nacimiento (Eckhart)

Dice San Agustín: Para Dios no hay nada que sea lejano o largo. Si quieres que nada te resulte ni lejano ni largo, vincúlate a Dios, pues entonces mil años son como el día de hoy. De la misma manera digo yo: En Dios no hay ni tristeza ni pena ni infortunio. Si te quieres ver libre de todo infortunio y pena recurre y dirígete solamente a Él con completa integridad. Ciertamente, todas las penas provienen del hecho de que no te dirijas hacia Dios, ni únicamente a Él. Si tú, en cuanto a tu forma y nacimiento, te hallaras únicamente en la justicia, entonces por cierto, ninguna cosa podría darte pena a ti, así como la justicia no (puede afligir) a Dios mismo. Dice Salomón: «Al justo no lo aflige nada de lo que le pueda suceder» (Prov. 12, 21). No dice: «Al hombre justo», ni «al ángel justo», ni a esto ni a aquello. Dice: «Al justo». Lo que de algún modo pertenece al justo, especialmente lo que convierte en suya su justicia y el hecho de que él sea justo, esto es hijo y tiene (un) padre en esta tierra y es criatura y está hecho y creado porque su padre es criatura, hecha o creada. Pero «justo» sin más, no tiene ningún padre hecho o creado, y Dios y la justicia son completamente una sola cosa, y la justicia sola es su padre, por eso no caben en él (es decir, en el justo) ni pena ni infortunio como tampoco pueden caber en Dios. (La) justicia no le puede producir pena, ya que (la) justicia no es nada más que alegría, placer y deleite: además: si (la) justicia le produjera pena al justo, ella misma se produciría esta pena. Ninguna cosa despareja e injusta, ni hecha ni creada, podría apenar al justo porque todo lo creado permanece muy por debajo de él en la misma medida en que (se halla) por debajo de Dios, y no surte ninguna impresión ni influencia en el justo y no engendra a sí misma en aquel cuyo Padre es solo Dios. Por eso, el hombre debe esforzarse mucho por quitarse la imagen de sí mismo y de todas las criaturas, no conociendo a ningún padre fuera de Dios solo; luego, nada lo puede apenar ni afligir, ni Dios ni la criatura, ni lo creado ni lo increado, y todo su ser, vivir, conocer, saber y amar, proviene de Dios y (se halla) en Dios y (es) Dios. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1

Si el hombre fuera capaz y estuviera en condiciones de vaciar una copa por completo y de mantenerla vacía de todo cuanto puede llenarla, incluso el aire, la copa, sin duda alguna, renegaría de su entera naturaleza, olvidándola, y (el) vacío la llevaría hacia arriba al cielo. Del mismo modo, el estado de desnudez, pobreza y vacío con respecto a todas las criaturas, eleva al alma hacia Dios. Resulta también que la igualdad y el calor alzan hacia arriba. La igualdad se atribuye, en la divinidad, al Hijo, el calor y el amor al Espíritu Santo. (La) igualdad en todas las cosas, mas en especial y en primer término, en la naturaleza divina, constituye el nacimiento de lo Uno, y la igualdad de lo Uno, en lo Uno y con lo Uno, es el comienzo y el origen del amor florido, ardiente. (Lo) Uno es comienzo sin ningún comienzo. (La) igualdad es el comienzo de lo Uno solo y recibe de lo Uno y en ello, el hecho de ser y de ser comienzo. (El) amor posee por naturaleza (la cualidad) de emanar y surgir de dos como uno de lo uno, en cuanto es uno, no surge ningún amor, de dos en cuanto dos, tampoco surge amor; dos como uno produce necesariamente un amor concorde con la naturaleza, impetuoso (y) ardiente. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Y por esta razón he dicho que el alma odia la similitud en la similitud y no la ama en sí y a causa de ella, sino que la ama a causa de lo Uno que se halla escondido en ella y es verdadero «Padre», un comienzo sin comienzo alguno, «de todos» «en el cielo y en la tierra». Y por eso digo yo: Mientras se encuentra y aparece aún una similitud entre el fuego y el leño, no hay en absoluto verdadero placer ni silencio ni descanso ni satisfacción. Y por ello dicen los maestros: El devenir del fuego se realiza en el combate, la excitación, el desasosiego y el tiempo; pero (el) nacimiento del fuego y (el) placer se realizan sin tiempo y distancia. (El) placer y (la) alegría, a nadie le parecen ni largos ni distantes. A todo cuanto acabo de decir se refiere nuestro Señor cuando dice: «La mujer, cuando da a luz al niño, siente angustia y pena y tristeza; pero cuando ha nacido el niño, se olvida de la angustia y pena» (Juan 16,21). Por eso Dios, también nos dice y advierte en el Evangelio, que roguemos al Padre para que nuestra alegría llegue a ser perfecta (Cfr. Juan 15,11), y San Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14,8); porque Padre significa nacimiento y no similitud y se refiere a lo Uno en donde la similitud enmudece y se calla todo cuanto tiene apetito de ser. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Dice San Agustín: Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor. 11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo, recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios, descubierto (y) desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, (de todo esto) habla el rey David en el Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas, sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de Dios y la imagen dentro de él (Cfr. Salmo 4,2 a 7). La luz verdadera brilla en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

¡Ahora prestad atención y mirad bien! Si el hombre fuera siempre virgen, no daría fruto alguno. Si ha de hacerse fecundo, es necesario que sea mujer. «Mujer» es el nombre más noble que se puede atribuir al alma, y es mucho más noble que el de «virgen». Está bien que el hombre reciba en su interior a Dios, y en cuanto a esa receptividad, es virgen. Pero es mejor que Dios llegue a ser fecundo en él, porque solamente cuando el don se hace fecundo, se lo agradece, y en este caso el espíritu es mujer en cuanto a la gratitud nuevamente parturienta con la cual vuelve a dar nacimiento a Jesús dentro del corazón paterno de Dios. SERMONES: SERMÓN II 3

Una virgen que es mujer, ésta es libre y desasida, sin apego al yo, (y) se halla en todo momento tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos y éstos son grandes, ni más ni menos de lo que es Dios mismo. Este fruto y este nacimiento los produce una virgen que es mujer, y ella da frutos todos los días, cien veces o mil veces, y aun innumerables veces, pues da a luz y se hace fecunda partiendo del más noble de los fondos. Para expresarlo mejor: ella (parte), por cierto, del mismo fondo donde el Padre engendra a su Verbo eterno (y) por ello se vuelve fecunda como co-parturienta. Pues Jesús, la luz e irradiación del corazón paterno – según dice San Pablo que Él es una gloria e irradiación del corazón paterno y con sus rayos atraviesa poderosamente el corazón paterno (Cfr. Hebr. 1, 3)-, este Jesús está unido con ella y ella con Él, y ella brilla y reluce junto con Él como un uno único y como una luz acendrada (y) clara en el corazón paterno. SERMONES: SERMÓN II 3

Cuando se dice «en sus días» se trata de más de un solo día: (a saber) el día del alma y el día de Dios. Los días que transcurrieron hace seis o siete días, y los días que fueron hace seis mil años, se hallan tan cerca del día de hoy como el día que fue ayer. ¿Por qué? Porque el tiempo existe en un «ahora» presente. Debido a que el cielo gira, se hace de día a causa de la primera revolución del cielo. Ahí se da en un «ahora» el día del alma, y a la luz natural de ésta, dentro de la cual se hallan todas las cosas, hay un día entero; ahí el día y la noche son una sola cosa. El día de Dios, (en cambio), es allí donde el alma se mantiene en el día de la eternidad, en un «ahora» esencial, y allí el Padre engendra a su Hijo unigénito en un «ahora» presente y el alma renace en Dios. Cuantas veces se realiza este nacimiento, tantas veces da a luz al Hijo unigénito. Por eso hay una cantidad mucho mayor de hijos nacidos de una virgen que de hijos dados a luz por una mujer, porque aquéllas dan a luz más allá del tiempo en la eternidad. (Cfr. Is. 54, 1). Pero por numerosos que sean los hijos que el alma dé a luz en la eternidad, no hay más que un solo Hijo, ya que esto sucede más allá del tiempo en el día de la eternidad. SERMONES: SERMÓN X 3

El día del alma y el día de Dios se distinguen (uno de otro). Donde el alma se halla en su día natural, allí conoce todas las cosas por encima del tiempo y del espacio; ninguna cosa le resulta ni alejada ni cercana. Por eso he afirmado que en dicho día todas las cosas son igualmente nobles. Alguna vez dije que Dios crea el mundo (en el eterno) «ahora» y todas las cosas son igualmente nobles en ese día. Si dijéramos que Dios creó el mundo ayer o (lo haría) mañana, procederíamos tontamente. Dios crea el mundo y todas las cosas en un «ahora» presente; y el tiempo que pasó hace mil años, se halla tan presente y tan cerca de Dios como el tiempo que pasa actualmente. En el alma que se mantiene en un «ahora» presente, el Padre engendra a su Hijo unigénito, y en este mismo nacimiento el alma renace en Dios. Éste es un solo nacimiento: tantas veces como ella (=el alma) renace en Dios, tantas veces el Padre engendra en ella a su Hijo unigénito. SERMONES: SERMÓN X 3

Por la verdad que es Dios: si has puesto tus miras en una cosa cualquiera y no sólo en Dios o si buscas algo distinto a Dios, la obra que realizas no es tuya ni es, por cierto, de Dios. La obra la constituye aquello hacia lo cual apunta tu propósito final. Aquello que obra dentro de mí, es mi padre y yo estoy sometido a él. Es imposible que en la naturaleza existan dos padres; siempre debe haber un solo padre en la naturaleza. Cuando las otras cosas están expulsadas y «plenas» (en su tiempo) entonces tiene lugar este nacimiento. Lo que llena por completo, toca todos los extremos y no falta en ninguna parte; tiene anchura y longitud, altura y profundidad. Si tuviera altura mas no anchura ni longitud ni profundidad, no llenaría por completo. Dice San Pablo: «Rogad que podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, la altura, la longitud y la profundidad». (Efesios 3, 18). SERMONES: SERMÓN XI 3

Dice un maestro que el bien tiene tres ramas. La primera rama es (la) utilidad, la segunda rama es (el) gozo, la tercera rama es (la) honestidad. Por eso dice: «adorarán al Padre». ¿Por qué dice: «al Padre»? Si buscas al Padre, o sea a Dios solo, encuentras junto con Dios todo cuanto Él puede realizar. Es una verdad cierta y una verdad necesaria y una verdad confirmada por escrito, y aunque no estuviera escrito, sin embargo, sería verdadero: Si Dios poseyera aún más, no podría escondértelo y debería revelártelo y Él te lo da; yo he dicho a veces: Te lo da y te lo da al modo de un nacimiento. SERMONES: SERMÓN XXV 3

Ahora prestad atención a la segunda palabrita, allí donde dice: «Os he llamado mis amigos, porque os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15,15). Observad, pues, que Él dice: «Os he llamado mis amigos». En el mismo origen donde surge el Hijo – allí donde el Padre enuncia su Verbo eterno – y del mismo corazón surge y emana también el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo no hubiera emanado del Hijo, no se habría conocido ninguna diferencia entre el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando prediqué, pues, en el día de la Trinidad, pronuncié en latín la (siguiente) palabrita: Que el Padre había dado a su Hijo unigénito todo cuanto es capaz de ofrecer – toda su divinidad, toda su bienaventuranza – sin reservarse nada para sí mismo. Entonces surgió una pregunta: ¿Le dio también su peculiaridad? Y yo contesté: ¡Así es! porque la paterna peculiaridad de engendrar no es otra cosa que Dios; y yo acabo de decir que Él no se ha reservado nada para sí. De cierto digo: La raíz de la divinidad la enuncia totalmente en su Hijo. Por ello dice San Felipe: «¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!» (Juan 14, 8). Un árbol que da frutos, empuja sus frutos hacia fuera. Quien me da el fruto, no me da (necesariamente) el árbol. Pero quien me da el árbol y la raíz y el fruto, me ha dado más. Ahora bien, Él dice: «Os he llamado mis amigos» (Juan 15,15). De cierto, en el mismo nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito y le da la raíz y toda su divinidad y toda su bienaventuranza, y no se reserva nada para sí, en este mismo nacimiento nos llama amigos suyos. Si bien tú no oyes ni entiendes nada de ese hablar, existe, sin embargo, una potencia en el alma – de aquélla hablé cuando prediqué aquí el otro día – esta (potencia) se halla completamente desapegada y del todo pura en sí misma y (tiene) íntimo parentesco con la naturaleza divina: en esta potencia (el hablar) se entiende. De ahí que Él diga muy acertadamente: «Por ello os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15, 15). SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Ahora bien, Él dice: «Mirad, envío a mi ángel». Cuando se dice: «Mirad», se entienden tres cosas: una que es grande, u otra que es maravillosa o una tercera que es extraordinaria. «Mirad, envío a mi ángel para que prepare» y purifique al alma a fin de que pueda recibir la luz divina. La luz divina se halla, en todo momento, firmemente insertada en la luz del ángel, y la luz del ángel le resultaría molesta al alma y no le gustaría, si dentro de aquélla no estuviera escondida la luz divina. Dios se esconde en la luz angelical y se cubre con ella esperando continuamente el instante en el que pueda arrastrarse hacia fuera para entregarse al alma. He dicho también en otras ocasiones: Si alguien me preguntara qué es lo que hace Dios en el cielo, diría: Engendra a su Hijo y lo engendra completamente nuevo y lozano, y al hacerlo siente un deleite tal que no hace sino realizar esa obra. Por eso dice: «Mirad, Yo». Aquel que dice «Yo» tiene que hacer la obra de la mejor manera imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre. La obra le es tan propia que nadie sino el Padre es capaz de realizarla. En esta obra Dios opera todas sus obras y de ella penden el Espíritu Santo y todas las criaturas, porque Dios realiza la obra, que es su nacimiento, en el alma; su nacimiento es su obra y el nacimiento es el Hijo. Esta obra la opera Dios en el fondo más íntimo del alma y tan a escondidas que no lo saben ni los ángeles ni los santos, y el alma no puede contribuir con nada sino sólo sufrirlo; pertenece únicamente a Dios. Por eso dice con propiedad el Padre: «Yo envío a mi ángel». Ahora digo yo: No lo queremos, esto no nos basta. Dice Orígenes: «María Magdalena buscaba a Nuestro Señor; buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos (Cfr. Juan 20, lis.) y no le bastó. Tenía razón porque buscaba a Dios». SERMONES: SERMÓN XXXI 3

Pues bien, la mujer dice: «Señor, mi marido, tu siervo, está muerto. Se presentan aquellos con quienes tenemos deudas y se llevarán a mis dos hijos». ¿Qué es lo que son los «dos hijos» del alma? San Agustín – y junto con él otro maestro pagano – habla de los dos rostros del alma. Uno está dirigido hacia este mundo y el cuerpo; en él (el alma) obra (la) virtud y (el) arte y (la) vida santificante. El otro rostro está dirigido directamente hacia Dios. En él reside continuamente la luz divina y ésta obra allí adentro por más que ella (= el alma) no lo sepa, porque no se halla en su casa. Si la chispita del alma se toma pura en Dios, entonces el «marido» vive. Ahí se da el nacimiento, ahí nace el Hijo. Este nacimiento no ocurre una vez por año ni una vez por mes ni una vez por día, sino en todo momento, es decir, por encima del tiempo en la vastedad donde no existen ni acá ni instante ni naturaleza ni pensamiento. Por eso, decimos «hijo» y no «hija». SERMONES: SERMÓN XXXVII 3

«En aquel tiempo.» Al principio, cuando la palabra es recibida por mi entendimiento, ella es tan acendrada y sutil que es una palabra verdadera antes de ser configurada en mi pensamiento. En tercera (instancia) es pronunciada exteriormente por la boca y luego no es sino una manifestación de la palabra interior. Así también, la palabra eterna es pronunciada interiormente en el corazón del alma, en lo más íntimo, en lo más acendrado, en la cabeza del alma, de la que hablé el otro día, (o sea) en (el) entendimiento: ahí adentro se realiza el nacimiento. Quien no tuviera nada fuera de una idea plena y una esperanza de que así fuese, tendría ganas de saber cómo se realiza ese nacimiento y qué es lo que ayuda para que tenga lugar. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

San Pablo dice: «En la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gal. 4,4). San Agustín explica qué es «la plenitud del tiempo». «Allí, donde ya no hay tiempo, se da “la plenitud del tiempo”.» Cuando ya no queda nada del día, el día está en su plenitud. Esta es una verdad fundamental: cuando comienza este nacimiento, todo el tiempo debe haber desaparecido, porque no hay nada que ponga tantos obstáculos a ese nacimiento como (el) tiempo y (las) criaturas. Es una verdad segura que el tiempo no puede tocar ni a Dios ni al alma en cuanto a su naturaleza. Si el alma pudiera ser tocada por (el) tiempo, no sería alma, y si Dios pudiese ser tocado por (el) tiempo, no sería Dios. Pero, si fuera posible que el tiempo tocara al alma, Dios nunca podría nacer en ella, y ella no podría nacer jamás en Dios. Cuando Dios ha de nacer en el alma, todo cuanto es tiempo la debe haber abandonado, o ella debe haberse escapado del tiempo con (su) voluntad o (sus) anhelos. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

El ángel tiene también muy alto nivel: los más distinguidos de los maestros dicen que cada ángel posee una naturaleza entera. Es como si hubiera un hombre que tuviese todo cuanto todos los hombres juntos han poseído alguna vez, lo que poseen ahora y habrán de poseer en cualquier momento, en lo que a poder y sabiduría y todas las cosas se refiere, esto sería un milagro y, sin embargo, él no sería nada más que un hombre, porque ese hombre poseería todo cuanto tienen todos los hombres y, no obstante, se hallaría lejos de los ángeles. Así, pues, cualquier ángel posee una naturaleza entera (para sí) y se halla separado de otro, como un animal de otro que es de diferente especie. Dios es rico en esa cantidad de ángeles, y quien llega a conocer este hecho, conoce el reino de Dios. Ella (= la cantidad de ángeles) representa el reino de Dios, así como un señor es representado por la cantidad de sus caballeros. Por ello se llama: «Un señor-Dios de los ejércitos» (Isaías 1, 24 et passim). Toda esa cantidad de ángeles, por sublimes que sean, colaboran y ayudan para que Dios nazca en el alma, es decir: sienten placer y alegría y deleite por el nacimiento; (mas) no obran nada. Ahí no existe ninguna obra de las criaturas, pues Dios opera, Él solo, el nacimiento: en este aspecto les corresponde (sólo) una obra servil a los ángeles. Todo cuanto coopera en ello, constituye una obra servil. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

El ángel se llamaba «Gabriel». Hizo también lo que decía su nombre. (En el fondo) se llamaba tan poco Gabriel como Conrado. Nadie puede conocer el nombre del ángel. Allí donde el ángel recibe su nombre, no ha llegado jamas ningún maestro ni inteligencia alguna; acaso sea innominado. El alma tampoco tiene nombre; así como no se puede hallar ningún nombre propiamente dicho para Dios, tampoco se puede encontrar ningún nombre propiamente dicho para el alma, si bien se han escrito gruesos libros sobre este (tema). Pero, en cuanto ella (= el alma) fija sus miradas en las obras, se le da un nombre. Un carpintero: éste no es su nombre, pero recibe el nombre por la obra en la cual demuestra ser maestro. El nombre «Gabriel» lo tomó de la obra cuyo encargado era, porque «Gabriel» significa «fortaleza» (Cfr. Lucas 1, 35). En tal nacimiento, Dios opera poderosamente o produce fortaleza. ¿A qué cosa tiende toda la fuerza de la naturaleza?… a que ella quiere engendrar a sí misma. ¿A qué tiende toda la naturaleza que actúa en el nacimiento?… a que quiere engendrar a ella misma. La naturaleza de mi padre quería, en su naturaleza (de padre), engendrar a un padre. Cuando eso no fue posible, quiso engendrar un (algo) que le fuera parecido en todo. Cuando tampoco le alcanzó la fuerza (para tal cosa), produjo lo más parecido de que era capaz: esto era un hijo. Mas, cuando la fuerza alcanza para menos aún o hay otro contratiempo, produce un hombre menos parecido aún. Pero en Dios, hay plena fuerza; por eso produce su vivo retrato en su nacimiento. Todo lo que es Dios, en cuanto a poder y verdad y sabiduría, lo engendra íntegramente en el alma. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

San Agustín dice: «El alma se iguala a aquello que ama. Si ama cosas terrestres, se vuelve terrestre. Si ama a Dios» – podría preguntarse – «se convierte entonces en Dios?» Si yo dijera tal cosa les parecería increíble a quienes tienen la inteligencia demasiado pobre y no lo comprenden. Pero San Agustín dice: «Yo no lo digo, antes bien os remito a la Escritura que expresa: “He dicho que sois dioses”» (Salmo 81, 6). Quien poseyera un poco no más de la riqueza a la que me he referido antes, sea (que le haya echado) una mirada, o sea (que tenga) sólo una esperanza o convicción (respecto a ella), ¡éste sí lo comprendería bien! Nunca cosa alguna llegó a ser tan afín ni tan igual ni tan unida por un nacimiento, como le sucede al alma para con Dios en ese nacimiento. Si se ocasiona algún impedimento, de modo que ella no se (le) asemeja en todo sentido, no es culpa de Dios; en la medida en que se pierden sus insuficiencias, en esta misma medida Él se la iguala. El hecho de que el carpintero no pueda hacer una casa hermosa con madera apolillada, no es culpa suya, la falla reside en la madera. Lo mismo sucede con la operación divina en el alma. Si el ángel más humilde pudiera configurarse o nacer en el alma, todo el mundo no sería nada en comparación; porque gracias a una sola chispita del ángel, reverdece, se cubre de hojas y resplandece todo cuanto hay en el mundo. Mas, este nacimiento lo obra Dios mismo; ahí el ángel no puede realizar ninguna obra fuera de una obra servil. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

«Ave», esto quiere decir, «sin dolor». Quien se abstiene de las criaturas, se halla «sin dolor» y sin infierno, y quien es y tiene criatura en un grado mínimo, tiene un mínimo de dolor. He dicho algunas veces: Quien posee lo menos del mundo, lo posee en grado máximo. A nadie el mundo le pertenece tanto como a aquel que ha dejado a todo el mundo. ¿Sabéis por qué razón Dios es Dios? Dios es Dios porque carece de criatura. Él nunca se nombró en el tiempo. En el tiempo hay criaturas y pecado y muerte. En cierto sentido éstos tienen un parentesco, y como el alma ahí se ha escapado del tiempo, no hay (en esa situación) ni dolor ni pena; ahí hasta el infortunio se le convierte en alegría. Todo cuanto se puede imaginar jamás de placer y de alegría, de deleite y de cosas dignas de ser amadas, si se lo compara con el deleite inherente a ese nacimiento, no es alegría. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

«Llena de gracia.» La más insignificante de las obras de la gracia es más elevada que todos los ángeles en (su) naturaleza. Dice San Agustín que una obra de gracia, hecha por Dios – por ejemplo, que convierte a un pecador y hace de él un hombre bueno -, es más grande que si creara un mundo nuevo. A Dios le resulta tan fácil darles vuelta (el) cielo y (la) tierra, como es para mí darle vuelta una manzana en mi mano. Donde hay gracia dentro del alma, allí (todo) es tan puro y tan semejante y afín a Dios, y (la) gracia carece tanto de obra como no la hay en el nacimiento del cual he hablado antes. (La) gracia no realiza ninguna obra. San «Juan nunca hizo ningún prodigio» (Juan 10, 41)15. La obra (empero) que el ángel opera en Dios (= la obra servil) es tan sublime que nunca maestro o intelecto algunos podrían llegar a comprenderla. Pero, de esa obra cae una astilla – como cae una astilla de una viga que se desbasta – (o sea) un resplandor; eso sucede allí donde el ángel con su parte más baja toca el cielo; por ello reverdece y florece y vive todo cuanto hay en este mundo. A veces hablo de dos manantiales. Aunque parezca extraño, hemos de hablar según nuestra mentalidad. Un manantial del que surge la gracia, se halla allí donde el Padre engendra a su Hijo unigénito; de ese (manantial) surge la gracia, y allí ella emana de esa misma fuente. Otro manantial es aquel donde las criaturas emanan de Dios; aquella fuente dista tanto de la otra, donde surge la gracia, como el cielo de la tierra. (La) gracia no opera. Allí donde el fuego se halla en su naturaleza (ígnea), allí no perjudica ni enciende. El ardor del fuego es lo que enciende acá abajo (= en esta tierra). Mas, aun donde el ardor se encuentra en la naturaleza del fuego, no enciende y es inofensivo. Pero, allí donde el ardor se halla dentro del fuego, allí dista tanto de la verdadera naturaleza del fuego como el cielo de la tierra. (La) gracia no realiza ninguna obra; es demasiado sutil para ello; obrar le resulta tan distante como dista el cielo de la tierra. Una internación en Dios y un apego a Él y una unión con Él, esto es (la) gracia, y ahí «Dios está contigo», porque esto sigue de inmediato (luego de la salutación). SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

