho a imagen y semejanza de Dios’. Dios no quiso hacer a los ángeles ni a las inteligencias puras a su imagen y semejanza. Ni su magnanimidad ni la grandeza de su amor habrían brillado como en el cuerpo sensible. ‘Porque — según el axioma paulino (2 Cor 12,9) — la fuerza culmina en la flaqueza’.

Evidentes prejuicios paganos (resp. platónicos) estorbaban la visión de Orígenes para creer indigna de Dios la creación ‘per se’ de un hombre carnal antes de todo pecado. A San Ireneo, atento a desarraigar tales prejuicios, poniendo de relieve la dignidad del cuerpo humano, no solamente le parecía compatible con la alteza de Dios ‘hacer’ al hombre terreno, ‘plasmándole’ con sus manos del barro de la tierra, sino aun necesario en una economía condigna, en que brillaran armónicamente el poder, la paciencia, la magnanimidad y el amor de Dios. El hombre ‘plasmatus’, precisamente por su índole material, es quien mejor se acomoda a las perfecciones divinas. Y el que por su mayor lejanía física del Ingénito (‘factus — infectus’), más espléndidamente demuestra al mundo la grandeza de su munificencia.

La deificación de un mundo de noes no fundaría historia, ni explicaría la obra de los seis días, ni daría a conocer la obra de Dios. La exaltación del plasma humano a las alturas de Dios no sólo motivará la historia, sino que la ‘hará’, justificará los seis días magnos del universo y definirá la obra de Dios. El motto de Ireneo — «opera Dei, plasmatio est hominis» — no puede sintetizar más ni mejores aspectos de Dios, del hombre, de la historia.

Toda la teología del Santo carga, en definitiva, sobre la plasis de Adán, cuya índole creatural ratifica, deprimiéndola — al parecer — hasta el polvo, para encumbrarla hasta el nivel del ‘infectus’. El ángel no interesa y queda al margen en la economía de la Salud. Tampoco el Verbo y el Espíritu — como en seguida veremos — intervienen singularmente en la creación del alma. Esta apareció después de modelado el cuerpo, como soplo de vida destinado a hacerlo animal. El alma interesa en la dispensación humana como un instrumento precioso y aun necesario para deificar el plasma.

Por lo que hace a Orígenes, lo material, además de inferior a lo espiritual, está a su servicio. Las naturalezas racionales han sido creadas ‘principalmente’ (proegoumenos); la sustancia material ‘pro ipsis et post ipsas’. El criterio de subordinación vale asimismo dentro de cada hombre; el cuerpo sirve para ayuda del alma.

A vueltas de alguna oscuridad e indecisión, el esquema vertical se impone. Entre el mundo de la verdad y el de su imitación hay solución de continuidad. Aquél ignora la historia. Sus habitantes se mueven fuera de la órbita del tiempo.

Sobrevino la falta y nació la jerarquía de los seres racionales con arreglo al movimiento de su libertad. De resultas cayeron algunos en la materia y se inició la historia del cosmos sensible. Hubo quien, primero racional puro, se degradó, dando origen al hombre animal o material.

La historia nace en el individuo con la materia que le ancla al tiempo. Y sólo cesará luego que supere las leyes sensibles, reintegrándose al nivel primigenio del que cayó. Habiendo el individuo caído en vertical, en picado, convendría que pudiera subir asimismo en vertical, perpendicularmente al mundo sensible. Pero — encarnado en el cuerpo — ha de merecer su primera altura junto con él y con arreglo a las leyes de la materia. La carne, extraña al racional puro, pertenece al hombre degradado. Y, en consecuencia, para ganar a Dios, ha de merecerle en su nuevo estado: según el alma y según el cuerpo.

El cuerpo le obliga a vivir en el tiempo, horizontalmente, hacia un futuro trabajosamente ganado, superando en carne las obras de la carne. El alma tiende a elevarle sobre el tiempo, verticalmente, hacia las primeras alturas.

La resultante de dos fuerzas dispares, horizontal y vertical, estaría representada por una magnitud vectorial, a medio camino de la pura historia horizontal y de la no — historia vertical. He ahí lo que se le deja sentir a Orígenes: como si la economía de la Salud le resultase subsidiariamente histórica y la inserción (intrusión) de la carne en el individuo le estorbara de continuo, ahora en el tiempo y luego en la eternidad.