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Al nivel del cosmos, la pareja Purusha-Prakriti se vuelve a encontrar en «el Espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas» (primordiales) de que habla el Génesis(I, 2), simbolizando las aguas por su plasticidad la perfecta sumisión de Prakriti. En el nivel del ser humano, encontramos la pareja Adán-Eva, o el andrógino primordial, y es en este nivel específico donde se sitúa la concepción habitual del pecado original que afecta a toda la descendencia de Adán. Por último, en el nivel más bajo de la manifestación grosera, tenemos el hombre y la mujer en el sentido ordinario. 67 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Cuando decimos que Jesús es «verdadero Dios» y «verdadero Hombre», hay que evitar separar los dos términos como si él fuera primero uno y después el otro. Es porque él es verdadero Dios que es «verdadero hombre», es decir «el Hombre verdadero» y no «el hombre caído» que no es un «verdadero hombre» porque ha perdido «el estado primordial», edénico y andróginico [NA: El estado del Adán primordial en el jardín del Edén.], que el Segundo Adán [NA: Es decir el Cristo.] «que no es ni hombre ni mujer» viene a restaurar. Privado de hipóstasis [NA: La Substancia individual o la persona. En el vocabulario cristiano designa las Personas de la Santísima Trinidad.] humana –lo cual limitaría la naturaleza humana al nivel de la caída– la naturaleza humana en Jesús es asumida por la Hipóstasis del Verbo, y «dilatada» más allá de toda medida, en el sentido de la «amplitud» y de la «exaltación», el «verdadero hombre» y el «verdadero Dios» identificándose así con el «Hombre universal» [NA: Las palabras «amplitud», «exaltación» y «Hombre universal» se refieren al esoterismo musulmán.]. 148 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN

Como resultado de todo lo que llevamos dicho, podemos afirmar que tener actualmente el sentido de lo sagrado equivale a tomar conciencia de su desaparición: Dios ha muerto, el hombre ha muerto, lo sagrado a fortiori ha muerto, los ángeles también han muerto, la escala de Jacob se ha roto. 239 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Todo lo que acabamos de decir no extrañará de ningún modo a aquellos que saben a qué atenerse sobre la «edad sombría» (Kali-yuga) (Kali-yuga significa «edad mala» o «edad de conflictos». Es el cuarto y último período de la historia romana, y la traducción de kali-yuga por «edad sombría», aunque no sea etimológicamente exacto, traduce bastante bien la realidad actual.) predicha por las Escrituras y caracterizada por un número considerable de «signos», entre los cuales figura la pérdida del sentido de lo sagrado. En el final de los tiempos, es ciertamente abusivo decir que «Dios ha muerto» o que «el hombre ha muerto», pero es preciso saber reconocer que lo que está muerto –o en estado agónico– son las mediaciones entre Dios y el hombre: lo sagrado, la religión, la fe. Es más exacto decir que en el mundo moderno, desacralizado y ateo, Dios parece estar ausente: las relaciones entre Dios y el hombre se han cortado, lo que en última instancia permite dar un sentido a las expresiones abusivas que hemos citado. También podríamos decir que en razón del «endurecimiento» del cosmos, del «caparazón» que cubre el mundo actual, las influencias espirituales ya no lo traspasan (Véase R. Guénon, «El reino de la cantidad y los signos de los tiempos» cap. XVII.). El hombre privado de la gracia puede ser considerado como muerto; Dios, cuya gracia y ano desciende o es interceptada, puede igualmente ser considerado como «muerto». 241 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Feliz el hombre de la edad de Kali, dicen también los hindúes. En efecto, las obras de arte sagrado están en los museos o en los libros. Las torres de la catedral de Chartres se elevan en medio de un desierto espiritual; los turistas afluyen a ella, pero ya no hay seminaristas. Una ciencia puramente empírica y conjetural inventa teorías que no tienen nada que ver con la Verdad; la inteligencia de los filósofos, privada de la gracia, fabrica sistemas extravagantes y las ciencias humanas proponen explicaciones aberrantes, psicológicas y sociológicas, de la religión o del «hecho religioso». Por último, el hombre es aplastado por montañas de máquinas que le embrutecen completamente en su trabajo y en sus ocios, por no hablar de las atrocidades de la guerra, reforzadas por las mismas máquinas. Pero, como dijo el Maestro Eckhart, «no hay nada más noble que el sufrimiento». Feliz, pues el hombre de la edad de Kali: nada ha recibido, nada le será pedido. 245 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Si el intelecto hundido en el corazón del hombre, purificado e iluminado por la gracia, se hace capaz de comprender inmediatamente el lenguaje de la Revelación y de la metafísica tradicional, concebirá la Divinidad (la Deidad o el Hyperthéos) como el Principio supremo, eterno e inmutable, que contiene a todos los seres en modo principial, arquetípico e indestructible. A este nivel, la «muerte de Dios» o la «muerte del hombre» no tienen ningún sentido. Pero cuando los seres «salen» –ilusoriamente por otra parte– del Principio supremo, del que no habían salido más que en modo ilusorio, es entonces cuando se puede decir, con el Maestro Eckhart, que «Dios desaparece», y que el hombre, tal como lo conocemos en su modalidad existencial, corporal o psíquica, desaparece igualmente (Véase nuestro trabajo «Le Mystére de la deité chez Maître Eckhart et saint Denys l´Areopagite» (Traité I.5) en «Introduction à l´ésotérisme chreétien, París, Dervy, 1979.). 247 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

El misterio comienza o persiste cuando se afirma, por una parte, que la «Caída» era inevitable por el simple hecho de que el mundo no es Dios y, por otra, que es imputable al hombre (véase Rom I,18-32). Se puede decir también que el mundo es sagrado, pero que no es divino, lo que le confiere solamente su función de mediador entre Dios y el hombre. 253 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Si en el origen todo es sagrado y si la naturaleza virgen sirve de templo a la divinidad y al hombre, al final de los tiempos, como hemos suficientemente desarrollado, todo está desacralizado. Entre ambos extremos, el hombre tiene necesidad de templos, siendo precisamente el templo una imagen o símbolo del Cosmos. Así a lo largo de toda la historia, lo sagrado aparece en su significado y en su papel más propio: elementos de este mundo «puestos aparte», «consagrados» para la mediación entre Dios y el hombre. La Iglesia y el orden sacramental, el sacerdocio, el sacrificio (sacrum facere), el arte sagrado, pertenecen con toda evidencia al dominio de lo sagrado. 255 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Es interesante, por último, señalar que los «hechos sagrados» de los que hemos hablado están atestiguados por la presencia de los ángeles, cuya función mediadora los emparenta con lo sagrado, y a los que se vuelve a encontrar en la Parusía (Mat 24,31; 25,31). A este respecto, nunca se insistirá demasiado en el papel de los ángeles, intermediarios entre Dios y el hombre. El episodio de la escala de Jacob lo afirma netamente y la historia de Natanael (Jn I, 45-51) nos parece particularmente iluminadora; Jesús minimiza el acontecimiento de la higuera y declara: «De cierto, de cierto os digo: de aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a loa ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre». Todo esto ilustra y confirma la teoría de los «tres mundos», sirviendo el mundo informal (o angélico) de intermediario entre la manifestación formal y lo no-manifestado. 263 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO

Esta decadencia puede resumirse en dos puntos principales: 1) Desaparición del esoterismo occidental, con la supresión de la Orden de los Templarios y de las Ordenes de Caballería, que se consuma con la ruptura con el mundo oriental; perdidas progresivas de las tradiciones de oficio: el artesano y el constructor de catedrales encontraban en su arte una verdadera iniciación, y «temas de meditación» en el transcurso mismo de su trabajo «litúrgico» y sagrado, lo que les dispensaba de hacer media hora de meditación todas las mañanas, meditación que rápidamente se olvida a continuación en la labor cotidiana «profana». 2) Como consecuencia de lo que precede, separación de la religión y de la vida, realizada por el Renacimiento. Habiéndose vuelto paganas la vida, los oficios y las artes, el hombre a no encuentra más en el simbolismo de las cosas el alimento natural de su vida espiritual. La ciencia profana acentúa la pérdida del simbolismo de la naturaleza y es necesario crear medios artificiales, de orden sicológico, para regenerar imperfectamente una mentalidad espiritual que, ya no siendo engendrada por la «eficacia sacramental» del mundo exterior, tiende a ser puramente «interior», imaginativa y sicológica. La perdida del sentido espiritual de las cosas desembocará en una reacción protestante contra una religión de practicas que se han vuelto puramente «formalistas», para no mantener más que el culto «en espíritu y en verdad» preferible a un «ritualismo» desespiritualizado. 276 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I

En un primer grado, la plegaria aparece como un «coloquio» del alma con Dios, concebido como «exterior» al alma y distinto del hombre. Son dos seres distintos puestos de alguna manera uno frente al otro, y el hombre habla a Dios que le escucha: él le dirige todo tipo de peticiones que Dios es «rogado» de conceder. Subrayemos sin embargo, como dice santa Teresa, que la simple recitación del Pater puede invitar a Dios a ponernos en la contemplación perfecta. 294 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I

