EL CORAZÓN HUMANO, IMAGEN EMBLEMÁTICA DEL CORAZÓN DE JESUCRISTO
En las artes de la cristiandad perseguida y bajo los primeros emperadores constantinianos, aparece a menudo la imagen del corazón sin que quepa limitarse siempre razonablemente a ver en él un motivo puramente ornamental, ni asimilarlo siempre a esas hojas cordiformes de convólvulos empleadas en la epigrafía romana. El sabio explorador de la Cartago antigua R. P. Louis Delattre publicó numerosas imágenes de corazones descubiertos en platos o lámparas fabricados entre los siglos III y VI, que son de fabricación cristiana: estos corazones están adornados con la cruz, o bien con las iniciales de Cristo, I sobre X (Iesus Xristos), o X sobre P (XPistos). Una de dos: o bien expresan el hábitat de Cristo en el corazón del cristiano, o bien son el emblema del propio Jesucristo, con reservas; por lo demás, el P. Delattre aceptaba esta última interpretación a la que la adhesión, más reciente, del maestro Dom Leclercq da un valor de casi certidumbre, sobre todo en lo que concierne a la presencia del corazón marcado con una cruz en el centro de algunas lámparas cartaginesas.
Durante largos siglos, en Roma y en el resto de la cristiandad, el culto al Corazón de Jesús se confunde con el de la herida causada en su costado, en el Calvario, por la lanza del soldado romano que lo atravesó.
Si bien no conocemos, antes de fines del siglo XIII, otras imágenes simbólicas del corazón humano que puedan considerarse que representan el del Salvador, al menos los escritores de aquel tiempo hablaban frecuentemente del Corazón de Jesucristo como foco de su amor a los hombres y como fuente de la sangre que derramó por la salvación del mundo. Así San Bernardo, en el siglo XI, Guillermo de Saint-Thierry hacia 1150 y hacia la misma época el autor de la Viña Mística y Guerric d’Igny y otros. A partir del siglo XIII, con las cuatro corrientes místicas de los benedictinos, los cistercienses, los dominicos y los franciscanos, y en los escritos de las monjas las santas Mechtilde y Gertrudis, con Francisco de Asís, Buenaventura, Antonio de Padua y libertino de Casale, se multiplican los textos referentes al Corazón del Salvador y aparecen representaciones. A fines del siglo XIII, o bien a comienzos del XIV, lo encontramos grabado sobre el nombre mismo de Cristo, XPS, en un molde de hostias que se encuentra en el Museo de Vic; en 1308-1309, uno de los jefes de la Orden del Templo que fueron encerrados en el torreón de Chinon lo grabó con un cuchillo en la muralla de su prisión; y en el pequeño sello de Esteme Couret, de la misma época, encontrado en el Poitou por el conde R. de Rochebrune, aparece con la cruz y unos rayos que se escapan del punto en el que la cruz se hunde en é. A veces acompaña la evocación de los demás miembros heridos por la crucifixión, o bien el corazón mismo está atravesado por los tres trágicos clavos; otras veces, a finales del siglo XV, y por una exageración de simbolismo extraño, este Corazón de Cristo está provisto de piernas y brazos directamente engarzados a él; así lo encontramos esculpido al pie de las estatuas del Cristo sentado, esperando la muerte, en Saint-Nizier de Troyes, en Venizy (Aisne) y pintado en la capilla del Corpus Christi College de Oxford.
Nunca, antes del siglo XIX, fue representado el corazón del Salvador tan a menudo como en ese período que empieza en la segunda mitad del siglo XV y que termina a mediados del XVI.
Precisemos bien que esta figura del Corazón de carne de Jesucristo es emblema, en el culto católico, de su amor por los hombres. Es, dijo León XIII, «el símbolo y la imagen de la caridad infinita de Jesucristo». Este sentido queda todavía mejor precisado cuando aparece rodeado de llamas: entonces, según el lenguaje litúrgico, es el «horno ardiente de caridad», Cor Jesu, fornax ardens caritatis.
Añadamos que el corazón herido no cambia de significado cuando se presenta en relación con los instrumentos de la Pasión, o bien junto con las llagas de los pies y de las manos, pues el suplicio del Redentor fue por excelencia un acto supremo de amor. Tal fue ciertamente el pensamiento de nuestros padres: el Corazón de Cristo, verdadera fuente de la sangre que elaboró, la derramó sobre el mundo como tributo de amor a través de las aberturas que causaron al crucificado los azotes y las espinas, los clavos y la lanza.
Excepcionalmcntc, en el antiguo arte religioso, el Corazón de Jesucristo aparece en condiciones que expresan una profundidad y una envergadura de pensamiento magníficas: así, en un mármol de finales del siglo XV procedente de la antigua Cartuja de Saint-Denis d’Orques (Sarthe), el Corazón herido de Jesucristo triunfa en medio de una gloria de llamas y de rayos; constituye, al propio de tiempo, el centro de dos círculos el primero de los cuales tiene la cruz y los signos astronómicos de los siete planetas, emblema de los espacios infinitos del firmamento, que corresponden a los siete cielos de los místicos orientales; el segundo círculo tiene los doce signos del Zodiaco, que rigen la sucesión de las estaciones y de los años, símbolo de la infinita duración dc los tiempos pasados y de los tiempos por venir. He aquí pues, con ello, al corazón glorificado de Jesucristo puesto en el lugar que ocupaba la tierra en el sistema geocéntrico de Tolomeo, que era ley en la época en que se esculpió el mármol de Saint-Denis d’Orques, el Corazón de Cristo puesto también como centro dc la infinitud de los tiempos y de la infinitud de los espacios, luego como centro mismo del Universo entero que llena de la irradiación de su amor y de su gloria. ¿Cabe soñar más magnífica y más inmensa apoteosis?
No quedarán extraordinariamente sorprendidos de que un cartujo de aquel tiempo pudiese concebir tal glorificación quienes conozcan la doctrina cartujana dc la época referente al culto del Corazón de Jesús tal como la establecen las obras de los monjes Ludolfo de Sajonia, Domingo de Tréveris y Dionisio Cartujano, el «Doctor extático».
Cuando del corazón humano escapan llamas, no siempre representa el Corazón de Jesucristo, porque, aunque esté abrasado por el fuego del amor, puede ser un corazón absolutamente profano; pero cuando es el centro de una irradiación de rayos luminosos y gloriosos, siempre podemos deducir, a menos que el texto especifique lo contrario, que simboliza el Corazón del Redentor que se muestra en la gloria, iluminándolo todo con su esplendor. Es entonces cuando los místicos lo aclaman con las palabras de David: In lumine tuo videbimtis lumen, «En tu luz vemos la Luz».