Doroteo de Gaza Vigilância

Doroteo de Gaza — Conferências
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Excertos do site “CONOCEREIS DE VERDAD
X CONFERENCIA — ACERCA DEL FIN PRECISO Y DE LA VIGILANCIA CON LA QUE DEBEMOS MARCHAR EN EL CAMINO DE DIOS
104. Hermanos, cuidemos de nosotros mismos, seamos vigilantes. ¿Quién nos devolverá el tiempo si nosotros lo perdemos? Podremos buscar los días perdidos, pero no encontrarlos. Abba Arsenio se decía sin cesar: “Arsenio, ¿para qué saliste del mundo?”. En cambio nosotros somos tan negligentes que ni sabemos por qué hemos salido, ni sabemos qué es lo que buscamos. Y por eso no progresamos, y caemos siempre en la aflicción. Ello se debe a que nuestro corazón no está atento. Porque si combatiésemos un poco, no sufriríamos ni penaríamos por mucho tiempo, ya que si bien en los comienzos hay que esforzarse combatiendo poco a poco, vamos avanzando y terminamos por trabajar en paz, pues Dios ve que nos hacemos violencia y nos da su socorro.

Hagámonos violencia, pongamos manos a la obra y tengamos al menos la voluntad de hacer el bien. Aunque no hayamos alcanzado todavía la perfección, el solo hecho de desearlo es ya el comienzo de nuestra salvación. Porque del deseo pasaremos con la ayuda de Dios a la lucha, y en la lucha encontraremos el auxilio de Dios para adquirir las virtudes Es lo que hacía decir a uno de los Padres: “Da tu sangre y recibe el espíritu”, es decir, lucha y entra en posesión de la virtud.

105. Cuando estudiaba las ciencias profanas sufría mucho, pues cuando me disponía a tomar un libro, era como si fuese a meter la mano en una bestia salvaje. Pero como me esforcé con perseverancia, Dios me ayudó, y alcancé el hábito de trabajar a tal punto que el entusiasmo por los estudios me hacía olvidar el reposo, el comer y el beber Nunca iba a comer con mis amigos; tampoco iba a conversar con ellos durante el tiempo de estudio, a pesar de que me gustaba la sociedad y de que amaba a mis compañeros. Cuando el profesor nos mandaba, iba a darme un baño, ya que tenía necesidad de hacerlo todos los días a causa de la sequedad producida por el exceso de trabajo. Después me retiraba solo, sin saber qué era lo que comería. Era incapaz de dejarme distraer ni por la elección de mis alimentos. Además siempre había alguien que me preparaba lo que el quería. Tomaba lo que él me preparaba, pero sobre mi cama, donde tenia mi libro a cuya lectura me entregaba de tanto en tanto. Mientras descansaba lo guardaba cerca de mí, sobre mi escritorio, y después de haber dormido un poco, volvía a la lectura. También por la tarde después del oficio de Vísperas, encendía la lámpara y leía hasta medianoche. No tenía otro placer que el de los estudios. Cuando vine al monasterio me dije: “Si por la ciencia profana experimenté tanta sed y ardor en aplicarme al estudio y adquirir la costumbre, ¿cuánto más por la virtud?”. Y de este pensamiento sacaba gran proveo.

Si alguien quiere adquirir la virtud, no debe distraerse ni disiparse. Así como el que desea aprender carpintería no se dedica a otra cosa, del mismo modo sucede con los que quieren adquirir el arte espiritual: no deben ocuparse de otra cosa, sino que deben dedicarse día y noche a la forma de llegar a ser maestros. Los que no hacen eso no sólo no progresan, sino que al no tener un objetivo, se fatigan se pierden, por el hecho de que sin vigilancia y combate se cae fácilmente fuera de la virtud.

106. Las virtudes son un punto medio; es el camino real del que habla un santo Anciano: “Seguid el camino real, y contad las millas” . Las virtudes son el medio entre el exceso y la falta. Est escrito: No te desvíes ni a derecha ni a izquierda (Pr 4, 27), sino sigue el canino real (cf: Num 20, 17). San Basilio dice “Es recto de corazón aquel cuyo pensamiento no se inclina ni al exceso ni a la falta, sino que se dirige hacia ese medio que es la virtud”. Lo que quiero decir es esto: el mal en sí mismo no es nada, porque no tiene ser ni sustancia. Dios no lo permita. Es el alma la que lo produce al separarse de la virtud y ser llenada por las pasiones. Y, precisamente por ese mal ella es atormentada, no encontrando su reposo natural. Es, por ejemplo como la madera: no tiene ningún gusano, pero si se pudre un poco de esa podredumbre nace el gusano que la roe. El hierro también produce la herrumbre, y él mismo es corroído por la herrumbre; o también el vestido que hace nacer las polillas, por las cuales luego es devorado. Del mismo modo el alma misma produce el mal que antes no tenia ni ser ni sustancia, y es devorada a su vez por ese mismo mal. Es lo que ha dicho también San Gregorio: “El fuego producido por la madera consume la madera, como el mal a los perversos”. Y esto es también visible en los enfermos. Si vivimos de manera desordenada sin cuidar la salud, se produce un exceso o carencia de humores, y de allí se sigue un desequilibrio. De ese modo, la enfermedad antes no estaba en ninguna parte, incluso no existía. Y al recobrar nuevamente el cuerpo su salud, la enfermedad no se encuentra en ninguna parte. De forma similar el mal es la enfermedad del alma privada de su salud natural, es decir de la virtud. Por eso decimos que la virtud es un punto medio. Por ejemplo, el coraje es el medio entre la cobardía y la audacia: la humildad, entre el orgullo y el servilismo; el respeto, entre la vergüenza y la insolencia; y así respectivamente todas las otras virtudes. El hombre que se encuentra revestido de todas esas virtudes es precioso a los ojos de Dios; y aunque parezca que come, bebe y duerme como el resto de los hombres, sus virtudes lo hacen precioso. Al contrario, si carece de vigilancia y no cuida de sí, fácilmente se aparta del camino, sea a la derecha sea a la izquierda, es decir hacia el exceso o la falta, y provoca esa enfermedad que es el mal.

107. Ese es el camino real que han seguido todos los santos. Las “millas” son las diferentes etapas que debemos medir para darnos cuenta de dónde estamos, a qué distancia hemos llegado, en qué estado nos encontramos. Me explico: todos somos como viajeros que tienen por meta la ciudad santa. Partiendo de una misma ciudad, unos han recorrido cinco millas, y después se detuvieron; otros han recorrido diez; algunos han llegado hasta la mitad del camino; otros no han dado un paso: al salir de la ciudad se quedaron a las puertas, en su atmósfera nauseabunda. Puede suceder que otros recorran dos millas, pero después se pierden y vuelven sobre sus pasos, o habiendo hecho dos millas vuelven cinco para atrás. Otros han llegado hasta la misma ciudad, pero se quedaron fuera y no penetraron en su interior.

Eso es lo que nosotros somos. Seguramente hay entre nosotros quienes, habiendo dejado el mundo para entrar en el monasterio, tenían por meta la adquisición de las virtudes. De ellos unos han progresado un poco, pero después se detuvieron; otros han avanzado algo más; otros llegaron hasta la mitad del camino, pero se quedaron allí. También Están los que no han hecho nada: dieron la impresión de abandonar el mundo, pero de hecho se quedaron en las cosas de mundo, en sus pasiones y en su podredumbre. Algunos llegaron a realizar algo bueno, pero después lo destruyeron, o incluso destruyeron mucho más de lo que habían hecho. Otros llegaron a adquirir virtudes, pero se enorgullecieron y despreciaron al prójimo: son los que permanecieron fuera de la ciudad sin entrar. Estos tampoco llegaron a la meta, pues aunque hayan llegado a las puertas de la ciudad permanecieron fuera, por lo cual tampoco cumplieron su cometido. Que cada uno de nosotros tome conciencia de dónde se encuentra. Al salir de la ciudad ¿se ha quedado afuera, cerca de la puerta, a la vista de la ciudad? ¿Ha avanzado poco o mucho? ¿Ha recorrido la mitad del camino? ¿No habrá avanzado, y después retrocedido dos millas? ¿O habrá retrocedido cinco millas después de haber avanzado dos? ¿Ha llegado hasta la ciudad? ¿Ha entrado en Jerusalén? ¿O ha llegado a la ciudad sin poder penetrar? Que cada uno descubra en qué estado y dónde se encuentra.

