Mateo (Eckhart)

Con respecto a las palabras de San Pedro cuando dijo: «Mira, Señor, hemos renunciado a todo» (Mateo 19, 27) — y sin embargo, no había dejado nada más que una simple red y su barquito — advierte un santo diciendo: Quien renuncia voluntariamente a lo pequeño, no sólo renuncia a esto sino que deja todo cuanto la gente mundana puede obtener y hasta aquello que (sólo) puede apetecer. Pues, quien renuncia a su voluntad y a sí mismo, ha renunciado tan efectivamente a todas las cosas como si hubieran sido de su libre propiedad y él las hubiese poseído con pleno poder. Porque aquello que no quieres apetecer, lo has entregado y dejado todo por amor de Dios. Por ello dijo Nuestro Señor: «Bienaventurados son los pobres en espíritu (Mateo 5, 3), o sea, en la voluntad. Y nadie debe dudar de esto: si existiera un modo mejor, Nuestro Señor lo habría mencionado, así como dijo también: «Quien me quiere seguir que se niegue primero a sí mismo» (Mateo 16, 24); de esto depende todo. Presta atención a ti mismo; y allí donde te encuentras a ti, allí renuncia a ti; esto es lo mejor de todo. 32 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 3.

El hombre no se debe imaginar que al proceder así pierda alguna gracia, pues aquello que él deja voluntariamente por amor, lo recibirá en forma mucho más noble, tal como dijo Cristo: «Quien dejare una cosa por mí, recibirá cien veces tanto». (Mateo, 19,29). Sí, en verdad, lo que el hombre deja y de lo cual se desprende por amor de Dios, incluso en el caso de que ansíe muchísimo tener esa sensación de consuelo y de fervor entrañable, y si hace todo cuanto pueda hacer (para conseguirlo), pero Dios no se lo da, y (luego) él se resigna y renuncia a ello voluntariamente por amor de Dios: en verdad, lo encontrará en Él exactamente como si hubiera tenido plena posesión de todo el bien que existiera jamás, (pero) se hubiese privado, enajenado y desprendido de él voluntariamente por amor de Dios; recibirá cien veces tanto. Pues todo cuanto al hombre le gustaría tener, pero prescinde y se abstiene de ello por amor de Dios, ya sea de índole material o espiritual, lo encuentra todo en Dios como si lo hubiera poseído y se hubiese despojado de ello voluntariamente; porque el hombre, de buena voluntad, debe hallarse privado de todas las cosas por amor de Dios, y por amor desembarazarse y prescindir de todo consuelo en el amor. 85 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.

Una pregunta: Pero Dios ¿ cómo ha de anular al hombre por sí mismo? Parece como si esta anulación del hombre constituyera un ensalzamiento (operado) por Dios, porque el Evangelio dice: «El que se humillare, será ensalzado» (Mateo 23, 12; Lucas 14, 11). 217 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Respuesta: ¡Sí y no! Él debe humillarse él mismo y esto no puede ser suficiente a no ser que lo haga Dios; y ha de ser ensalzado, pero no en el sentido de que el humillarse sería una cosa y otra el ser ensalzado. Antes bien, la altura máxima del ensalzamiento reside justamente en el profundo fondo de la humillación. Porque, cuanto más hondo y bajo sea el fondo, tanto más altas e inconmensurables serán la elevación y la altura, y cuanto más hondo sea el pozo, tanto más alto es, a la vez; la altura y la profundidad son una sola cosa. Por eso, cuanto más pueda humillarse una persona, tanto más alta será. Y por eso dijo Nuestro Señor: «Si alguno quiere ser el más grande ¡que se haga el más humilde entre vosotros!» (Cfr Marcos 9, 34). Quien quiere ser aquello debe llegar a ser esto. Aquel ser se encuentra tan sólo en este llegar-a-ser. Quien llega a ser el más humilde, éste es, en verdad, el más grande, pero quien ha llegado a ser el más humilde, ya es ahora el más grande de todos. Y de esta manera se confirma y se cumple la palabra del evangelista: «¡El que se humillare, será ensalzado!» (Mateo 23, 12; Lucas 14, 11). Pues toda nuestra esencia no se funda en nada que no sea un anularse. 218 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Pues apénate de ello y sopórtalo con paciencia y tómalo como ejercicio y quédate en paz. Dios sufre gustosamente la ignominia y las penas, y quiere de buen grado prescindir del servicio y de la loa para que aquellos que lo aman y le pertenecen tengan paz en su fuero íntimo. Entonces, ¿por qué no habríamos de tener paz, no importa lo que Él nos diera o lo que nos faltara? Escrito está y lo dice Nuestro Señor que «son bienaventurados quienes sufren por la justicia» (Mateo 5, 10). De veras, si un ladrón a quien se estuviera por colgar (y) que bien lo tuviera merecido a causa de sus hurtos, o un individuo que hubiera asesinado y a quien con justicia estuvieran por enrodar, si ellos — (digo) — pudieran llegar a comprenderlo en su fuero íntimo, (pensando): Mira, estás dispuesto a sufrirlo en aras de la justicia pues lo tienes bien merecido, ellos obtendrían inmediatamente la bienaventuranza. De veras, por injustos que seamos, si aceptamos como justo lo que Dios nos hace o no hace, y sufrimos por amor de la justicia, entonces somos bienaventurados. Por eso, no te lamentes, laméntate tan sólo de que todavía te lamentes y no estés contento; sólo puedes lamentarte de que tengas demasiado. Pues, quien tuviera recta disposición, recibiría tanto en la indigencia como (si fuera) propietario. 227 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado — pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos — mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. 275 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. 277 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Otra cosa más (y) parecida a la anterior: Ningún recipiente puede llevar en sí dos clases de bebida. ‘Si ha de contener vino, hay que verter necesariamente el agua; el recipiente debe estar vacío y limpio. Por eso: si has de recibir divina alegría y a Dios mismo, debes necesariamente verter a las criaturas. Dice San Agustín: «Vierte para que seas llenado. Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que seas acercado». En resumidas cuentas: Todo cuanto ha de tomar y ser capaz de recibir, debe estar vacío y tiene que estarlo. Dicen los maestros: Si el ojo cuando ve contuviera algún color, no percibiría ni el color que contenía ni otro que no contenía; pero como carece de todos los colores, conoce todos los colores. La pared tiene color y por eso no conoce ni su propio color ni ningún otro, y el color no le da placer, y el oro o el esmalte no la atraen más que el color del carbón. El ojo no contiene (color) y, sin embargo, lo tiene en el sentido más verdadero, pues lo conoce con placer y deleite y alegría. Y cuanto más perfectas y puras son las potencias del alma, tanto más perfecta y completamente recogen lo que aprehenden y tanto más reciben y sienten mayor deleite, y se unen tanto más con lo que recogen (y) esto hasta tal punto que la potencia suprema del alma, que está desembarazada de todas las cosas y no tiene nada en común con cosa alguna, no recibe nada menos que a Dios mismo en la extensión y plenitud de su ser. Y los maestros demuestran que, en cuanto a placer y deleite, nada se puede comparar a esta unión y este traspaso (de lo divino) y este deleite. Por eso dice Nuestro Señor (y es) muy notable: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3). Es pobre quien no tiene nada. «Pobre en espíritu» quiere decir: así como el ojo es pobre y carece de color, siendo susceptible de (ver) todos los colores, así el pobre en espíritu es susceptible de aprehender toda clase de espíritu, y el espíritu de todos los espíritus es Dios. El amor, la alegría y la paz son fruto del espíritu. Estar desnudo, ser pobre, no tener nada, hallarse vacío, (todo esto) transforma a la naturaleza: (el) vacío hace que el agua suba por la montaña y (opera) otros muchos milagros de los cuales ahora no es momento de hablar. 283 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Exactamente lo mismo digo de la virtud: ella tiene la obra interior que es una tendencia e inclinación hacia todo bien y una huida y resistencia con respecto a todo cuanto es malo y dañino, desigual a la bondad y a Dios. Y cuanto peor y desemejante a Dios es la obra, tanto mayor es la resistencia; y cuanto más grande y semejante a Dios es la obra, tanto más fácil, voluntaria y placentera le resulta su obra (a la virtud). Y todo su lamento y pena — en cuanto le sea posible sufrir pena — residen en que este sufrimiento por amor de Dios y toda la obra exterior en este tiempo sean demasiado pequeños de modo que ella no puede revelarse del todo ni demostrarse cabalmente ni plasmar su imagen en ellos. En el ejercicio se fortalece y se enriquece gracias a (su) generosidad. No querría haber sufrido y haber superado la pena y el sufrimiento; quiere y querría sufrir en todo momento, sin interrupción, por amor de Dios y por hacer el bien. Por amor de Dios toda su felicidad reside en el sufrimiento (y) no en el haber-sufrido. Y por eso dice Nuestro Señor y ello es muy digno de consideración: «Bienaventurados son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). No dice: «los que han sufrido». Semejante hombre odia el haber-sufrido pues el haber-sufrido no es el sufrimiento amado por él; lo único que ama es una superación y una pérdida del sufrimiento por amor de Dios. Y por eso digo que semejante hombre odia también el sufrir-en-el-futuro, porque tampoco es sufrimiento. Sin embargo, odia menos el sufrir-en-el-futuro que el haber-sufrido, porque este último se halla más lejos del sufrimiento y se le asemeja menos ya que pasó del todo. Pero si va a sufrir, este hecho no lo priva completamente del sufrimiento amado por él. 297 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

