Paixão [AOCG]

CRISTOLOGIA GNÓSTICA — A PAIXÃO

La pasión de Jesús se presta a mil desarrollos. Antes de abordarla ofrecíase un reparo: ¿Hubo realmente pasión? ¿Sufrió Jesús -entre gnósticos-o aparentó sufrir? Era preciso despejar la incógnita, adelantándose a algunos reparos, convertidos para alguna crítica en axiomas.

Los heterodoxos comienzan por definir claramente la cronología de la pasión como hecho histórico, de trascendencia comparable a la humanación y bautismo.

Yendo al punto en litigio, las soluciones heterodoxas entrañan, a primera vista, una contradicción.

Según la mayoría de los gnósticos, la pasión fue aparente y real. Aparente, sensible, como todo lo que tiene lugar en este mundo umbrátil. Real, invisible, como todo lo que se cumple en el Pleroma, o en la divisoria entre el Pleroma y el Hysterema (resp. Keno-ma).

Más aún, la pasión histórica, tal como se cumplió en Jerusalén a vista de los judíos, fue «opinativa» (resp. «putativa»), no verdadera; precisamente por verificarse en el mundo sensible, sujeto a corruptela, dolores y muerte. La única «verdadera» pasión fue anterior al mundo: afectó al Hijo en sus eones componentes y al Espíritu personal (= Sofía) antes de haber logrado la gracia de la gnosis. Hay que subir de la «imagen» al paradigma (resp. horos, Pleroma) para entender el pathos «verdadero» del Hijo; la pasión del Hijo en cuanto Dios, no en cuanto hombre (sensible o mortal).

Los gnósticos acogen, pues, los datos evangélicos, la historia entera de la pasión de Jesús. Admiten todas sus experiencias dolo-rosas en cuerpo y alma. Ningún sectario de verdadera categoría las discute, ni les da otro alcance histórico que los eclesiásticos. Su heterodoxia está en lo que agregan, a saber, en que, además de la pasión histórica, enseñan otra u otras previas. El misterio de los dolores sensibles de Jesús hay que situarlo en el mundo de la verdad.

A los prejuicios platónicos se sumaban, con mucha probabilidad, los relativos al «sabio» estoico.

El «sabio» se levanta por encima de las pasiones morales, y también de las físicas. No porque se libre de las últimas, sino porque-como materiales-no tienen para él valor y merecen desestima. Exaltar, por tanto, los padecimientos físicos de Jesús es invertir valores, dar categoría de «ser» a lo que-por cumplirse en región de corruptela-es «no ser». Para los judíos y gente no iluminada, la pasión de Jesús contaba y era decisiva. Para quienes suben del cosmos sensible al inteligible y aun al Pleroma, era simple «imagen» de una realidad superior, donde sólo pesan las pasiones fundadas en «ignorancia».