108. Hay tres estados para el hombre: el que pone por obra sus pasiones, el que las controla, y el que las arranca de raíz. Practicar una pasión es realizar sus actos y entretenerse en ella. Controlarla no es ni practicarla ni arrancarla, sino razonando sobrepasarla, aunque la conserve en el corazón. Arrancarla de raíz es luchar y realizar actos contrarios a ella.

Estos tres estados tienen un largo proceso. Tomemos un ejemplo. Díganme qué pasión quieren que examinemos. ¿Quieren que hablemos del orgullo, de la fornicación? ¿O prefieren más bien que tratemos de la vanagloria, porque es la que con más frecuencia nos derrota? Es por vanagloria por lo que uno no puede soportar una palabra de su hermano. Llega a oír una sola, y ya queda turbado, y le responde cinco o diez. Discute, siembra la discordia, y cuando termina la querella, sigue pensando mal de su hermano porque le ha dicho esa palabra. Le guarda rencor y se aflige por no haberle dicho más cosas de las que le dijo. Prepara palabras peores todavía para decírsela. No deja de pensar: “¿Por qué no le habré dicho esto? Todavía puedo decirle esto otro”. Y no logra salir de su furor. Este es el primer estado, es el mal convertido en estado habitual. ¡Dios nos libre de él! Tal disposición con toda seguridad está condenada al castigo. Todo pecado cometido es merecedor del infierno. Aunque se quiera convertir, aquel que se encuentra en tal estado no tendrá fuerza para llegar por sí solo a terminar con esa pasión, a menos que lo auxilien los santos, tal como dicen los Padres. Por lo tanto no ceso de repetirles: apresúrense a arrancar las pasiones antes que se transformen en hábitos.

Puede suceder que algún otro, turbado por una palabra que oyó, responda por su parte cinco o diez por una, luego se aflige por no haber dicho otras, tres veces peores, siente tristeza y guarda rencor. Pero después de unos días se arrepiente. Otro deja pasar una semana antes de arrepentirse: otro un solo día. Otro se irrita, pelea, se turba y perturba al otro, pero se arrepiente enseguida. Fíjense qué variados son esos estados, pero todos merecen el infierno ya que ponen por obra la pasión.

109. Hablemos ahora de los que controlan la pasión. Fíjense en un hermano que oye una palabra y se aflige interiormente, pero se entristece no por el ultraje recibido sino por no haber podido soportarlo. Ese es el estado de los que luchan, de los que controlan la pasión. Otro hermano lucha con esfuerzo, pero termina por sucumbir bajo el peso de la pasión. Otro no quiere contestar mal, pero se ve llevado por el hábito. Otro todavía lucha para evitar cualquier palabra desagradable, pero se entristece de haber sido maltratado, aunque condena su propia tristeza y hace penitencia. Tal otro, en fin, no se aflige por haber sido maltratado, pero tampoco se alegra de ello. Todos estos, fíjense bien, contienen la pasión. Pero hay dos que se distinguen de los otros, a saber, aquel que es vencido en el combate y aquel que es llevado por la costumbre, porque los dos corren el peligro de aquellos que ejecutan la pasión. Los he puesto entre los que la contienen porque esa es su intención. No quieren poner por obra la pasión, pero experimentan tristeza y luchan. Los Padres han dicho que todo lo que el alma rechaza, es de poca duración. Esos hermanos deben examinarse para saber si lo que retienen, no es la pasión misma, sino una de las causas de la pasión, y si no es por eso por lo que son vencidos y arrastrados.