En la divinidad el Hijo, de acuerdo con su índole, no ofrece sino la esencia-Hijo, la esencia del nacido de Dios, (siendo) manantial, origen y emanación del Espíritu Santo, del amor de Dios, y el sabor pleno, verdadero e íntegro del Unico, el Padre celestial. Por eso, la voz del Padre le habla al Hijo desde el cielo: «Tú eres mi Hijo amado en quien me aman a mí y me tienen complacencia» (Mateo 3, 17), pues, sin duda, nadie que no sea hijo de Dios lo ama lo suficiente y con pureza. Porque el amor, o sea el Espíritu Santo, surge y emana del Hijo, y el Hijo ama al Padre por amor de Él mismo (=el Padre), (ama) al Padre en Él mismo y a sí mismo en el Padre. Por eso Nuestro Señor dice con mucha razón: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5, 3), lo cual quiere decir: Aquellos que no tienen nada de espíritu propio y humano y llegan desnudos a (la presencia de) Dios. Y San Pablo dice: «Dios nos lo reveló en su Espíritu» (Col 1, 8). 300 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

San Agustín dice que quien mejor comprende la Escritura es aquel que, desprendido de todo espíritu, busca el sentido y la verdad de la Escritura en ella misma, es decir, en el espíritu en el cual está escrita y pronunciada, o sea el Espíritu de Dios. Dice San Pedro que todos los hombres santos hablaban movidos por el Espíritu de Dios (2 Pedro 1,21). San Pablo dice: Nadie es capaz de conocer y saber qué es lo que hay en el hombre sino el espíritu que está dentro del hombre, y nadie es capaz de saber qué es el Espíritu de Dios y en Dios, sino el Espíritu que es de Dios y es Dios (1 Cor 2, 11). Por eso un escrito, (o sea) una glosa, afirma con mucha razón que nadie puede comprender ni enseñar lo escrito por San Pablo a no ser que tenga el mismo espíritu en el cual hablaba y escribía San Pablo. Y todo mi lamento consiste siempre en que las personas de mente grosera y que carecen totalmente del Espíritu de Dios y no tienen nada de Él, pretenden opinar — conforme a su burda inteligencia humana — sobre lo que oyen o leen en la Escritura que fue pronunciada y escrita por el Espíritu Santo y en Él, y no recuerdan que está escrito: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Mateo 19, 26). Esto vale también en general y en el ámbito natural: lo que es imposible para la naturaleza inferior, es habitual y natural para la naturaleza superior. 301 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Más aún: Dios ama por amor de sí mismo y obra todas las cosas por amor de sí mismo, lo cual quiere decir que ama a causa del amor y obra a causa del obrar; pues, sin duda alguna, Dios nunca habría engendrado en la eternidad a su Hijo unigénito si el haber engendrado no fuera igual al engendrar. Por eso dicen los santos que el Hijo ha nacido tan eternamente que sigue naciendo sin cesar. Si el ser-creado no fuera (una y la misma cosa que) el crear, Dios tampoco habría creado jamás el mundo. Resulta pues, que Dios ha creado el mundo de manera tal que todavía lo sigue creando sin cesar. Todo lo pasado y todo lo venidero le resultan a Dios ajenos y distantes. Y por ende: quien nació de Dios (como) hijo de Dios, ama a Dios por amor de Él mismo, es decir, ama a Dios a causa del amar-a-Dios y obra todas sus obras a causa del obrar. Dios nunca se cansa del amar y obrar, y todo cuanto Él ama significa para Él un solo amor. Y por consiguiente es verdad que Dios es el Amor (1 Juan 4, 8, 16). De ahí que yo dijera arriba que el hombre bueno quiere y querría sufrir en todo momento por amor de Dios, y no haber-sufrido; mientras sufre, tiene todo lo que ama. Ama al sufrir-por-amor-de-Dios y sufre por Dios. Por ello y en ello es hijo de Dios, formado a semejanza de Dios y en Dios quien ama por amor de sí mismo, es decir, ama por el amor y obra por el obrar; y por lo tanto, Dios ama y obra sin cesar. Y el obrar de Dios es su naturaleza, su esencia, su vida, su bienaventuranza. Entonces en verdad: para el hijo de Dios, o sea un hombre bueno, en cuanto es hijo de Dios, el sufrir por amor de Dios y el obrar por amor de Dios constituyen su esencia, su vida, su obrar, su bienaventuranza, ya que dice Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren por la justicia» (Mateo 5, 10). 303 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Además, hay que saber también que en la naturaleza la impresión y la influencia de la naturaleza suprema y más elevada, le resultan a cualquier persona más deliciosas y placenteras que su propia naturaleza y ser. El agua corre, por su propia naturaleza, hacia abajo, hacia el valle y en esto reside también su idiosincrasia. Mas, bajo la impresión e influencia de la luna arriba en el cielo, reniega y se olvida de su propia naturaleza y fluye cuesta arriba hacia lo alto y este flujo hacia arriba le resulta más fácil que el flujo hacia abajo. El hombre ha de saber si está bien encaminado por lo siguiente: si constituye para él un motivo de deleite y alegría dejar su voluntad natural y renegar de ella y desasirse por completo en cuanto a todo aquello que el hombre debe sufrir según la voluntad de Dios. Y a esto se refiere, en acertado sentido, Nuestro Señor cuando dijo: «Quien quiere llegar hacia mí, debe desasirse de sí y negarse a sí mismo y ha de levantar su cruz» (Mateo 16, 24), esto es: se ha de despojar y desasir de todo cuanto es cruz y sufrimiento. Pues seguramente, quien se hubiera negado a sí mismo y hubiera abandonado del todo su propio yo, a éste nada le resultaría ni cruz ni pena ni sufrimiento; todo constituiría para él un deleite, una alegría, un placer entrañable, y este (hombre) acudiría a Dios y lo seguiría de veras. Pues, así como nada puede entristecer ni apenar a Dios, tampoco existe cosa alguna que pueda preocupar o apenar a semejante hombre. Por consiguiente, cuando dice Nuestro Señor: «Quien quiere llegar hacia mí, niéguese a sí mismo y levante su cruz y sígame», no se trata tan sólo de un mandamiento, como se dice y cree comúnmente; antes bien, es una promesa y una enseñanza divina relativa a cómo, para el hombre, todo su sufrimiento, toda su actuación, toda su vida, llegan a ser deliciosas y alegres, y antes que un mandamiento es una recompensa. Porque un hombre de tal carácter posee todo cuanto quiere y no quiere nada malo y ésta es (la) bienaventuranza. También por eso dice bien Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren ‘por la justicia» (Mateo 5, 10). 305 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

¡Sufrid, pues, de esta manera por amor de Dios ya que es sumamente saludable y es la bienaventuranza! «Bienaventurados» — dijo Nuestro Señor — «son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). ¿Cómo puede permitir Dios, el amante de la bondad, que sus amigos, o sea (los) hombres buenos, no tengan sufrimientos continua, ininterrumpidamente? Si un hombre tuviera un amigo que aceptara sufrir durante unos pocos días para que debido a ello mereciera gran provecho, honra y comodidad para poseerlos durante mucho tiempo, (y) si (este hombre) tratara de impedirlo o si fuera su deseo de que otra persona lo impidiese, no se diría que era amigo del otro o que lo amaba. De ahí que Dios en absoluto podría permitir que sus amigos, (esa) gente buena, estuvieran jamás sin sufrimiento sino fueran capaces de sufrir no sufriendo. Toda la bondad del sufrimiento externo proviene y emana de la bondad de la voluntad, tal como he escrito arriba. Y por ende: todo cuanto un hombre bueno quiere sufrir y está dispuesto para ello y desea hacerlo por amor de Dios, lo sufre (efectivamente) ante el rostro divino y por Dios en Dios. El rey David dice en el Salterio: Estoy preparado para cualquier infortunio, y a mi dolor lo tengo siempre presente en mi corazón y ante mi rostro (Salmo 37, 18). Dice San Jerónimo que la cera pura, la cual es totalmente blanda y se presta para formar de ella y con ella cualquier cosa que se deba y quiera hacer, contiene en sí todo cuanto se puede formar con ella, aun cuando nadie la use para configurar ninguna cosa exteriormente visible. También he escrito arriba que la piedra no tiene menor peso cuando no se apoya sobre el suelo en forma exteriormente visible; todo su peso reside completamente en el hecho de que tiende hacia abajo y está dispuesta en sí misma a caer hacia abajo. Así he escrito también arriba que el hombre bueno ya en este momento ha hecho en el cielo y en la tierra todo cuanto querría hacer, asemejándose a Dios también en este aspecto. 324 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Debe saberse además, que San Jerónimo dice, y también los maestros en general lo hacen, que todo hombre, desde el comienzo de su existencia humana, tiene un espíritu bueno, (o sea) un ángel y un espíritu malo, (o sea) un diablo. El ángel bueno da consejos empujando continuamente hacia aquello que es bueno, que es divino, que es virtud y celestial y eterno. El espíritu malo aconseja al hombre empujándolo siempre hacia aquello que es temporal y perecedero, y que es vicioso, malo y diabólico. Este mismo espíritu maligno charla continuamente con el hombre exterior y por intermedio de él persigue en secreto (y) en todo momento al hombre interior, de la misma manera que la serpiente charlaba con la señora Eva y por intermedio de ella con Adán, su marido. (Cfr Génesis 3, 1 ss). El hombre interior, éste es Adán. El varón en el alma es el árbol bueno que da sin cesar frutos buenos y del cual habla también nuestro Señor (Cfr Mateo 7, 17). Es también el campo en donde Dios ha sembrado su imagen y semejanza, y donde siembra la buena semilla, la raíz de toda sabiduría, de todas las artes, de todas las virtudes, de toda bondad, (o sea la) semilla de la divina naturaleza (2 Pedro 1, 4). Semilla de divina naturaleza, esto es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios (Lucas 8, 11). 350 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

El hombre exterior, éste es el hombre hostil y malo que sembraba y arrojaba encima la cizaña (Cfr Mateo 13, 24 ss). De él dice San Pablo: Encuentro en mí una cosa que me estorba y que está en contra de lo que manda Dios y de lo que aconseja Dios y de lo que ha hablado Dios y todavía sigue hablando en lo más elevado, o sea, en el fondo de mi alma (Cfr Romanos 7, 23). Y en otra parte dice lamentándose: «¡Oh, desdichado de mí! ¿Quién me librará de esta carne y de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7, 24). Y en otra parte vuelve a decir que el espíritu del hombre y su carne siempre se hacen la guerra. La carne aconseja (entregarse a) vicios y malicias; el espíritu aconseja (que se tenga) amor de Dios, alegría, paz y toda virtud (Cfr Gal 5, 17 ss). Quien le obedece al espíritu y vive de acuerdo con su consejo, a éste le pertenece la vida eterna (Cfr Galat 6, 8). El hombre interior es aquel de quien dice Nuestro Señor que «un hombre noble marchó a un país lejano para conquistarse un reino». Éste es el árbol bueno del cual dice Nuestro Señor que siempre da frutos buenos y nunca malos, porque quiere (la) bondad y se inclina hacia (la) bondad tal como flota (concentrada) en sí misma sin hallarse afectada por esto o aquello. El hombre exterior es el árbol malo que nunca es capaz de dar frutos buenos (Mateo 7, 18). 351 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Para esto se presta, acaso, otro símil más: El sol brilla sin cesar; sin embargo, cuando hay una nube o niebla por entre nosotros y el sol, no percibimos el brillo. Igualmente, cuando la vista está enferma en sí misma y achacosa o nublada, el brillo no le resulta perceptible. Además, he expuesto en una que otra ocasión un símil bien evidente: Cuando un maestro hace una imagen de madera o de piedra, no hace que la imagen entre en la madera, sino que va sacando las astillas que tenían escondida y encubierta a la imagen; no le da nada a la madera, sino que le quita y expurga la cobertura y le saca el moho y entonces resplandece lo que yacía escondido por debajo. Éste es el tesoro que yacía escondido en el campo, según dice nuestro Señor en el Evangelio (Mateo 13, 44). 360 ECKHART: TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que — según dicen los maestros — hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado (y) noble, el (alma) atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí14 y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en (provecho) del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo (vale) para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló (también) Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien. 385 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). ¿Por qué echó Jesús a los que compraban y vendían, y a los que ofrecían palomas, les mandó que las sacaran? Quiso significar tan sólo que quería tener vacío el templo, exactamente como si hubiera dicho: Tengo derecho a este templo y quiero estar solo en él y tener poder sobre él. Esto ¿qué quiere decir? Este templo donde Dios quiere reinar poderosamente según su voluntad, es el alma del hombre que Él ha formado y creado exactamente a su semejanza, según leemos que dijo Nuestro Señor: «¡Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza!» (Génesis 1, 26). Y así lo hizo también. Ha hecho el alma del hombre tan semejante a sí mismo que ni en el cielo ni en la tierra, por entre todas las criaturas espléndidas, creadas tan maravillosamente por Dios, no hay ninguna que se le asemeje tanto como el alma humana sola. Por ello, Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas. 406 ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3

Ahora invertimos esta palabra y decimos: Porque Dios me ha enviado su ángel, conozco verdaderamente. «Pedro» quiere decir lo mismo que «conocimiento». Ya lo he dicho en otras oportunidades: (El) conocimiento y (el) entendimiento unen al alma con Dios. (El) entendimiento penetra en el ser puro, (el) conocimiento corre a la cabeza, corre adelante y se abre camino para que nazca allí el Hijo unigénito de Dios. Nuestro Señor dice en (el evangelio de) Mateo que nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mateo 11, 27). Los maestros afirman que (el) conocimiento pende de (la) igualdad. Algunos maestros dicen que el alma está hecha de todas las cosas porque tiene la facultad de conocer todas las cosas. Suena como una tontería y, sin embargo, es verdad. Los maestros dicen: Lo que he de conocer, debe estar completamente presente para mí y ser igual a mi conocimiento. Los santos afirman que en el Padre se halla (la) potencia, en el Hijo (la) igualdad y en el Espíritu Santo (la) unidad. Dado que el Padre está completamente presente para el Hijo y el Hijo le es completamente igual, nadie conoce al Padre sino el Hijo. 443 ECKHART: SERMONES: SERMÓN III 3

«Ahora sé verdaderamente que Dios me ha enviado su ángel». Cuando Dios envía su ángel al alma, ella se vuelve realmente cognoscitiva. No fue en vano que Dios le encomendara la llave a San Pedro, porque «Pedro» quiere decir «conocimiento» (Cfr Mateo 16, 19); pues el conocimiento tiene la llave y abre y penetra y atraviesa y encuentra a Dios en su desnudez, y luego le dice a su compañera de juegos, la voluntad, qué es lo de que se ha posesionado por más que ya anteriormente haya tenido la voluntad (de hacerlo); porque busco lo que quiero. (El) conocimiento va a la cabeza. Es un príncipe y busca su reinado en lo más elevado y acendrado, y luego se lo pasa al alma y el alma se lo pasa a la naturaleza y la naturaleza a todos los sentidos corporales. El alma, en su parte más elevada y acendrada, es tan noble que los maestros no saben encontrarle ningún nombre. La llaman «alma» en cuanto le otorga el ser al cuerpo. Ahora bien, dicen los maestros que luego del primer efluvio violento de la divinidad, allí donde el Hijo emana del Padre, el ángel está formado lo más inmediatamente a la imagen de Dios. Esto, bien es cierto: el alma está formada a la imagen de Dios en cuanto a su parte más elevada; pero el ángel es una imagen más aproximada a Dios. Todo cuanto hay en el ángel está formado a la imagen de Dios. Por eso, el ángel es enviado al alma para que la traiga de vuelta a la misma imagen según la cual él está formado; porque (el) conocimiento proviene de (la) igualdad. Pues bien, como el alma tiene la facultad de conocer todas las cosas, no descansa jamás hasta que se adentra en la imagen primigenia donde todas las cosas son uno, y allí descansa, es decir: en Dios. En Dios ninguna criatura es más noble que otra. 445 ECKHART: SERMONES: SERMÓN III 3

A menudo acostumbro a decir una palabrita y ésta es verdad: Todos los días exclamamos y gritamos en el Padrenuestro: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Mas luego, cuando se hace su voluntad, tenemos ganas de enojarnos y su voluntad no nos satisface. Sin embargo, cualquier cosa que Él hiciera, debería gustarnos más que nada. Quienes lo aceptan así como lo mejor, permanecen en perfecta paz con respecto a todas las cosas. Ahora bien, a veces pensáis y decís: «Ay, si las cosas hubieran sucedido de otro modo, sería mejor», o: «Si esto no hubiera sucedido así, acaso habría resultado mejor». Mientras tengas esas ideas, nunca obtendrás la paz. Tú debes aceptarlo como lo mejor de todo. He aquí el primer significado de este pasaje (de la Epístola). 458 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Parece difícil aquello que mandó el Señor: que uno debe amar al hermano en Cristo como a sí mismo (Cfr Marcos 12, 31; Mateo 22, 39). Las personas de mentalidad grosera suelen decir que la idea es ésta: uno los debería amar a ellos (los hermanos en Cristo) con miras al mismo bien por el cual uno se ama a sí propio. No, no es así. Uno debe amarlos tanto como a sí mismo y esto no es difícil. Si queréis pensarlo bien, el amor antes que mandamiento es recompensa. El mandamiento parece difícil, (pero) la recompensa es apetecible. Quien ama a Dios como ha de amarlo y también debe amarlo, quiéralo o no, y como lo aman todas las criaturas, tiene que amar a su semejante como a sí mismo, y regocijarse de sus alegrías como de sus propias alegrías, y (debe) ansiar la honra del otro tanto como la suya propia y (amar) al forastero tanto como al pariente. Y procediendo de esta manera, el hombre se halla siempre en (un estado de) alegría, honra y ventaja, y así está verdaderamente como en el reino de los cielos y siente alegría más a menudo que si se regocijara únicamente de su propio bien. Y sabed por cierto: si tu propia honra te hace más feliz que la de otro, eso está mal. 461 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3

Leemos de los mártires que «murieron al filo de la espada» (Hebreos 11, 37). Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «Bienaventurados sois vosotros si sufrís algo por mi nombre» (Cfr Mateo 5, 11 y 10, 22)2. 540 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VIII 3

Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 584 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3

«¿Qué maravilla llegará a ser este niño?» Vez pasada pronuncié una palabrita ante algunas personas que acaso estén presentes también aquí, y dije lo siguiente: No hay nada tan encubierto que no se haya de descubrir (Mateo 10, 26; Lucas 12, 2; Marcos 4, 22). Todo cuanto es (la) nada, ha de ser depuesto y encubierto de modo tal que ni siquiera se lo deba pensar jamás. No debemos saber nada de (la) nada y no hemos de tener nada en común con (la) nada. Todas las criaturas son pura nada. Lo que no está ni acá ni allá, y donde existe el olvido de todas las criaturas, allí hay plenitud de todo ser. Dije en aquella ocasión: En nuestro fuero íntimo no debe estar encubierto nada que no descubramos íntegramente ante Dios, entregándoselo por completo. Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos, sea en la capacidad o en la incapacidad, sea en el amor o en la pena, cualquier cosa hacia la cual nos veamos inclinados, de (todo) esto debemos despojarnos. En verdad, si le descubrimos (a Dios) todo, Él, a su vez, nos descubre todo cuanto tiene y en la verdad no nos encubre absolutamente nada de todo cuanto es capaz de ofrecer, ni sabiduría ni verdad ni misterio ni divinidad ni ninguna otra cosa. Ciertamente, esto es tan verdad como el hecho de que Dios vive, siempre y cuando se lo descubramos (todo). Si no se lo descubrimos, no es nada sorprendente que Él tampoco nos descubra nada; pues ha de ser totalmente equitativo: cuanto (le hacemos) nosotros a Él, tanto (nos hace) Él a nosotros. 601 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Pues bien, él dice: «Ninguna mentira se ha hallado en la boca de ellos» (Apocal 14, 5). Mientras yo poseo a la criatura y la criatura me posee a mí, hay una mentira, y en la boca de ellos no se encuentra ninguna. Es señal de que un hombre es bueno, cuando elogia a la gente buena. Si, por otra parte, una persona buena me elogia a mí, me ha elogiado de veras; si, en cambio, me elogia un malvado, me ha insultado de veras. Pero si me insulta una persona mala, en verdad me ha elogiado. «La boca habla de lo que rebosa el corazón» (Cfr Mateo 12, 34). Siempre es característico de un hombre bueno que le guste hablar de Dios, pues a la gente le gusta hablar de aquello en que se ocupa. A quienes se ocupan de trabajos manuales, les gusta hablar de los trabajos manuales; a quienes se ocupan de los sermones, les agrada hablar de sus sermones. A un hombre bueno no le agrada hablar de nada que no sea Dios. 638 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIII 3

Dije en París, en el colegio (=la universidad), que todas las cosas serán concluidas en el hombre verdaderamente humilde. El sol (en la comparación anterior) corresponde a Dios: lo más elevado en su divinidad sin fondo, corresponde a lo más bajo en la profundidad de la humildad. El hombre verdaderamente humilde no tiene necesidad de rogar a Dios, puede mandar a Dios, porque la altura de la divinidad no pone sus miras sino en la hondura de la humildad, según dije en (el convento de) los Macabeos. El hombre humilde y Dios son uno; el hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como sobre sí mismo, y todo cuanto hay en todos los ángeles, le pertenece a este hombre humilde; lo que obra Dios, lo obra el hombre humilde, y él es lo que es Dios: una sola vida y un solo ser; y por ello dijo Nuestro querido Señor: «Aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). 663 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIV 3

Pero algunas personas se quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede dejarlo pasar, mas no es lo mejor. Digo conforme a la verdad: Mientras se está configurando en tu interior algo que no es el Verbo eterno o que, desde el Verbo eterno, mira hacia fuera, por bueno que sea, realmente está mal. Por ello es un hombre justo solamente aquel que ha aniquilado todas las cosas creadas y se halla orientado en línea recta hacia el Verbo eterno, sin dirigir en absoluto las miradas hacia fuera, y que está configurado en (el Verbo eterno) y (tiene) hecha su imagen otra vez en la justicia. El hombre toma allí donde toma el Hijo y es el hijo mismo. Dice un escrito: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mateo 11, 27) y, en consecuencia, si queréis conocer a Dios, debéis no sólo asemejaros al Hijo, sino ser el Hijo mismo. 708 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVI b 3

Una segunda enseñanza (surge) cuando dice: «Padre de todos, tú eres bendecido». Esta palabra, sí, lleva en sí un elemento de cambio. Cuando dice «Padre» nos incluye a nosotros ahora mismo. Si Él es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos, y tanto su honra como el insulto de que lo hacen objeto, nos llegan al corazón. Cuando el hijo ve el amor que le tiene el padre, entonces sabe por qué le debe una vida pura e inocente. Por esta razón nosotros también tenemos que vivir con pureza ya que Dios mismo dice: «Bienaventurados son los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mateo 5, 8). ¿Qué es la limpieza del corazón? Limpieza del corazón es aquello que se halla apartado y separado de todas las cosas corpóreas, y que está recogido y encerrado en sí mismo y luego, a partir de esta pureza, se arroja en Dios y allí llega a la unión. Dice David: Puras e inocentes son las obras que corren y se cumplen en la luz del alma; más inocentes, empero, (son) aquellas que permanecen adentro y en el espíritu sin salir. «Un solo Dios y Padre de todos.» 796 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXI 3

«Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a un barquito y les mando que cruzaran la “furia”»(Mateo 14, 22). 830 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

¡Ahora prestad atención! Dice San Pablo: Cuando miramos con el rostro descubierto el esplendor y la claridad de Dios, somos re-formados e in-formados en la imagen que es toda una imagen de Dios y de la divinidad (Cfr 2 Cor 3, 18). Cuando la divinidad se entregó enteramente al entendimiento de Nuestra Señora, ésta recibió a Dios en su seno porque era desnuda y pura; y lo que brotó de la superabundancia divina fluyó en el cuerpo de Nuestra Señora, y por obra del Espíritu Santo se formó un cuerpo en el cuerpo de Nuestra Señora. Y si ella no hubiera llevado la divinidad en el entendimiento, nunca lo habría concebido (a Cristo) corpóreamente. Dice un maestro: Es una merced especial y un gran don el que uno vuele hacia arriba con el ala del conocimiento y eleve el entendimiento al encuentro de Dios, y que sea llevado de claridad en claridad y con claridad en claridad (Cfr 2 Cor 3, 18). El entendimiento del alma es lo más elevado del alma. Cuando ésta se halla afirmada en Dios, el Espíritu Santo la introduce en la imagen y la une con ella. Y con la imagen y el Espíritu Santo se la hace pasar y se la introduce en el fondo. Allí donde se halla in-formado el Hijo, allí habrá de ser in-formada también el alma. A ella que de tal manera es introducida y concentrada y centrada en Dios, le obedecen todas las criaturas, como (le sucedió) a San Pedro: Mientras sus pensamientos estaban concentrados y centrados con simpleza en Dios, el mar se unía bajo sus pies de modo que él caminaba sobre el agua (Cfr Mateo 14, 29 ss), mas, cuando fijó su pensamiento en lo de abajo, se fue hundiendo. 832 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3

Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. 863 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán noble es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente. 886 ECKHART: SERMONES: SERMON XXVI 3

Ahora bien, Él dice: «lo que he escuchado». El hablar del Padre es su «engendrar», el «escuchar» del Hijo es su «nacer». Él dice pues: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre». Ah sí, todo cuanto ha escuchado de su Padre desde la eternidad, nos lo ha revelado sin ocultarnos nada de ello. Digo yo: Y si hubiera escuchado mil veces más, nos lo habría revelado sin ocultarnos nada de ello. Así también nosotros, no le debemos ocultar nada a Dios; debemos revelarle todo cuanto somos capaces de ofrecer(le). Porque, si reservaras algo para ti, perderías en igual proporción parte de tu eterna bienaventuranza, ya que Dios no nos ha ocultado nada de lo suyo. Estas palabras les parecen difíciles a algunas personas. Pero, por ello, nadie ha de desesperarse. Cuanto más te entregues a Dios, tanto más Dios, a su vez, se te dará Él mismo; cuanto más te despojes de ti mismo, tanto mayor será tu eterna bienaventuranza. El otro día, cuando rezaba mi Padrenuestro, que Dios mismo nos enseñara, pensé: Cuando decimos «¡Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10), le rogamos siempre a Dios que nos despoje de nosotros mismos. 904 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré (dándole) cien veces más y la vida eterna por añadidura» (Cfr Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la vida eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes (las cosas) por una recompensa cien mil veces más (elevada), no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre — todavía no hace mucho — y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. (Mas), cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él. 916 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVIII 3

Ayer estaba sentado en un lugar y dije una palabra que se halla en el Padrenuestro y que reza: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6,10). Mas sería mejor: «¡Hágase tuya (la) voluntad!»; para que mi voluntad llegue a ser su voluntad, que yo llegue a ser Él: esto es lo que quiere decir el Padrenuestro. Esta palabra tiene dos significados. Uno es: «¡Duerme frente a todas las cosas!», quiere decir, que no habrás de saber nada ni del tiempo ni de las criaturas ni de las representaciones… Dicen los maestros: Si un hombre dormido profundamente durmiera cien años, no sabría nada de criatura alguna, ni de tiempo ni de imágenes… y entonces podrás percibir qué es lo que Dios obra en ti. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Duermo y mi corazón está de vigilia» (Cantar de los Cant 5, 2). Por lo tanto, si todas las criaturas duermen en tu interior, podrás percibir qué es lo que Dios obra dentro de ti. 947 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3

Dice San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba, allí donde Cristo está sentado a la diestra de su Padre, y gustad de las cosas que están arriba y no permitáis que os gusten las cosas que se hallan en la tierra» (Colos 3, 1 s). Luego pronuncia otra palabra: «Estáis muertos y vuestra vida está oculta junto con Cristo en Dios» en el cielo (Colos 3, 3). En tercer (lugar), las mujeres buscaban a Nuestro Señor en la tumba. Entonces, encontraron a un ángel «cuyo semblante era como un relámpago y su vestidura (era) blanca como la nieve y él dijo a las mujeres: “¿A quién buscáis? ¿Buscáis a Jesús que ha sido crucificado?… no está aquí”» (Cfr Mateo 28, 1 Ss. y Lucas 24, 5 s). Porque Dios no está en ninguna parte. De lo ínfimo de Dios todas las criaturas están repletas, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Ellas no le contestaron, pues cuando no hallaron a Dios, el ángel les disgustó. Dios no se halla ni acá ni allá ni en (el) tiempo ni en (el) espacio. 1014 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

He sacado una palabrita de la Epístola que se lee hoy con referencia a dos santos, y otra palabra del Evangelio. Hoy, el rey Salomón dice en la Epístola: «Quienes siguen a la justicia, a éstos los ama Dios» (Prov 15, 9). La otra palabrita la pronuncia mi señor, San Mateo: «Bienaventurados son los pobres y quienes tienen hambre y sed de justicia» y «la siguen» (Mateo 5, 6). 1109 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3

Nuestro Señor dice: «¡Simón Pedro, tú eres bienaventurado; esta revelación no te la han hecho ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mateo 16, 17). 1176 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

San Pedro tiene cuatro nombres: se llama «Pedro» (Mateo 16, 16 a 18) y se llama «Bar Jonás» y se llama «Simón» y se llama «Cefas» (Juan 1, 42). 1177 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

Ahora dice (Mateo): «Pedro», esto significa lo mismo que «el que ve a Dios». Pues bien, los maestros preguntan si el núcleo de la vida eterna reside más en el entendimiento o en la voluntad. (La) voluntad tiene dos clases de obras: (el) anhelo y (el) amor. La obra del entendimiento (empero), es simple; por eso es mejor; su obra es conocer, y nunca descansa hasta que toque desnudo a aquello que conoce. Y de esta manera precede a la voluntad dándole a conocer aquello que ama. Mientras uno apetece las cosas, no las tiene. Cuando las tiene, las ama; así el deseo deja de existir. 1181 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

Por entre todos los nombres, ninguno es más acertado que «El que es». Pues, si alguien quiere señalar una cosa (y) dice «es», parecería una necedad; si dijera «es un leño o una piedra», se sabría qué es lo que quiere decir. Por eso decimos: (Hallarse) completamente separado y reducido y pelado para que no quede nada fuera del único «es»: en esto reside la peculiaridad de su nombre. Por eso, Dios le dijo a Moisés: «Di: El que es me ha enviado» (Exodo 3, 14). A causa de ello, Nuestro Señor llama a los suyos con su propio nombre. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «Quienes son mis seguidores, se sentarán a mi mesa en el reino de mi Padre y comerán mi comida y tomarán mi bebida que mi Padre me ha preparado; así os la he preparado yo también» (Cfr Mateo 19, 28 y Lucas 22, 29 ss). Bienaventurado es el hombre que ha llegado a recibir junto con el Hijo de lo mismo de lo cual recibe el Hijo. Justamente ahí recibiremos nosotros también nuestra bienaventuranza, y allí donde reside su bienaventuranza, en el interior donde Él tiene su ser, en ese mismo fondo todos sus amigos recibirán y sacarán su bienaventuranza. Esta es la «mesa en el reino de Dios». 1187 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3

Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno. 1197 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

Tomamos del Evangelio tres pasajes; sobre ellos quiero predicaros. El primero reza: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». El otro dice: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto» (Juan 12, 24 ss). El tercero (se refiere a) que Cristo dijo: «Entre los hijos nacidos de mujer, nadie es mayor que Juan Bautista» (Cfr Mateo 11, 11). Por de pronto paso por alto los dos últimos (pasajes) y hablo del primero. 1241 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un grano de trigo que (caído) a la tierra de su noble humanidad, pereció por (el) sufrimiento y (la) acción, por (la) aflicción y (la) muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer, con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y (que) es Él mismo según la unión y según la persona: este (bien) lo contemplaba sin cesar con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte. Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia (= la contemplación del bien supremo). Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos y a la vida del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu creado, por cuanto le daba vida al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad intelectual. En ese aspecto (y) hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir. 1244 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

La tercera parte de este sermón se refiere a lo que dijo Nuestro Señor: «Juan Bautista es grande; es el mayor que alguna vez haya nacido por entre todos los hijos de las mujeres. Pero, si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos» (Cfr Mateo 11, 11). ¡Ea, observad ahora lo maravillosas y peculiares que son estas palabras de Jesucristo con las que elogiaba la grandeza de Juan que sería el mayor que hubiera nacido alguna vez del seno de una mujer! y, sin embargo dijo: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos». ¿Cómo hemos de entender tal cosa? Os lo demostraré. 1249 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Nuestro Señor no contradice su propia palabra. Cuando elogiaba a Juan por ser mayor, quería decir que era pequeño a causa de su verdadera humildad, ésta era su grandeza. Lo sabemos por el hecho de que Cristo mismo dijera: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Todo cuanto en nosotros son virtudes, en Dios es ser puro y su propia naturaleza. Por ello dijo Cristo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Por humilde que fuera Juan, su virtud tenía, sin embargo, una medida, y más (allá) de esa medida no era ni más humilde ni mayor ni mejor de lo que era. Luego dijo Nuestro Señor: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos», como si quisiera decir: Si hubiera alguien que sobrepasara esa humildad, aunque fuera por una pizca o por cualquier cosa, y fuese proporcionalmente más humilde que Juan, ése sería mayor en el reino de los cielos por toda la eternidad. 1250 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Esta palabra que acabo de pronunciar en latín está escrita en el Evangelio y la dice Nuestro Señor, y en lengua vulgar reza así: «Honrarás a tu padre y a tu madre» (Mateo 15, 4; cfr. Exodo 20, 12). Y Dios, Nuestro Señor, pronuncia otro mandamiento (más): «No apetezcas los bienes de tu prójimo, ni (su) casa ni (su) finca ni ninguna otra cosa que sea suya» (Cfr Exodo 20, 17). El tercer pasaje se refiere al pueblo que fue a ver a Moisés diciéndole: «Habla tú con nosotros, porque nosotros no podemos escuchar a Dios» (Cfr Exodo 20, 18 ss). Según el cuarto (pasaje), Dios, Nuestro Señor, dijo: «Moisés, debes hacerme un altar de tierra y sobre la tierra, y cuanto se sacrifique en él, lo habrás de quemar todo» (Cfr Exodo 20, 24). El quinto (pasaje) es (el siguiente): «Moisés penetró en la niebla» y fue (subiendo) a la montaña; «allí encontró a Dios» y en las tinieblas halló la luz verdadera (Cfr Exodo 20, 21). 1274 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3

La bienaventuranza abrió su boca de sabiduría y dijo: «Bienaventurados son los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5, 3). 1294 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

El tercer (punto) consiste en que nos fijemos en esa recompensa, (o sea) en lo que dice Nuestro Señor: «Donde estoy yo, habrá de estar conmigo mi servidor» (Cfr Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe, cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: «Señor, muéstranos a tu Padre y nos basta» (Cfr Juan 14, 8), como si quisiera decir que le bastaba la (mera) visión. Debemos sentirnos mucho más contentos (empero) por habitar en unión con Él. Cuando Nuestro Señor se transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que permanecieran allí eternamente (Cfr Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a 4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente grande de (llegar a) la unión con Nuestro Señor (y) Dios. Esta unión con Nuestro Señor (y) Dios se ha de conocer sobre la base de la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas, así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así como se distingue entre (el) blanco y (el) negro — el uno no puede tolerar al otro, el blanco no es negro — así sucede (también) con (el) algo y (la) nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en Él todo cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de sí misma — tal como es en sí misma — y de todas las cosas y se reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y hasta ese punto se ama en Él a sí misma como divina y se halla unida con Él sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a excepción de Él. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de doble filo (Cfr Génesis 3, 23 ss). Esto significa dos cosas mediante las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: «La naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación de la luz divina». Con los ángeles, (y) por medio de los ángeles y la luz (divina), el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que retorne al origen primigenio… Segundo: por medio de la espada llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano en Cristo. 1393 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3

Pues bien, él (= el sabio) dice: «Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas» (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero Él mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el «espíritu de la sabiduría» y (también) toda la dulzura, de manera que no permanece fuera (del espíritu) ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque Él, en «el espíritu de la sabiduría», opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. Él (= Dios) se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. (En cambio) todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: «Me siguen» (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: «Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor. 1405 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3

Un maestro dice: Todas las criaturas están repletas de lo ínfimo de Dios, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Os relataré un cuento. Una persona preguntó a un hombre bueno qué significaba que algunas veces lo atraían mucho la devoción y las oraciones y otras veces no lo atraían. Entonces le dio la siguiente contestación: El perro, cuando ve a la liebre y la olfatea y halla su rastro, corre en pos de la liebre; los otros (perros) lo ven correr y entonces ellos corren, pero pronto se cansan y desisten. Así sucede con un hombre que ha visto a Dios y lo ha olfateado: él no desiste, todo el tiempo corre (tras Él). Por eso dice David: «¡Gustad y mirad lo dulce que es Dios!» (Salmo 33, 9). Ese hombre no se cansa, pero los otros se cansan pronto (de correr detrás de Dios). Algunas personas corren adelantándosele a Dios, algunos (corren) al lado de Dios, algunos lo siguen a Dios. Quienes se le adelantan, son los que siguen a su propia voluntad y no quieren aprobar la voluntad de Dios; eso está del todo mal. Otros, aquellos que van al lado de Dios, dicen: «Señor, no quiero otra cosa que la que Tú quieres» (Cfr Mateo 26, 39). Mas, cuando están enfermos, desean que Dios quiera que estén sanos, y eso se puede perdonar. Los terceros le siguen a Dios adonde quiera (ir), ellos lo siguen de buena voluntad, y ésos son perfectos. De ello habla San Juan en el Libro de la Revelación: «Ellos siguen al cordero dondequiera que va» (Apocalipsis 1-4, 4). Esa gente sigue a Dios a dondequiera Él la guía: en los días de enfermedad o en (la) salud, hacia (la) buena suerte o (el) infortunio. San Pedro se iba adelantando a Dios; entonces dijo Nuestro Señor: «¡Satanás, vete detrás de mí!» (Mateo 16, 23). Resulta que Nuestro Señor dijo: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Juan 14, 11). Del mismo modo, Dios está en el alma y el alma está en Dios. 1410 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3