El Padre profiere el Verbo, y de ahí procede el Espíritu. Al alma «anima» es el Aliento de Dios en el hombre y en el Cosmos. Dividido por la «caída», este «Aliento» debe retornar a la Unidad del Espíritu: in unitate Spiritus Sancti. 340 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA DE LA ORACIÓN

El Verbo se encarna en la Virgen –anima mundi, Substancia universal, Inmaculada Concepción– bajo la acción del Espíritu. «El Alma del mundo» es así reintegrada en la Unidad; ella es «asumida» por el Espíritu; es la Asunción de la Virgen. Así debe suceder en el alma del hombre cuando ha llegado a ser «virgen». 342 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA DE LA ORACIÓN

La Virgen, fecundada por el Espíritu, engendra al Cristo-Jesus. El alma del hombre, llegada a ser «virgen» bajo la acción del Espíritu, profiere el Nombre divino de Jesús: es la «oración de Jesús» practicada en el hesicasmo. En realidad, es el Padre quien engendra al Hijo Unico por el Espíritu Santo en el alma que se ha vuelto «virgen» y que la «transforma» –alquimia– en «la espiración divina» (anima transformada en Spiritus). 344 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA DE LA ORACIÓN

La actividad más elevada de la inteligencia, es la Oración. Solo la Oración hace a la inteligencia capaz de su objeto: el Ser. Hay ahí una relación ontológica necesaria. Sin la Oración, la inteligencia se desvía de su objeto y se dispersa en la vanidad, lo contingente, lo efímero. La Oración, dice el catecismo, es una elevación del alma hacia Dios. El alma es elevada, «asumida» como la Virgen en su Asunción, pero ella es elevada en los Cielos por los Angeles, mensajeros del Espíritu. Ya que «nosotros no sabemos lo que debemos pedir a Dios en nuestras plegarias, peor el Espíritu mismo ora por nosotros con gemidos inefables,… diciendo: Abba, Padre» (Romanos VIII, 26 y 15). Y el Apóstol dice también: «Yo oraré con el espíritu, pero yo oraré también con la inteligencia; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la inteligencia» (1 Corintios XIV, 15). En efecto el Espíritu Santo, que ora en nosotros, nos conduce al Padre por el Logos. Es el «Trisagion», la triple acción de gracias: Sanctus, sanctus, sanctus, por la cual la Trinidad se hace Gloria a si misma a través del hombre. Y «nadie puede decir Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo» (1 Cor. XII, 3). 354 Abbé Henri Stéphane: ORACIÓN E INTELIGENCIA

D. ¿El efecto del Nombre es inmediato o progresivo? — M. La mente del hombre que ha sido cogido por el Nombre Supremo, y en el cual el Nombre Supremo se ha fijado para ser su segunda naturaleza, es tan diferente de la mente del hombre ordinario, todavía completamente absorbido por el ruido terrestre, que un paso inmediato del uno al otro sería como un desgarro mortal. Entonces, puesto que no puede haber un paso directo sin una gracia especial, que no está de ninguna manera en el poder del hombre, es muy importante que el hombre se integre en las reglas diversas de la Tradición; semejante choque es por ello mismo absorbido, semejante oposición suavizada, y semejantes durezas poco a poco disueltas. 389 Abbé Henri Stéphane: DIALOGO SOBRE LA ORACIÓN

Estas palabras son incomprensibles al hombre ordinario: semejante a los prisioneros de la Caverna, él no ve más que las sombras sobre la pared y su inteligencia se aplica en construir una ciencia efímera; el prisionero que busca escaparse es deslumbrado por el Sol inteligible, porque su inteligencia no está purificada, y vuelve a entrar en la Caverna. Según Evagiro, «Moisés, cuando quiso acercarse a la Zarza ardiente, fue impedido hasta que se quito el calzado» lo que simboliza evidentemente la purificación previa. «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mat. V, 8). 397 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

El hombre, en su estado de decadencia, se cierra a la gracia; está como muerto a Dios y cerrado a la Misericordia divina; este estado es el endurecimiento del corazón, la indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo, el egoísmo, la avaricia, la trivialidad mortal; esta última es como el complemento inverso de la dureza, es como un desmenuzamiento del alma en hechos estériles, en su multiplicidad insignificante y vana; es el chapoteo de la “vida ordinaria” donde la fealdad y el tedio se erigen en “realidad”. En este estado el alma es a la vez dura como la piedra y pulverizada como la arena; el alma vive en la corteza muerta de las cosas y no en la Esencia una que es Vida y Amor; el alma es entonces dureza, pesadez, sequedad, disolución. 436 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

En otros términos, la exterioridad es un derecho y la interioridad es un deber; tenemos derecho a la exterioridad porque pertenecemos a este mundo espacial, temporal y material, y debemos hacer realidad la interioridad porque nuestra naturaleza espiritual no es de este mundo, y en consecuencia tampoco lo es nuestro destino. Dios es generoso; cuando nosotros nos retiramos hacia el interior, El, en compensación, se manifiesta para nosotros en el exterior; la nobleza del alma consiste en tener el sentido de las intenciones divinas es decir de los arquetipos y de las esencias, los cuales se revelan de buen grado al alma noble y contemplativa. Inversamente, cuando nos retiramos hacia el corazón, descubrimos allí todas las bellezas percibidas en el exterior; no como formas, sino en sus posibilidades quintaesenciales. Al volverse hacia Dios, el hombre jamás puede perder nada. 450 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

Por lo tanto cuando el hombre se interioriza, se puede decir que Dios se exterioriza enriqueciéndolo en el interior; éste es todo el misterio de la transparencia metafísica de los fenómenos y de su inmanencia en nosotros. 452 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

Después de la caída, el hombre camina en las tinieblas, en la mentira, en el error, en la desorientación, en la dispersión; el mundo está bajo el imperio de Satán, Príncipe de las Tinieblas y de la Mentira. El hombre vive en la ilusión de su propia realidad y olvida que su verdadera realidad reside en Dios, en ese Verbo «en quién todo ha sido hecho». Porque Dios es el Ser Total fuera del cual no hay nada: el Todo es inmanente en cada una de las partes, sin lo cual el Todo no sería el Todo, puesto que estaría limitado por una de las partes. Así, la parte no se distingue que según un modo ilusorio del Todo al cual ella pertenece. A partir de eso, conferirle una realidad propia, verlo independientemente del Todo que la contiene, mirarla como una «cosa en si» es la ilusión de las ilusiones, el error, la perdida, la mentira, las tinieblas. Después de la caída, la inteligencia del hombre, privada de la Luz, vive en esa ilusión, se detiene en las apariencias de las cosas, se deja atrapar en la red de sus propios límites y de los límites de las cosas, y no ve más en las cosas y en si mismo la Unica Realidad del Todo, fuera del cual la realidad de las cosas no es más que ilusoria. 483 Abbé Henri Stéphane: DIOS ES LUZ

La Revelación vino para volver a enseñar al hombre a leer en las cosas y en si mismo el lenguaje divino del Verbo Creador, a reencontrar en ellas y en si su verdadera esencia que es divina. Así Dios es Luz; el Verbo es «la Luz que luce en las tinieblas» y que «ilumina a todo hombre» (Juan I, 5-9); en lenguaje teológico, esta Luz que ilumina la inteligencia del hombre, es la fe, y son también los dones de a Ciencia, de la Inteligencia y de la Sabiduría, siendo esta a la vez Luz y Amor. Bajo la influencia de estos dones, el alma aprende a reencontrar en si y en todas las cosas la verdadera Realidad que es Dios; ella alcanza así la contemplación y todas las cosas le hablan de Dios, de este Verbo que, en cada instante de la eternidad, le confiere la existencia. Ella llega así al conocimiento del misterio, del cual el apóstol afirma que tiene la inteligencia (Ef. III,3): es el misterio del Verbo y de la Creación de todas las cosas en el, el misterio del Verbo Encarnado y de la Restauración de todas las cosas en él: «Reunir todas las cosas en Jesucristo, aquellas que están en los cielos y aquellas que están en la tierra» (Ef. I, 10) 485 Abbé Henri Stéphane: DIOS ES LUZ

Uno puede disertar indefinidamente sobe Dios, el mundo, el hombre, el bien y el mal, la vida, la muerte, el cielo, el infierno, todo esto no lleva a nada: Atma permanece prisionero de Mâyâ. No es necesario disertar sobre el Si-mismo: «Nada se puede decir del Principio, quien habla de ello se equivoca» (Lao-Tse): es necesario liberar al Si-mismo de los estorbos sicológicos del ego por medio de la pobreza en espíritu: «El Reino de Dios no es para nadie sino para el muerto perfecto» (Eckhart); «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apoc. XIV. 13). 499 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

Insipiens: «Hemos dicho a veces que el hombre debía vivir como si no viviera ni para si mismo, ni para la Verdad, ni para Dios. Pero ahora hablamos de otra manera y vamos más lejos. Para llegar a esa pobreza, el hombre debe vivir de tal manera que ni siquiera sepa que él no vive ni para si mismo, ni para la Verdad, ni para Dios, de la manera que sea. Es más, es necesario que esté hasta tal punto vacío de todo saber que no sepa, ni conozca, ni sienta que Dios vive en él. Es necesario que esté vació de todo conocimiento que pudiera todavía manifestarse en él. Porque cuando el hombre se encontraba todavía en el eterno modo de Dios, nada más vivía en él; lo que vivía era él mismo. Así, nosotros decimos, el hombre debe de estar vacío de su propio saber, como en el tiempo en el que él no era todavía, y debe dejar a Dios operar lo que Le place y permanecer por su parte enteramente disponible» (Eckart). (Sermón: porque debemos liberarnos de Dios mismo.) 501 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