Algunos luchan, por así decir, por contener la pasión, pero es bajo la instigación de otra. Tal hermano, por ejemplo, guarda silencio por vanagloria; tal otro, por respeto humano, o por alguna otra pasión. Es curar el mal con el mal. Abba Poimén dice que de ninguna manera la iniquidad destruye la iniquidad. Por ello esos hermanos son de los que ejercitan la pasión, aunque no lo crean.

110. Ahora debemos hablar de aquellos que arrancan la pasión. Fíjense en un hermano que se alegra de haber sido maltratado, pero a causa de la recompensa que recibir . Es de los que arrancan la pasión, pero no con sabiduría. Otro también se alegra de haber sido ultrajado, y está convencido de que el ultraje le era merecido, porque él mismo había dado motivo. Este arranca la pasión con ciencia, ya que ser maltratado y atribuirse la culpa, tomar por propia cuenta los ultrajes recibidos, es obra de la sabiduría. Porque aquel que dice a Dios en su oración: “Señor, concédeme la humildad”, debe saber que está pidiendo a Dios que le envíe alguien para maltratarlo. Y cuando es maltratado, debe maltratarse a sí mismo y despreciarse en su corazón, a fin de humillarse por dentro mientras lo humillan por fuera.

Están finalmente también los que no sólo se regocijan por el ultraje y se consideran responsables, sino que también se afligen por la turbación de aquel que los ultraja. ¡Qué Dios nos lleve a tal estado!.

111. Fíjense en la naturaleza de estos tres estados. Que cada uno de nosotros, lo vuelvo a repetir, vea cuál es su estado. ¿Es con total conformidad como ejercita la pasión y la entretiene? ¿O bien, sin obrar voluntariamente, la pone en práctica vencido o arrastrado por el hábito? Y después, ¿se aflige por ello? ¿Hace penitencia? ¿Lucha por contener la pasión con sabiduría, o bajo la instigación de otra pasión? Porque hemos dicho que se puede guardar silencio tal vez por vanagloria, por respeto humano, en síntesis, por una consideración humana. ¿Ha comenzado a arrancar sus pasiones? ¿Lo hace con ciencia, realizando actos contrarios a la pasión? Que cada uno se fije dónde se encuentra, a qué distancia se halla.

Además de nuestro examen cotidiano, debemos examinamos cada año, cada mes y cada semana, preguntándonos: “¿Dónde me encuentro ahora respecto de aquella pasión que me abatía la semana pasada?”. Igualmente cada año: “El año pasado he sido vencido por tal pasión, ¿cómo me encuentro ahora?”. De esta manera debemos interrogarnos cada vez para ver si hemos hecho algún progreso, si hemos permanecido estancados, o si nos hemos vuelto peores.

112. ¡Que Dios nos dé la fuerza, si no para arrancar la pasión, al menos para no ponerla por obra, para contenerla! Porque es algo realmente grave ejercitar la pasión y no contenerla. Les voy a decir a quién se parece el que ejercita la pasión y la entretiene: se parece a un hombre que toma en sus propias manos los golpes que recibe del enemigo y se los aplica a sí mismo en su corazón. En cuanto al que contiene la pasión, es como un hombre atacado por su enemigo, pero que, revestido con una coraza, no es alcanzado por ningún golpe. Finalmente el que arranca la pasión es como uno que rechaza los golpes que recibe o los devuelve al corazón de su enemigo, tal como dice el salmo: que su espada entre en su corazón y que sus arcos se rompan (Sal 36, 15). Intentemos también nosotros, hermanos, si no podemos devolverle la espada en su corazón, no tomar sus golpes para aplicárnoslos a nosotros mismos en el corazón, y revistámonos también con una coraza, para no ser lastimados por ellos. ¡Que Dios en su bondad nos proteja, nos haga vigilantes y nos guíe en su camino !


Tradução em português de meu caro amigo Antonio Carneiro
X CONFERÊNCIA — ACERCA DO FIM PRECISO E DA VIGILÂNCIA COM QUE DEVEMOS ANDAR NO CAMINHO DE DEUS.
104. Irmãos, cuidemos de nós mesmos, sejamos vigilantes. Quem nos devolverá o tempo se nós o perdemos? Poderemos buscar os dias perdidos, mas não encontrá-los. Abba Arsenio dizia sem cessar para si-mesmo: “Arsenio, para que saíste do mundo?”.1 Por outro lado, nós somos tão negligentes que nem sabemos porque saímos, nem sabemos o que é que buscamos. E por isso não progredimos, e caímos sempre na aflição. Isso se deve a que nosso coração não está atento. Porque se combatêssemos um pouco, não sofreríamos nem penaríamos por muito tempo, se bem que nos começos há que esforçar-se combatendo pouco a pouco, vamos avançando e terminamos por trabalhar em paz, pois Deus vê que nos esforçamos e nos dá seu socorro.
Esforcemo-nos, ponhamos mãos à obra e tenhamos pelo menos a vontade de fazer o bem. Ainda que não tenhamos alcançado todavia a perfeição, só o fato de desejá-la já é o começo de nossa salvação. Porque do desejo passaremos com a ajuda de Deus à luta, e na luta encontraremos o auxílio de Deus para adquirir as virtudes. É o que dizia um dos Padres: “Dá teu sangue e recebe o espírito2, quer dizer, luta e entra na possessão da virtude.

105. Quando estudava as ciencias profanas sofria muito, pois quando me dispunha a pegar um livro, era como se fosse a meter a mão numa besta selvagem. Mas, como me esforcei com perseverança, Deus me ajudou, e alcancei o hábito de trabalhar a tal ponto que o entusiasmo pelos estudos me fazia esquecer o repouso, o comer e o beber Nunca ia comer com meus amigos; tampouco ia conversar com eles durante o tempo de estudo, apesar de que me agradava a sociedade e de que amava meus companheiros. Quando o professor nos mandava, ia tomar um banho, já que tinha necessidade de fazê-lo todos os dias por causa da secura produzida pelo excesso de trabalho. Depois, me retirava só, sem saber o que era que iria comer. Era incapaz de deixar-me distrair nem pela escolha de meus alimentos. Aliás, sempre havia alguém que me preparava o que ele queria. Tomava o que ele me preparava, mas sobre minha cama, onde tinha meu livro cuja leitura me entregava de tanto em tanto. Enquanto descansava o guardava perto de mim, sobre minha escrivaninha, e depois de ter dormido um pouco, voltava à leitura. Também pela tarde depois do ofício das Vésperas, acendia uma lâmpada e lia até meia-noite. Não tinha outro prazer senão o dos estudos. Quando vim para o monastério disse para mim-mesmo: “Se pela ciência profana experimentei tanta sede e ardor em aplicar-me ao estudo e adquirir o costume, quanto mais pela virtude?”. E tirava grande proveito deste pensamento.

Se alguém quer adquirir a virtude, não deve distrair-se nem dissipar-se. Assim como o que deseja aprender carpintaria não se dedica à outra coisa, do mesmo modo sucede com os que querem adquirir a arte espiritual: não devem se ocupar de outra coisa, mas sim devem se dedicar dia e noite à maneira de chegar a serem mestres. Os que não fazem isto não só não progridem, como que ao não ter um objetivo, se cansam e se perdem, pelo fato de que sem vigilância e combate se cái facilmente fora da virtude.

106. As virtudes são um ponto médio; é o caminho real do qual fala um santo Ancião: “Segue o caminho real, e conta as milhas”3. As virtudes são o meio entre o excesso e a falta. Está escrito: Não te desvies nem para direita nem para esquerda (Pr 4, 27), mas sim segue o caminho real (Num 20, 17). São Basílio disse “É reto de coração aquele cujo pensamento não se inclina nem para o excesso nem para a falta, mas sim que se dirige rumo à esse meio que é a virtude4. O que quero dizer é isto: o mal em si-mesmo não é nada, porque não tem ser nem substância. Deus não o permita. É a alma que o produz ao separar-se da virtude e ser preenchida pelas paixões. E, precisamente por esse mal ela é atormentada, não encontrando seu repouso natural. É, por exemplo, como a madeira: não tem nenhum verme, mas, se apodrece um pouco dessa podridão nasce o verme que a rói. O ferro também produz a ferrugem, e ele mesmo é corroído pela ferrugem; ou também a roupa que faz nascer as traças, pelas quais logo é devorada. Do mesmo modo a própria alma produz o mal que antes não tinha nem ser nem substância, e é devorada por sua vez por esse mesmo mal. É o que tão bem disse São Gregório: “O fogo produzido pela madeira consome a madeira, como o mal aos perversos”5. E isto é também visível nos doentes. Se vivemos de maneira desordenada sem cuidar da saúde, se produz um excesso ou carência de humores, e daí se segue um desequilíbrio. Desse modo, a doença antes não estava em nenhuma parte, inclusive não existia. E ao recobrar novamente o corpo sua saúde a doença não se encontra em nenhuma parte. De forma similar o mal é a doença da alma privada de sua saúde natural, quer dizer: da virtude. Por isso dizemos que a virtude é um ponto médio. Por exemplo, a coragem é o meio entre a covardia e a audácia: a humildade, entre o orgulho e o servilismo; o respeito, entre a vergonha e a insolência; e assim respectivamente todas as outras virtudes. O homem que se encontra revestido de todas essas virtudes é precioso aos olhos de Deus; e ainda que pareça que come, bebe e dorme como o resto dos homens, suas virtudes o fazem precioso. Ao contrário, se carece de vigilância e não cuida de si, facilmente se afasta do caminho, seja para direita seja para esquerda, quer dizer rumo ao excesso ou a falta, e provoca essa doença que é o mal.

107. Esse é o caminho real que seguiram todos os santos. As “milhas” são as diferentes etapas que devemos medir para dar-nos conta de onde estamos, a que distância chegamos, em que estado nos encontramos. Explico-me: todos somos como viajantes que tem por meta a cidade santa. Partindo de uma mesma cidade, uns percorreram cinco milhas, e depois se detiveram; outros percorreram dez; alguns chegaram até a metade do caminho; outros não deram um passo: ao sair da cidade permaneceram junto às portas, em sua atmosfera nauseabunda. Pode acontecer que outros percorram duas milhas, mas depois se perdem e retornam sobre seus passos, ou tendo feito duas milhas voltam cinco para trás. Outros chegaram até a cidade mesmo, mas, permaneceram fora e não penetraram em seu interior.

Isso é o que nós somos. Seguramente há entre nós aqueles que havendo deixado o mundo para entrar no monastério, tinham por meta a aquisição das virtudes. Deles uns progrediram um pouco, mas depois se detiveram; outros avançaram algo mais; outros chegaram até a metade do caminho, mas ficaram ali. Também estão os que não fizeram nada: deram a impressão de abandonar o mundo, mas de fato ficaram nas coisas do mundo, em suas paixões e em sua podridão. Alguns chegaram a realizar algo bom, mas depois o destruíram, ou inclusive destruíram muito mais do que tinham feito. Outros chegaram a adquirir virtudes, mas se tornaram orgulhosos e desprezaram ao próximo: são os que permaneceram fora da cidade sem entrar. Estes tampouco chegaram à meta, pois mesmo que tenham chegado às portas da cidade permaneceram fora, pelo qual tampouco cumpriram seu objetivo. Que cada um de nós tome consciência de onde se encontra. Ao sair da cidade se ficou fora, perto da porta, à vista da cidade? Avançou pouco ou muito? Percorreu a metade do caminho? Não terá avançado, e depois retrocedido duas milhas? Ou terá retrocedido cinco milhas depois de haver avançado duas? Chegou até a cidade? Entrou em Jerusalém? Ou chegou à cidade sem poder penetrar? Que cada um descubra en que estado e onde se encontra.

108. Tem três estados para o homem: o que põe em obra suas paixões, o que as controla, e o que as arranca pela raiz. Praticar uma paixão é realizar seus atos e entreter-se nela. Controlá-la não é nem praticá-la nem arrancá-la, mas sim refletindo sobrepujá-la, ainda que a conserve no coração. Arrancá-la pela raiz é lutar e realizar atos contrários à ela.

Estes três estados tem um longo processo. Tomemos um exemplo. Digam-me que paixão querem que examinemos. Querem que falemos do orgulho, da fornicação? Ou preferem mais que tratemos da vanglória, porque é a que com mais frequência nos derrota? É pela vanglória que um não pode suportar uma palavra de seu irmão. Chega a ouvir uma só, e já fica transtornado, e lhe responde cinco ou dez. Discute, semeia a discórdia, e quando termina a querela, segue pensando mal de seu irmão porque lhe disse essa palavra. Guarda-lhe rancor e se aflige por no haver-lhe dito mais coisas das que lhe disse. Prepara palavras piores ainda para dizê-las. Não deixa de pensar: “Porque não lhe disse isto? Ainda posso dizer-lhe esta outra”. E não consegue sair de seu furor. Este é o primeiro estado, é o mal convertido em estado habitual. Deus nos livre dele! Tal disposição com toda segurança está condenada ao castigo. Todo pecado cometido é merecedor do inferno. Ainda que se queira converter, aquele que se encontra em tal estado não terá força para chegar por si só a terminar com essa paixão, a menos que o auxiliem os santos, tal como dizem os Padres. Portanto não cesso de repetir-lhes: apressem-se para arrancar as paixões antes que se transformem em hábitos.

Pode suceder que algum outro, perturbado por uma palavra que ouviu, responda por sua parte cinco ou dez por essa uma, logo se aflige por não haver dito outras, três vezes piores, sente tristeza e guarda rancor. Mas depois de uns dias se arrepende. Outro deixa passar uma semana antes de arrepender-se: outro um só dia. Outro se irrita, briga, se transtorna e perturba o outro, mas se arrepende em seguida. Prestem atenção quão variados são esses estados, mas todos merecem o inferno já que põem em obra a paixão.

109. Falemos agora dos que controlam a paixão. Prestem atenção em um irmão que ouve uma palavra e se aflige interiormente, mas se entristece não pelo ultraje recebido mas sim por não haver podido suportá-lo. Esse é o estado dos que lutam, dos que controlam a paixão. Outro irmão luta com esforço, mas termina por sucumbir sob o peso da paixão. Outro não quer contestar mal, mas se vê levado pelo hábito. Outro todavia luta para evitar qualquer palavra desagradável, mas se entristece de ter sido maltratado, ainda que condene sua própria tristeza e faça penitência. Tal outro, enfim, não se aflige por ter sido maltratado, mas tampouco se alegra por isso. Todos estes, pretem bem atenção, contem a paixão. Mas tem dois que se distinguem dos outros, a saber, aquele que é vencido no combate e aquele que é levado pelo costume, porque os dois correm o perigo daqueles que executam a paixão. Coloquei-os entre os que contem porque essa é sua intenção. Não querem por em obra a paixão, mas experimentam tristeza e lutam. Os Padres disseram que tudo o que a alma rechaça, é de pouca duração6. Esses irmãos devem se examinar para saber se o que retem, não é a própria paixão, mas sim uma das causas da paixão, e se não é por isso que são vencidos e arrastrados.

Alguns lutam, por assim dizer, para conter a paixão, mas é sob a instigação de outra. Tal irmão, por exemplo, guarda silêncio por vanglória; tal outro, por respeito humano, ou por alguma outra paixão. É curar o mal com o mal. Abba Poimén disse que de nenhuma maneira a iniquidade destrói a iniquidade7. Por isso esses irmãos são dos que exercitam a paixão, ainda que não o acreditem.

110. Agora devemos falar daqueles que arrancam a paixão. Fiquem atentos em um irmão que se alegra de ter sido maltratado, mas por causa da recompensa que vai receber. É dos que arrancam a paixão, mas não com sabedoria. Outro também se alegra de ter sido ultrajado, e está convencido de que o ultraje lhe era merecido, porque ele mesmo havia dado motivo. Este arranca a paixão com ciência, já que ser maltratado e atribuir-se a culpa, tomar por própria conta os ultrajes recebidos, é obra de sabedoria. Porque aquele que diz a Deus em sua oração: “Senhor, concede-me a humildade”, deve saber que está pedindo a Deus que lhe envie alguém para maltratá-lo. E quando é maltratado, deve maltratar-se a si mesmo e desprezar-se em seu coração, a fim de humilhar-se por dentro enquanto o humilham por fora. Estão finalmente também os que não só se regozijam pelo ultraje e se consideram responsáveis, como também se afligem pela turbação daquele que os ultraja. Que Deus nos leve a tal estado!

111. Prestem atenção na natureza destes três estados. Que cada um de nós, volto-lhes a repetir, veja qual é seu estado. É com total conformidade como exercita a paixão e a entretém? Ou bem, sem obrar voluntariamente, a põe em prática vencido ou arrastrado pelo hábito? E depois, se aflige por isso? Faz penitência? Luta para conter a paixão com sabedoria, ou sob a instigação de outra paixão? Porque temos dito que se pode guardar silêncio talvez por vanglória, por respeito humano, em síntese, por uma consideração humana. Começou a arrancar suas paixões? Faz com ciência, realizando atos contrários à paixão? Que cada um preste atenção onde se encontra, a que distância se acha.

Além de nosso exame cotidiano, devemos examinar cada ano, cada mês e cada semana, preguntando-nos: “Onde me encontro agora respeito daquela paixão que me abatia a semana passada?”. Igualmente cada ano: “Ano passado fui vencido por tal paixão, como me encontro agora?”. Desta maneira devemos interrogar-nos cada vez para ver si temos feito algum progresso, se temos permanecido estancados, ou se nos tornamos piores.

112. Que Deus nos dê força, se não para arrancar a paixão, pelo menos para não pô-la em obra, para contê-la! Porque é algo realmente grave exercitar a paixão e não contê-la. Vou lhes dizer com quem se parece o que exercita a paixão e a entretém: se parece com um homem que toma em suas próprias mãos os golpes que recebe do inimigo e se os aplica a si mesmo em seu coração. Enquanto ao que contem a paixão, é como um homem atacado por seu inimigo, mas que, revestido com uma couraça, não é alcançado por nenhum golpe. Finalmente o que arranca a paixão é como um que rechaça os golpes que recebe ou os devolve ao coração de seu inimigo, tal como disse o salmo: que sua espada entre em seu coração e que seus arcos se rompam (Sal 36,15). Tentemos também nós, irmãos, se não podemos devolver-lhe a espada em seu coração, não tomar seus golpes para aplicar-no-los em nossos corações, e revistamo-nos também com uma couraça, para não sermos feridos por eles. Que Deus em sua bondade nos proteja, nos faça vigilantes e nos guie em seu caminho !




  1. Apotegma — Arsenio 40, PG 65, 105 C  

  2. Apotegma — Longino 05, PG 65, 257 B  

  3. Apotegma — Benjamim05, PG 65, 145 A  

  4. S. Basílio, In Ps. VII, 7, PG 29, 244 D  

  5. S. Gregório de Nazianzo, Orat 23,1 PG 35, 1.152 C. 

  6. Apotegma — Poimen 93, PG 65, 345 A. 

  7. Apotegma — Poimen 177, PG 65, 365 A