ego

Opuesta a esta disolución es la licuefacción espiritual del ego; es la fe en la misericordia divina, el fervor confiante, la bondad, es la unificación intensa de los movimientos del alma en un impulso de amor; es el deseo de Dios, con la fe en su misericordia inconmensurable. Es la cualidad cálida y suave de la luz del sol, del fuego que disuelve el hielo, revivificando los miembros; es la suavidad confiante y cálida del amor, la concentración fervorosa, la alegría de la bondad. 438 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

El amor al prójimo es una manifestación necesaria de la licuefacción espiritual del corazón, es como el criterio del amor de Dios: primero porque el ego, que es una forma de petrificación, es compensado y vencido por la caridad, y segundo porque Dios aparece en el prójimo, al menos para nosotros y de una cierta manera; en otras palabras hay que amar a Dios – que es misericordia – no solamente perdiéndose uno mismo, sino también reconociéndole en el prójimo. 440 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

De todo ello resulta que la belleza que se percibe en el exterior – por ejemplo la “dama” del caballero o la obra de arte sagrado – debe ser descubierta o realizada en el interior, pues nosotros amamos lo que somos y somos lo que amamos. La belleza percibida es no solamente la mensajera de un arquetipo celestial y divino, sino que también es, y por ello mismo, la proyección exterior de una cualidad universal inmanente en nosotros, y evidentemente más real que nuestro ego empírico e imperfecto, que busca a tientas su identidad. 458 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

«Dixit insipiens in corde suo: no es Deus» (Sal. XIV,1) (El insensato a dicho en su corazón: no hay Dios. Aquí, insipiens designa a aquel que no tiene sabiduría.). Aquel que está en lo Incognoscible, cuya mente está tranquilizada y que no se goza con nada más, ha dicho en su corazón: Dios no está. Ya que si Dios está, todo el Universo, el mundo y el ego están con El, y la Existencia Universal (Maya) envuelve al Si-mismo con una nube impenetrable: «Dios no aparece más que cuando todas las criaturas lo enuncian… Es por eso que rogamos a Dios que nos libere de Dios» (Eckhart). (Ver El Misterio de la Deidad en Maestro Eckhart y San Dionisio el Areopagita, (tratado I.5)) 497 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

Uno puede disertar indefinidamente sobe Dios, el mundo, el hombre, el bien y el mal, la vida, la muerte, el cielo, el infierno, todo esto no lleva a nada: Atma permanece prisionero de Mâyâ. No es necesario disertar sobre el Si-mismo: «Nada se puede decir del Principio, quien habla de ello se equivoca» (Lao-Tse): es necesario liberar al Si-mismo de los estorbos sicológicos del ego por medio de la pobreza en espíritu: «El Reino de Dios no es para nadie sino para el muerto perfecto» (Eckhart); «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apoc. XIV. 13). 499 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

La identidad entre «Ishwara» y «Jiva» proclamada por el mantra: «Tu eres eso» (Tu eres Eso, tat tvam asi, gran mantra (mahâvâkya) sacado de la Chândogya Upanisad (VI, 8,7)), aparece la contradicción aparente entre estos dos términos se sobrepasa; esta contradicción es creada por las sobreimposiciones: ella no existe realmente. Si se trata del Señor (Îshwara) la sobreimposición es Mâyâ o la Ignorancia; si se trata del «alma particularizada» (Jîva), esta vez son las cinco envolturas –ellas mismas, en efecto, envolturas de Mâyâ–, las que se interponen. Es por lo tanto indispensable disginguir estas dos sobreimposiciones, tanto las que se aplican a Îshwara como las que se aplican a Jîva: es necesario negar a Dios tanto como al ego: entonces subsiste solo el Testigo, el Si-mismo, Âtma. (El ateo que niega a Dios tendría razón, si fuera capaz al mismo tiempo de negar el ego y el mundo, lo cual no lo hacen ni el materialista ateo, ni el existencialista ateo.) 507 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

La definición escolástica del Si-mismo, dada por René Guénon: «El Si-mismo es el Principio transcendente y permanente del cual el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que no podría además afectar de ninguna manera al Principio (René Guénon, El Hombre y su Devenir según el Vedanta.)», plantea el discernimiento fundamental entre lo Real y lo Irreal: Âtmâ y Mâyâ, Brahma y su Shakti. Este discernimiento es el previo indispensable a la realización de la Identidad: «Tu eres Eso». Antes que negar a dios y al ego, hay que comenzar por afirmar a Dios y reconocer que el ego es ilusorio frente a Dios. 509 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO

Mostremos en primer lugar lo que implica el hecho de que la naturaleza humana de Jesucristo esté privada de personalidad humana. En un individuo ordinario, la naturaleza humana está de alguna manera «recibida» en una persona –o hipóstasis– bien determinada. Se puede decir que la naturaleza humana viene a encerrarse en cada individualidad, o que la hipóstasis humana –el ego– constituye para la naturaleza humana una limitación (Lo cual implica que la naturaleza humana no puede agotarse más que en una indefinidad de individuos.). Esta limitación, esta concentración sobre el ego (que se podría ver como característica del «pecado original») constituye el obstáculo esencial para la espiritualidad verdadera, es decir para la «Comunión del Padre». Es esencial recordar aquí el Misterio trinitario: la Esencia divina se despliega en tres Hipóstasis, distintas entre ellas, pero idénticas a la Esencia divina. Estas Hipóstasis divinas deben ser concebidas como puras relaciones: el Padre no es «lo que él es» más que si comunica la totalidad de la Esencia divina al Hijo –es la generación del Verbo– pero, inversamente, el Hijo no es «lo que él es» más que si recibe del Padre esta divina Esencia; y esta unión intima del Padre y del Hijo es tal que engendra una tercera Hipóstasis, el Espíritu Santo, el Amor común del Padre y del Hijo. Es la «espiración del Hálito»: el Espíritu Santo no es «lo que es» más que si es «espirado» por el Padre y el Hijo. Esta «espiración», siempre idéntica a la Esencia divina, permite comprender la frase de San Juan: Dios es Amor (1 Juan IV, 8). Pero no es amor por cualquier cosa: es el Amor puro, sin objeto. Ocurre lo mismo con la generación del Verbo, donde se puede decir que Dios «se conoce a si mismo por él mismo», pero donde se puede decir igualmente que es el Conocimiento Puro, sin objeto (distinto de Dios mismo) y San Juan lo indica también diciendo: «Dios es luz» (1 Juan I, 5). 553 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

De esta manera se precisa el «papel» del Mediador: el Verbo no puede unirse a una naturaleza humana «cerrada» en un ego: no puede unirse más que a una naturaleza virgen, despejada de todo ego (exempta de «pecado original»). Lo mismo, dicen los Padres de la Iglesia, que el primer Adán había sido extraído del barro de la tierra virgen, de igual manera el Segundo Adán (el Cristo) a extraído su naturaleza humana de una Virgen. Se puede entonces concebir que, metafísicamente, en razón misma de la «estructura» de la Esencia divina, no podía ser de otra manera: el Mediador no puede nacer más que de una Virgen. 557 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

En esta perspectiva esencialmente espiritual o mística, nos hemos podido dar cuenta ya de que el Mediador es inseparable de la Theotokos. Sin ella, su papel es ininteligible, y aquellos que no la reconocen no pueden sino perderse. Como ella es el Prototipo de la Iglesia, el papel de esta será el de conformarse a su modelo. Ahora bien, la Theotokos es a la vez Esposa, Virgen y Madre. Lo mismo que Jesús nace de una Virgen, el «Cristo total» nace de la Iglesia. Se puede decir que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, al cual cada nuevo miembro es incorporado por el bautismo, pero se puede decir también que cada cristiano, en tanto que precisamente pertenece a la Iglesia, engendra el Cristo, a ejemplo de la Theotokos, por la operación del Espíritu Santo. Así, paradójicamente, el cristiano puede ser considerado como «hijo de la Virgen» (ecce mater tua) («He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz.), «hermano de Cristo», «hijo de Dios y de la Iglesia», pero también como «madre de Cristo» (Esto aparece claramente en Mateo, XII, 50: «Quienquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre». Ahora bien, dice el Maestro Eckhart, «el Padre no tiene más que una voluntad, es la de engendrar al Hijo único». Es entonces in divinis, el nacimiento eterno, prototipo o arquetipo del nacimiento virginal de Cristo en la Theotokos, en la Iglesia y en el alma de cada fiel.), lo que implica inmediatamente que él realice efectivamente –y no de una manera puramente moral o ideal– la Virginidad esencial de María (Sofrosuna) (Sofrosuna: palabra griega que significa «estado sano del espíritu o del corazón», e igualmente la «moderación de los deseos» (Platón, Banquete), la temperancia y la sabiduría. En le Iglesia de Oriente, esta palabra designa la castidad de los ascetas.), con las «virtudes espirituales» –y no solamente morales– de la Virgen: humildad, caridad, sumisión, receptividad perfecta, abnegación del ego, pobreza espiritual (cf. las Beatitudes), infancia espiritual, pureza, desapego, fervor, paz, «violencia» contra los enemigos del alma y contra las potencias tenebrosas etc. 563 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

En un segundo nivel, el Discernimiento deberá aplicarse sobre lo que es Real y sobre lo que no lo es: solo Dios es real, el mundo es irreal y la vida ordinaria es una «ilusión colectiva», un «sueño cósmico»; es ese el ámbito de Satán. El «Si-mismo Inmortal» es Real, el ego individual, efímero y temporal, es irreal. 607 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA

El individuo humano, como tal, es esencialmente limitado, aunque solo fuera por el mundo que le rodea, o más exactamente por las «condiciones de existencia» que definen su estado (espacio, tiempo, forma, materia, vida) y que hacen de él un «ser condicionado». Por si mismo es incapaz de salir de su estado; no puede más que «caminar en circulos», bien sea temporalmente, bien indefinidamente, por la circunferencia de la «Rueda Cósmica» en la que se sitúa la multiplicidad indefinida de las «cosas», no unificado como tal. No puede más que «divertirse» o «dispersarse», sea por el trabajo, sea por el juego, experimentando sea el placer, sea el dolor, el bien o el mal, guardando siempre a través de todos sus estados de consciencia una cierta unidad siempre relativa y precaria que es la del «yo» –de el ego individual– al cual se refiere necesariamente todo aquello que es experimentado; este «yo» es por tanto un «centro» relativo a un estado condicionado, él mismo sujeto a las condiciones de este estado, e incapaz de salir de él. La muerte corporal –o natural– no hace más que suprimir ciertas condiciones de existencia, pero el condicionamiento individual, aunque modificado, subsiste: el ser permanece apresado a la condición individual, y esta «ronda infernal» puede continuar indefinidamente (bien entendido que en condiciones diferentes del estado corporal), en tanto que algo diferente no intervenga para «liberar» al ser de la condición individual. 654 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA CONDICION HUMANA

El conocimiento o la «consciencia» que el ego con sus facultades individuales (inteligencia, memoria, imaginación, etc. ) pueda tener de lo «sobrenatural» no puede ser más que simbólica; ninguna facultad individual es por si misma capaz de llegar a Dios, y las imágenes o representaciones que una facultad natural se hace de Dios es necesariamente falsa. 658 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA CONDICION HUMANA

«Amar al prójimo como a si mismo», es realizar el misterium caritatis; es decir realizar en él y en mi esta transparencia del alma que permita a la Luz increada dispersar las tinieblas de la ilusión egocéntrica y altruista. Ya no hay más ni «yo» ni «tu», sino El, el Paráclito, el Consolador, el Amor increado, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, único Principio de Unidad capaz de disolver los «nudos» del ego, y de romper los límites de la individualidad: «esta divina Persona como espirando de su espiración divina, eleva y dispone el alma de una manera muy elevada a espirar ella misma en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, y que es el mismo Espíritu Santo que ellos espiran en ella en esta transformación». Es a este nivel de la Unión transformante donde se sitúa el misterium caritatis. Toda la caridad de aquí abajo no es más que la sombra de ello, o todo lo más el símbolo. 732 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD

1.- Metanoia = conversión = vuelta: el alma habiendo percibido un comienzo de Luz divina se despega, bajo la acción de la Gracia –en intención al menos–, del ego y del mundo. Pase inicial en la que la «dominante» es la metanoia. Es una «orientación nueva»: el alma se vuelve hacia el Sol Espiritual. Es la entrada en la Vía, pero queda todo el camino para recorrer. 766 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA ESPIRITUAL

3.- Apatheia = apaciguamiento = contentamiento. El alma, liberada del ego y de las pasiones, está en el estado de pureza, de virginidad, de pasividad perfecta (materia prima) para recibir el Fiat Lux, el Verbo Iluminador y Transformador que quiere encarnarse en ella; es el Misterio de la Encarnación y de la «Transubstanciación»: «Este es mi Cuerpo». 770 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA ESPIRITUAL

La ignorancia es la raíz de todo mal: todo ser es bueno en su esencia verdadera, pero el mal proviene de que ignoramos esta esencia verdadera, tanto la nuestra como la de los demás seres. El peor de los errores es confundir nuestra esencia verdadera –nuestro «Si-mismo» inmortal– con nuestro ego perecedero, que no es más que la serie de nuestros estados de consciencia y de nuestras relaciones con el mundo exterior. 780 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA

¿En que consiste la «Docta Ignorancia»? En saber, en primer lugar, que mi ego perecedero es una pura nada ante Dios, una sucesión de estados de consciencia y de relaciones con el mundo exterior, sin consistencia y sin realidad: «Este no es mi Si-mismo» (Fórmula por la cual A.K. Coomaraswamy expresa la doctrina búdica del anâtman (o anatta); cf. Hinduismo y Budismo.); en saber, en segundo lugar, que ninguna de mis facultades humanas puede liberarme el «Secreto supraesencial» de mi esencia verdadera, mi verdadero Nombre (Apoc. II, 17). En otros términos, la «Docta Ignorancia» consiste en saber que Dios es incognoscible. En verdad, la Esencia divina es absolutamente incognoscible, incluso por ella misma: Dios no puede conocer que es él, por que él no es ningún «que»; él no es nada de lo que, en nuestra ignorancia, creemos poder afirmar de él. Lo que nosotros afirmamos de él, hay que inmediatamente negarlo: tal es el apofatismo. Pero en verdad, Dios está más allá de toda negación como de toda afirmación: él es el Inefable. 786 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA

En la perspectiva cristiana, este misterio adopta un «color» especial: está enteramente centrado en Cristo y la Iglesia. Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima, Dios y hombre. Se ofrece a sí mismo en Sacrificio al Padre, y con él toda la Iglesia. El Sacrificio comienza en la Encarnación, ya que el Verbo se une a una naturaleza «virgen», desprovista de personalidad humana (unión hipostática), sin ego individual. El doble aspecto del Sacrificio aparece en el hecho de que el Verbo mismo «desaparece» adoptando la condición de esclavo (Fil., II, 5-11), pero a la vez la naturaleza humana «asumida» por el Verbo es ella misma inmolada en cierta manera. Tal es, en el misterio de la Encarnación, la realización del matrimonio sagrado, de la unión mística entre el Esposo y la Esposa. Además, este misterio se continúa hasta el Calvario (Fil. II.8) donde la santa Humanidad del Salvador es inmolada, «absorbida» por el Padre, con el fin de que, por una parte, pueda nacer la Iglesia, salida del costado atravesado de Cristo, y que, por otra parte, pueda realizarse la Resurrección y la «exaltación» (Fil., II, 9, Juan III, 14-15; XII, 32): la Víctima inmolada en el Calvario es el «resumen» de toda la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que debe ser inmolado a su vez y resucitar con la Cabeza. Somos aquí abajo los miembros dispersos de este cuerpo (Juan XI, 52), y la participación en el sacrificio de Cristo reúne a dichos miembros en una «Asamblea santa», la «santa plebe de Dios» que muere y que con él resucita. Ya el bautismo implica el mismo significado (Rom., VI, 4), y la Eucaristía (o la Misa), que no es sino la continuación del único Sacrificio de esa única Víctima, será la realización, en la Iglesia, de la Muerte y la Resurrección del Salvador, por la muerte y la resurrección de su Cuerpo Místico: el matrimonio sagrado, la unión mística de los Esposos, es esencialmente un sacrificio recíproco, una Muerte y una Resurrección. 876 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA