Pierre Deghaye — O Nascimento de Deus
EL HAMBRE EN EL DESIERTO
El desierto que queremos evocar es aquel en que fue tentado Jesús. Recordemos el relato de Mateo, IV: “Entonces Jesús fue llevado del Espíritu al desierto, para ser tentado del diablo. Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. Y llegándose a él el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan. Mas él respondiendo, dijo: Escrito está: No con sólo del pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios”.
La tentación de Cristo en el desierto es una verdadera prueba. Boehme la sitúa en paralelo con la prueba del desierto a la que Dios ha sometido a su pueblo, y que el capítulo VIII del Deuteronomio recuerda en estos términos: “Y acordarte has de todo el camino por donde te ha traído Yahvé tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, por probarte, para saber lo que estaba en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió e hízote tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido; para hacerte saber que el hombre no vivirá de sólo pan, mas de todo lo que sale de la boca de Yahvé vivirá el hombre”.
En ambos casos, el desierto es el lugar en que se aguza el hambre. Pero, ¿de qué naturaleza es este hambre? ¿Qué alimento lo sacia? ¿Qué pan? No con sólo del pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios. Ahora bien, esta palabra es en sí misma un pan. Es el maná caído del cielo, y el maná es un pan. Cuando lo deseamos, es de este pan de lo que tenemos hambre.
Según Boehme, Cristo tiene hambre, pero se alimenta durante su ayuno. Su hambre no es simplemente consecutiva a este ayuno. Según la letra de la Escritura, Cristo ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, y después tuvo hambre. Para Boehme, Cristo tuvo hambre durante todo el tiempo pasado en el desierto. Y durante esos cuarenta días en los que fue tentado, rehusó el pan que le ofrecía el diablo mientras se alimentaba del maná celestial, que es el pan descendido del cielo.
He aquí cómo Cristo sufrió la prueba del desierto impuesta a los israelitas. Los cuarenta años de Israel se convierten en los cuarenta días de Cristo.
Cristo tiene hambre del maná divino. El demonio quiere provocar en él otro apetito. ¿Qué alimento le propone? Un pan que no es nuestro pan cotidiano, que no es el fruto de la tierra. Es el pan del diablo, que es el producto de la magia. El deseo de este pan ardería, no sería ya la expresión de una necesidad natural. Sería el fuego que, cuando se apodera del hombre, le transforma a imagen del demonio.
En el desierto, Cristo es solicitado por ambos deseos. Debe escoger entre el pan de Dios y el pan del diablo. Se vuelve resueltamente hacia Dios. El hambre de Dios prevalece sobre el hambre del diablo.
No obstante, antes de ganar esta victoria, Cristo sostiene un combate heroico. Él es lo que serán los hombres soldados de Cristo. Es el héroe, el caballero, hermano de aquel de Durero que luchará contra la Muerte y el diablo. Su victoria del desierto prefigurará la conseguida sobre la cruz y en la tumba.
Cristo es el primer hombre que sale victorioso de este combate. La prueba a la que se somete se repetirá en el alma de los hombres que irán tras él. El acontecimiento que se propone a nuestra meditación tiene así un valor de ejemplo.
La victoria de Cristo sobre el diablo es la primera afirmación de la fe tras el bautismo. Boehme señala la relación entre el bautismo de Cristo y la prueba del desierto. El bautismo de Cristo será también el nuestro.
Hablaremos, pues, del nacimiento del fiel a la verdadera fe. Este fiel sufrirá en sí mismo la prueba del desierto tras haber sido bautizado. Habremos de precisar la naturaleza de este bautismo, el nivel en el que se sitúa. Veremos cómo nos hace aptos para sufrir la prueba de los cuarenta días.
Pero, para comenzar, recordemos brevemente cómo concibe Boehme la persona de Cristo.
*CRISTO
*ADÃO — CRISTO
*BATISMO
*DESEJO
*DESERTO
*PÃO
*CONVERSÃO