Lo que constituye el «saber propio» del hombre, es que Dios existe, que el Universo existe, que él mismo existe. Debe vaciar su mente de este conocimiento «objetivo» que está «sobreimpuesto» al Si-mismo (Shankara) y decir en su corazón: «Dios no está». Negando el Principio mismo de la manifestación y de la objetividad (o de la «objetivación»), él permite al Si-mismo afirmarse él mismo in corde suo. La frase dixit insipiens debe de relacionarse con el Si-mismo; ella es pronunciada en el corazón y el Si-mismo dice: «No hay Dios». En lenguaje teológico, es la Palabra eterna pronunciada por el Padre engendrando al Hijo Unico: «Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal. II,7); es así como el hombre debe «dejar a Dios operar lo que le place» ya que, dice también Maestro Eckhart, «el Padre no puede querer mas que una cosa, y es engendrar al Hijo Unico», lo que supone que, por su parte, el hombre permanece enteramente disponible. Toda racionalización, todo discurso, toda discusión, van en contra de esta disponibilidad. En terminos vedanticos, cuando las cinco envolturas (kosha) que envuelven el Âtmâ (anna, prâna, manas, vijñâna, ânanda, – el cuerpo grosero, el hálito vital, el mental, el intelecto y la felicidad) han sido rechazadas por el aspirante, lo que subsiste al termino del análisis, es el Testigo, el Si-mismo, Âtmâ. 503 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

Esta exposición se dirige a aquellos que pretenden entrar en relación con Dios sin intermediario, por una especie de aspiración ideal o subjetiva que, a menos de un milagro, no desemboca en nada. Si hablamos de milagro, es intencionadamente, precisamente porque la mediación está en la naturaleza misma de las cosas. Es a la vez natural y sobrenatural: sobrenatural en su esencia, porque la iniciativa de la mediación viene de Dios y su objetivo es Dios mismo, puesto que se trata de devolver el hombre a Dios; natural, en el sentido de que se aplica al hombre, y que si no hubiera en él una «disposición natural» a recibir la mediación, esta sería imposible. Pero no es de ninguna manera una tal disposición la que puede crear la mediación. En otras palabras, no es el hombre quien puede inventar la religión. La pretensión de los «idealistas» de negar la mediación es irreal, porque es contraria a la naturaleza de las cosas. 545 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

Se puede decir que la necesidad del Mediador se basa a la vez en la naturaleza de Dios y en la naturaleza del hombre. En razón de su dependencia total frente a Dios, el hombre no puede alcanzar a Dios por si mismo; en razón de su transcendencia, Dios no puede alcanzar al hombre más que descendiendo a su nivel, y es entonces su inmanencia la que permite realizar este «descendimiento». El Mediador deberá entonces participar a la vez de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, pero esta permaneciendo enteramente subordinada a Dios, no habrá «simetría». Es lo que el dogma de la Encarnación expresa tan bien como es posible afirmando que están en Jesucristo las dos Naturalezas y una sola Persona, la del Verbo (unión hipostática): la Persona o Hipóstasis del Verbo divino asume la naturaleza humana, estando ésta privada, en Jesucristo, de personalidad humana. Resulta de ello que el verbo se une a la totalidad de la «naturaleza humana», a la humanidad entera, puesto que su naturaleza humana, privada de personalidad humana, está entonces «abierta» a todas las individualidades humanas. 547 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

La concepción clásica, que distingue dos elementos constitutivos en el hombre, el cuerpo y el alma, es suficiente en teología, cuando se ve desde el objetivo esencial de la religión es que el de la «salvación». No habría, sin embargo, que olvidar que el catecismo más elemental enseña que Dios ha creado dos clases de seres: los ángeles y los hombres, y que los primeros intervienen numerosas veces en la economía de la salvación, incluso cuando se trata de la salvación individual, según la doctrina tradicional de los «Angeles guardianes». 576 Abbé Henri Stéphane: ESPÍRITU, ALMA, CUERPO

No nos entretendremos en discutir la ideología «moralista» que otorga a las acciones humanas un «valor en si»; la idolatría del trabajo, del progreso técnico, del progreso social, etc. tiende a sustituir la Religión verdadera, por una seudo-religión, y la estupidez de todas esas formas de «idealismo» aparece con tal evidencia que no habría lugar para mencionarlas todavía más, si no fuera porque otra forma más sutil de idealismo no hubiera intentado una especie de compromiso o de conciliación entre la Religión y el «humanismo» precedente. En otras palabras, existen actualmente dos formas de «humanismo» que tienden a acaparar las almas: un «humanismo ateo» que, haciendo tabla RASA de todo lo «sobrenatural», no puede evidentemente dar valor más que a lo que es humano, y un «humanismo teista» que, mirando al mundo como la obra de Dios, le otorga así un «valor en si» no difiriendo en nada de la concepción puramente materialista del humanismo ateo. El hombre es entonces visto como cooperante con Dios en la obra creadora que, repitámoslo, es considerada como poseedora de un «valor» por si misma. A pesar de las apariencias esta forma de «idealismo materialista» no es menos ilusoria que el «idealismo materialista» al cual pretende «dar un sentido». La ambigüedad del «humanismo espiritualista» reside en el hecho de que es bien exacto que el mundo es la obre de Dios, pero es falso darle un «valor» cualquiera; en otros términos, este humanismo se basa en una verdad parcial olvidando bien otra verdad complementaria, bien una verdad esencial que se le escapa. Si es verdad que el mundo es la obra de Dios, no lo es menos que el mundo está «caído», y que es el «reino de Satán»; si no se mantienen estas dos verdades teológicas una frente a otra, se está necesariamente en el error, y esta «verdad complementaria» enseñada por la teología más corriente no debería escaparse a los adeptos del «humanismo espiritualista». En cuanto a la «verdad esencial» que es de orden metafísico, admitimos de buen grado que ella se escapa ordinariamente a la mentalidad limitada del hombre actual, y no creemos útil hablar de ella enseguida. 595 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

Este Discernimiento comporta varios grados: en el más bajo, distingue en primer lugar entre el «bien» y el «mal», pero no hay que olvidar, conforme a la narración del Génesis, que el conocimiento del Árbol del Bien y del Mal es precisamente inherente a la «caída», y que la caída no existía antes de que el hombre hubiera probado el fruto de este Árbol (Gen. II, 8,17). Entonces, lo que hay que reencontrar, es el Árbol de la Vida que estaba situado en medio del jardín y al cual se identifica la Cruz de Cristo, el Árbol de la ciencia del Bien y del Mal debe ser reintegrado en el Árbol de la Vida. En definitiva, el discernimiento del Bien y del Mal debe de ser superado, y el error «moralista» consiste en pararse ahí. 605 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

Desde un punto de vista algo diferente, el Verbo procede del Padre por modo de inteligencia, y el Espíritu Santo por modo de voluntad. Aquí aparece entonces una analogía entre la Naturaleza divina y la naturaleza humana creada «a imagen de Dios», analogía que constituye el fundamento de un orden natural, en el que el hombre es visto en sus facultades específicas, sin prejuicio de los elementos corporales que le religan al «Cosmos», pero de los que no trataremos aquí. Hacemos también abstracción de la «historia mundial», no reteniendo más que los dos polos esenciales y de alguna manera «centrales» de la Historia, a saber la Caída y la Redención. Pero es importante subrayar que estos dos acontecimientos no cambian radicalmente el orden natural, ya que este no tiene su fin último, ni su razón suficiente en si mismo: el orden natural está en «potencia obediencial» [NA: La potencia obediencial es la aptitud de un ser a recibir de un agente superior una determinación que sobrepasa su propia naturaleza: por ejemplo, la potencia obediencial permite al alma recibir la gracia.] con relación al Orden sobrenatural, y se puede decir sobre todo que el alma humana está en «potencia obediencial» frente a la Gracia santificante. Por lo mismo que en la Unión Hipostática, la Naturaleza divina del Verbo «asume» la naturaleza humana, así la Gracia santificante «eleva» al alma y sus facultades, haciéndolas entrar en la «Circumincesión» de las Tres Personas, volviéndolas consortes divinae naturae. Es en esta perspectiva donde aparece la función de las tres Virtudes teologales: lejos de destruir las facultades naturales, las Virtudes se «agarran» de alguna manera en estas para infundirles una «simiente de gracia» que se expandirá in fine en la «Luz de gloria». Es así como la Fe purifica, ordena y eleva la inteligencia hacia el Hijo, que procede del Padre por modo de inteligencia (o de conocimiento); la Esperanza purifica, ordena y eleva la memoria (y la imaginación) hacia el Padre, (el «recuerdo de Dios», la Oración y la Invocación aparecen así como los frutos de esta Virtud); finalmente la Caridad purifica, ordena y eleva la voluntad hacia el Espíritu Santo, que procede del Padre (y del Hijo) por modo de voluntad (o de amor). 644 Abbé Henri Stéphane: NATURALEZA Y GRACIA

