Para intentar dar el sentido profundo de este dogma, en el que no creía santo Tomás de Aquino, es necesario dirigirnos a una metafísica que sobrepasa en algunos aspectos la de Aristóteles y la de Aquino. Dios deberá ser considerado como el Principio supremo situado más allá de todas las formas, de todas las distinciones, de todas las diferencias, conteniendo todas las cosas en su Unidad, o mejor, en su No-dualidad. De ahí resulta que toda creación, o toda manifestación del Principio, deberá distinguirse de El, pero al mismo tiempo, para no afectar su Unidad y su Transcendencia, y también para permanecer en El — puesto que toda cosa vista fuera del Principio no tiene más que una existencia ilusoria — deberá, digo, proceder de una diferenciación, de una dualidad en el seno de la No-dualidad, dualidad que además no afectará en nada a la Unidad del Principio situada más allá de toda dualidad.
Desde ese momento, la «manifestación universal» (o la creación) deberá proceder de un doble principio: TRADICION: PRINCIPIO MASCULINO — PRINCIPIO FEMENINO : Hindú — Purusha1 — Prakriti2 ; China: Yang — Yin; Judeo-Cristiana: El Verbo Creador — La Sabiduría increada — La Virgen; Egipcia: Osiris — Isis
En otras palabras, un elemento activo y un elemento pasivo: Adán y Eva en el Génesis.
Pero el Principio de toda manifestación debe ser él mismo «no manifestado», ya que todo Principio metafísico es necesariamente de otro orden que los elementos de los cuales él es el Principio: debiendo contener en él toda la manifestación, él es necesariamente «no manifestado» es decir «más allá de toda manifestación», más grande que aquello que se manifiesta. De aquí se deduce que el doble Principio del que hemos hablado, a pesar de que pueda ser considerado como «no manifestado» con relación al Principio supremo indiferenciado, deberá ser considerado como «no manifestado» con relación a la «manifestación universal» (de un rango superior).
De esto resulta que el doble Principio «no manifestado» de la «manifestación universal» gozará, en relación con esta, de una superioridad en la jerarquías de los diferentes estados del Ser, lo que se traducirá en lenguaje teológico por un «privilegio». Ahora bien, la inferioridad de lo manifestado en relación a lo «no-manifestado» se basa en su naturaleza misma de «manifestado» (o de criatura), en su «origen», y se traduce en lenguaje teológico bajo el nombre de «pecado original», que es por una parte una «pecado de naturaleza» puesto que, según el lenguaje teológico, afecta a toda la descendencia de Adán, y por otra es un «pecado de origen» puesto que se basa en la procedencia misma de lo «manifestado» en tanto que tal (se separa de Dios).
Se concibe entonces fácilmente que la superioridad de lo «no-manifestado» con relación a lo «manifestado» se traducirá por la exención del pecado original (pecado de lo manifestado), exención que afecta precisamente, en el orden histórico, a Cristo y a la Virgen. Añadamos que, en esta perspectiva, la Redención aparece como la «vuelta» de la «manifestación universal» al Principio supremo, por la intermediación del doble Principio de toda manifestación que preside así a lo que se llama, en lenguaje teológico, el «renacimiento espiritual».
Este «renacimiento espiritual», como todo nacimiento, implica un doble principio que se traducirá en lenguaje teológico por la doble «mediación» de Cristo y de la Virgen. Cristo símbolo del elemento activo de la regeneración será la «fuente de todas las gracias»; María símbolo del elemento pasivo de la regeneración, será la «distribuidora de todas las gracias». Todo se explica. Se explican también los textos de la Sabiduría en el Oficio de la Virgen3 : la sabiduría de la que se trata, es la Sabiduría increada, el Verbo Creador (no considerado en sus relaciones con el Padre en la Trinidad) considerado como Principio no manifestado de la creación (Principio masculino): surgida de la Boca del Altísimo, la Sabiduría busca un lugar de reposo recorriendo el circulo del Cielo y las profundidades del abismo; este lugar de reposo, es la «Sede de la Sabiduría». Ella lo encuentra —según orden del Creador— en Israel: es la Virgen, símbolo del elemento pasivo no manifestado a la cual se une el Verbo en la Encarnación.
[ASIEC]
Principio masculino de la manifestación universal; traducido a veces por «espíritu». ↩
Principio femenino de la manifestación universal. A veces traducido como «naturaleza» o «substancia» pero no es la materia (el elemento determinable del cual está hecha una cosa) en el sentido moderno de la palabra. Prakriti produce la manifestación bajo la influencia de Purusa, el principio masculino. ↩
Ver sobre todo Eclesiastico (Siracida), XXIV, 14-16; Proverbios, VIII, 22-31, y Sabiduría, VII, 22-30. ↩