«Dios contigo»… ahí se opera el nacimiento. A nadie le debe parecer imposible llegar hasta ese punto. Por más difícil que sea ¿qué me importa, ya que Él opera? Todos sus mandamientos me resultan fáciles de observar. Si Él me da su gracia, que me mande todo cuanto quiera, lo considero nonada y todo me resulta poca cosa. Algunos dicen que no tienen nada de esto; a lo cual digo yo: «Lo lamento. Pero ¿es que lo deseas?»… «¡No!»… «Lo lamento más aún». Cuando uno no puede tenerlo, que abrigue por lo menos el deseo de poseerlo. Y cuando uno no puede tener el deseo, entonces que anhele tener el deseo. Dice David: «He anhelado desear tu justicia, Señor» (Salmo 118, 20). SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Quien de tal modo permanece en Él, posee cinco cosas. La primera: que entre él y Dios no hay diferencia, sino que son uno. Los ángeles son muchos, sin número, porque no constituyen ningún «número individual», ya que carecen de número; esto se debe a su gran simpleza. Las tres personas en Dios son tres sin número, pero constituyen una multiplicidad. Mas, entre el hombre y Dios no sólo no existe ninguna diferencia, sino que no hay tampoco una multiplicidad; ahí no hay sino uno… La segunda (cosa) consiste en que él está obteniendo su bienaventuranza allí en la pureza donde la toma Dios mismo, y halla en ella su apoyo… La tercera (cosa) es que posee un saber junto con el saber divino y un obrar junto con el obrar divino y un conocimiento junto con el conocimiento divino… La cuarta es que Dios nace todo el tiempo en ese hombre. ¿Cómo nace Dios todo el tiempo en ese hombre? ¡Observad lo siguiente! Cuando el hombre desnuda y de-vela la imagen divina que Dios ha creado en él por naturaleza, entonces la imagen de Dios llega a revelarse en él. Pues en el nacimiento se conoce la revelación de Dios; porque el que el Hijo se llame nacido del Padre, se debe a que el Padre le revela su secreto al modo paternal. Y por eso, cuanto más y cuanto más claramente el hombre desnuda en sí la imagen de Dios, tanto más claramente nace Dios en él. Y entonces el nacimiento de Dios se debe concebir siempre de acuerdo con el hecho de que el Padre de-vela la imagen pura y resplandece en ella… La quinta (cosa) es que el hombre nace todo el tiempo en Dios. ¿Cómo nace el hombre todo el tiempo en Dios? ¡Observad lo siguiente! Por el desnudamiento de la imagen en el hombre, éste se va asemejando a Dios, porque por la imagen el hombre es semejante a la imagen divina que es Dios en su pureza de acuerdo con su esencia. Y cuanto más se desnuda el hombre, tanto más se asemeja a Dios, y cuanto más se asemeja a Dios, tanto más se une con Él. Y por ende, el nacimiento del hombre en Dios, siempre se ha de concebir en el sentido de que el hombre con su imagen está resplandeciendo en la imagen divina, que es Dios desnudo en su esencia (imagen) con la cual el hombre es uno. Por lo tanto, la unidad del hombre y de Dios se debe concebir de acuerdo con la semejanza de la imagen; porque el hombre se parece a Dios con respecto a la imagen. Y por ello: si se dice que el hombre es uno con Dios y es Dios de acuerdo con la unidad, se lo percibe según la parte de la imagen, en la cual se asemeja a Dios, y no según el hecho de que ha sido creado. Pues, si se lo toma por Dios, no se lo hace según su criaturidad; porque si se lo toma por Dios no se niega la criaturidad en el sentido de que la negación se considere como aniquilación de la criaturidad, sino que ha de considerárselo como enunciado relativo a Dios, con el cual se le quita a Él (la criaturidad). Pues Cristo que es Dios y hombre, cuando se lo percibe según la humanidad, no se toma en consideración la divinidad, mas no de modo que se niegue la divinidad, sólo que ésta no se considera en tal percepción. Y así ha de comprenderse la palabra de Agustín cuando dice: «Lo que ama el hombre, esto es el hombre. Si ama una piedra, es una piedra, si ama un hombre, es un hombre, si ama a Dios… ahora no me atrevo a continuar, pues si yo dijera que entonces sería Dios, podríais lapidarme. Pero os remito a la Escritura». Y por ello, cuando el hombre en el amor se adecua enteramente a Dios, entonces se le quita su imagen y se lo in-forma y se lo transforma en imagen dentro de la uniformidad divina, en la cual es uno con Dios. Todo esto lo posee el hombre por la permanencia dentro (de Él)4. Ahora bien, prestad atención al fruto que da el hombre en ese caso. Es el siguiente: cuando es uno con Dios, produce junto con Dios a todas las criaturas y trae la bienaventuranza a todas las criaturas en la medida en que es uno con Él. SERMONES: SERMÓN XL 3

En otro aspecto «viuda» dice lo mismo que una persona que «está abandonada» (Cfr. 1 Tim. 5, 5), y ha abandonado. Por lo tanto debemos dejar y apartar a todas las criaturas. Dice el profeta: «La mujer estéril tiene más hijos que la parturienta» (Cfr. Isaías 54, 1). Lo mismo sucede con el alma que da a luz espiritualmente: sus alumbramientos son mucho más numerosos; da a luz en cualquier momento. El alma que posee a Dios, es parturienta en todo instante. Dios tiene que hacer necesariamente todas sus obras. Dios está obrando siempre en un «ahora» en la eternidad, y su obrar consiste en engendrar a su Hijo; lo engendra en todo momento. De este nacimiento provinieron todas las cosas y Él se complace tanto con este nacimiento que consume en él todo su poder. Cuanto más se conozca todo, tanto más perfecto será el conocimiento; (mas, entonces) parece como si no fuera nada (lo que se sabe). Porque Dios engendra a sí mismo de sí mismo en Él mismo y vuelve a engendrar a sí mismo en sí mismo. Cuanto mas perfecto es el nacimiento, tanto mayor es la procreación. Digo yo: Dios es completamente Uno; se conoce sólo a sí mismo. Dios procrea (su ser) por completo en su Hijo; Dios enuncia todas las cosas en su Hijo. Por ello dice: «¡Joven, te digo: levántate!» SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Dios aplica todo su poder en su nacimiento, y esto es necesario para que el alma vuelva a Dios. Y de una manera es alarmante (ver) que el alma tan a menudo deserte de aquello en donde Dios aplica todo su poder; pero esto último es necesario para que el alma recupere su vida. Dios hace todas las criaturas con un solo pronunciamiento; pero, para que el alma cobre vida, Dios expresa todo su poder en su nacimiento. Por otra parte, es consolador que el alma de esta manera sea traída de vuelta. En el nacimiento cobra vida y Dios hace nacer a su Hijo en el alma para que ella cobre vida. Dios se pronuncia a sí mismo en su Hijo. Por el pronunciamiento con el cual se expresa en su Hijo, por este (mismo) pronunciamiento le habla al interior del alma. Es característico de todas las criaturas engendrar. Una criatura sin nacimiento, tampoco existiría. Por eso dice un maestro: Esta es una señal de que todas las criaturas son expelidas por el nacimiento divino. SERMONES: SERMÓN XLIII 3

