Acude a Él, sólo Él es un agradecimiento aceptable para el Padre y una loa inconmensurable, verídica y perfecta de toda la bondad divina. 171 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Debe saberse también que, sin duda alguna, ya la virtud natural (y) humana es tan noble y fuerte que ninguna obra externa le resulta demasiado pesada o grande para no ponerse a prueba con ella y en ella y formarse dentro de esta (obra). Y por eso existe una obra interior que no pueden encerrar y abarcar ni (el) tiempo ni (el) espacio, y en esta (obra interior) hay algo que es divino e igual a Dios a quien no encierran ni (el) tiempo ni (el) espacio. Él está en todas partes y se halla presente de igual manera en todo momento, y (esta obra) se asemeja a Dios también en el sentido de que a Él ninguna criatura lo puede recibir por completo, ni es capaz de configurar en sí misma la bondad divina. De ahí que debe haber algo más íntimo y más elevado e increado, sin medida y sin modo, en lo cual el Padre en los cielos puede acuñar su imagen y verterse y demostrarse íntegramente: me refiero al Hijo y al Espíritu Santo. Además, nadie es capaz de impedir la obra interior de la virtud, como tampoco se pueden poner estorbos a Dios. La obra resplandece y brilla de día y de noche. Exalta y canta la loa divina y un himno nuevo según dice David: «Cantad un himno nuevo a Dios» (Salmo 95,1). Es terrestre aquella loa y Dios no ama aquellas obras que son externas y encierran (el) tiempo y (el) espacio, que son estrechas (y) pueden ser impedidas y vencidas, que se cansan y envejecen con el tiempo y la ejecución. Pero es obra (íntima): amar a Dios, querer el bien y la bondad en cuyo caso el hombre ya ha hecho todas las buenas obras que quiere y querría hacer con voluntad pura (y) cabal, asemejándose de esta manera también a Dios de quien escribe David: «Todo cuanto quiso hacer lo ha hecho y obrado ahora» (Salmo 134,6). 295 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, — así digo yo y ya lo dije anteriormente — que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él — en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu — es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y — si uno quiere llegar a conocerlo bien — ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). 299 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Todas las criaturas han emanado de la voluntad de Dios. Si yo fuera capaz de aspirar solamente a la bondad de Dios, esta voluntad sería tan noble que el Espíritu Santo emanaría inmediatamente de ella. Todo bien emana de la superabundancia de la bondad divina. Ah sí, y la voluntad de Dios me gusta solamente en la unidad, allá donde se halla la quietud de Dios para la bondad de todas las criaturas, (y) donde descansa ella (la bondad) como su último fin, y todo cuanto alguna vez obtuvo ser y vida; allá debes amar al Espíritu Santo tal como es allá en la unidad; no en Él mismo sino allá donde se lo saborea únicamente junto con la bondad de Dios, en la unidad, allá donde toda bondad emana de la superabundancia de la bondad divina. Tal hombre retorna más rico que cuando salió. Quien hubiera «salido» así de sí mismo, sería restituido a sí mismo en el sentido más propio. Y todas las cosas que ha abandonado en la multiplicidad, le serán devueltas en la simplicidad, porque se encuentra a sí mismo y a todas las cosas en el «ahora» presente de la unidad. Y quien hubiera «salido» así, volvería mucho más ennoblecido que cuando «salió». Semejante hombre vive entonces con una libertad más independiente y en una desnudez acendrada, porque no debe preocuparse por nada ni emprender cosa alguna, ni mucho ni poco, porque todo cuanto posee Dios, lo posee él. 676 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
Se me ocurrió la idea — hace varios años ya — de si alguna vez me preguntarían por qué cada hierba era tan diferente de otra; y (efectivamente) sucedió que me preguntaron a qué se debía que eran tan diferentes entre sí. A lo cual dije: Es más sorprendente aún el hecho de que todas las hierbas se parezcan tanto. Un maestro dijo: El que todas las hierbas sean tan diferentes, se debe a la superabundancia de la bondad divina que Él infunde superabundantemente en todas las criaturas para que se revele con mayor fuerza su majestad. Entonces dije yo: Es más sorprendente que todas las hierbas se parezcan tanto, y seguí diciendo: En la pureza primigenia los ángeles son un solo ángel, completamente uno, así también todas las hierbas son una sola en la pureza primigenia, y allí todas las cosas son uno. 819 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
Prestad atención a esta palabra: «Dios ama». Para mí constituye una recompensa grande, y más que grande, en caso de que lo ansiemos — como ya he dicho varias veces — que Dios me ama a mí. ¿Qué es lo que ama Dios?. Dios no ama nada a excepción de sí mismo y de aquello que se le asemeja, en la medida en que lo encuentra en mí y (me halla) a mí dentro de Él. Está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Dios no ama a nadie sino a aquel que mora en la sabiduría» (Sab 7, 28). En la Escritura se encuentra también otra palabra que es mejor todavía: «Dios ama a quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría» (Prov 15, 9). Los maestros están todos de acuerdo en que la sabiduría de Dios es su Hijo unigénito. Aquella palabra dice: «quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría», y por lo tanto, ama a quienes lo siguen a Él, porque no ama nada en nosotros sino en cuanto nos encuentra en Él. El amor de Dios y lo amado por nosotros se hallan a gran distancia, uno de otro. Nosotros amamos solamente en la medida en la que hallamos a Dios en lo que amamos. Aun habiendo jurado (otra cosa) yo no podría amar sino a la bondad (= bondad divina = Dios). Dios, empero, ama (sólo) en cuanto Él es bueno — no es pues, que Él descubra en el hombre alguna cosa digna de amarla, fuera de su propia bondad — y con nosotros (lo hace) en la medida en que nos hemos adentrado en Él y en su amor. Esta es la recompensa esto es lo que nos da su amor: que nos hallemos en Él y «moremos en la sabiduría». 1110 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3