En esta perspectiva, el Padre se identifica con el Sobre-Ser, el Hijo con el Ser, el Espíritu Santo con la Existencia, conforme a la interpretación de F. Schuon (Ver los tratados sobre la trinidad.). Así mirada, la Existencia es la transposición in divinis de la Existencia considerada como idéntica a la manifestación universal de la que el Ser es el principio. Hay analogía entre estos dos modos de existencia: «Yo existo porque Dios existe; Dios existe porque yo existo»; la diferencia entre los dos modos es que, in divinis, la Esencia es idéntica a la Existencia y que quoad nos, no es lo mismo. Nosotros no tenemos existencia que por él (per ipsum), mientras que él existe por si mismo (per Se): la causalidad y la creación implican la entera dependencia del efecto frente a la Causa y la palabra «universal» significa que la manifestación es toda ella «vuelta hacia lo Uno». SILENCIO Y EXISTENCIA
Uno puede preguntarse evidentemente que relación tiene lo Absoluto con lo relativo es decir con la creación; esta relación es unilateral: el efecto depende integralmente de la Causa, pero esta no es afectada en absoluto por el efecto. Se puede decir también que este está contenido «eminentemente» en la Causa, en la que está protegido de todos sus limites o determinaciones, a título de «pura relación» o de «posibilidad»: en el seno de la Esencia divina, toda posibilidad es necesaria, permanente, eterna, y si bien una posibilidad es distinta de otra, ella no se distingue sin embargo de la Esencia divina en la que no hay ninguna distinción. El conjunto de las posibilidades –que se puede llamar la Omni-Posibilidad– no añade por lo tanto nada a la Esencia divina que es infinita, y es por esto que lo creado es rigurosamente nulo frente a lo Increado: no subsiste en si mismo más que a título de pura relación: «Yo soy una pura relación con respecto a Dios», yo no soy por lo tanto nada por mi mismo y en mi mismo. DE LA IGNORANCIA
Si se nos permite una vez más hacer algo de “escolástica” ¿se puede situar el origen de la humanidad sobre el plano mismo de la existencia? J. Rostand lo presiente bien cuando declara: “Aun admitiendo la hipótesis de la evolución, no se podrá jamas conocer la CAUSA de esta evolución”. He aquí la confesión de impotencia metafísica, salida de la boca de un sabio cuyo testimonio no tiene nada de sospechoso; santo Tomas de Aquino no habría hablado mejor, pero a él ya no se le concede ninguna credibilidad. Aprovechémonos sin embargo de una confesión tal para recordar que, en efecto, la causa es esencialmente de otro “orden” que sus efectos; ella se encuentra en otro plano si se prefiere así, y la ciencia que evoluciona en un plano completamente “horizontal” no llegará nunca a salir de él y a darnos la “causa” que se sitúa a un nivel evidentemente superior, y de “causa” en “causa”, o de plano en plano, se desemboca en la Causa Primera que está “fuera” de todos los planos y “por encima” de las causas. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
La dificultad que presenta esta cuestión se debe evidentemente a una imperfección de nuestro espíritu y, como siempre, a la imperfección del lenguaje que es la expresión de nuestro pensamiento. Hay sin embargo aquí un obstáculo especial, una ilusión “sui generis”, que vamos a intentar precisar. Es relativamente fácil, para un hombre normal y sano de espíritu, el concebir a Dios como, por ejemplo, el “Esse per se subsistens” (el Ser subsistente por si mismo), el Acto Puro, el Infinito, lo Incondicionado, etc. Además el hombre toma consciencia, de una manera inmediata, de su existencia y de la de el mundo que le rodea. La dificultad mayor es entonces la de la relación entre el universo y Dios, es decir precisamente el “problema” de la creación. De hecho estos dos “problemas”, el de Dios y el de la creación, están conectados. Si uno se hace de Dios una idea falsa o insuficiente, uno estará tentado de deificar el universo y de desembocar así en una u otra de las formas de panteísmo, y el concepto de creación no tendrá evidentemente ningún lugar en un sistema tal. Pero puede ocurrir que se tenga de Dios una idea exacta pero, por así decirlo, “ineficaz”, y que uno esté en una especie de impotencia para concebir la relación del universo con Dios: no se “ve” la relación de lo finito – o de lo indefinido – y de lo Infinito, del tiempo y de la eternidad, de lo contingente y de lo necesario; parece que el espíritu humano carece entonces de una dimensión conceptual, de una “calidad contemplativa” que le permita