«Joven». Todas las potencias pertenecientes al alma, no envejecen. Las potencias pertenecientes al cuerpo, se gastan y disminuyen. Cuanto más conozca el hombre, tanto más conocerá. Por eso (se dice) «joven». Afirman los maestros: Joven es aquello que se halla cerca de su comienzo. En (el) entendimiento uno es joven por completo: cuanto más uno opere en esta potencia, tanto más cerca está de su nacimiento. El primer efluvio violento del alma es (el) entendimiento, luego (sigue la) voluntad, y después todas las demás potencias. SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). SERMONES: SERMÓN XLIV 3

En tercer lugar: esa luz quita el tiempo y el espacio. «Había un hombre». ¿Quién le dio esa luz?… La pureza. La palabra «erat» pertenece a Dios por antonomasia. En lengua latina no existe ninguna palabra que pertenezca tanto a Dios como «erat». Por eso acude Juan en su Evangelio, diciendo muchas veces: «erat», «era», y con ello se refiere a un ser puro. Todas las cosas añaden, pero aquello (= erat) no añade sino en el pensamiento, mas no en un pensamiento que agregue, sino en un pensamiento que quita (= abstrae). (La) bondad y (la) verdad agregan por lo menos en el pensamiento, pero, el ser desnudo al cual no se ha añadido nada, éste significa «erat». Por otra parte, «erat» significa un nacimiento, un devenir perfecto. He venido ahora, hoy estaba viniendo, y si el tiempo fuera quitado al hecho de que estaba viniendo y que he venido, entonces «viniendo» y «he venido» serían aunados y serían uno. Donde «viniendo» y «he venido» se aúnan en una sola cosa, ahí nacimos y somos creados y formados otra vez en la imagen primigenia. También he dicho ya varias veces: Mientras alguna parte de una cosa se halla en su ser, no es creada otra vez; es cierto que se la pinta o renueva como un sello que ha envejecido; a éste lo colocan otra vez renovándolo. Dice un maestro pagano: Lo que es, ningún tiempo lo hace envejecer; ahí hay bienaventurada vida en un siempre jamás donde no existe ninguna curvatura, donde nada está encubierto, donde hay un ser puro. Salomón dice: «No hay nada nuevo bajo el sol» (Eclesiástico 1, 10). Esto se entiende raras veces de acuerdo con su significado. Todo cuanto se halla bajo el sol, envejece y disminuye; pero allí no hay sino un ser nuevo. (El) tiempo produce dos cosas: (la) vejez y (la) disminución. Aquello sobre lo cual brilla el sol, se halla en el tiempo. Todas las criaturas son ahora y son de Dios; mas, allí donde están en Dios, son tan desiguales a lo que son aquí, como el sol (lo es) a la luna, y mucho más (todavía). Por eso, dice (Lucas): «erat in eo». «El Espíritu Santo estaba en él», donde se hallan el ser (puro) y un devenir (perfecto). SERMONES: SERMÓN XLIV 3

Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr. Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno. SERMONES: SERMÓN XLVI 3

Dice un maestro: Todas las criaturas llevan en sí un distintivo de naturaleza divina, de la cual se derraman de manera tal que querrían obrar según la naturaleza divina de que han fluido. Las criaturas se derraman de dos modos. El primer modo de derramamiento se realiza en su raíz, así como el árbol surge de las raíces. El otro modo de derramamiento se realiza de una manera unitiva. Mirad, así (también) el derramamiento de la naturaleza divina, se opera de, dos modos. Un derramamiento es el del Hijo desde el Padre: se realiza al modo de un nacimiento. El otro derramamiento se hace de modo unitivo en el Espíritu Santo; este derrame se da por el amor del Padre y del Hijo: éste es el Espíritu Santo, pues ambos se aman mutuamente en Él. Mirad, tal hecho lo prueban todas las criaturas (en el sentido) de que han emanado, fluyendo de la naturaleza divina, y en sus obras llevan un rasgo de ello. A este respecto dice un maestro griego que Dios contiene a todas las criaturas como si fuera por medio de una rienda a fin de que obren a su semejanza. Por eso, la naturaleza opera en todo momento con miras a lo más elevado que es capaz de hacer. La naturaleza no querría producir sólo al hijo, y si le fuera posible, produciría al padre. Y por ende, si la naturaleza obrara de manera atemporal, no tendría defectos contingentes. A esto se refiere un maestro griego cuando dice: Como la naturaleza obra en el tiempo y en el espacio, se distinguen el hijo y el padre. Dice un maestro: Un carpintero que construye una casa, la tiene prefigurada en su fuero íntimo; y si la madera obedeciera suficientemente a su voluntad, (la casa) existiría tan rápido como él quisiera; y si no hubiera materia, no habría más diferencia que la (existente) entre el engendrar y lo nacido inmediatamente. Mirad, en Dios no es así, ya que en Él no hay ni tiempo ni espacio; por eso, ellos (= el Padre y el Hijo) son uno en Dios y (allí) no hay otra distinción que (la existente) entre el derramar y el derramamiento. SERMONES: SERMÓN XLVII 3

Ahora bien, Pablo dice: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora (sois) una luz en Dios». «Aliquando» (anteriormente). Para quien sabe interpretar plenamente esta palabra, ella significa lo mismo que «en algún momento» y se refiere a(l) tiempo que nos impide (llegar a) la luz, porque a Dios nada le repugna tanto como el tiempo; (y) no sólo el tiempo, se refiere también al apego al tiempo; tampoco se refiere sólo al apego al tiempo, sino también al (hecho de) rozar el tiempo. (Y) no sólo al (hecho de) rozar el tiempo, sino también a un aroma y un gusto del tiempo… así como en el lugar donde se hallaba una manzana, persiste un olor, así debes entender el roce del tiempo. Los más destacados de nuestros maestros dicen que el firmamento corpóreo y el sol y también los astros tienen que ver tan poco con el tiempo que lo rozan meramente. Yo, en este contexto, me refiero finalmente al hecho de que el alma está creada muy por encima del cielo y que ella, en su punto más alto y puro, nada tiene que ver con el tiempo. Ya me he referido varias veces a la obra en Dios y al nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de esta emanación florece el Espíritu Santo, de modo que el Espíritu (va emanando) de ambos, y en esta emanación se origina el alma emanando (a su vez); y la imagen de la divinidad se halla estampada en el alma, y en la emanación y en el reflujo de las tres personas, el alma refluye también y es otra vez in-formada en su primera imagen sin imagen. SERMONES: SERMÓN L 3

En esto piensa Pablo cuando dice: «Pero ahora una luz en Dios». No dice «sois una luz», sino «pero ahora una luz en Dios». Él quiere decir lo que yo también he dicho varias veces: Quien ha de conocer las cosas, debe conocerlas en su causa. Los maestros dicen que las cosas penden de su nacimiento de modo que allí miran lo más acendradamente en (el interior del) ser. Pues, allí donde el Padre engendra al Hijo, allí hay un «ahora» presente. Desde el nacimiento eterno, donde el Padre engendra a su Hijo, el alma ha emanado en su ser, y la imagen de la divinidad está estampada en el (alma). SERMONES: SERMÓN L 3

Decimos, entonces, que el hombre debe ser tan pobre que no constituya ni posea ningún lugar en cuyo interior pueda obrar Dios. Donde el hombre conserva (en sí) un lugar, ahí conserva (una) diferencia. Por eso ruego a Dios que me libre de «Dios», porque mi ser esencial está por encima de Dios, en cuanto entendemos a Dios como origen de las criaturas. Pues, en aquel ser de Dios donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí estuve yo mismo, ahí quise que fuera yo mismo y conocí mi propia voluntad de crear a este hombre (= a mí). Por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no-nacido y según mi carácter de no-nacido, no podré morir jamás. Según mi carácter de no-nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente. Lo que soy según mi carácter de nacido, habrá de morir y ser aniquilado, porque es mortal; por eso tiene que perecer con el tiempo. (Junto) con mi nacimiento (eterno) nacieron todas las cosas y yo fui causa de mí mismo y de todas las cosas; y si lo hubiera querido no existiría yo ni existirían todas las cosas; y si yo no existiera no existiría «Dios». Yo soy la causa de que Dios es «Dios»; si yo no existiera, Dios no sería «Dios». (Mas) no hace falta saberlo. SERMONES: SERMÓN LII 3

El otro (significado se ve) cuando afirma que la «ciudad» es «santa». San Dionisio dice que (la) «santidad es pureza total, libertad y perfección». (La) pureza reside en que el hombre se halla apartado de los pecados; este hecho libera al alma. El deleite y la alegría máximos que existen en el cielo, se constituyen en (la) semejanza; y si Dios entrara en el alma y ella no fuera semejante a Él, ese hecho la atormentaría, pues San Juan dice: «Quien comete el pecado, es siervo del pecado» (Juan 8, 34). Podemos afirmar de los ángeles y de los santos que son perfectos, pero de los santos no en sentido pleno, ya que todavía abrigan amor a sus cuerpos que yacen aún en cenizas; solamente en Dios hay completa perfección. Me sorprende que San Juan alguna vez haya osado decir que existen tres personas (divinas) a no ser que lo haya visto en el espíritu: cómo el Padre, con toda perfección, se vierte en el Hijo en el nacimiento, y se vierte con bondad en el Espíritu Santo como en (un flujo de) amor. SERMONES: SERMÓN LVII 3

Pues bien, él (= el sabio) dice: «Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas» (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero Él mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el «espíritu de la sabiduría» y (también) toda la dulzura, de manera que no permanece fuera (del espíritu) ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque Él, en «el espíritu de la sabiduría», opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. Él (= Dios) se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. (En cambio) todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: «Me siguen» (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: «Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor. SERMONES: SERMÓN LIX 3