En esta perspectiva teocéntrica, el orden natural está situado en su lugar exacto: él está «ordenado» al Orden sobrenatural. Si se olvida esta «ordenación», uno se oscurece en el naturalismo bajo todas sus formas (humanismo, materialismo, etc…) o en el sobrenaturalismo (angelismo, idealismo, etc. ) que tienden a desconocer las «estructuras» propias del orden natural (por ejemplo el pecado, el mal, la imperfección). Así visto, el orden natural no es ni un mundo absurdo, ni un mundo cerrado teniendo su fin o su razón suficiente en si mismo: está «abierto a la Gracia», y esta, en el caso particular de la naturaleza humana, hace al hombre «participante de la Naturaleza divina» como se ha dicho más arriba. 646 Abbé Henri Stéphane: NATURALEZA Y GRACIA

Paul Evdokimov añade: «No es a nivel más que de su propio silencio que el hombre puede hacerlo», y declara más lejos que para realizar la «unión mística» que depende de la Gracia, «todo lo que el hombre puede hacer, es constituir su ser en lugar de Dios mediando el recogimiento silencioso, «hesiquia»… «la humildad orante»…» 712 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

Se reconoce la actitud o mejor el «estatus ontológico» de la Theotokos, por que se sitúa mucho más allá de la sicología y de la moral. Este «lugar de Dios» no es otro que el «seno virginal» de la Theotokos, donde se realiza el «Nacimiento eterno». Aquí no nos queda más que citar a Maestro Eckhart: «Celebramos aquí, en esta vida temporal, el nacimiento eterno que Dios Padre ha realizado y realiza todavía en la eternidad, a saber que este mismo nacimiento se ha producido también en el tiempo, en la naturaleza humana… (Se concibe con facilidad la relación entre el Nacimiento eterno y el «renacimiento espiritual» (Juan III, 5) del que el Bautismo constituye el «Rito iniciático») pero cuando ese nacimiento no se produce en mí ¿qué me importa?… ¿En que lugar del alma perfecta el Padre pronuncia su palabra eterna? Todo lo que yo digo aquí no es válido más que para un hombre perfecto… «Una palabra del hombre sabio es así concebido: Cuando todas las cosas reposaban en un profundo silencio, descendió a mi, desde lo alto, del trono real, una palabra secreta…» «¿Dónde está el silencio, y donde está el lugar en el que esta palabra es pronunciada?… en la parte más pura que el alma puede presentar, en su parte más noble, en su fondo, resumiendo: en la esencia del alma. Ahí está el profundo silencio, porque ahí no ha penetrado nunca ninguna criatura ni ninguna imagen de ningún tipo…, en la esencia no hay ninguna especie de obra. Por que las potencias por intermediación de las cuales el alma actúa proceden del fondo del alma, pero en el fondo mismo, no hay más que el profundo silencio. Aquí solamente hay lugar y descanso para este nacimiento, para que Dios el Padre diga ahí su palabra…» «Si quieres encontrar en ti este noble Hijo, es necesario que abandones la multiplicidad y vuelvas a tu punto de partida, el fondo del cual has venido. Todas las potencias del alma con su eficacia, todo esto es «la multitud»: memoria, razón, voluntad, ellas te diversifican todas, es por eso que debes abandonarlas todas… Entonces podrás encontrar el Hijo, de otra manera no, ¡verdaderamente no! Nunca ha sido encontrado entre los «amigos» entre los «parientes» y «conocidos» (Luc II, 44) ¡Ahí más bien se le pierde totalmente!» (Sermón: Sobre el Nacimiento Eterno.) 714 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

Un punto importante a subrayar, y que exigiría un desarrollo mayor, es lo que podríamos llamar la espera de Dios y correlativamente la del hombre: «Quien quiera entonces encontrar luz y penetración en toda verdad, que espere y ponga atención a este nacimiento en él…»(Ibid); «He aquí que yo me planto ante la puerta y llamo» (Apoc. III, 20). 716 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

«Lo que hagáis al más pequeño de entre los míos, es a mi mismo a quien lo hacéis» (Mateo XXV, 40). El «más pequeño» de entre los míos no significa el «sub-proletario» o el hombre más miserable: esto quiere decir aquel que ha realizado la humildad perfecta de la que hablábamos más arriba, «Porque el Reino de los Cielos es para los pequeños y aquellos que se les parecen» (Mat. XIX, 14) 730 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

¿El hombre ordinario, en su estado individual, realizando una acción cualquiera, efectúa «la voluntad de Dios»? 748 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS

Metafísicamente, solo está sometido a la Voluntad Divina el hombre liberado de las condiciones de existencia individuales. Es el «hombre verdadero» (tchenn-jenn) (Sobre el hombre verdadero ver: R. Guénon, La Gran Triada, cap. XVIII.) el cual, habiendo realizado la vuelta al «estado primordial», se encuentra desde ese momento establecido en la «Vía». Ya no se puede decir más, hablando con propiedad, que él «hace» la «voluntad de Dios» ya que, estando en el «no-actuar», no realiza ninguna acción en el sentido ordinario de la palabra, y estando «identificado» con el Principio, ya no hay para él separación entre Dios y él mismo; no se puede ya más hablar de «ley» como «expresión» de la Voluntad Divina. Esta, en efecto, como tal es inexpresable, siendo idéntica al Principio mismo, si bien que no se puede decir que Este quiere «esto» o «eso». El Principio no quiere nada. No hay más que el ser individual que quiere «esto» o «aquello». Es por lo tanto de alguna manera concibiendo a Dios en «modo individual» –o dicho de otra manera; a su imagen– como el hombre ordinario declara «hacer la voluntad de Dios». Pero, desde el punto de vista metafísico, un tal hombre no está «sometido» (muslim), y mientras permanezca en las condiciones de existencia individuales, está en «perdido». Es en este sentido que se ha escrito: «No hay justo, ni uno solo; no hay nadie que tenga la inteligencia… todos han salido de la vía (Tao), todos están pervertidos…» (Rom. III, 10-17). Es también lo que quiere decir Maestro Eckhart en este pasaje: «Mientras el hombre tenga algo hacia lo cual su voluntad esté dirigida –e incluso si su voluntad es la de colmar la voluntad bien amada de Dios– un tal hombre no tiene la pobreza de la que aquí se trata». 752 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS

Existen por lo tanto, desde el punto de vista metafísico, los «fieles» y los «infieles». Estas dos categorías pueden entonces ser simbolizadas sobre el plano teológico, exotérico y social, por los «buenos» y los «malos» en el sentido ordinario. Pero, desde el punto de vista metafísico, unos y otros están igualmente «fuera de la Vía», y están «perdidos». El hombre ordinario que realiza una acción «buena» no está sin embargo sometido a la Voluntad de Dios más que de una manera totalmente simbólica y por así decirlo «ideal». Pero esto no impide que la distinción entre acción buena y acción mala continúe valiendo sobre el plano individual, en particular por lo que concierne a las consecuencias de la acción sobre este plano. Este hombre no esta liberado de la Ley, mientras que, por el contrario, «aquel que ha nacido de Dios, dice san Juan, no peca más y no puede más pecar, porque la simiente de Dios permanece en él» (1 Juan III, 9). Es el estado del «hombre verdadero» de la que se ha hablado más arriba. 754 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS

La ignorancia pura y simple del «iletrado» es benigna e «inocente» al lado de las pretensiones sapienciales del hombre «cultivado» cuyo saber profano es un obstáculo a la Luz, mientras que la «virginidad mental» del iletrado (Al Angel Gabriel, la Virgen responde que ella no «conoce ningún hombre»; el Profeta responde que él es «iletrado».) puede ser una apertura a la Verdad. La ciencia profana, que no es más que un formalismo seudo-metafísico, constituye de hecho una ignorancia tanto más «monstruosa» cuanto que ella se desarrolla sobre si misma fuera de toda teología. En cuanto a la filosofía profana, es la palabrería de un ciego disertando sobre los colores. El arte y la literatura profanas no son entonces más que la expresión colectiva de una sicología reducida a los estados de consciencia o a las situaciones humanas más vulgares del hombre sumido en las tinieblas de la ignorancia más espesa y las intrigas más banales de la vida ordinaria (F. Schuon). 782 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA

Pero, por otra parte, el Verbo es el «lugar de los posibles», donde todas las posibilidades susceptibles de llegar a la existencia están como «prisioneras» en Dios. Es preciso que la prisión «estalle» para que ellas nazcan a la existencia; la creación aparece así como la Muerte de Dios, el Sacrificio de Dios: la Divinidad está como «desmembrada» en cada uno de sus hijos. A su vez, está «apresada» en ellos; el Hombre interior está encarcelado en el hombre exterior. Las posiciones están entonces invertidas; el hombre exterior debe morir para que el Hombre interior reaparezca, o para que la Divinidad reunifique sus miembros aparentemente dispersos en sus hijos. Este «desmembramiento» de la Divinidad constituye el «pecado original» imputable a todo hombre que llegue a la existencia, y la «redención» no es sino la «reunificación» del cuerpo disperso. No obstante, es importante no perder de vista que este «desmembramiento» y esta «reunificación» de la Divinidad no existen sino desde nuestro punto de vista, pues en su Esencia la Deidad está situada más allá de cualquier vicisitud de este género: desde la perspectiva de la No-Dualidad divina, el doble movimiento de «desmembración» y de «reunificación» no son más que un «juego» ilusorio que transcurre en el teatro de la Existencia, pues la Inmutabilidad de la Esencia divina permanece en los bastidores de este teatro (Acerca de esta perspectiva del «Sacrificio divino», ver A. K. Coomaraswamy, Hindouisme et Bouddhisme, p. 53 ss. [«Hinduismo y Budismo», Barcelona, Paidós, 1997].). 872 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

En la perspectiva cristiana, este misterio adopta un «color» especial: está enteramente centrado en Cristo y la Iglesia. Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima, Dios y hombre. Se ofrece a sí mismo en Sacrificio al Padre, y con él toda la Iglesia. El Sacrificio comienza en la Encarnación, ya que el Verbo se une a una naturaleza «virgen», desprovista de personalidad humana (unión hipostática), sin ego individual. El doble aspecto del Sacrificio aparece en el hecho de que el Verbo mismo «desaparece» adoptando la condición de esclavo (Fil., II, 5-11), pero a la vez la naturaleza humana «asumida» por el Verbo es ella misma inmolada en cierta manera. Tal es, en el misterio de la Encarnación, la realización del matrimonio sagrado, de la unión mística entre el Esposo y la Esposa. Además, este misterio se continúa hasta el Calvario (Fil. II.8) donde la santa Humanidad del Salvador es inmolada, «absorbida» por el Padre, con el fin de que, por una parte, pueda nacer la Iglesia, salida del costado atravesado de Cristo, y que, por otra parte, pueda realizarse la Resurrección y la «exaltación» (Fil., II, 9, Juan III, 14-15; XII, 32): la Víctima inmolada en el Calvario es el «resumen» de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que debe ser inmolado a su vez y resucitar con la Cabeza. Somos aquí abajo los miembros dispersos de este cuerpo (Juan XI, 52), y la participación en el sacrificio de Cristo reúne a dichos miembros en una «Asamblea santa», la «santa plebe de Dios» que muere y que con él resucita. Ya el bautismo implica el mismo significado (Rom., VI, 4), y la Eucaristía (o la Misa), que no es sino la continuación del único Sacrificio de esa única Víctima, será la realización, en la Iglesia, de la Muerte y la Resurrección del Salvador, por la muerte y la resurrección de su Cuerpo Místico: el matrimonio sagrado, la unión mística de los Esposos, es esencialmente un sacrificio recíproco, una Muerte y una Resurrección. 876 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA

Un cierto marco (¡un entorno!) es por lo tanto indispensable a nivel del hombre ordinario para que la Religión subsista bajo formas sagradas acordes a su sensibilidad. Hoy en día este marco está hecho trizas, y la Religión se evapora. 899 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL

Para el hombre cultivado, le queda la posibilidad de instruirse, y, por ejemplo en lo que concierne a la Eucaristía, intentar profundizar en sus diferentes aspectos: el Sacrificio, el Memorial, la Presencia real, el Cuerpo de Cristo, la Comunión, la Acción de Gracias… 901 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL

En el caso particular de la Pascua, hay que distinguir dos cosas: la comida y el sacrificio. El cordero debe ser inmolado el decimocuarto día del mes; su carne debe de ser comida con panes sin levadura y hierbas amargas; los participantes deben comerlo apresuradamente, los cinturones atados, las sandalias en los pies, y el bastón en la mano, porque es la hora de la Liberación (El padre Stéphane ha puesto en mayúscula esta palabra. Sin duda pensaba él en la Liberación final tal como René Guénon la expone en El hombre y su devenir según el Vedanta.): «Es la Pascua de YHVH» (Exodo XII, 11). En cuanto a la sangre del Cordero, se debe ponerla en el dintel y los dos flancos de la puerta, de manera que YHVH pasando para castigar a Egipto y viendo la sangre en la puerta, no permita al Exterminador entrar en las casas para castigar a todos los recién nacidos. Y si, a continuación, los hijos de Israel preguntan: «¿Qué significado tiene para vosotros este rito sagrado?» habrá que responder: «Es un sacrificio de Pascua en honor de YHVH, que ha pasado de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando golpeó Egipto y salvó nuestras casas» (Exodo XII, 27). (Se encuentra ahí el significado de la palabra «Pascua» (pasach = él ha pasado)) 907 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL

Se habla mucho hoy en día del «drama» de la existencia, y de esta manera se evocan los males de los que sufre la humanidad: la enfermedad, el hambre, la guerra, la muerte, etc., y se olvida que el drama esencial de la vida o la causa de todos estos males, es la ignorancia. Pero es importante precisar cuanto antes que entendemos por ello la ignorancia esencial, es decir de ignorancia de la esencia misma de las cosas: el hombre ignora su propia esencia tanto como la del universo que le rodea; busca entonces confusamente compensar esta ignorancia por un conocimiento que no tiene nada de esencial, que es puramente ilusorio, y en la cual corre el riesgo de perderse definitivamente; se trata tanto del conocimiento vulgar como del conocimiento científico o filosófico moderno, del que se puede afirmar sin restricción que no es más que un «sabe ignorante». 932 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

El sabio, tanto como el vulgar, no hace más que registrar el «juego» de los «puntos» situados en la circunferencia de la «rueda cósmica», mientras que ignora que la verdadera esencia de estos puntos, tanto como la suya propia, no es otra que la del centro. Pero solo el hombre espiritual puede alcanzar el centro y descubrir en él su propia esencia y la del Universo, realizando así la palabra evangélica: «Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y el resto se os dará por añadidura» (Mat. VI, 33). Mientras que el sabio y el vulgar se pierden indefinidamente en la circunferencia, el hombre espiritual se esfuerza en seguir un radio para desembocar en el centro. Se puede todavía mencionar a este respecto otra palabra de Cristo: «¿Para que sirve al hombre conquistar el mundo si pierde su alma?» (Mar. VIII, 36) 936 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Si esto es así, puede parecer ilusorio revelar al hombre moderno una ignorancia cuasi invencible a la cual él cree además escapar cultivando la «ciencia» bajo todas sus formas. Una tal situación es, en efecto, sin remedio para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, ya que si ellos reconocen su ignorancia y la vanidad de la ciencia, el mundo moderno cesaría por ello mismo de ser lo que es, lo cual es imposible. Nuestro propósito no se dirige por lo tanto más que al «núcleo pequeñisimo», no de aquellos que ya están convencidos, lo cual sería inútil, sino de aquellos que son todavía susceptibles de comprender, siendo su pequeño número por otra parte sin influencia sobre la mentalidad general condenada a la ignorancia; añadamos finalmente que incluso si ese «núcleo» no existe, todavía queda una razón mayor de escribir estas cosas, a saber que nunca es inútil proclamar la verdad, incluso si no hay en el presente ningún individuo capaz de comprenderla. 940 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Sea como sea, pensamos que hay quizás un aspecto o una consecuencia de la ignorancia a la cual el hombre moderno sería más sensible. En efecto, decirle que todos sus males provienen de la ignorancia de su propia esencia, equivale a reprochar a un ciego el no ver la luz. Pero si se llega a hacerle sentir ciertas consecuencias de su ignorancia, puede ser que alcanzaremos ha hacerle entrever esta, al menos en una cierta medida. 942 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Una de las cosas más impactantes en la mentalidad actual, es la ingenuidad, la bobería y la estupidez. Incapaz de creer en Dios y en las realidades espirituales, el hombre moderno llega a creer en las peores necedades, llega a adorar todo tipo de ídolos, a perseguir una multitud de quimeras, y a consagrar su actividad a chiquilladas tales que la edad mental de la media de la humanidad no difiere nada de la de un niño de ocho años. No creemos útil insistir sobre este punto evidente que podría ser ilustrado con numerosos ejemplos extraídos de la vida corriente, pero cuya banalidad nos parece desprovista de todo interés. 944 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Insistiremos una vez más sobre una forma de ingenuidad más sutil, menos evidente, pero también más fundamental y más enraizada. Queremos hablar de la certeza con la cual el hombre se comporta frente al mundo exterior y de las leyes aparentes que lo rigen. Hay evidentemente fenómenos, tales como el movimiento de los astros por ejemplo, que parecen dotados de leyes inmutables, mientras que otros, por ejemplo la lluvia y el buen tiempo, parecen condenados a una anarquía perpetua. En un sentido se podría decir que los primeros simbolizan la inmutabilidad del Olimpo y los segundos, ligados a la Tierra, simbolizan la inestabilidad y el desorden inherentes al hombre caído, pero no es así como lo ven nuestros contemporáneos irremediablemente cerrados a todo simbolismo: en lugar de mirar la invariabilidad relativa de los fenómenos astronómicos como un símbolo imperfecto de la Inmutabilidad divina, ellos le confieren, así como a las otras leyes de la naturaleza, un carácter absoluto. Así, para vulgarizar la cosa, constatamos que todos los hombres están convencidos de que el Sol se levantará mañana. A una tal certeza podemos oponer dos objeciones mayores: objetivamente, nada puede impedir el Creador el modificar instantáneamente las leyes de la astronomía; no hay ninguna razón por la que la Tierra gire siempre a la misma velocidad, ni que el eje de la Tierra esté siempre inclinado a 23’27’ sobre el plano de la elíptica; un enderezamiento instantáneo de la línea de los polos puede producirse, puede provocar la desaparición de la presente humanidad. Pero subjetivamente, la objeción es todavía más impresionante: para el hombre que morirá esta noche, se puede decir que el sol no se levantará mañana (Recordemos al respecto que la palabra evangélica: «Insensato, esta noche mismo, se te va a pedir el alma. ¿Y todo lo que has amasado quién lo tendrá?» (Luc. XII, 20)). Ahora bien, ¿qué hombre tiene la certeza de no morir esta noche? En vano, se objetará que el Sol se levantará para los supervivientes, ya que nada prueba que ocurrirá, y si no hay más seres vivos para asistir al amanecer, ¿se puede decir que el Sol se levanta? Si no hay nadie para ver al Sol dar vueltas, ¿podemos decir todavía que el Sol da vueltas? En otros términos, ¿qué queda de la manifestación sin la consciencia que es la «razón de ser» de la manifestación? (Sobre la consciencia, «razón de ser» de la manifestación, ver de René Guenon: «Los Estados Múltiples del Ser», capítulo 16.) Y finalmente ¿que es el Ser sin el Conocimiento? ¿Qué es el Padre sin el Hijo? ¿Qué es el SAT sin el CHIT? (SAT = ser, existenci, CHIT = conocimiento, consciencia, que junto con ANANDA = dicha, beatitud, son las tres características inherentes a la Realidad absoluta (Brahman).) 946 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Sin duda la actividad humana tiene necesidad para ejercerse de una cierta estabilidad de las leyes de la naturaleza, y el hombre queda bastante perturbado cuando ciertos fenómenos no obedecen aparentemente a ninguna ley, o a leyes que en su complejidad se le escapan, por ejemplo ciertas enfermedades. Pero de todas maneras, importa subrayar la relatividad de todo lo que nos rodea, y en consecuencia también de la actividad humana que se ejerce en un mundo así. Por lo tanto, una de las mayores ingenuidades de nuestros contemporáneos es la de conferir a las leyes de la naturaleza y a la actividad del hombre un carácter cuasi absoluto, creando así nuevos ídolos tales como la construcción de la «ciudad terrestre», el «proyecto humano», la «promoción del hombre», el porvenir de la Humanidad, etc. Todas estas quimeras están además, en el orden de la acción,, las consecuencias de quimeras análogas en el orden del pensamiento: la Ciencia, el Progreso, la Evolución, etc. (Sobre este tema ver: «Esperanza si, Progreso no» de Huston Smith. (NDR)). En todo esto el hombre olvida el elemento esencial de su ser: el espíritu. Si la acción se refiere principalmente al cuerpo, y el pensamiento a la mente, existe una forma superior de la actuación humana, completamente olvidada en nuestros días: la Oración, que se refiere al espíritu o al intelecto, y es por ella solamente como el hombre puede realizar su verdadera esencia, en vez de dispersarse en los meandros de la acción y en las divagaciones del pensamiento. 950 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

En alguna parte se ha dicho: «Actúa como si nunca fueras a morir, ora como si fueras a morir en este instante» Desgraciadamente, nuestros contemporáneos no han retenido más que la primera proposición. Reducido a la acción y al pensamiento, el hombre actual no es más que un ser infra-humano. Pero tiene la ingenuidad de creer que realiza su plenitud multiplicando indefinidamente los modos de la acción y los modos del pensamiento, y se imagina que llegará así a dominar la naturaleza y a suprimir los males de los que sufre todavía. Pero como se puede ser tan ingenuo de creer que los millones de generaciones que nos han precedido no han llegado a la plenitud (Sobre este tema ver: «El pasado a la Luz del Presente» de Martin Lings. (NDR)), y que un buen día, merced a alguna «mutación» puramente hipotética, la humanidad llegará a un especie de perfección que no parece ser otra cosa que una extensión de lo que sentimos actualmente como deseable: el bien-estar, el confort, la paz, la fraternidad, el goce de los bienes terrestres, el amor humano, etc., no siendo todo esto finalmente más que una parodia irrisoria de la verdadera Perfección que, ella, se sitúa al nivel del Infinito y de la Posibilidad universal, de la cual nuestros contemporáneos no tienen la menor idea. 952 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD

Esta necesidad de explicación racional es una enfermedad mental – o una “pasión mental”- del hombre moderno que, incapaz de captar las verdades esenciales, busca compensar su impotencia metafísica con la “investigación” científica. A fin de cuentas ¿por qué plantearse la pregunta de si el hombre descendería del lagarto? Se podría responder, situándose en el mismo terreno “racionalista” o un poco “escolástico”: si el hombre descendiera del lagarto, sería que el hombre estaría contenido virtualmente en el lagarto, y este sería ya al menos un hombre en potencia y no un lagarto; pero este genero de razonamiento no interesa en absoluto a nuestros contemporáneos, que prefieren las brumas de la fenomenología o del existencialismo. 964 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

Para nosotros una pregunta así no tiene ningún interés. ¿Qué bien puede hacerme, a mí, el que el hombre descienda, o no, del lagarto? ¡Que extraña manía de querer hacer salir lo más de lo menos, lo superior de lo inferior! Llevándolo al límite ¿porque el mundo no vendría de Satán, el ser más inferior de todos? Esta tendencia democrática de querer hacer surgir todo “de abajo” tiene algo de mórbido que repugna a todo hombre sano de espíritu. 966 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

Para nosotros, la única cuestión verdadera es la siguiente: ¿Quién soy yo? A esto ninguna hipótesis o búsqueda científica puede responder. ¿Quién es mi padre, quién es mi madre? ¿Son ese hombre y esa mujer que me han concebido en el arrebato de su amor? No, ya que en aquel momento, ellos no sabían que era “yo”; podría haber sido “otro”. El origen de mi “ser” verdadero, no es mi padre ni mi madre, ¡y con más razón tampoco un lagarto! 974 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

Ahora bien, si abro el Génesis, si mi inteligencia no está oscurecida por las elucubraciones de la ciencia o de la filosofía profana, aprendo de la teología – y no de la historia o de la ciencia – aprendo que Dios a creado el Cielo y la Tierra, que el Espíritu de Dios se movía por la superficie de las Aguas, que el hombre a sido hecho a “imagen de Dios”, que el hombre a sido creado “varón y hembra”, que mi padre se llamaba Adam y que mi madre Eva, pero que después de haber probado del Arbol de la ciencia del Bien y del Mal, todo fué puesto en duda. Si continúo leyendo la sagrada escritura – saltando hasta lo más importante – y si yo añado los comentarios de la Tradición y de los Padres, aprendo que “Adam” no era mas que la figura de Cristo, el Nuevo Adam, y que “Eva” no era mas que la figura de la Virgen María o de la Iglesia Virgen y Madre, la Nueva Eva. Aprendo también que la Nueva Eva, la Iglesia, la Sagrada Esposa, salió de la costilla del Cristo dormido en la muerte, en el momento en el que el centurión Longin atravesó con su lanza el costado del Crucificado, exactamente como Eva salió de la costilla de Adam dormido; aprendo además que el agua salida del costado de Cristo no es otra que el agua del bautismo, el agua de la “regeneración”, la misma que las Aguas del Génesis en las que se movía el Espíritu de Dios… ¡y aprendo todavía muchas más cosas! ¡Que lejos estamos del lagarto! 976 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

No hay más verdad que la Verdad. Solamente Dios es la Verdad. Fuera de El, no hay más que error: “omnis homo mendax” (todo hombre es mentiroso). 984 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

El hombre caído no ve con el ojo corporal mas que la cara negativa de la manifestación, en particular del mundo corporal, y su inteligencia encerrada en los límites de la mente no ve mas que “abstracciones”, aspectos formales, a partir de los cuales edifica teorías abstractas, radicalmente erróneas: la ciencia, la filosofía, la literatura, el arte profanos son necesariamente “luciferinos”. 988 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

Cuando el hombre caído ve el pan, dice: “Es pan”; cuando el hombre verdadero – el Cristo, Indra – ve pan dice: “Este es mi Cuerpo”. Adam, en el Paraíso terrestre, dice viendo a Eva: “Esta es verdaderamente la carne de mi carne, los huesos de mis huesos”; el hombre caído cuando ve a una mujer la toma por una prostituta; el hombre tradicional, si él es cristiano por ejemplo, la mira como el símbolo de la Iglesia, la Sagrada Esposa del Cordero inmolado, una hipóstasis de la Virgen. 990 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

El Cosmos caído presenta al hombre caído su aspecto de inversión con relación al Principio Supremo. Cuando el paleontólogo examina las capas geológicas, estas no le muestran más que el aspecto invertido de la “ontogénesis”, y su mental ignorante edifica una teoría abstracta: ese es el origen del transformismo. 994 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

Cuanto más analiza, más estrecha los eslabones de lo que él llama “evolución”, más crece su ignorancia y se cierra en la ilusión de su “sistema”. Hacer derivar al hombre de una serie de seres inferiores y finalmente de algún “átomo primitivo” – o cualquier otra teoría del mismo género – es una parodia y una falsificación de la “ontogénesis” tradicional: el hipotético “átomo primitivo” no es más que una parodia de la “Substancia primordial” (Prakriti); la “filogénesis” no es más que una parodia del “encadenamiento causal” que religa entre ellos los diferentes estados del ser, cuyo lazo es “Purusha”, y cuya “permanente actualidad” excluye toda evolución. Esto no es finalmente más que un “punto de vista” elaborada por un mental ignorante, a partir de datos empíricos proporcionados por el aspecto negativo del Cosmos, por medio de una hipótesis gratuita, una especie de “juicio sintético a priori” o de síntesis artificial, propiamente “luciferina”. 996 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

“En verdad somos de Allah y a Allah volvemos”. El origen del hombre es Dios, y no hay otro origen. El origen de la vida es el Verbo, “Vida y Luz de los hombres”, y no hay otro origen. 998 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

La dificultad que presenta esta cuestión se debe evidentemente a una imperfección de nuestro espíritu y, como siempre, a la imperfección del lenguaje que es la expresión de nuestro pensamiento. Hay sin embargo aquí un obstáculo especial, una ilusión “sui generis”, que vamos a intentar precisar. Es relativamente fácil, para un hombre normal y sano de espíritu, el concebir a Dios como, por ejemplo, el “Esse per se subsistens” (el Ser subsistente por si mismo), el Acto Puro, el Infinito, lo Incondicionado, etc. Además el hombre toma consciencia, de una manera inmediata, de su existencia y de la de el mundo que le rodea. La dificultad mayor es entonces la de la relación entre el universo y Dios, es decir precisamente el “problema” de la creación. De hecho estos dos “problemas”, el de Dios y el de la creación, están conectados. Si uno se hace de Dios una idea falsa o insuficiente, uno estará tentado de deificar el universo y de desembocar así en una u otra de las formas de panteísmo, y el concepto de creación no tendrá evidentemente ningún lugar en un sistema tal. Pero puede ocurrir que se tenga de Dios una idea exacta pero, por así decirlo, “ineficaz”, y que uno esté en una especie de impotencia para concebir la relación del universo con Dios: no se “ve” la relación de lo finito – o de lo indefinido – y de lo Infinito, del tiempo y de la eternidad, de lo contingente y de lo necesario; parece que el espíritu humano carece entonces de una dimensión conceptual, de una “calidad contemplativa” que le permita pasar del plano horizontal, en el que se despliega el universo, al plano “vertical” en el que se sitúa realmente la Causa del Mundo. Esta incapacidad es casi congénita en todos los “cientifistas”, positivistas o humanistas, y finalmente materialistas del mundo moderno. Armados de procedimientos de investigación de la ciencia, del telescopio o del microscopio electrónico, buscan, conscientemente o no, la causa del mundo en el mundo, a menos que, reducidos al estado de “sabios” o de “coleccionistas”, no se contenten con buscar el “como” de los fenómenos o de clasificarlos en un fichero de biblioteca. El agnóstico del mundo moderno es un impotente condenado a poner etiquetas sobre los hechos, o a tejer sobre los datos de sus observaciones una red de ecuaciones diferenciales que no explicarán nunca nada, pero que permitirán eventualmente construir frigoríficos o aviones a reacción. 1008 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

3. El Arte profano, propiamente dicho, característico del mundo moderno, no es más que la expresión del individualismo o del colectivismo contemporáneos. Cuando refleja los bajos fondos del siquismo inferior del hombre, su inspiración es más o menos demoníaca, o cuando menos infrahumana. Se esfuerza generalmente en «romper las formas» para hundirse en lo informe, expresando así el caos del mundo moderno. 1048 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE

La Ciencia y el Arte sacros son de origen suprahumano, pero la ciencia y el arte profanos son de origen infrahumano, ya que el hombre solo no existe, y una de las grandes ilusiones del humanismo moderno es el haber olvidado que el hombre se sitúa siempre entre el ángel y el demonio. Existen, naturalmente, grados en lo infrahumano como los hay en lo suprahumano, pero lo que importa subrayar es que la inspiración, de la que se habla por todas partes sin hacer ninguna distinción, puede ser «celeste» o «infernal», y esto, como hemos dicho, en diversos grados. Así, las formas más aberrantes del arte moderno, que no expresan más que el caos actual del alma y del medio, son de inspiración diabólica; el arte publicitario, que no hace más que explotar las pasiones humanas, lo es en su grado menor. En el otro ámbito, la inspiración de los iconógrafos bizantinos es celeste, la de los artistas todavía religiosos del Renacimiento ya lo es menos (Es evidente que, para un individuo o una colectividad dada, hay generalmente una mezcla de «influencias celestes» y de «influencias infernales».). 1058 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE

El simbolismo es propiamente el lenguaje de la Revelación: debería de ser comprendido directamente por el hombre en estado de gracia, y, a este respecto, todo comentario en lenguaje ordinario es ya una concesión a la ineptitud o a la descalificación intelectual del hombre ordinario. El «timo» moderno representa el grado más bajo de todo esto. 1080 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE

En el origen, Dios habla al hombre por intermediación del Cosmos y, a este respecto, la «naturaleza virgen» es el soporte directo de la Revelación. En el devenir de los tiempos, la «caída» conlleva a la vez un oscurecimiento de la inteligencia humana y un endurecimiento del Cosmos: la naturaleza ya no habla más y el hombre ya no escucha: él no percibe más que las cosas más que en sus aspectos prácticos y económicos. Entonces Dios «enseña» a los hombres las Artes y las Ciencias tradicionales, pero a su vez estas se corrompen en el «paganismo». Dios habla entonces al hombre por los Profetas y por la manifestación directa de su Verbo (Ep. a los Hebreos, I). Una restauración de las Artes y de las Ciencias tradicionales se opera entonces y dura hasta en final de la Edad Media, después es la decadencia y la perdida de las doctrinas tradicionales en los Tiempos modernos. Los testigos del pasado que han sobrevivido en el ámbito del Arte no son más, a los ojos de nuestros contemporáneos, que «monumentos históricos», incomprensibles para el hombre de la «era nuclear». En esas condiciones ¿cómo presentar a nuestros contemporáneos la cuestión del simbolismo? 1082 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE

El tema de la luz, del que hemos celebrado la fiesta el 2 de febrero, está presente en toda la Escritura. Se le encuentra en el origen de la Creación cuando la Palabra de Dios, el Verbo divino, ordena el caos primordial por el Fiat Lux: ¡que la luz sea! Y no se trata evidentemente de la luz del sol que no ha sido creado hasta el cuarto día. El mismo tema se encuentra en el Prologo de san Juan: el Verbo es la verdadera luz que ilumina todo hombre y san Juan comienza su primera epístola por estas palabras: «El mensaje que Jesús nos ha hecho oír, y que nosotros os anunciamos, es que Dios es luz, y que no hay en él tiniebla alguna» (1 Juan I,5). En el Apocalipsis, la Nueva Jerusalén está descrita como «una ciudad que no tiene necesidad ni de sol ni de la luna para iluminarla, ya que la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su candelabro» (Apoc. XXI, 23) 1089 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación

Una de las causas de la decadencia espiritual de nuestro mundo, es el haber reducido la Religión a la moral; es lo que se llama el moralismo. La religión comporta esencialmente tres elementos: el dogma, la moral y el culto. Si se reduce la Religión a uno de sus elementos y si se dejan caer los otros dos, ya no es una Religión, es otra cosa, digamos: una ideología. Notemos que esta reducción no data de hoy en día; se puede remontar al humanismo del Renacimiento: en lugar de estar centrado en Dios (teocéntrica), la Religión está centrada en el hombre (Antropocéntrica); en la espiritualidad, se llega incluso a poner el acento cada vez más en la humanidad de Cristo, y su divinidad desaparece poco a poco. Hoy en día se llega al límite extremo: para los revolucionarios, Cristo no es más que un héroe, un líder de la Revolución (se dice también: la Liberación), revelándose contra el orden establecido (fariseos), contra los mercaderes del templo, etc. Se comprende entonces fácilmente que la Religión se reduzca a una moral completamente humana, ocupándose de las relaciones humanas: justicia social, construcción del mundo, liberación de los oprimidos… y es esto lo que se nos repite por todas partes, todos los días. 1112 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO

Entre estas disposiciones, Santiago indica las siguientes: 1) Que el hombre sea rápido en escuchar. 2) Lento en hablar. 3) Lento en encolerizarse. 4) Recibir con tranquilidad la Palabra que ha sido insertada en nosotros y que puede salvar nuestras almas. 5) Poner la palabra escuchada en práctica. 6) Concentrarse en la ley perfecta (Santiago I, 19-27) 1137 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL CUARTO DOMINGO

Se trata entonces de conocerla, o más exactamente, de tener de ello una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente», lo cual quiere decir que no es necesario saber exactamente como ocurren las cosas. Añadamos enseguida que esto es incluso imposible para el hombre en su estado terrestre actual: el proceso de «salvación» y el de «condenación» son tan incognoscibles al entendimiento humano como, por ejemplo, el proceso de la Creación: se trata, en efecto, de relaciones causales entre el estado humano, –o más exactamente una modalidad particular de este estado, a saber la modalidad corporal– y de otros estados del ser (o de otras modalidades extra-corporales del estado humano), los cuales son definidos por condiciones de existencia totalmente diferentes del estado humano. Apenas es útil decir que la ciencia profana, cuyo ámbito está limitado a la existencia terrestre y cuyos medios de investigación no sobrepasan los límites de este ámbito, es perfectamente inepta para enseñarnos algo sobre los otros estado de existencia. No deberíamos imaginarnos tampoco que ciertas ciencias ocultas o “metafísicas”, que no sobrepasan los límites de la experiencia y que estudian todo lo más fenómenos de orden sutil en relación inmediata con la modalidad corporal del estado humano, puedan enseñarnos nada sobre los estados póstumos. A propósito de esto, las experiencia espiritistas o la pretendida «demostración experimental de la supervivencia», tan querida de Bergson, son ilusiones puras y simples. No hay en definitiva ninguna relación entre el estudio experimental de algunos fenómenos de orden sutil y un conocimiento, aunque sea simbólico, de las relaciones causales que religan entre ellos los diferentes estados del ser, o las diferentes modalidades de un mismo estado, y ninguna ciencia humana, sobretodo bajo la forma empírica de las ciencias modernas, no puede darnos de ello la menor noción. 1178 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos

Haremos por último la importante advertencia siguiente: si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al comienzo, que en razón misma de su carácter universal –o «abstracto»– la metafísica tradicional no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas concerniendo especialmente a cada tradición, y ella corre el riesgo, para aquellos que la comprendan mal, de mantener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizase los métodos del «yoga» hindú con vistas a alcanzar algún «paraíso hindú» al cual su «naturaleza» de cristiano no lo destina. Es necesario, en efecto, comprender bien –conforme a la primera cita de F. Schuon dada al comienzo– que, si los estados póstumos de un individuo están más o menos determinados por la estructura de la forma tradicional correspondiente, los de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional, las que pueden enseñarnoslos, no más que el comportamiento que el individuo deberá de adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de procurarle. Es por lo tanto, en definitiva, a la Revelación cristiana y a la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica de ello –es decir a la Iglesia– a la que habrá que dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente. Sin duda estaremos tentados de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con no dar, sobre la cuestión de los fines últimos, más que un simple «esquema» –para retomar la expresión de F. Schuon– y que, además, espíritus un poco cultivados, o que se creen «fuertes», se plantearán entonces una multitud de objeciones que podrían ser «disueltas» por la metafísica tradicional solamente; por ejemplo, la cuestión de la «eternidad del Infierno» no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que si se es capaz de distinguir entre «perpetuidad» o «indefinidad cíclica», y «eternidad» (Para un mayor desarrollo de este punto de vista ver F. Schuon, «L’Oeil du Coeur», P. 77, y también R. Guénon, «Iniciación y realización espiritua»). Pero, de hecho, lo que importa es que el dogma de la «eternidad del Infierno» confiere a la cuasi-totalidad de los cristianos una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente» de la causalidad cósmica que rige nuestros destinos póstumos. Ahora bien, aquí, es decir para un cristiano –e incluso un simple «bautizado» que lo haya sido a una edad en la que él no haya tomado conciencia de ello, lo que es el caso más frecuente– la «causalidad cósmica» de la que se trata es un lazo «ontológico» entre su substancia individual y un principio «metacósmico» que es Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de ese lazo, la «naturaleza» de un cristiano ya no es la de un «pagano», y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de ello, en particular, para él una mayor facilidad de obtener la «salvación» y, como contrapartida inevitable, un mayor riesgo de «condenación». Es esto lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos son vistos como «perpetuos» a diferencia de los cielos y de los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así, sin que sea necesario tener una mas amplia información sobre la «naturaleza» del Infierno, es suficiente que este aparezca como una eventualidad temible, e incluso más temible para un cristiano que para un «pagano»; pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si nos tomamos el cuidado de recordar que la «salvación» –o su contrapartida, la «condenación»– es a la vez el resultado de la gracia divina y de la cooperación libre del hombre, es decir que se sitúa en el ámbito de la acción, por lo tanto al nivel del «ciclo terrestre» en el que la libertad humana puede ejercerse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que si ella es «ritualizada», normalmente por la intermediación de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio al menos, corre el riesgo de la condenación. Decimos «en principio», ya que es bien evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter «gratuito» de la gracia divina prohiben absolutamente prejuzgar sobre la «salvación» o sobre la «condenación» de tal o cual persona, y uno puede ser llevado a preguntarse en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de «responsabilidad» de una multitud de cristianos. Metafísicamente, se dirá que ellos no han llegado verdaderamente al «estado de hombre» para ser susceptibles de «salvación» o de «condenación»; ellos no son «hombres» más que accidentalmente (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur.), y no se encuentran por lo tanto en un estado «central», a partir del cual solamente la posibilidad de «salvación» puede ser considerada. Son «comparables» a los animales o a los vegetales que están en los estados «periféricos», y sus estados póstumos excluyen tanto la «salvación» como la «condenación»; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los «limbos»: no pueden ellos «renacer» mas que en otro estado periférico o en un «estado central» diferente que el ser humano. Pero ahí todavía es imposible prejuzgar si tal o tal individuo es verdaderamente «hombre» o entra en la categoría más arriba descrita. 1182 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos

Addendum: Podemos enfocar la cuestión de una manera un poco diferente recordando que el bautismo confiere la virtualidad del estado «primordial» o «edénico», es decir de la integralidad del estado humano, o también del «hombre perfecto». En una perspectiva tal, ningún hombre en el estado actual del mundo puede ser considerado como «verdaderamente hombre» y, desde este punto de vista, se podría creer que la distinción hecha más arriba entre aquellos que son verdaderamente «hombres» y aquellos que no lo son más que «accidentalmente» no es valida. En realidad, desde el punto de vista del estado edénico, la distinción en cuestión no se aplica, y se puede decir que no es verdaderamente «hombre» más que aquel que realiza este estado, verdadero «centro» del estado humano visto en su integralidad. Pero desde el punto de vista del estado actual del mundo, ella es plenamente valida en el sentido de que aquel que ha recibido la «virtualidad» del estado edénico es ya en potencia el «hombre verdadero», mientras que el hombre «sin religión» no tiene esa virtualidad en él; es por lo tanto «menos hombre» que el precedente, pero lo es al menos más que el animal o que la planta, puesto que tiene la posibilidad de recibir esta «virtualidad». 1190 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos

Añadamos finalmente que, en esta perspectiva, la «salvación» aparece no solamente como el mantenimiento del ser en el estado humano, sino como una «etapa» en el proceso de realización o de actualización de la «virtualidad» del estado primordial, el cual es en si mismo el punto de partida de la «ascensión» en los estados superiores o de la realización del estado supremo e incondicionado. Si estas consideraciones no son desarrolladas en la doctrina corriente de la Iglesia, no habrá que creer que es porque no se encuentran en ella en absoluto. Es suficiente con remitirse a la teología de los Padres griegos en la que todo se relaciona con la «divinización» (theosis» del hombre visto como «imagen de Dios», lo cual es la traducción teológica de lo que acabamos de decir. No podemos soñar aquí con desarrollar todas estas consideraciones, pero ellas ponen claramente a la luz la importancia de la «salvación», como etapa normal en la realización del «hombre perfecto» y, más allá, en la «divinización» del ser humano, y además la importancia y la necesidad de actualizar esta virtualidad, conferida por el bautismo, virtualidad que puede ser perdida en tanto que la «salvación» no está asegurada. 1192 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos

El hombre debe callarse y escuchar lo que Dios dice de si mismo. El habla del Universo, y el hombre lo reconoce como Creador y Maestro. En el Islam, Dios se declara el Único, el «Uno sin segundo»: «No hay divinidad si no es la Divinidad», y el hombre no es más que el servidor de la Unidad. En el Sinai, Yaveh revela su «Nombre» (Yo soy), él se revela como el Existente. En la India, aparece como «Paramâtma», el Supremo Si-mismo de todos los «si-mismos», o como el «Paranirvâna», el Supremo Vacío, es decir el Pleroma, la Plenitud. En la revelación cristiana, él se revela como Padre, por el Hijo, en el Espíritu, y el hombre se vuelve hijo adoptivo. 1200 Abbé Henri Stéphane: DIOS

Estos diferentes modos de Revelación están en función de los diferentes receptáculos humanos, pero no son estos receptáculos los que determinan «subjetivamente» los modos de la Revelación. Son por el contrario los modos los que determinan los receptáculos destinados a recibirles. Si el hombre escucha, debe entender la manera como Dios se le revela, y «devenir» el receptáculo al cual pertenece ya por nacimiento. 1202 Abbé Henri Stéphane: DIOS

En todo caso, Dios habla siempre de Si mismo, por Si mismo, en Si mismo, el hombre solo tiene que escuchar. Si el hombre es sordo, es necesario que Dios lo cure: «Epheta». (Alusión a la curación del sordomudo en el Evangelio. Marcos VII, 34) 1204 Abbé Henri Stéphane: DIOS

Si el hombre se revuelve, pierde su tiempo. 1206 Abbé Henri Stéphane: DIOS