Exegese

Henry Corbin

[…] El ta’wil presupone la floración de los símbolos, el órgano de la imaginación activa que simultáneamente los hace aflorar y los percibe; el mundo angélico intermedio entre las puras Inteligencias querubínicas y el universo de las evidencias sensibles, históricas, legales, irreversibles. Por esencia el ta’wil no puede caer en el dominio de las evidencias comunes, sino que postula un esoterismo; ahora bien, o la comunidad humana presenta una estructura que orgánicamente hace lugar a ese esoterismo, o deberá sufrir las consecuencias que su rechazo conlleva. (HCIbnArabi)

AVICENA E O RELATO VISIONÁRIO

«Tawil» forma habitualmente con «tanzîl» un par de términos y conceptos a la vez complementarios y contrastantes. «Tanzîl» designa propiamente la religión positiva, la letra de la Revelación dictada por el Ángel al Profeta; consiste, pues, en hacer descender esa Revelación del mundo superior. «Tawil» es, etimológica e inversamente, hacer volver a, reconducir, llevar al origen y al lugar al que se vuelve; en consecuencia, volver al sentido verdadero y original de un escrito. «Es hacer llegar una cosa a su origen… Aquel que practica el tawil es, pues, alguien que aparta el enunciado de su apariencia externa (exotérica, zahir) y lo hace retornar a su verdad (haqiqat)». Esto es lo que no debe perderse nunca de vista cuando en el uso corriente se designa, con toda justicia, al tawil como exégesis espiritual interior, simbólica, esotérica, etc. Bajo la idea de la exégesis se abre paso la de un Guía (el exegeta), y bajo la idea de la exégesis se transparenta la de un éxodo, una «salida de Egipto», que es un éxodo más allá de la metáfora y de la servidumbre de la letra, más allá del exilio y del Occidente de la apariencia exotérica hacia el Oriente de la Idea original y oculta.

Ahora bien ¿qué reconduce esta exégesis o tawil, y a qué reconduce? Esta pregunta implica a su vez otra: ¿quién reconduce y a quién reconduce? Son justamente éstos los dos aspectos fundamentales que el contenido de nuestros relatos visionarios presenta a la investigación: el primer aspecto se refiere al tawil de los textos, el segundo aspecto al tawil como tawil del alma. Su sincronismo y su codependencia definen aquí el «círculo hermenéutico» donde aflora una visión simbólica y por donde debe pasar toda interpretación verdadera de sus símbolos. Otras parejas de términos forman las palabras clave del léxico. «Majâz» es la figura, la metáfora, mientras que «haqiqat» es la verdad que es real, la realidad que es verdadera, la esencia, la Idea. «Majâz» implica la idea de superar, pasar más allá de, ir hacia…, y de ahí metaphora. Advirtamos, sin embargo, que no es el sentido espiritual separable de la letra lo que sería el sentido metafórico: es la letra misma la que es la metáfora, es el enunciado el que es una transgresión de la Idea inefable. Es, pues, lo contrario de las evidencias de la conciencia común, para la cual sería la apelación a las realidades verdaderas, a los seres espirituales, lo que sería una transgresión de la letra. El tawil hace regresar la letra a su sentido verdadero y original (haqiqat) «con el cual simbolizan» las figuras de la letra exotérica…

En otras palabras, la verdad del tawil reposa sobre la realidad simultánea de la operación mental en que consiste y del Acontecimiento psíquico que le da origen. El tawil de los textos supone el tawil del alma: el alma no puede reconducir, llevar de nuevo el texto a su verdad, hacerlo volver a ella, sino a condición de que la propia alma vuelva a su verdad (haqiqat), lo que implica para ella una salida de las evidencias impuestas, fuera del mundo de las apariencias y las metáforas, del exilio y del «Occidente». Recíprocamente, el alma inicia la salida, realiza el tawil de su ser verdadero, apoyándose en un texto —texto de un libro o texto cósmico— que su esfuerzo conducirá a una transmutación, promoviéndolo al rango de Acontecimiento real, pero interior y psíquico. Esto es lo que queríamos decir anteriormente cuando afirmábamos que la doble pregunta de qué es y a qué reconduce el tawil, implicaba también preguntarse por quién y a quién. Es en virtud del doble aspecto que supone esa doble pregunta por lo que nuestros relatos visionarios son situativos de su cosmos, y por lo que éste se nos hace situable:

1º El texto del relato es él mismo un tawil del Acontecimiento psíquico; es la forma en que ese Acontecimiento fue vivido por el alma que lo vivió, la manera en que ella comprendió su contexto sensible o imaginal transmutándolo en símbolos; muestra quién ha sido reconducido a su origen, y al mismo tiempo a quién fue reconducido.

2º Comprender a su vez el texto, es operar un tawil que reconduce sus expresiones a lo que significan; es revalorizar sus símbolos, elevándolos a la altura del Acontecimiento que los hizo aflorar, y no haciéndolos caer hacia atrás, al nivel de los datos racionales que los precedieron (ése es el defecto principal, y habrá más adelante ocasión de recordarlo, de los comentarios que algunos autores de buena voluntad nos han dejado de los relatos).

El Acontecimiento de los relatos avicenianos o sohravardianos)) ha sido el éxodo fuera de este mundo, el encuentro con el Ángel y con el mundo del Ángel. Para que el Acontecimiento fuera expresado en su verdad (haqiqat), es decir, para que la expresión restituyera su conciencia de sí como elemento extranjero al mundo en el que el alma ha sido arrojada, y simultáneamente como un despertar a un parentesco y un origen celestiales, dicho Acontecimiento no podía ser sino visualizado y configurado en un símbolo que fuera su expresión eminentemente individual (es así como Absâl, dirá por ejemplo Avicena, es tu grado de desarrollo en la gnosis mística). Ese símbolo nos lleva, efectivamente, al límite del mundo; en ese límite, el cosmos cede ante el alma, no puede sino serle interiorizado, integrarse en ella. Ésta es la fase en la que la energía psíquica opera la transmutación del texto, en este caso del «texto cósmico», en una constelación de símbolos (podrá ser también, eventualmente, la transmutación del contexto humano, tal como la sodalidad esotérica ismailí estructurada según los arquetipos del simbolismo de los mundos). Lo que el alma de repente visualiza es su propia Imagen arquetipo, aquella cuya huella lleva en sí misma y, a la vez, proyecta y reconoce fuera de sí misma. Por eso, no nos cansaremos de repetir que simbolismo no equivale en absoluto a alegoría.