De esto resulta que el doble Principio «no manifestado» de la «manifestación universal» gozará, en relación con esta, de una superioridad en la jerarquías de los diferentes estados del Ser, lo que se traducirá en lenguaje teológico por un «privilegio». Ahora bien, la inferioridad de lo manifestado en relación a lo «no-manifestado» se basa en su naturaleza misma de «manifestado» (o de criatura), en su «origen», y se traduce en lenguaje teológico bajo el nombre de «pecado original», que es por una parte una «pecado de naturaleza» puesto que, según el lenguaje teológico, afecta a toda la descendencia de Adán, y por otra es un «pecado de origen» puesto que se basa en la procedencia misma de lo «manifestado» en tanto que tal (se separa de Dios). 33 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE
Discernimiento e identidad son los dos polos de la Vía espiritual. La invocación «Jesús-María» (o «Mani-padmé» o «lâ ilaha illâ´Llâh») (La primera fórmula es un mantra fundamental del budismo: Om mani padme hum, «¡Salud a la Joya en el Loto!». La segunda es la Shahâdah, fórmula fundamental de la fe islámica: «No hay más dios (o realidad) si no es Dios (o la Realidad)») comporta estos dos aspectos: la distinción Jesús-María corresponde al discernimiento entre lo Real y lo Irreal (Âtma y Mâyâ) y el carácter ilusorio de Mâyâ subraya la identidad de Âtmâ a través de todos los estados del ser, la reintegración de la multiplicidad en la Unidad, la «recapitulación de todas las cosas en Jesucristo». Pero esta reintegración supone la perfecta disponibilidad de Mâyâ, la pobreza de espíritu tal como la hemos visto más arriba, la sumisión de María con relación al Verbo divino, la «virginidad del alma» del «Profeta iletrado», la indiferenciación primordial de Prakriti frente a Purusha o de la Tabla guardada frente al Cálamo supremo (Tabla guardada (al-Lûh al mahf^z) corresponde al Alma universal (an-Nafs al-kulliya); es sobre ella que se escriben todos los «destinos» de la creación por el Calamo supremo, que a su vez corresponde al Intelecto primero o al Espíritu, siendo la primera creatura de Dios, la que escribe la creación en la Tabla guardada.). La repetición indefinida del mantra –la oración perpetua– determina una «vibración» que se repercute a través de la serie indefinida de los estados del ser, o a través de los «tres mundos» o los tres estados de vigilia, de sueño con sueños, y de sueño profundo, permitiendo así la actualización, en las diversas modalidades del ser humano, de la presencia de Brahma, lo único Real, el «Uno sin segundo», o, equivalentemente, la liberación de Âtmâ de los obstáculos sicológicos y fisiológicos del «yo» o de las sobreimposiciones de la mente. 511 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO
Sería entonces un error considerable confundir el mundo síquico, que pertenece al ámbito del alma, con el mundo espiritual. Ahora bien, esta confusión corre el riesgo de ser mantenido si uno se contenta con la concepción dualista «cuerpo-alma» del ser humano. Una doctrina plenamente tradicional deberá por lo tanto considerar, como mínimo, una concepción tripartita del ser humano: cuerpo, alma, espíritu. Este esquema es suficiente, a pesar de su reducción a la más simple expresión posible de lo que está destinado a representar, a saber, la multiplicidad indefinida de los estados del Ser en todas sus modalidades posibles, no siendo el Estado incondicionado –que es el Cuarto Estado (turya)– mencionado (lo que permite escapar a todo panteísmo y a todo inmanentismo), pero encontrándose sugerido por la palabra «espíritu» la cual es suficiente poner en mayúscula para designar aquello de lo que ser trata. 582 Abbé Henri Stéphane: ESPÍRITU, ALMA, CUERPO
Finalmente en un estadio superior, todo discernimiento queda sobrepasado: estamos en el nivel de la No-Dualidad, de la Esencia divina que «comprende» todas las cosas a título de posibilidades «no existentes» o más bien «no manifestadas todavía», y que no se manifiestan más que en los estados inferiores. Estas posibilidades «no existentes» son por lo tanto «puras relaciones» con la Esencia divina que, ella, es sin relación con cualquier cosa diferente, ya que este otro no existe; la relación es, si se quiere, unilateral. Vistas en el Intelecto divino (el Verbo) complementario de la Esencia con la cual el Intelecto se identifica como el Conocimiento del Ser, las posibilidades todavía no existentes toman el nombre de «arquetipos»; apareciendo estos como «concepciones divinas», si bien que su conjunto es el de los «puros posibles» (Los «puros posibles» no se manifiestan; son «posibilidades de no-manifestación».) constituyen la Posibilidad Universal, que no es otra que la Inmaculada Concepción –o la Omni-Potencia divina (Shakti). 609 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA
El individuo humano, como tal, es esencialmente limitado, aunque solo fuera por el mundo que le rodea, o más exactamente por las «condiciones de existencia» que definen su estado (espacio, tiempo, forma, materia, vida) y que hacen de él un «ser condicionado». Por si mismo es incapaz de salir de su estado; no puede más que «caminar en circulos», bien sea temporalmente, bien indefinidamente, por la circunferencia de la «Rueda Cósmica» en la que se sitúa la multiplicidad indefinida de las «cosas», no unificado como tal. No puede más que «divertirse» o «dispersarse», sea por el trabajo, sea por el juego, experimentando sea el placer, sea el dolor, el bien o el mal, guardando siempre a través de todos sus estados de consciencia una cierta unidad siempre relativa y precaria que es la del «yo» –de el ego individual– al cual se refiere necesariamente todo aquello que es experimentado; este «yo» es por tanto un «centro» relativo a un estado condicionado, él mismo sujeto a las condiciones de este estado, e incapaz de salir de él. La muerte corporal –o natural– no hace más que suprimir ciertas condiciones de existencia, pero el condicionamiento individual, aunque modificado, subsiste: el ser permanece apresado a la condición individual, y esta «ronda infernal» puede continuar indefinidamente (bien entendido que en condiciones diferentes del estado corporal), en tanto que algo diferente no intervenga para «liberar» al ser de la condición individual. 654 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA CONDICION HUMANA
Perdidos por la circunferencia de la «rueda cósmica», nosotros hemos perdido nuestro Centro, hemos olvidados quienes somos. Nuestros juicios de «valor» sobre nosotros mismo o sobre los demás están no tienen fundamento porque ignoramos Quienes son ellos y Quienes somos nosotros. Soñamos que somos Un tal o Un cual, confundiendo nuestro «Si-mismo Inmortal» con la sucesión indefinida de nuestros estados de consciencia. Fabricamos teorías científicas o filosóficas que no son más que hipótesis laboriosas fundadas sobre generalizaciones estadísticas: creemos que el Sol se levantará mañana, porque hasta el presente siempre se ha levantado. Pero, ¿qué impide a Dios aniquilar el mundo en un instante? Nos divertimos en contar los barrotes de nuestra prisión existencial en lugar de intentar salir de ella. Algunos desesperados creen que saldrán de ella por la muerte, pero es eso todavía una ilusión ya que tras la muerte encontrarán otro mundo, otra prisión. Sin embargo la muerte corporal es un símbolo de la muerte verdadera, la muerte mística, por la cual nosotros escapamos finalmente a todos los mundos posibles para «resucitar con Cristo». Si, entonces, meditamos sobre la muerte, en el sentido habitual de la palabra, hay que tomar la precaución de transponer el asunto como se acaba de decir: «Aquel que pierde su vida, la encontrará» (Mateo XVI, 25); «Morir antes de que os muráis» (Formula atribuida al Profeta. Cf. Angélus Silesius «stirb ehe du stirbist», en A. K. COOMARASWAMY, Hinduismo y Budismo.). 675 Abbé Henri Stéphane: LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
La ignorancia es la raíz de todo mal: todo ser es bueno en su esencia verdadera, pero el mal proviene de que ignoramos esta esencia verdadera, tanto la nuestra como la de los demás seres. El peor de los errores es confundir nuestra esencia verdadera –nuestro «Si-mismo» inmortal– con nuestro ego perecedero, que no es más que la serie de nuestros estados de consciencia y de nuestras relaciones con el mundo exterior. 780 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
La ignorancia pura y simple del «iletrado» es benigna e «inocente» al lado de las pretensiones sapienciales del hombre «cultivado» cuyo saber profano es un obstáculo a la Luz, mientras que la «virginidad mental» del iletrado (Al Angel Gabriel, la Virgen responde que ella no «conoce ningún hombre»; el Profeta responde que él es «iletrado».) puede ser una apertura a la Verdad. La ciencia profana, que no es más que un formalismo seudo-metafísico, constituye de hecho una ignorancia tanto más «monstruosa» cuanto que ella se desarrolla sobre si misma fuera de toda teología. En cuanto a la filosofía profana, es la palabrería de un ciego disertando sobre los colores. El arte y la literatura profanas no son entonces más que la expresión colectiva de una sicología reducida a los estados de consciencia o a las situaciones humanas más vulgares del hombre sumido en las tinieblas de la ignorancia más espesa y las intrigas más banales de la vida ordinaria (F. Schuon). 782 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
