Chuang Tzu [TMCT]

Thomas Merton — A via de Chuang Tzu
Excertos:

  • RESUMO DO LIVRO
  • ARVORE
  • GOVERNANTE
  • NATUREZA
  • CONHECIMENTO
  • PIVO

Una nota para el lector
La naturaleza un tanto especial de este libro requiere ciertas explicaciones. Los textos de Chuang Tzu aquí reunidos son el resultado de cinco años de lectura, estudio, anotaciones y meditación. Las notas, al cabo del tiempo, han adquirido una forma propia y se han transformado, por así decirlo, en “imitaciones” de Chuang Tzu o, más bien, en lecturas interpretativas libres de pasajes característicos que me han atraído particularmente.

Estas “lecturas” propias surgieron de la comparación de cuatro de las mejores traducciones de Chuang Tzu a las lenguas occidentales: dos al inglés, una al francés y una al alemán. Al leer estas traducciones, encontré marcadas diferencias y me di cuenta de que todos los que han traducido a Chuang Tzu se han visto obligados a ejercitar enormemente la imaginación. Sus ideas reflejan no sólo su grado de academicismo chino, sino también su propia captación del misterioso “camino” descrito por un maestro que escribió en Asia hace casi dos mil quinientos años.

Dado que tan sólo conozco unos cuantos caracteres chinos, obviamente no soy un traductor. Estas “lecturas” no son, pues, un intento de reproducción fiel, sino una aventura en el terreno de la interpretación personal y espiritual. Inevitablemente, cualquier versión de Chuang Tzu ha de ser muy personal. Aunque desde el punto de vista académico no soy ni tan siquiera un enano sentado sobre los hombros de estos gigantes, y aunque muchas de mis versiones no puedan ni siquiera ser calificadas de “poesía”, creo que un cierto tipo de lector disfrutará de mi forma intuitiva de abordar a un pensador que es sutil, gracioso, provocativo y no fácil de abordar. Esto no lo creo con fe ciega, sino porque aquellos que han visto los materiales manuscritos han dado pruebas de que les gustaban y me han animado a convertirlos en un libro.

Así, aunque no creo que este libro merezca ataques, si alguien quiere tomárselo a la tremenda puede echarnos la culpa a mí y a mis amigos y, especialmente, al doctor John Wu, que es mi principal animador y cómplice, y me ha sido de gran ayuda en muchos aspectos. Estamos juntos en esto. Y no estaría de más añadir que he disfrutado escribiendo este libro más que con cualquier otro que pueda recordar. De modo que me declaro tozudamente impenitente. Mis relaciones con Chuang Tzu han sido de lo más gratificadoras.

John tiene la teoría de que en “alguna vida anterior” yo fui un monje chino. No sabría qué decir y, por supuesto, me apresuro a asegurar a todo el mundo que yo no creo en la reencarnación (ni él tampoco). Pero he sido monje cristiano durante casi veinticinco años y finalmente uno llega a ver la vida desde un punto de vista común a todos los solitarios y ermitaños de todas las épocas y culturas. Uno puede discutir la tesis de que todo monaquismo, cristiano o no cristiano, es esencialmente lo mismo. Yo opino que el monaquismo cristiano tiene, obviamente, características propias. No obstante, existe una perspectiva monástica que es común a todos aquellos que han decidido poner en cuestión el valor de una vida sometida por completo a presupuestos seculares arbitrarios, dictados por las convenciones sociales y dedicados a la consecución de satisfacciones temporales, que tal vez no sean más que un espejismo. Cualquiera que sea el valor de la “vida en el mundo”, ha habido en todas las culturas hombres que afirmaban encontrar en la soledad algo que preferían.

San Agustín hizo una vez una afirmación un tanto fuerte (que posteriormente matizó), diciendo: “Aquello que se llama religión cristiana existe desde el principio de la raza humana hasta la encarnación del Cristo (De vera religione, 10). Sería, sin duda, una exageración llamar a Chuang Tzu “cristiano”, y no es mi intención perder el tiempo especulando en torno a los posibles rudimentos de teología que se podrían descubrir en sus misteriosas afirmaciones acerca del Tao.


Este libro no pretende probar nada ni convencer a nadie de nada que no le interese oir de entrada. En otras palabras, no es una nueva sutileza apologética (ni, desde luego, un trabajo de prestidigitación jesuítica en el que de repente aparecen, mágicamente, conejos cristianos del interior de un sombrero taoísta).

Simplemente, me gusta Chuang Tzu porque es lo que es, y no siento necesidad alguna de justificar este aprecio ni ante mí mismo ni ante nadie. Él es, con mucho, demasiado grande como para necesitar apologías mías. Si san Agustín podía leer a Plotino, si santo Tomás leía a Aristóteles y a Averroes (ambos, evidentemente, mucho más lejos de la cristiandad de lo que jamás estuviera Chuang Tzu) y si Teilhard de Chardin podía utilizar copiosamente a Marx y a Engels en su síntesis, creo que puedo ser perdonado por relacionarme con un ermitaño chino que comparte el clima y la paz de mi propio tipo de soledad y que es el mismo tipo de persona que yo.

Su temperamento filosófico es, creo, profundamente original y sensato. Por supuesto, puede ser malentendido. Pero es básicamente simple y directo. Busca, como lo hace todo gran pensador filosófico, llegar inmediatamente al corazón de las cosas.

A Chuang Tzu no le dicen nada las palabras y las fórmulas acerca de la realidad, sino la captación existencial directa de la realidad en sí misma. Tal captación es, por necesidad, oscura y no se presta al análisis abstractos. Puede ser presentada en forma de una parábola, de una fábula o de una historia graciosa acerca de una conversación entre dos filósofos. No todas las historias son necesariamente del propio Chuang Tzu. De hecho, algunas son sobre él. El libro de Chuang Tzu es una recopilación en la quee ciertos capítulos son, casi con seguridad, obra del propio maestro, pero muchos otros, especialmente los más tardíos, son obras de sus discípulos. La totalidad del libro de Chuang Tzu es una antología del pensamiento, el humor, los chismorreos y la ironía que eran corrientes en los círculos taoístas del mejor período, los siglos IV y III a. de C. Pero la totalidad de las enseñanzas, el “camino” contenido en estas anécdotas, poemas y meditaciones, son características de cierta mentalidad que aparece por doquier en el mundo, un cierto gusto por la simplicidad, por la humildad, la autodifuminación, el silencia y, en general, la negativa a tomar en serio la agresividad, la ambición, el empuje y la prepotencia que debe uno exhibir para funcionar dentro de la sociedad.

Este otro es un “camino” que prefiere no llegar a ninguna parte en el mundo, ni siquiera en el terreno de algún logro supuestamente espiritual. El libro de la Biblia que más evidentemente se parece a los clásicos taoístas es el Eclesiastés. Pero, al mismo tiempo, hay mucho en las enseñanzas de los Evangelios acerca de la simplicidad, el ser como los niños y la humildad, que responde a las más profundas aspiraciones del libro de Chuang Tzu y el Tao Te ching. John Wu ha señalado ensto en su notable ensayo sobre Santa Teresa de Lisieux y el taoísmo, que será pronto reeditado en un libro junto con su estudio de Chuang Tzu. Ahora bien, el Eclesiastés es un libro de la Tierra, y la ética de los Evangelios es una ética de revelaciones hechas en la Tierra por un Dios encarnado. El “Pequeño Camino” de Teresita de Lisieux es una renuncia explícita a todas las espiritualidades exaltadas y descarnadas que vuelven al hombre contra sí mismo, poniéndolo mitad en el reino de los ángeles y otra mitad en un infierno en la Tierra.

Para Chuang Tzu, como para los Evangelios, perder la propia vida es salvarla, y perseguir salvarla para propio bien es perderla. Hay una reafirmación de que el mundo no es más que la ruina y la perdición. Hay una renuncia al mundo que encuentra y salva al hombre en su propia casa, que es el mundo de Dios. De cualquier manera, el “camino” de Chuang Tzu es misterioso, porque es tan sencillo que puede recorrerse aún sin que sea en absoluto un camino. Lo que desde luego no es, es una “salida”. Chuang Tzu hubiera estado de acuerdo con san Juan de la Cruz en que se entra en este tipo de camino cuando se abandonan todos los caminos y, en cierto modo, uno se pierde.