PHILOKALIA-TERMOS: PLANE — ILUSÃO, ENGANO, ERRO, ENGODO
VIDE: maya; hamartia
Evangelho de Jesus
PLANE: Mt 27:64; Rom 1:27; Ef 4:14; 1Tes 2:3; 2Th 2:11; Tiago 5:20; 2Pe 2:18 2Pe 3:17; 1Jo 4:6; Jud 1:11
PLANOS (enganador, impostor): Mt 27:63; 1Ti 4:1; 2Jo 1:7
Algumas vezes traduzida por engano, desengano, decepção. Literalmente significa um vagar sem direção, desviando do reto caminho; daí os diferentes sentidos de erro, burla, aceitação de miragens tomadas por verdades.
Na tradução de Kadloubovsky, feita da versão russa de Teofano o Recluso da Philokalia, foi adotado o termo inglês “prelest”. O termo “prelest” é de origem russa sendo usado na falta de um equivalente preciso, embora seja frequentemente traduzido por “desilusão espiritual”, “engano espiritual”, ou “ilusão”, aceitar uma ilusão pela realidade em contraste com sobriedade (nepsis) espiritual. O termo prelest ainda carrega uma conotação de sedução, encantamento no sentido do engodo da serpente no Paraíso. Em russo é usado em um sentido positivo também de charme e fascínio. Prelest é um estado e não o resultado em si de uma ação, ou seja, o estado na alma que se afasta da Verdade.
La cenodoxia parece incluir una visión delirante de la realidad puesto que, bajo su imperio, el hombre deja de conceder realidad, valor e importancia a lo que lo tiene para conferírselo a lo que está desprovisto de él; su visión del mundo está trastornada, invertida; su espíritu yerra en la apreciación que hace de las cosas, de manera que parece alcanzado por la locura: «El que está poseído por esta pasión pierde, por decirlo así, la lucidez de las percepciones y no está menos atacado que los locos», constata s. Juan Crisóstomo. Esta percepción delirante de la realidad bajo el efecto de la cenodoxia, aparece frecuentemente en la realidad, más cotidiana y a menudo bajo formas groseras. S. Máximo observa por ejemplo que «niños deformes hasta el completo ridículo son — a los ojos de padres cegados por la pasión — entre todos los más bellos y bien formados. Lo mismo que para una inteligencia simple sus hallazgos, incluso cuando baten todos los récords de la majadería, parecen los más finos del mundo »
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En primer lugar, esta pasión (v. ignorância) da al hombre un conocimiento delirante de sí mismo. En efecto, el orgulloso se exalta, se afirma superior, cree que por sí mismo es algo o alguien y que tiene tal o cual cualidad, cuando que, fuera de Dios, el hombre «no es más que tierra» y no tiene sino «bienes» eminentemente frágiles, provisorios, llamados a desaparecer, fundamentalmente irreales. «¿Por qué tanto orgullo en la tierra y ceniza, en un ser que, viviendo, ya tiene los intestinos llenos de gusanos?» se pregunta, asombrado el Sirácida (Sir. 10, 9). Y s. Juan Crisóstomo dice en sentido análogo: «el que se exalta por cosas que no tienen nada de real, que infla su corazón por una sombra, por la flor de la hierba (cf. 1 Pe 1, 24) (…) ¿no es el más ridículo de los hombres? Se parece a un pobre que, sufriendo hambre continuamente, se glorificara de haber tenido una vez, durante la noche, un sueño agradable».
Ese delirio del orgulloso en el conocimiento de sí mismo se pone en evidencia cuando se atribuye cualidades que no posee y cuando se revela a los ojos de todos un patente desfasaje entre lo que él piensa de sí mismo y la realidad. S. Juan Clímaco observa este desfazaje en una definición que da de esta pasión: «El orgullo es una extrema pobreza del alma que se imagina ser rica, y confunde las tinieblas con la luz».
Pero incluso cuando el hombre se exalta por las cualidades que posee realmente, delira atribuyéndoselas a sí mismo cuando le vienen de Dios y no las posee sino por participación en Sus perfecciones. «¿Qué tienes que no hayas recibido? — pregunta s. Pablo — Y si lo has recibido ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4, 7). Cuando algo hace bien, el hombre es sólo un intermediario y, de hecho, no tiene por qué concebir la exaltación. Esto no es verdadero sólo de las buenas acciones que pueda realizar, sino igualmente de toda buena disposición, de toda buena cualidad o virtud que pueda tener, porque — como lo hemos mostrado — le han sido conferidas por su Creador y solamente por la gracia divina pueden desarrollarse. Atribuyéndoselas a sí mismo, el orgulloso agrava su delirio puesto que, implícitamente, se toma, de hecho, por Dios. «Ayudas a tu propia condenación osando atribuirte aquello por lo que deberías más bien dar gracias a Dios», escribe s. Barsanufio. Y s. Juan Clímaco subraya la locura de tal actitud: «Ya es una vergüenza glorificarse de un ornamento que no nos pertenece, pero es la suprema locura hacer alarde de los dones de Dios». ( Jean-Claude Larchet: Philokalia-Therapeutes )
PÁGINAS:
Julius Evola: Evola Ilusão