¿En que consiste la «Docta Ignorancia»? En saber, en primer lugar, que mi ego perecedero es una pura nada ante Dios, una sucesión de estados de consciencia y de relaciones con el mundo exterior, sin consistencia y sin realidad: «Este no es mi Si-mismo» (Fórmula por la cual A.K. Coomaraswamy expresa la doctrina búdica del anâtman (o anatta); cf. Hinduismo y Budismo.); en saber, en segundo lugar, que ninguna de mis facultades humanas puede liberarme el «Secreto supraesencial» de mi esencia verdadera, mi verdadero Nombre (Apoc. II, 17). En otros términos, la «Docta Ignorancia» consiste en saber que Dios es incognoscible. En verdad, la Esencia divina es absolutamente incognoscible, incluso por ella misma: Dios no puede conocer que es él, por que él no es ningún «que»; él no es nada de lo que, en nuestra ignorancia, creemos poder afirmar de él. Lo que nosotros afirmamos de él, hay que inmediatamente negarlo: tal es el apofatismo. Pero en verdad, Dios está más allá de toda negación como de toda afirmación: él es el Inefable. 786 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
Cuanto más analiza, más estrecha los eslabones de lo que él llama “evolución”, más crece su ignorancia y se cierra en la ilusión de su “sistema”. Hacer derivar al hombre de una serie de seres inferiores y finalmente de algún “átomo primitivo” – o cualquier otra teoría del mismo género – es una parodia y una falsificación de la “ontogénesis” tradicional: el hipotético “átomo primitivo” no es más que una parodia de la “Substancia primordial” (Prakriti); la “filogénesis” no es más que una parodia del “encadenamiento causal” que religa entre ellos los diferentes estados del ser, cuyo lazo es “Purusha”, y cuya “permanente actualidad” excluye toda evolución. Esto no es finalmente más que un “punto de vista” elaborada por un mental ignorante, a partir de datos empíricos proporcionados por el aspecto negativo del Cosmos, por medio de una hipótesis gratuita, una especie de “juicio sintético a priori” o de síntesis artificial, propiamente “luciferina”. 996 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
«Los estados póstumos –por la simple razón de que son todo lo que no es terrestre o espacial– son de una complejidad que el lenguaje humano no podría reflejar; las revelaciones no dan de ello más que esquemas que se contradicen en la medida en la que las perspectivas divergen. Además las condiciones póstumas pueden ellas mismas diferir grandemente según las religiones que, ellas, pueden por sus estructuras respectivas determinar sus modalidades: queremos decir que los cielos y los infiernos pasajeros del Hinduismo no corresponden al cielo y al infierno perpetuo del Monoteísmo, lo cual está sin duda en relación con el hecho de que los Monoteístas entierren a los muertos, mientras que los Hindúes los quemen» («Perspectivas espirituales y hechos humanos» p.57 de la edición francesa) 1170 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Añadamos a continuación esto: poco importa que las definiciones dogmáticas o las descripciones simbólicas relativas a los estados póstumos se presenten bajo formas antropomórficas que no correspondan exactamente a la «realidad». Es incluso necesario que ellas se revistan de una forma tan simple y tan «ingenua» como sea posible, puesto que se dirigen a toda la comunidad tradicional y están destinadas a ser comprendidas por los más simples e ignorantes, y que, por otra parte, su importancia es tal que deben de ser susceptibles de determinar en las personas la actitud práctica necesaria para asegurar a todos los miembros de la comunidad las mejores condiciones póstumas de las que son capaces. Es esto lo que declara el autor citado: «Lo único que importa para nuestros fines últimos, es tener una noción cualitativa –y simbólicamente suficiente– de la causalidad cósmica en tanto que ella rige nuestros destinos póstumos». 1172 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Así, la teoría de los estados múltiples del Ser, o la teoría de los ciclos en la metafísica oriental, es demasiado general –nosotros diríamos gustosamente «abstracta»– para determinar, por ejemplo, las condiciones póstumas propias a la tradición cristiana o a la tradición musulmána en lo que concierne a los miembros de la comunidad correspondiente tomada en su cuasi-totalidad, es decir, abstracción hecha de algunos individuos excepcionales cuyo «destino» puede diferir del de otros miembros. Así, el destino de los Profetas en Israel ha podido diferir grandemente del de sus correligionarios. 1174 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Se trata entonces de conocerla, o más exactamente, de tener de ello una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente», lo cual quiere decir que no es necesario saber exactamente como ocurren las cosas. Añadamos enseguida que esto es incluso imposible para el hombre en su estado terrestre actual: el proceso de «salvación» y el de «condenación» son tan incognoscibles al entendimiento humano como, por ejemplo, el proceso de la Creación: se trata, en efecto, de relaciones causales entre el estado humano, –o más exactamente una modalidad particular de este estado, a saber la modalidad corporal– y de otros estados del ser (o de otras modalidades extra-corporales del estado humano), los cuales son definidos por condiciones de existencia totalmente diferentes del estado humano. Apenas es útil decir que la ciencia profana, cuyo ámbito está limitado a la existencia terrestre y cuyos medios de investigación no sobrepasan los límites de este ámbito, es perfectamente inepta para enseñarnos algo sobre los otros estado de existencia. No deberíamos imaginarnos tampoco que ciertas ciencias ocultas o “metafísicas”, que no sobrepasan los límites de la experiencia y que estudian todo lo más fenómenos de orden sutil en relación inmediata con la modalidad corporal del estado humano, puedan enseñarnos nada sobre los estados póstumos. A propósito de esto, las experiencia espiritistas o la pretendida «demostración experimental de la supervivencia», tan querida de Bergson, son ilusiones puras y simples. No hay en definitiva ninguna relación entre el estudio experimental de algunos fenómenos de orden sutil y un conocimiento, aunque sea simbólico, de las relaciones causales que religan entre ellos los diferentes estados del ser, o las diferentes modalidades de un mismo estado, y ninguna ciencia humana, sobretodo bajo la forma empírica de las ciencias modernas, no puede darnos de ello la menor noción. 1178 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Hay también que desconfiar ce ciertas teorías llamadas “teosóficas” que consisten generalmente en un inverosímil «sincretismo» entre los datos o las hipótesis de la ciencia profana y datos tradicionales vagos, sacados de las diferentes religiones, y que no pueden más que conllevar confusiones o absurdos puros y simples en lo que concierne a los estados póstumos, como, por ejemplo, las teorías «reencarnacionistas» tan bien vistas en este género de seudo-doctrinas. 1180 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Haremos por último la importante advertencia siguiente: si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al comienzo, que en razón misma de su carácter universal –o «abstracto»– la metafísica tradicional no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas concerniendo especialmente a cada tradición, y ella corre el riesgo, para aquellos que la comprendan mal, de mantener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizase los métodos del «yoga» hindú con vistas a alcanzar algún «paraíso hindú» al cual su «naturaleza» de cristiano no lo destina. Es necesario, en efecto, comprender bien –conforme a la primera cita de F. Schuon dada al comienzo– que, si los estados póstumos de un individuo están más o menos determinados por la estructura de la forma tradicional correspondiente, los de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional, las que pueden enseñarnoslos, no más que el comportamiento que el individuo deberá de adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de procurarle. Es por lo tanto, en definitiva, a la Revelación cristiana y a la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica de ello –es decir a la Iglesia– a la que habrá que dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente. Sin duda estaremos tentados de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con no dar, sobre la cuestión de los fines últimos, más que un simple «esquema» –para retomar la expresión de F. Schuon– y que, además, espíritus un poco cultivados, o que se creen «fuertes», se plantearán entonces una multitud de objeciones que podrían ser «disueltas» por la metafísica tradicional solamente; por ejemplo, la cuestión de la «eternidad del Infierno» no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que si se es capaz de distinguir entre «perpetuidad» o «indefinidad cíclica», y «eternidad» (Para un mayor desarrollo de este punto de vista ver F. Schuon, «L’Oeil du Coeur», P. 77, y también R. Guénon, «Iniciación y realización espiritua»). Pero, de hecho, lo que importa es que el dogma de la «eternidad del Infierno» confiere a la cuasi-totalidad de los cristianos una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente» de la causalidad cósmica que rige nuestros destinos póstumos. Ahora bien, aquí, es decir para un cristiano –e incluso un simple «bautizado» que lo haya sido a una edad en la que él no haya tomado conciencia de ello, lo que es el caso más frecuente– la «causalidad cósmica» de la que se trata es un lazo «ontológico» entre su substancia individual y un principio «metacósmico» que es Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de ese lazo, la «naturaleza» de un cristiano ya no es la de un «pagano», y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de ello, en particular, para él una mayor facilidad de obtener la «salvación» y, como contrapartida inevitable, un mayor riesgo de «condenación». Es esto lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos son vistos como «perpetuos» a diferencia de los cielos y de los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así, sin que sea necesario tener una mas amplia información sobre la «naturaleza» del Infierno, es suficiente que este aparezca como una eventualidad temible, e incluso más temible para un cristiano que para un «pagano»; pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si nos tomamos el cuidado de recordar que la «salvación» –o su contrapartida, la «condenación»– es a la vez el resultado de la gracia divina y de la cooperación libre del hombre, es decir que se sitúa en el ámbito de la acción, por lo tanto al nivel del «ciclo terrestre» en el que la libertad humana puede ejercerse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que si ella es «ritualizada», normalmente por la intermediación de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio al menos, corre el riesgo de la condenación. Decimos «en principio», ya que es bien evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter «gratuito» de la gracia divina prohiben absolutamente prejuzgar sobre la «salvación» o sobre la «condenación» de tal o cual persona, y uno puede ser llevado a preguntarse en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de «responsabilidad» de una multitud de cristianos. Metafísicamente, se dirá que ellos no han llegado verdaderamente al «estado de hombre» para ser susceptibles de «salvación» o de «condenación»; ellos no son «hombres» más que accidentalmente (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur.), y no se encuentran por lo tanto en un estado «central», a partir del cual solamente la posibilidad de «salvación» puede ser considerada. Son «comparables» a los animales o a los vegetales que están en los estados «periféricos», y sus estados póstumos excluyen tanto la «salvación» como la «condenación»; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los «limbos»: no pueden ellos «renacer» mas que en otro estado periférico o en un «estado central» diferente que el ser humano. Pero ahí todavía es imposible prejuzgar si tal o tal individuo es verdaderamente «hombre» o entra en la categoría más arriba descrita. 1182 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Sea como sea, un cristiano tiene ciertamente interés en ver la «salvación» como una posibilidad normal que le ofrece su religión, si se conforma al mínimo de exigencias que ella comporta, y la «condenación» como una eventualidad temible, incluso si esta se «reduce» a un transito en otro estado individual no humano, que tiene una posibilidad incomparablemente mayor de ser «periférico» que «central» (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur). Metafísicamente, la ventaja de la «salvación» es la de mantener el ser, por una indefinidad cíclica, en las «prolongaciones» extracorporales del estado humano; él escapa así a la indefinidad de los estados cíclicos individuales, y puede entonces, a partir del estado humano, alcanzar estados superiores comparables a los estados angélicos, algo de lo que la doctrina católica ordinaria no habla, porque la misión de la Iglesia militante se limita a aquello que puede ser alcanzado en primer lugar por la cuasi-totalidad de sus miembros. 1184 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Añadamos finalmente que, en esta perspectiva, la «salvación» aparece no solamente como el mantenimiento del ser en el estado humano, sino como una «etapa» en el proceso de realización o de actualización de la «virtualidad» del estado primordial, el cual es en si mismo el punto de partida de la «ascensión» en los estados superiores o de la realización del estado supremo e incondicionado. Si estas consideraciones no son desarrolladas en la doctrina corriente de la Iglesia, no habrá que creer que es porque no se encuentran en ella en absoluto. Es suficiente con remitirse a la teología de los Padres griegos en la que todo se relaciona con la «divinización» (theosis» del hombre visto como «imagen de Dios», lo cual es la traducción teológica de lo que acabamos de decir. No podemos soñar aquí con desarrollar todas estas consideraciones, pero ellas ponen claramente a la luz la importancia de la «salvación», como etapa normal en la realización del «hombre perfecto» y, más allá, en la «divinización» del ser humano, y además la importancia y la necesidad de actualizar esta virtualidad, conferida por el bautismo, virtualidad que puede ser perdida en tanto que la «salvación» no está asegurada. 1192 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos