Eckhart – da penitência

Da verdadeira penitência e da vida bem-aventurada
16. De la verdadera penitencia y de la vida bienaventurada.
Muchas personas se imaginan que deberían realizar grandes obras en cuanto a cosas exteriores, como son ayunar, ir descalzo y otras actitudes por el estilo, que se llaman obras de penitencia. ( Pero ) la verdadera penitencia y la mejor de todas, con la cual uno logra enmendarse fuertemente y en el más alto grado, consiste en que el hombre le dé la espalda completa y perfectamente a todo aquello que no es del todo Dios ni divino en él mismo y en todas las criaturas, y que se vuelva cabal y completamente hacia su querido Dios con un amor imperturbable, de manera que su devoción y su anhelo ( de encontrarlo ) sean grandes. En aquella obra en la cual estás más dispuesto ( a ello ), eres también más justo; cuanto más aciertas en este aspecto, tanto más verdadera es la penitencia y borra proporcionalmente más pecados e incluso todo castigo. Sí, es cierto, rápido y a la brevedad podrías dar la espalda a todos los pecados con tanto vigor y tanta repugnancia verdadera y dirigirte con el mismo vigor hacia Dios que -aunque hubieras cometido todos los pecados hechos jamás desde los tiempos de Adán y a hacerse de ahora en adelante- todo esto te sería completa y absolutamente perdonado junto con el castigo, de modo que tú, si murieras en este instante, te irías a ver el rostro de Dios.

Esta es la verdadera penitencia y ella proviene en especial y ‘lo más perfectamente de la digna Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ( sufrida ) con perfecta penitencia. Cuanto más el hombre vaya formando su imagen dentro ( de esta penitencia ) tanto más se le quitarán todos los pecados y los castigos correspondientes. Además, el hombre debe adquirir, en todas sus obras, el hábito de formar su imagen dentro de la vida y actuación de Nuestro Señor Jesucristo, en todo su hacer y no hacer, en sus sufrimientos y su vida, y, al hacerlo, debe pensar siempre en Él, tal como Él ha pensado en nosotros.

Semejante penitencia no consiste sino en ( tener ) el ánimo apartado de todas las cosas, elevándolo enteramente hacia Dios. Y aquellas obras donde logras tener, más que en otras, tal estado de ánimo y lo tienes gracias a esas obras, hazlas con toda libertad; pero si te estorba en ello alguna obra externa, como son ayunos, vigilias, lecturas o lo que sea, renuncia a ella sin vacilar y sin preocuparte de que puedas descuidar alguna obra de penitencia. Porque Dios no mira cuáles son las obras sino únicamente cuáles son el amor y la devoción y la disposición de ánimo en las obras. Pues a Él, nuestras obras no le importan mucho sino exclusivamente nuestra disposición de ánimo en todas nuestras obras y el que lo amemos tan sólo a Él en todas las cosas. Pues el hombre que no halla su contento en Dios es demasiado codicioso. La recompensa de todas tus obras debe consistir en que Dios las conozca y que tú, al hacerlas, pienses en Él; en todo momento esto te debe bastar y cuanto más natural e ingenuamente pienses en Él, tanto más propiamente expiarás tus pecados mediante todas tus obras.

Puedes recordar también que Dios ha sido el Salvador ‘universal de todo el mundo y por este hecho le debo mucho mayor gratitud que en el caso de que Él me hubiera salvado sólo a mí. De la misma manera tú también has de ser un salvador universal de cuanto has corrompido en ti a causa de los pecados, y con todo esto estréchate totalmente contra Él, pues con los pecados has corrompido todo cuanto hay en ti: el corazón, los sentidos, el cuerpo, el alma, las potencias y cuanto haya en ti y dentro de ti: todo está muy enfermo y corrupto. Por lo tanto, acógete con Aquel en quien no hay defecto alguno sino sólo cosas buenas, para que sea un Salvador universal de toda la corrupción existente en ti, tanto interior como exteriormente.