pasar del plano horizontal, en el que se despliega el universo, al plano “vertical” en el que se sitúa realmente la Causa del Mundo. Esta incapacidad es casi congénita en todos los “cientifistas”, positivistas o humanistas, y finalmente materialistas del mundo moderno. Armados de procedimientos de investigación de la ciencia, del telescopio o del microscopio electrónico, buscan, conscientemente o no, la causa del mundo en el mundo, a menos que, reducidos al estado de “sabios” o de “coleccionistas”, no se contenten con buscar el “como” de los fenómenos o de clasificarlos en un fichero de biblioteca. El agnóstico del mundo moderno es un impotente condenado a poner etiquetas sobre los hechos, o a tejer sobre los datos de sus observaciones una red de ecuaciones diferenciales que no explicarán nunca nada, pero que permitirán eventualmente construir frigoríficos o aviones a reacción. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
Podemos ahora precisar lo que hemos llamado al comienzo de este artículo la ilusión “sui generis” concerniente a la creación: esa ilusión consiste esencialmente en imaginarse que se ha explicado el “origen del mundo” cuando se han establecido entre las cosas de aquí abajo, relaciones temporales o un encadenamiento pseudo-causal remontando, sin salir del plano horizontal, hasta una “monada” o un “átomo” primitivo cualquiera, sea como sea la manera como se imagine todo esto. La consecuencia desastrosa de esta fantasmagoría es, al menos para una gran parte de los “intelectualmente débiles”, la expulsión pura y simple del Creador. Se debe señalar a propósito de esto la conexión entre el concepto de creación, entendido correctamente, y las “pruebas de la existencia de Dios” tal como son desarrolladas por la filosofía escolástica. Los dos argumentos se implican mútuamente: la prueba de Dios por la contingencia de lo creado implica la dependencia “vertical” y “actual”, extra-temporal e incondicionada del cosmos vis-a-vis de su Causa ontológica, a falta de lo cual se desemboca todo lo más en una concepción “demiurgica” de la formación de las cosas y de la Divinidad misma. Es necesario a la vez concebir a la Causa Primera como absolutamente transcendente a sus efectos, y a estos en dependencia “total” y “actual” con relación a ella; de ahí resultan la importancia y la necesidad de una concepción exacta de la creación bajo pena de falsear igualmente la del Creador, de ahí la obligación de mostrar la futilidad y la nocividad de esos productos de sustitución como el evolucionismo. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
En realidad, el significado del relato bíblico es esencialmente metafísico, y secundariamente cosmológico: considerar las diferentes especies como creadas por Dios unas “después” de otras, como un “sucesión temporal”, no tiene ningún interés; pero lo que es necesario ver tras el relato en su significado profundo es la dependencia “total” y “actual” de cada especie vis-a-vis de su Causa ontológica, así como la relación causal de lo creado con relación a lo Increado, tal como la hemos considerado más arriba. Por el contrario, se hace “depender” una especie de otra especie inferior, según la teoría evolucionista, se corre el riesgo de no ver nada de la “dependencia total” y “actual” de los seres, definidos precisamente por su pertenencia a tal o tal especie, vis-a-vis del Creador. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
En otros términos, lo que importa desde el punto de vista “teológico” no es el juego de “causas segundas”; tampoco es incluso la cosmología tradicional y todavía menos, o más bien de ninguna manera, las hipótesis científicas que no son en el fondo más que fantasmagorías imaginarias que Satán utiliza a buen precio para el desarraigo de los espíritus: lo que cuenta es, todavía una vez más, la “relación causal” concebida como dependencia total y actual y, por así decirlo, “directa” de lo creado cara a cara con lo Increado, esta dependencia directa no excluye el juego de las “causas segundas”, pero las pone en su lugar que es “ilusorio” respecto a la Causa Primera. En el orden de la “salvación” o de la “realización espiritual”, no tengo por que “creer” en la Evolución, pero yo debo de “creer” en Dios, el Padre Todo-Poderoso, Creador del Cielo y de la Tierra. Una tal proposición sobrepasa infinitamente en su contenido afirmativo todas las cosmologías del mundo, y reduce a la nada a todas las pseudo-sintesis científicas y filosóficas. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN