Es en el seno de esta decadencia donde nace la oración concebida como la «reanudación» de los «valores espirituales» que no proporciona ya más la contemplación del mundo exterior, ni el uso de los símbolos tradicionales de los que se ha perdido el significado. La oración aparece entonces como un ejercicio autónomo y metódico, orgánicamente distinto de todos los demás, viviendo su propia vida, ejercicio por el cual, después de habernos instalado en una especie de «estado meditativo» (un estado de concentración diríamos hoy en día), introducimos en nuestra consciencia una idea santificante para considerarla con nuestra memoria, nuestro entendimiento y nuestra imaginación. Esta consideración debe tener como objetivo el conmovernos y llevarnos a resoluciones, y después a actos conformes a la idea o a la virtud meditada. Es un instrumento de educación de la voluntad. 278 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
Se trata entonces de conocerla, o más exactamente, de tener de ello una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente», lo cual quiere decir que no es necesario saber exactamente como ocurren las cosas. Añadamos enseguida que esto es incluso imposible para el hombre en su estado terrestre actual: el proceso de «salvación» y el de «condenación» son tan incognoscibles al entendimiento humano como, por ejemplo, el proceso de la Creación: se trata, en efecto, de relaciones causales entre el estado humano, –o más exactamente una modalidad particular de este estado, a saber la modalidad corporal– y de otros estados del ser (o de otras modalidades extra-corporales del estado humano), los cuales son definidos por condiciones de existencia totalmente diferentes del estado humano. Apenas es útil decir que la ciencia profana, cuyo ámbito está limitado a la existencia terrestre y cuyos medios de investigación no sobrepasan los límites de este ámbito, es perfectamente inepta para enseñarnos algo sobre los otros estado de existencia. No deberíamos imaginarnos tampoco que ciertas ciencias ocultas o “metafísicas”, que no sobrepasan los límites de la experiencia y que estudian todo lo más fenómenos de orden sutil en relación inmediata con la modalidad corporal del estado humano, puedan enseñarnos nada sobre los estados póstumos. A propósito de esto, las experiencia espiritistas o la pretendida «demostración experimental de la supervivencia», tan querida de Bergson, son ilusiones puras y simples. No hay en definitiva ninguna relación entre el estudio experimental de algunos fenómenos de orden sutil y un conocimiento, aunque sea simbólico, de las relaciones causales que religan entre ellos los diferentes estados del ser, o las diferentes modalidades de un mismo estado, y ninguna ciencia humana, sobretodo bajo la forma empírica de las ciencias modernas, no puede darnos de ello la menor noción. 1178 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos