BENÉVOLO lector, como las rimas siguientes contienen en sí muchas extrañas paradojas o enunciados contradictorios, al igual que muy elevados argumentos no conocidos por cualquiera sobre la deidad secreta, así como sobre la unión con Dios o esencia divina, y también sobre la divina igualdad y deificación o divina transformación, y cosas por el estilo, a las que a causa de su composición breve, fácilmente podría atribuírseles un sentido condenable o una mala intención, es necesario advertirte de antemano.
Y debes saber con esto de una vez por todas, que en ninguna parte el autor opina que el alma humana deba o pueda perder su naturaleza, y por la deificación ser transformada en Dios o su esencia increada: lo que no puede ser en toda la eternidad. Pues, si bien Dios es todopoderoso, no puede sin embargo hacer (y si pudiera, no sería Él Dios), que una criatura sea natural y esencialmente Dios. Por eso dice Tauler en sus Instituciones Espirituales, cap. 9: «porque el Altísimo no podía hacer que fuéramos Dios por naturaleza (pues esto sólo le corresponde a Él), ha hecho que fuéramos Dios por gracia, para que simultáneamente con Él, en sempiterno amor, podamos poseer una misma beatitud, un mismo regocijo, y un único reino». Mas quiere significar que el alma dignificada y santa llega a tal estrecha unión con Dios y su esencia divina, que es con ella una sola cosa, y está de ella por entero penetrada, transformada en ella y a ella unida; de tal modo, que si se la viera, nada se vería ni se reconocería en ella sino a Dios; como luego acaecerá en la vida eterna: porque ella será por así decirlo, enteramente devorada por el brillo de su gloria. Que puede, sí, alcanzar tan perfecta semejanza de Dios, que es justamente aquello (por gracia) que Dios es (por naturaleza); y en este sentido se la puede llamar entonces con todo derecho una luz en la Luz, un Verbo en el Verbo, y un Dios en Dios (como se dice en las rimas). Puesto que, como dice un viejo maestro, Dios el Padre sólo tiene un Hijo, y este Hijo somos todos nosotros en Cristo. Ahora bien, si somos hijos en Cristo, debemos también ser lo que Cristo es, y tener la misma esencia que tiene el Hijo de Dios: pues justamente (dice Tauler en el sermón cuarto de la Navidad), «porque tenemos la misma esencia, nos volvemos iguales a Él, y Lo vemos como el Dios verdadero, que Él es.»
Y con este principio acuerdan todos los santos contempladores de Dios: en particular el ahora mentado Tauler, en el sermón tercero para el tercer domingo después de la Trinidad, cuando dice: «El alma llega a ser (por la imagen recobrada) igual a Dios y divina: llega a ser por gracia todo lo que Dios es por naturaleza. En esta unión y abismamiento en Dios, es conducida a Dios por sobre sí misma y se torna tan igual a Él, que si se viera a sí misma, se tendría por Dios; y quien la viera, la vería no por cierto en su ser natural, sino en el comunicado a ella por la gracia, en la forma y modo de Dios, y la visión lo haría bienaventurado. En efecto, Dios y el alma son uno en tal unión; aunque no por naturaleza, sino por gracia.» Y un poco más adelante: «El alma pura y divina, que del amor de las criaturas está tan libre como Dios, será vista por las otras, y se verá también a sí misma eternamente como Dios (pues Dios y un alma tal son en la unión citada uno), y recibirá su beatitud en y de sí misma en esta unión.»
Ruysbroeck en el libro tercero del Ornamento de las Nupcias Espirituales, cap. 1: «En la unidad esencial de Dios, todos los espíritus íntimos y recogidos son uno en Dios, por su abismamiento y fusión amantes en Él: y son por gracia el mismo Uno que la misma esencia es en sí misma.»
Y en el mismo lugar: «aprehender y comprender a Dios, como Él es en sí mismo, más allá de toda alegoría, es en alguna medida ser Dios con Dios sin mediación, (o, por decirlo así) sin una alteridad sensible.» Y aun en el mismo libro, cap. 2, dice: «Cuando el espíritu del hombre se ha perdido él mismo por el fruitivo amor, recibe la claridad de Dios sin mediación: y llega a ser aun (en la medida en que le corresponde a una criatura), sin cesar, la misma claridad que recibe.»
Del mismo modo habla también San Bernardo en el libro de la Vida Solitaria, donde dice: «Seremos lo que Él es. Pues a aquéllos a quienes les fue dado el poder de llegar a ser niños de Dios, les fue también dado el poder, no por cierto de ser Dios, mas de ser lo que Dios es.» Y más adelante: «Esta alegoría de Dios es llamada la Unidad del Espíritu, no sólo porque el Espíritu Santo la pone en obra, o embelesa con ella el espíritu del hombre: sino porque ella misma es el Espíritu Santo, Dios, el amor; porque por Él, que es el amor del Padre y del Hijo, y unidad, y donosura, y bien, y beso, y abrazo, y todo lo que puede ser común a ambos, en esa suprema unión de la verdad y verdad de la unión, exactamente lo mismo le sucede al hombre a su manera con respecto a Dios, que en su unidad autónoma al Hijo con respecto al Padre, o al Padre con respecto al Hijo, cuando en medio del abrazo y beso del Padre y del Hijo, se encuentra en alguna medida la conciencia bienaventurada; puesto que de un modo inefable e impensable, el hombre de Dios merece llegar a ser, no Dios, mas sí lo que Dios es por naturaleza, el hombre por gracia.» Y esto mismo Bernardo: «¿Preguntas cómo puede eso acontecer, puesto que la esencia divina es incomunicable? Te respondo en primer lugar con San Buenaventura: si quieres saberlo, interroga a la gracia, y no a la doctrina; al deseo, y no a la razón; al suspiro de la plegaria, y no a la aplicada lectura; al Esposo, no al maestro; a Dios, no a los hombres; a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que enciende por entero y conduce a Dios con ardiente anhelo, fuego que es Dios mismo.»