Pierre Deghaye — Nascimento de Deus
Batismo
El bautismo de agua recibido por Cristo no es simplemente un acto de obediencia. Tiene una eficacia real sobre su persona.
Se presenta bajo dos aspectos. Primero es el bautismo de arrepentimiento, el dado por Juan. Es el baño de regeneración que lava al alma de sus manchas. Cristo necesita de este bautismo. El alma con la que llegó a la tierra debe ser purificada.
Revistiéndose del alma humana, Cristo se hace cargo de todo el pecado con que ella, en su universalidad, está mancillada. Cristo toma sobre él el pecado del mundo. Para Boehme, esto significa que se hace plenamente culpable. Cristo no hace más que sustituirse a todos los hombres pecadores para sufrir en su lugar la cólera de Dios, para pagar su deuda tolerando un sufrimiento que sólo él podía soportar. Cristo es él mismo la persona que ha cometido el pecado de todos los hombres. A este título se da a la cólera del Padre. Su arrepentimiento representa la plena medida de la penitencia que los hombres deberán asumir después para ser, como él, regenerados.
El bautismo del Jordán es ejemplar. Los hombres lo recibirán después de Cristo. No obstante, y Boehme lo indica, este verdadero baño de regeneración no será el bautismo administrado por los sacerdotes. No será el sacramento material.
Pero el bautismo de Cristo no es solamente el bautismo de arrepentimiento o el baño de regeneración. Dado en lo invisible, se asocia al bautismo recibido por los discípulos el día de Pentecostés. Es el bautismo de agua, pero también el bautismo de Espíritu y de fuego. En el pensamiento de Boehme, los dos se confunden en el mismo plano de lo invisible. El bautismo recibido por Cristo y el que dará a sus discípulos son un solo y mismo bautismo. Cristo recibe este bautismo único, y por él se comunicará.
El bautismo de Cristo es pues, a la vez, el que purifica y el que da el Espíritu de Dios. Gracias a este don, Cristo podrá asumir las pruebas a las que debe someterse. El don del Espíritu hace de Cristo un soldado, pues le da la fuerza y el coraje.
La fuerza no es la violencia. La fuerza está en la dulzura del agua. Es la virtud nutritiva del agua, que fortifica el corazón. No se trata aquí del agua visible. El agua del bautismo es el elemento primordial. Es la sustancia perfecta habitada por la Sabiduría. Este agua es el cielo.
Esta preciosa sustancia será llamada la carne de Cristo. Sin embargo, es anterior a la llegada del hijo de María a este mundo, puesto que la recibe en el momento de su bautismo.
El agua del Jordán es el cielo. Es la carne espiritual de la que se alimenta el hombre de deseo, y la que le engendra. La maternidad del alma según la Sabiduría en el seno de María se renueva en la maternidad del agua. En virtud de su bautismo, Cristo es engendrado por segunda vez. Saliendo del agua del Jordán, Cristo nace de lo alto.
Pero este segundo nacimiento no se cumple en tal momento. Por la gracia del bautismo, el alma nueva no ha nacido sino a medias. Lo que es dado al alma es la fuerza de convertirse. El segundo nacimiento se constituye en las pruebas.
El bautismo de Cristo no sólo da la fuerza. Despierta también el deseo (24). Ambas cosas son una. En efecto, la fuerza reside en una substancia de la que el alma se alimentará para hacer su propia carne. Sin embargo, el bautismo no dispensa de este alimento de manera habitual. Dios no lo da aún más que para hacer que se desee. El nacimiento del deseo es el de la verdadera fe. El bautismo de Cristo es el despertar del deseo. El bautismo da a Cristo el hambre que le salvará en el desierto. La gracia del bautismo es este hambre.
La fuerza de Cristo está en su deseo. Sin embargo, este deseo debía serle dado por Dios. Sólo el deseo dado por Dios es substancial. Ésta es la razón profunda por la cual Cristo debía ser bautizado.
DESEJO