Qui audit me.
Brugger
La palabra que acabo de pronunciar en latín, la dice la eterna Sabiduría del Padre, y ella reza ( así ): «Quien me escucha a mí, no se avergüenza» — si se avergüenza de alguna cosa, entonces se avergüenza de avergonzarse —. «Quien obra en mí no peca. Quien me revela e irradia, obtendrá la vida eterna» ( Eclesiástico 24, 30 y 31 ). De estas tres palabritas que acabo de decir, cada una daría margen para un sermón.
En primer lugar, me referiré al hecho de que la Sabiduría eterna dice: «Quien me escucha a mí, no se avergüenza». Quien ha de escuchar la eterna Sabiduría del Padre, tiene que hallarse adentro y estar en su casa y ser una sola cosa, luego podrá escuchar la eterna Sabiduría del Padre.
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es ( la ) corporalidad, la segunda ( la ) multiplicidad, la tercera ( la ) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» ( Cfr. Lucas 14, 26 ). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente ( el ) placer y ( el ) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo.
Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino. Algunas personas dicen empero: Prefiero a mi amigo que me hace el bien, a otro hombre. Eso está mal, es una imperfección. Sin embargo, hay que dejarlo pasar, así como alguna gente cruza el mar a medio viento y llega también ( a destino ). Así sucede con las personas que prefieren un hombre a otro; es natural. Si yo lo amara en verdad como a mí mismo, cualquier cosa que le pasara, ya sea alegría, ya sea pena, ya sea muerte, ya sea vida, todo esto me gustaría tanto si me acaeciera a mí como a él, y ésta sería verdadera amistad.
Por eso dice San Pablo: «Quisiera estar apartado eternamente de Dios por amor de mi amigo y de Dios» ( Cfr. Romanos 9, 3 ). Apartarse de Dios por un instante significa estar apartado de Dios eternamente; ( y ) apartarse de Dios implica una pena infernal. ¿Qué insinúa, pues, San Pablo con esta palabra, diciendo que quería estar apartado de Dios? Resulta que los maestros preguntan si San Pablo en ese momento sólo estaba en camino hacia la perfección o si ya era del todo perfecto. Digo que su perfección ya era completa; de otro modo no habría podido decirlo. Voy a interpretar esa palabra dicha por San Pablo según la cual quería estar apartado de Dios.
Lo más elevado y lo extremo a que puede renunciar el hombre, consiste en que renuncie a Dios por amor de Dios. Pues bien, San Pablo renunció á Dios por amor de Dios, renunció a todo cuanto podía tomar de Dios y renunció a todo cuanto Dios podía darle y a todo cuanto podía recibir de Dios. Cuando renunció a ello, renunció a Dios por amor de Dios, y entonces Dios quedó para él tal como es esencialmente en sí mismo ( y ) no según su modo de ser recibido o conquistado, sino en su esencia primigenia que es Dios en sí mismo. Él nunca le dio nada a Dios, ni recibió jamás nada de Dios; se trata de una sola cosa y una unión pura. Allí, el hombre es hombre verdadero y en tal hombre no entra ninguna pena como tampoco puede entrar, en el ser divino; según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unido. Es uno, no tiene nada en común con nada, ni le resulta común ninguna cosa de todo cuanto ha sido creado. Todo lo creado es ( una ) nada. Esto ( de que hablo ) está alejado de toda criaturidad y le resulta ajeno. Si el hombre fuera exclusivamente así, sería completamente increado e increable; si todo aquello que es corpóreo y achacoso, se hallara así comprendido en la unidad, no se distinguiría de la unidad misma. Si me hallara por un solo instante en este ser, cuidaría tan poco de mí mismo como de un gusanito de estiércol.
Es igual la medida en la que Dios provee a todas las cosas, y así como emanan de Dios son iguales; ah sí, en su primera emanación ( los ) ángeles y ( los ) hombres y todas las criaturas fluyen de Dios como iguales. Quien tomara, pues, las cosas en su primera emanación, tomaría todas las cosas ( como ) iguales. Si resultan así iguales en el tiempo, son todavía mucho más iguales en Dios, en la eternidad. Cuando se toma una mosca en Dios, ella ( en cuanto tomada ) en Dios es más noble que el ángel supremo en sí mismo. Ahora resulta que en Dios todas las cosas son iguales y son Dios mismo. Allí, en esa igualdad, Dios se complace tanto que su naturaleza y su ser se desahogan completamente en la igualdad consigo mismo. Le resulta tan placentero como si alguien dejara correr un corcel por una campiña verde que sería totalmente lisa y llana: correspondería a la naturaleza del corcel que se desahogara por completo ( y ) con toda su fuerza mientras corriera por la campiña; le sería placentero y estaría de acuerdo con su naturaleza. De la misma manera es placentero para Dios y le da satisfacción encontrar la igualdad. Le resulta placentero verter su naturaleza y su ser por completo en la igualdad, ya que Él es la igualdad misma.
Ahora se suele preguntar con respecto a los ángeles, si los ángeles que viven acá con nosotros y nos sirven y nos guardan, si ellos ( digo ) tienen de algún modo menos igualdad en cuanto a sus alegrías que aquellos que se hallan en la eternidad, o si ellos debido a su actividad de guardarnos y servirnos, experimentan alguna pérdida. Yo digo: ¡No, en absoluto! Su alegría y su igualdad por ello no son menores; porque la obra del ángel es la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la obra del ángel; por eso no sufre ningún menoscabo en cuanto a su alegría, a su igualdad y a sus obras. Si Dios le mandara al ángel que se fuera a un árbol y le quitara las orugas, el ángel estaría dispuesto a quitar las orugas y eso constituiría su felicidad y sería la voluntad divina.
El hombre que de tal modo se conserva apegado a la voluntad de Dios, no quiere nada fuera del ser divino y de la voluntad de Dios. Si estuviera enfermo, no querría estar sano. Toda pena es una alegría para él, toda multiplicidad es para él una sencillez y unidad, siempre y cuando se conserve apegado a la voluntad de Dios como es debido. Ah sí, aunque se vinculara a ello el suplicio infernal, para él sería una alegría y una felicidad. Es libre y se ha desasido de sí mismo y debe ser libre de todo cuanto ha de recibir. Si mi ojo ha de ver el color, debe ser libre de todo color. Si veo el color azul o el blanco, entonces la Vista que ve el color, o sea justamente aquello que ve, es lo mismo que es visto por el ojo. El ojo con el cual veo a Dios, es el mismo ojo con el cual me ve Dios; mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar.
El hombre que se conserva así apegado al amor de Dios, debe haber muerto para sí mismo y para todas las cosas creadas, de modo tal que se fija tan poco en sí mismo como en alguien ( que se encuentra ) a más de mil millas de distancia. Semejante hombre permanece en la igualdad y permanece en la unidad y permanece completamente igual: dentro de él no cabe ninguna desigualdad. Este hombre debe haberse desasido de sí mismo y de todo este mundo. Si hubiera un ser humano a quien perteneciera todo este mundo y él lo dejara por amor de Dios tan desnudo como lo había recibido, a semejante ( hombre ) Nuestro Señor le devolvería todo este mundo y le daría también la vida eterna. Y si hubiera otra persona que no poseyera nada más que una buena voluntad y él pensara: Señor, si este mundo fuera mío y si tuviera otro más y otro tercero — serían tres en total — y si él expresara el deseo: Señor, voy a desasirme de éstos y de mí mismo con la misma desnudez con que los he recibido de ti, a tal hombre Dios le daría exactamente lo mismo que si lo hubiera ofrecido todo con sus manos. Otro hombre ( empero ) que no poseyera nada, ni corpóreo ni espiritual, para renunciar ,a ello u ofrecerlo, éste habría renunciado a más que ningún otro. Quien renunciara a sí mismo del todo por un instante, a éste se le daría todo. Si, en cambio, un hombre se hubiera desasido durante veinte años y volviera a agarrarse a sí mismo por un solo instante, entonces resultaría que nunca se había desasido. El hombre que ha renunciado y está desasido y que nunca jamás por un solo instante mira aquello a que ha renunciado, y que persevera, inmóvil, en sí mismo e inmutable, sólo este hombre se halla desasido.
Que Dios y la eterna Sabiduría nos ayuden para que seamos tan perseverantes e inmutables como el Padre eterno. Amén.