Intravit Iesus in templum et coepit ejicere vendentes et ementes. Matthei.
Jesus entrou no templo e expulsou dali todos aqueles que se entregavam ao comércio. Derrubou as mesas dos cambistas e os bancos dos negociantes de pombas, (Mt 21,12)
Brugger
1. Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). ¿Por qué echó Jesús a los que compraban y vendían, y a los que ofrecían palomas, les mandó que las sacaran? Quiso significar tan sólo que quería tener vacío el templo, exactamente como si hubiera dicho: Tengo derecho a este templo y quiero estar solo en él y tener poder sobre él. Esto ¿qué quiere decir? Este templo donde Dios quiere reinar poderosamente según su voluntad, es el alma del hombre que Él ha formado y creado exactamente a su semejanza, según leemos que dijo Nuestro Señor: «¡Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza!» (Génesis 1, 26). Y así lo hizo también. Ha hecho el alma del hombre tan semejante a sí mismo que ni en el cielo ni en la tierra, por entre todas las criaturas espléndidas, creadas tan maravillosamente por Dios, no hay ninguna que se le asemeje tanto como el alma humana sola. Por ello, Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas.
2. ¡Ah, prestad atención! ¿Quiénes eran las personas que compraban y vendían, y quiénes son hoy en día? ¡Escuchadme bien! Ahora hablaré en mi sermón tan sólo de gente buena. Sin embargo, indicaré esta vez quiénes eran los mercaderes y quiénes siguen siéndolo, esos que compraban y vendían y (los que) continúan haciéndolo de la misma manera, (y) a quienes Nuestro Señor echó a golpes expulsándolos y lo sigue haciendo aún hoy en día con todos cuantos compran y venden en este templo: no quiere que ni uno solo (de ellos) permanezca adentro. Mirad, mercaderes son todos aquellos que se cuidan de no cometer pecados graves y les gustaría ser buenos y, para la gloria de Dios, ellos hacen sus obras buenas, como ser, ayunar, estar de vigilia, rezar y lo que hay por el estilo, cualquier clase de obras buenas, mas las hacen para que Nuestro Señor les dé algo en recompensa o para que Dios les haga algo que les gusta: todos ésos son mercaderes. Esto se debe entender en un sentido burdo, porque quieren dar una cosa por otra y de esta manera pretenden regatear con Nuestro Señor. Con miras a tal negocio se engañan. Pues, todo cuanto poseen y todo cuanto son capaces de obrar, si lo dieran todo por amor de Dios y obrasen por completo por Él, Dios en absoluto estaría obligado a darles ni a hacerles nada en recompensa, a no ser que quiera hacerlo gratuita (y) voluntariamente. Porque lo que son, lo son gracias a Dios, y lo que tienen, lo tienen de Dios y no de sí mismos. Por lo tanto, Dios no les debe nada, ni por sus obras ni por sus dádivas, a no ser que quisiera hacerlo voluntariamente como merced y no a causa de sus obras ni de sus dádivas, porque no dan nada de lo suyo (y) tampoco obran por sí mismos, según dice Cristo mismo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Esos que quieren regatear así con Nuestro Señor, son individuos muy tontos; conocen poco o nada de la verdad. Por eso, Nuestro Señor los echó a golpes fuera del templo y los expulsó. La luz y las tinieblas no pueden hallarse juntas. Dios es la Verdad y una luz en sí misma. Por ello, cuando Dios entra en este templo, expulsa la ignorancia, o sea, las tinieblas, y se revela Él mismo mediante la luz y la verdad. Cuando se llega a conocer la Verdad, los mercaderes han desaparecido, y la verdad no apetece hacer negocio alguno. Dios no busca lo suyo, Él es libre y desasido en todas sus obras y las hace por verdadero amor. Lo mismo hace también aquel hombre que está unido con Dios; él se mantiene también libre y desasido en todas sus obras, y las hace únicamente por la gloria de Dios, sin buscar lo suyo, y Dios opera en el.
3. Digo más aún: Mientras el hombre en todas sus obras busca aún alguna cosa relativa a lo que Dios puede o quiere dar, se asemeja a esos mercaderes. Si quieres librarte del todo del mercantilismo para que Dios te permita permanecer en ese templo, debes hacer con pureza (y) para gloria de Dios todo cuanto eres capaz de hacer en todas tus obras, y debes mantenerte tan libre de todo ello como es libre la nada que no se halla ni acá ni allá. No debes apetecer absolutamente nada en recompensa. Si operas así, tus obras serán espirituales y divinas y entonces los mercaderes, sin excepción, han sido expulsados del templo, y sólo Dios mora en él; ya que semejante hombre piensa únicamente en Dios. Mirad, de tal manera este templo ha sido desocupado por todos los mercaderes. Mirad, el hombre que no piensa en sí mismo ni en ninguna otra cosa sino sólo en Dios y en su honra, este hombre es libre y desasido del mercantilismo en todas sus obras y no busca lo suyo, así como Dios es libre y desasido en todas sus obras y no busca lo suyo.
4. He mencionado, además, que Nuestro Señor dijo a la gente que vendía palomas: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» A esas personas no las expulsó ni las increpó mucho, sino que dijo muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí!», como si hubiera querido decir: Esto, si bien no es malo, trae obstáculos para la verdad pura. Esas personas son todas personas buenas que hacen sus obras exclusivamente por amor de Dios y no buscan en ellas nada de lo suyo, pero las hacen con apego al propio yo, al tiempo y al número, al antes y al después. (Entonces) esas obras les impiden (alcanzar) la verdad óptima es decir, que deberían ser libres y desasidos tal como Nuestro Señor Jesucristo es libre y desasido y, en todo momento, se recibe como nuevo de su Padre celestial, sin cesar y en forma atemporal, y al mismo instante y sin cesar renace otra vez (y) del todo, con loa agradecida, en la majestad paterna, con dignidad igual (a la del Padre). De la misma manera debería comportarse el hombre que querría hacerse susceptible de la verdad suma y vivir en ella sin «antes» ni «después», y sin que se lo impidieran todas las obras y todas aquellas imágenes de las que en algún momento ha tenido conciencia, de modo que volvería a recibir en este instante y con absoluta libertad el don divino y lo haría renacer en Nuestro Señor Jesucristo sin trabas (y) a esa misma luz, con loa agradecida. De este modo, las palomas habrían desaparecido, es decir, los obstáculos y el apego al yo en todas esas obras, buenas por lo demás, con las cuales el hombre no busca lo suyo. Por eso dijo Nuestro Señor muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!», como si hubiera querido decir: Está bien, pero trae obstáculos.
5. Cuando este templo se libera así de todos los obstáculos, es decir, del apego al yo y de la ignorancia, entonces resplandece con tanta hermosura y brilla tan pura y claramente por sobre todo y a través de todo lo creado por Dios, que nadie puede igualársele con idéntico brillo a excepción del solo Dios increado. Y es plena verdad: nadie se iguala a este templo fuera del solo Dios increado. Todo cuanto se halla por debajo de los ángeles, en absoluto se asemeja a este templo. Aun los ángeles más elevados se asemejan hasta cierto grado, pero no del todo, a este templo del alma noble. El que se asemejen al alma en cierta medida, es (verdad) con respecto al conocimiento y al amor. Sin embargo, se les ha puesto un límite; no pueden ir más allá. Pero el alma bien puede ir más allá. Si un alma — y en efecto la de un hombre que viviera aún en la temporalidad — estuviese a la misma altura que el ángel supremo, entonces este hombre a causa de su libre facultad podría elevarse aún inconmensurablemente más por encima del ángel, (siendo) nuevo en cada instante y carente de número, es decir, sin modo, (y hallándose) más allá del modo de los ángeles y de toda razón creada. Sólo Dios es libre e increado y por ello, Él solo se iguala a ella (el alma) en cuanto a la libertad, mas no a su condición de increado, porque ella es creada. Cuando el alma llega a la luz sin mezcla, entonces cae en su nada (y) en esa nada (se halla) a tanta distancia de su algo creado, que ella es absolutamente incapaz de volver por fuerza propia a su algo creado. Y Dios, con su ser increado, se ubica por debajo de esa su nada y sostiene al alma en el «algo» de Él. El alma se ha arriesgado a ser aniquilada y no puede retornar a sí misma por fuerza propia, tanto se ha alejado de sí misma antes de que Dios se colocara por debajo de ella. Tiene que ser así, necesariamente. Pues, como dije antes: «Jesús había entrado al templo y echó afuera a los que compraban y vendían, y se puso a decir a los otros: “¡Quitad esto!”». Pues bien, mirad, ahora me refiero a la palabrita: Jesús entró y se puso a decir: «¡Quitad esto!» y ellos lo sacaron. Mirad, entonces ya no hubo más nadie que sólo Jesús, y Él comenzó a hablar en el templo. Mirad, debéis tenerlo por cierto: si alguna otra persona, fuera de Jesús solo, quiere hablar en el templo, o sea, en el alma, Jesús se calla como si no estuviera en casa y tampoco está en su casa en el alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el alma, ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. Ah sí, entonces entra Él y comienza a hablar. ¿Qué dice el Señor Jesús? Dice lo que es. ¿Qué es, pues? Es un Verbo del Padre. En este mismo Verbo se enuncia el Padre a sí mismo y a toda la naturaleza divina y a todo cuanto es Dios, tal como Él lo conoce; y lo conoce tal como es. Y como Él es perfecto en su cono cimiento y facultad, por eso es perfecto también en su habla. En tanto dice el Verbo, se enuncia a sí mismo y a todas las cosas por medio de otra persona, y le da (al Verbo) la misma naturaleza que tiene Él mismo y enuncia a todos los seres dotados de razón, mediante el mismo Verbo, como idénticos al mismo Verbo, según la «imagen» (o sea la idea) en cuanto ella permanece adentro, pero no como idénticos en todo sentido como el mismo Verbo, en cuanto (la imagen) irradia su luz hacia fuera de acuerdo con el hecho de que cada una existe por separado; antes bien, ellas (las imágenes que existen cada una por separado) han sido dotadas de la posibilidad de obtener la semejanza con el mismo Verbo por obra de la gracia. Y a este mismo Verbo, tal como es en sí, lo ha pronunciado íntegramente el Padre, tanto al Verbo como a todo cuanto hay en el Verbo.
6. Ya que el Padre ha dicho esto ¿qué está diciendo Jesús en el alma? Tal como lo he señalado: El Padre enuncia al Verbo y habla por medio del Verbo y no de otro modo; y Jesús habla en el alma. Su manera de hablar consiste en que Él se revela a sí mismo y a todo cuanto el Padre ha hablado en su interior, según la manera en la cual el espíritu está predispuesto. Él revela el poder soberano del Padre en el espíritu con el mismo poder inconmensurable. Cuando el espíritu recibe este poder en el Hijo y por el Hijo, él mismo se vuelve poderoso en cualquier acontecimiento de modo que llega a ser igual y poderoso en todas las virtudes y en toda pureza perfecta, de manera tal que ni lo agradable ni lo penoso ni todo cuanto Dios ha creado en el tiempo, puede perturbar al hombre y él, antes bien, se mantiene poderosamente (en ese estado) como dentro de una fuerza divina, en comparación con la cual todas las cosas son pequeñas e impotentes.
7. Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, (y) el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además (reconoce) a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él (el Verbo) en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente (a esta última) cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura (y) clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (Salmo 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego (el alma) se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en (su) fecunda facultad procreativa, y (conoce) su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna.
8. Jesús se revela, además, con una dulzura y plenitud inconmensurables que emanan del poder del Espíritu Santo y rebosan y se derraman y fluyen con desbordante superabundancia y dulzura en todos los corazones susceptibles. Cuando Jesús se revela y se une con el alma con esa plenitud y dulzura, el alma vuelve, por obra de la gracia, a su primer origen (y lo hace) fluyendo con esa plenitud y dulzura poderosa e inmediatamente, dentro de sí misma y más allá de sí misma y de todas las cosas. Cuando esto sucede, el hombre exterior obedece a su hombre interior hasta la muerte y se mantiene al servicio de Dios en paz continua por siempre jamás. Que Dios nos ayude para que Jesús entre también en nuestro interior, y que eche afuera y saque todos los impedimentos y nos haga uno, así como Él es un solo Dios, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo, de modo que lleguemos así a ser uno con Él y sigamos siéndolo por toda la eternidad. Amén.
Jarczyk et Labarrière
Nous lisons dans le saint évangile que Notre Seigneur entra dans le temple et jeta dehors ceux qui là achetaient et vendaient, et dit aux autres qui là avaient tourterelles et choses semblables à vendre : « Enlevez-moi ça, débarrassez-moi ça ! » Pourquoi Jésus jeta-t-il dehors ceux qui là achetaient et vendaient, et commanda-t-il à ceux qui là avaient des tourterelles de les enlever ? Il ne visait rien d’autre que le fait qu’il veuille avoir le temple vide, tout comme s’il disait : J’ai un droit sur ce temple et veux y être seul et avoir seigneurie sur lui. Qu’est-ce qui est dit par là ? Ce temple où Dieu veut régner puissamment selon sa volonté, c’est l’âme de l’homme, qu’il a formée et créée si exactement égale à lui-même, comme nous lisons que Notre Seigneur dit : « Faisons l’homme selon notre image et à notre ressemblance. » Et c’est aussi ce qu’il a fait. Si égale à lui-même il a fait l’âme de l’homme qu’au ciel ni sur terre, parmi toutes les créatures magnifiques que Dieu a créées si admirablement, il n’en est aucune qui lui soit aussi égale que l’âme de l’homme seulement. C’est pourquoi Dieu veut avoir ce temple vide, en sorte qu’il n’y ait là rien de plus que lui seul. C’en est ainsi parce que ce temple lui plaît tellement dès lors qu’il lui est si exactement égal et il se complaît tellement dans ce temple chaque fois qu’il y est seul.
Or donc, prêtez attention maintenant ! Qui étaient les gens qui là achetaient et vendaient, et qui sont-ils encore ? Maintenant prêtez-moi grande attention ! Je ne veux pour ce coup prêcher maintenant qu’à propos de gens de bien. Néanmoins je veux montrer pour cette fois qui étaient là et qui sont encore les marchands qui achetaient et vendaient et le font encore, eux que Notre Seigneur chassa et jeta dehors. En cela il le fait encore à tous ceux qui là achètent et vendent dans ce temple : il n’en veut laisser un seul au-dedans. Voyez, ce sont tous des marchands ceux qui se préservent de péchés grossiers et seraient volontiers de gens de bien et font leurs bonnes oeuvres pour honorer Dieu, comme de jeûner, veiller, prier, et quoi que ce soit, toutes sortes d’oeuvres bonnes, et ils les font cependant pour que Notre Seigneur leur donne quelque chose en retour, ou pour que Dieu leur fasse en retour quelque chose qui leur soit agréable : ce sont tous des marchands. Il faut l’entendre en ce sens grossier, car ils veulent donner une chose pour l’autre, et veulent ainsi commercer avec Notre Seigneur. En ce commerce ils sont trompés. Car tout ce qu’ils ont et tout ce qu’ils sont en mesure d’opérer, donneraient-ils pour Dieu tout ce qu’ils ont et se livreraient-ils pleinement pour Dieu, pour autant Dieu ne serait en rien de rien tenu envers eux de donner ou de faire, à moins qu’il ne veuille le faire gratuitement de bon gré. Car ce qu’ils sont ils le sont de par Dieu et ce qu’ils ont ils l’ont de par Dieu, et non par eux-mêmes. C’est pourquoi Dieu n’est en rien de rien tenu par leurs oeuvres et leurs dons, à moins que de bon gré il ne veuille le faire de par sa grâce et non en raison de leurs oeuvres ni en raison de leur don, car ils ne donnent rien qui soit leur et n’opèrent pas non plus à partir d’eux-même, ainsi que dit Christ lui-même : « Sans moi vous ne pouvez rien faire. » Ce sont des fous fieffés ceux qui veulent ainsi commercer avec Notre Seigneur ; ils ne connaissent de la vérité que peu de chose ou rien. C’est pourquoi Notre Seigneur les chassa hors du temple et les jeta dehors. Il ne se peut que demeure ensemble la lumière et les ténèbres. Dieu est la vérité et une lumière dans soi-même. Lors donc que Dieu vient dans ce temple, il rejette au-dehors l’ignorance, c’est-à-dire les ténèbres, et se révèle soi-même avec lumière et avec vérité. Alors les marchands sont partis lorsque la vérité se trouve connue et la vérité n’a nulle envie de mercantilisme. Dieu ne cherche pas ce qui est sien ; dans toutes ses oeuvres il est dépris et libre et les opère par juste amour. Ainsi aussi fait cet homme qui est uni à Dieu ; il se tient lui aussi dépris et libre dans toutes ses oeuvres, et les opère seulement pour honorer Dieu, et ne recherche pas ce qui est sien, et Dieu l’opère en lui.
Je dis plus encore : Tout le temps que l’homme dans toutes ses oeuvres cherche quoi que ce soit de tout ce que Dieu peut avoir donné ou veut donner, il est égal à ces marchands. Veux-tu de mercantilisme être pleinement dépris, en sorte que Dieu te laisse dans ce temple, tu dois ( faire ) alors tout ce qui est en ton pouvoir dans toutes tes oeuvres, cela tu dois le faire limpidement pour une louange de Dieu, et du dois donc te tenir dépris de cela comme est dépris le néant qui n’est ni ici ni là. Tu ne dois désirer rien de rien en retour. Quand tu opères de la sorte, tes oeuvres sont alors spirituelles et divines et du coup les marchands sont jetés hors du temple entièrement, et Dieu y est seul lorsque l’homme ne vise rien que Dieu. Voyez, c’est ainsi que ce temple est vide de tous les marchands. Voyez, l’homme qui ne vise ni soi ni rien que seulement Dieu et l’honneur de Dieu, il est véritablement libre et dépris de tout mercantilisme dans toutes ses oeuvres et ne cherche pas ce qui est sien, tout comme Dieu est dépris dans toutes ses oeuvres et libre et ne recherche pas ce qui est sien.
J’ai dit en outre que Notre Seigneur dit aux gens qui là avaient des tourterelles à vendre : « Débarrassez-moi ça, enlevez-moi ça ! » Les gens, il ne les jeta pas dehors ni ne les réprimanda fortement ; mais il dit avec grande bonté : « Débarrassez-moi ça ! », comme s’il voulait dire : Ce n’est pas mauvais et pourtant cela dresse des obstacles à la vérité limpide. Ces gens, ce sont tous gens de bien, qui font leur oeuvre limpidement pour Dieu et ne cherchent pas en cela ce qui est leur, et le font pourtant selon le moi propre, selon temps et selon nombre, selon avant et après. Dans ces oeuvres ils connaissent un obstacle à la vérité suprême selon laquelle ils devraient être libres et dépris, tout comme Notre Seigneur Jésus Christ est libre et dépris et, en tout temps à nouveau, sans relâche et hors du temps, se reçoit de son Père céleste et, en ce même maintenant, sans relâche s’engendre parfaitement en retour avec une louange de gratitude jusqu’en la grandeur paternelle dans une égale dignité. C’est ainsi que devrait se tenir l’homme qui voudrait se trouver réceptif à la vérité suprême et vivant là sans avant et sans après et sans être entravé par toutes els oeuvres et toutes les images dont il eut jamais connaissance, dépris et libre, recevant à nouveau dans ce maintenant le don divin et l’engendrant en retour sans obstacle dans cette même lumière avec une louange de gratitude en Notre Seigneur Jésus Christ. Ainsi seraient écartées les tourterelles, c’est-à-dire obstacles et attachement au moi propre en toutes les oeuvres qui néanmoins sont bonnes, en quoi l’homme ne cherche rien de ce qui est sien. C’est pourquoi Notre Seigneur dit avec grande bonté : « Enlevez-moi ça, débarrassez-moi ça ! », comme s’il voulait dire : Cela est bon, cependant cela dresse des obstacles.
Lors donc que ce temple se trouve vide de tous obstacles que sont attachement au moi propre et ignorance, alors il reluit de façon si belle et brille de façon si limpide et claire, par-delà tout ce que Dieu a créé et à travers tout ce que Dieu a créé, que personne ne peut l’égaler en éclat, si ce n’est le Dieu incréé seul. Et en juste vérité, à ce temple personne non plus n’est égal, si ce n’est le Dieu incréé seul. Tout ce qui est au-dessous des anges, cela ne s’égale en rien de rien à ce temple. Les anges les plus élevés eux-mêmes égalent quelque peu ce temple de l’âme noble, mais pas pleinement. Qu’ils soient égaux à l’âme en quelque mesure, c’est en connaissance et en amour. Cependant un but leur est fixé ; ils ne peuvent l’outrepasser. L’âme le peut certes assurément. Une âme se trouverait-elle égale à l’ange le plus élevé, ( l’âme ) de l’homme qui vivrait encore dans le temps, l’homme pourrait néanmoins, dans sa libre capacité, parvenir incomparablement plus haut au-dessus de l’ange, à nouveau, à tout maintenant, sans nombre, c’est-à-dire sans mode et au-dessus du mode des anges et de tout intellect créé. Et Dieu est seul libre et incréé, et c’est pourquoi lui seul lui est égal ( = est égal à l’âme ) quant à la liberté, et non quant au caractère-incréé, car elle est créée. Lorsque l’âme parvient à la lumière sans mélange, elle se précipite dans son néant de néant, si loin de quelque chose créé, dans ce néant de néant, qu’elle n’est aucunement en mesure de revenir, de par sa force, dans son quelque chose créé. Et Dieu, par son caractère-incréé, soutient son néant de néant et maintient l’âme dans son quelque chose de quelque chose. L’âme a couru le risque d’en venir au néant et ne peut non plus par elle-même atteindre à elle-même, si loin de soi elle est allée, et ( cela ) avant que Dieu ne l’ait soutenue. Il faut de nécessité qu’il en soit ainsi. Car, ainsi que j’ai dit plus haut : Jésus était entré dans le temple et avait jeté dehors ceux qui là achetaient et vendaient, et se mit à dire aux autres : « Enlevez-moi ça ! », et ils l’enlevèrent. Voyez, il n’y avait là plus personne que Jésus seul, et ( il ) se mit à parler dans le temple. Voyez, tenez-le pour vrai : quelqu’un d’autre que Jésus seul veut-il discourir dans le temple, c’est-à-dire dans l’âme, alors Jésus se tait, comme s’il n’était pas chez lui, et il n’est certes pas chez lui dans l’âme quand elle a des hôtes étrangers avec lesquels elle s’entretient. Mais Jésus doit-il discourir dans l’âme, alors il faut qu’elle soit seule et il faut qu’elle-même se taise, si elle doit entendre Jésus discourir. Ah, il entre alors et commence à parler. Que dit le Seigneur Jésus ? Il dit ce qu’il est. Qu’est-il donc ? Il est une Parole du Père. Dans cette même Parole le Père se dit soi-même et toute la nature divine et toute ce que Dieu est, tel aussi qu’il la connaît ( = la Parole ), et il la connaît telle qu’elle est. Et parce qu’il est parfait dans sa connaissance et dans sa puissance, de là il est également parfait dans son dire. En disant la Parole, il se dit et ( dit ) toutes choses dans une autre Personne, et lui donne la même nature qu’il a lui-même, et dit dans la même Parole tous les esprits doués d’intellect, égaux à cette même Parole selon l’image, en tant qu’elle demeure à l’intérieur, ( mais ) selon qu’elle luit au dehors, en tant que tout un chacun est près de lui-même, non égaux en toute manière à cette même Parole, plutôt : ils ont reçu la capacité de recevoir égalité par grâce de cette même Parole ; et cette même Parole, telle qu’elle est en elle-même, le Père l’a dite toute, la Parole et toute ce qui est dans cette Parole.
Le Père ayant dit cela, qu’est-ce donc que Jésus dit dans l’âme ? Comme je l’ai dit : Le Père dit la Parole et dit dans la Parole et non autrement, et Jésus dit dans l’âme. Le mode de son dire, c’est qu’il se révèle soi-même et tout ce que le Père a dit dans lui, selon le mode où l’esprit est réceptif. Il révèle la seigneurie paternelle dans l’esprit dans une puissance égale sans mesure. Quand l’esprit reçoit cette puissance dans le Fils et par le Fils, il devient puissant dans toute sorte de progrès, en sorte qu’il devient égal et puissant dans toutes vertus et dans toute limpidité parfaite, de telle manière que félicité ni souffrance ni rien de ce que Dieu a créé dans le temps ne peut troubler cet homme, qu’il ne demeure puissamment en cela comme dans une force divine en regard de laquelle toutes choses sont petites et sans pouvoir.
En second lieu, Jésus se révèle dans l’âme avec une sagesse sans mesure, qui est lui-même, dans cette sagesse le Père se connaît soi-même avec toute sa seigneurie paternelle et cette même Parole qui est aussi la sagesse même et toute ce qui est dedans comme étant le même un. Lorsque cette sagesse se trouve unie à l’âme, alors tout doute et toute erreur et toutes ténèbres lui sont pleinement ôtés et ( elle ) est posée dans une lumière claire limpide qui est Dieu même, ainsi que dit le prophète : « Seigneur, dans ta lumière on connaîtra la lumière. » Alors c’est Dieu avec Dieu qui se trouve connu dans l’âme ; alors elle connaît avec cette sagesse soi-même et toute chose, et cette même sagesse elle la connaît avec lui-même, et c’est avec la même sagesse qu’elle connaît la seigneurie paternelle dans sa puissance génératrice féconde, et l’étantité essentielle selon la simple unicité sans aucune différence.
Jésus se révèle aussi avec une douceur et richesse incommensurables qui sourd de la force de l’Esprit Saint et sourd avec surabondance et flue avec pleine richesse et douceur en flux surabondant dans tous les coeurs réceptifs. Lorsque Jésus se révèle avec cette richesse et avec cette douceur et s’unit à l’âme, avec cette richesse et avec cette douceur l’âme flue alors de retour dans soi-même et hors de soi-même et au-dessus de soi-même et au-dessus de toutes choses, par grâce, avec puissance, sans intermédiaire, dans son premier commencement. Alors l’homme extérieur est obéissant à son homme intérieur jusqu’à sa mort, et est alors en paix constante dans le service de Dieu en tout temps. Pour qu’aussi Jésus doive nécessairement venir en nous et jeter dehors et enlever tous obstacles et nous fasse un comme il est un, un Dieu avec le Père et avec l’Esprit Saint, pour que donc nous devenions et demeurions éternellement un avec lui, qu’à cela Dieu nous aide. Amen.
Matthew Fox
We read in the Gospel that our Lord went into the temple and threw out those who were buying and selling there. To others who were offering for sale pigeons and similar things he said: “Take all this away . . . !” (Jn. 2:16). Why did Jesus throw out those who were buying and selling, and why did he command those who were offering pigeons for sale to get out? He meant by this only that he wished the temple to be empty, just as if he had wanted to say: “I am entitled to this temple, and wish to be alone here, and to have mastery here.”
What does this mean? This temple, which God wishes to rule over powerfully according to his own will, is the soul of a person. God has formed and created the soul very like himself, for we read that our Lord said: “Let us make human beings in our own image” (Gn. 1:26). And this is what he did. So like to himself did he make the soul of a person that neither in the kingdom of heaven nor on earth among all the splendid creatures that God created in such a wonderful way is there any creature that resembles him as much as does the soul of a human being. For this reason God wishes the temple to be empty so that nothing can be in it but himself alone. This is because this temple pleases him so and resembles him so closely, and because he is pleased whenever he is alone in this temple.
Very well, now pay close attention! Who were the people who were buying and selling in the temple, and who are they still? Now listen to me closely! I shall preach now without exception only about good people. Nevertheless, I shall at this time show who the merchants were then and still are today—those who were buying and selling then, and are still doing so, the ones our Lord whipped and drove out of the temple. And he still is doing so to those who, despite everything, continue to buy and sell in the temple. He will not allow a single one of them to be there. Behold how all those people are merchants who shun great sins and would like to be good and do good deeds in God’s honor, such as fasts, vigils, prayers, and similar good deeds of all kinds. They do these things so that our Lord may give them something, or so that God may do something dear to them. All these people are merchants. This is more or less to be understood since they wish to give one thing in return for another. In this way they wish to bargain with our Lord. They are cheated, however, in this transaction. For everything they possess, and everything they would like to do—if they were to give it all away for God’s sake and if they were to be influenced entirely in accord with God’s sake—God would still not be indebted to them or have to give them anything unless he wanted to do so of his own free will. For whatever they are, they owe to God, and whatever they have, they have from God and not from themselves. Therefore, God is not at all in debt to them for their deeds and gifts unless he should wish to do something of his own free will and favor, and not for the sake of their deeds or gifts. For they give not what is theirs; they achieve nothing by themselves. As Christ himself says: “Without me you can do nothing” (Jn. 15:5).
These people who wish to bargain in this way with our Lord are very silly. They have little wisdom or none at all. Therefore, our Lord threw them out of the temple and drove them away. Light and darkness cannot exist with one another. God is truth and light in himself. When God comes into this temple, he drives out of it uncertainty, which is darkness, and reveals himself with light and truth. The merchants therefore are driven away as soon as truth is known, for truth does not long for any kind of commercial deal. God does not seek his own interest. In all his deeds he is unencumbered and free, and accomplishes them out of genuine love. The person united with God behaves in the same way. This person is unencumbered and free in all his or her deeds, and accomplishes them for God’s honor, seeking no personal interest. And God accomplishes them in this person.
I state further that so long as people by means of all their deeds are seeking anything at all from all that God may be pleased to give, such people resemble the merchants. If you wish to be completely free of this commercial viewpoint so that God may keep you in the temple, whatever deeds you may wish to do, you must accomplish only in praise of God. And you must remain as unfettered by all this as nothingness—which is neither here nor there—is unfettered. You must in no way long for such objects. If you accomplish your deeds in this way, your deeds are spiritual and divine. The merchants are at the same time driven out of the temple, and God is alone within it. For this person has only God in mind. Behold how in this way the temple is rid of the merchants. Behold how people who have neither themselves nor anything besides God alone and God’s honor in mind are truly free and empty of any commercial spirit in all their deeds. Such people seek not their own interests, just as God is unencumbered and free in all his deeds and seeks not his own interests.
I have further stated that our Lord said to the people who were offering pigeons for sale: “Get rid of this, put it away!” He did not drive those people out nor did he scold them severely, but he spoke rather kindly to them: “Get rid of this,” as if he might have wanted to say: “This is, of course, not bad, and yet it is an obstacle to the purer truth.”
These are all good people who accomplish their deeds in relation to their own egos, to time and number, and to what comes before and what comes after. In their deeds they are prevented from attaining the best kind of truth. Such a truth would require them to be free and unencumbered, just as our Lord Jesus Christ is free and unencumbered. For our Lord, in a way that is constantly, unceasingly, and timelessly new, receives himself from his heavenly Father. At the same time our Lord gives rise to himself perfectly, in grateful praise to the Father’s majesty, and with equal honor to himself. This is exactly the same way people should behave who are willing to receive the highest of all truth and live within it without beginning or end. Without hindrance from the deeds they accomplish or the concepts of which they become aware, such people newly receive God’s gift in an unencumbered and free way, and give rise to it again in the same light with grateful praise in our Lord Jesus Christ Thus if the doves were removed, this means the removal of the hindrance and ego connection caused by all the deeds that are otherwise good and in which people do not seek their own interests. Therefore, our Lord said in quite a kindly way: “Get rid of this, put it away!” Just as if he wished to say that it is, of course, good, but it brings a hindrance with it.
If this temple could thus become free of all hindrances, that is to say, from any ego connection and uncertainty, it would gleam so beautifully and shine so purely and clearly over and through everything created by God that no one could match its splendor except the uncreated God. And in all truth no one really resembles this temple except the uncreated God alone. Nothing beneath the angels resembles this temple at all. The highest angels themselves resemble the temple of the noble soul up to a certain degree, but still not completely. The fact that they resemble the soul to a certain degree is proven by knowledge and love. However, a limit has been set for the angels beyond which they cannot go. But the soul can indeed go beyond it. If a soul were to reach the same height as the highest angel—I am speaking of the soul of a person still living in the temporal dimension—such a person in his or her freedom might reach immeasurably higher than the angels in a new and timeless moment. This means without a mode and beyond the mode of the angels and all created understanding.
God alone is free and uncreated, and for this reason he alone is like the soul with respect to freedom, but not with respect to uncreatedness, since the sovl has been created. If the soul comes into the unblended light, it throbs so far into its nothingness and so far away from its created something into nothingness that the soul of its own power cannot return to its created substance. And God places himself with his uncreatedness beneath the soul’s nothingness and upholds the soul in his substance. The soul has dared to come to nothing, and cannot with its own power come back to itself again—so far has the soul left itself before God placed himself beneath the soul. That must of necessity be the case. For as I said earlier: “Jesus went into the temple and drove out all who were selling and buying there, and he said to them: ‘Get rid of this!’ “ Yes, see how now I take the expression: “Jesus went in and began to say to them: ‘Get rid of this!’ and they got rid of it.”
Behold how there was no one there except Jesus alone, and he began to speak in the temple. Behold, this you should truly know, that if anyone wishes to speak in the temple, that is, in the soul, except Jesus, our Lord will remain silent. For the soul has strange guests with whom it is conversing. If, however, Jesus is to speak within the soul, it must be alone and must itself be silent if it is to hear Jesus. In such circumstances he will go inside the soul and begin to speak. What does the Lord Jesus say? He declares what he is. What then is he? He is the Father’s Word. And in this very Word the Father declares himself as well as the whole divine nature and all that God is, just as he knows it. He also knows how God is. And since God is perfect in his knowledge and in his capacity, he is therefore perfect also in his speech. While declaring the Word, he declares himself and all things in another Person, and he gives to the Word the same nature he himself has. And God declares all forms of spirit endowed with reason to be similar in essence to the Word according to the “image,” to the extent that the Word remains within them. These forms of spirit, however, are not like the Word in the way in which the Word gives off light or in the degree to which every form of spirit has distinguished its own being. They—that is to say, the “images” that are given off—have kept, however, the possibility of attaining a grace-giving similarity to the Word. And the Father has declared completely the Word, as it is within itself, and all that is within the Word.
Since the Father has declared this, what does Jesus declare within the soul? As I have said, the Father declares the Word, and either speaks within the Word or not at all. Jesus, however, speaks in the soul. The manner of his speaking is as follows: he reveals himself and everything that the Father has declared in him in the way in which the Spirit is susceptible. He reveals the Father’s ruling power to be an equally immeasurable force in the Spirit. When the Spirit receives this force in and through the Son, the Spirit himself becomes powerful in that progression so that the Spirit becomes equally powerful in all virtues and in perfect purity. As a result, neither love nor sorrow nor all that God has created in time can disturb a human being. Rather such a person remains full of power as if enveloped in a divine strength compared to which all others are small and powerless.
At another time Jesus reveals himself within the soul with the immeasurable wisdom that is himself—the same wisdom with which the Father in his totally paternal ruling power knows himself as well as the Word, which is also wisdom itself, and all the Word contains, since God is one. If this wisdom is joined to the soul, all doubt and all error and all darkness are totally removed, and the soul is brought into a pure, clear light, which is God himself, just as the prophet said: “Lord, in your light we shall know the light” (Ps. 36:9). For God becomes known to God in the soul. Then the soul knows itself and all things with this same wisdom. With the same wisdom the soul knows God himself, and his paternal majesty in its fearful creative power, and the essential original being in one unity without any kind of distinction.
Moreover, Jesus reveals himself with the immeasurable sweetness and fullness that gush out of the power of the Holy Spirit, overflowing and streaming into all sensitive hearts with an abundant fullness and sweetness. When Jesus reveals himself with this fullness and sweetness, and unites himself to the soul, the soul flows with fullness and sweetness into itself, and beyond itself, and beyond all things into its first origin through the action of grace with limitless power. For the external person is obedient to the inner person up to the point of death, and is then in constant peace in God’s service.
May God help us so that Jesus can come into us and throw out and remove all obstacles and make us one being, just as he is one with the Father and the Holy Spirit. May we become one with him and eternally remain with him. Amen.