Basilides

Escolas Gnósticas — Basílides (século II)

Hipólito

Pseudo-Hipólito de Roma. Réfutation de toutes les hérésies (c. 230), VII, 20, trad.: Siouville, Éd. Rieder, 1926, t. I, p. 104.

Basilides e Isidoro, seu filho e discípulo, afirmam ter recebido de Matias as doutrinas secretas que o Salvador teria revelado a esse apóstolo em conversas particulares. Vejamos, portanto, como Basilides, Isidoro e todo o seu grupo caluniam não somente Matias, mas o próprio Salvador.

Conforme Basilides, houve um tempo em que nada existia. Esse nada não constituía uma das coisas existentes; falando claramente, sem desvios, sem artifícios, nada existia em absoluto. Quando emprego a palavra existia, diz ele, não é para afirmar que (o nada) existia, mas simplesmente para fazer compreender o que desejo dizer. Afirmo, diz ele, que nada existia em absoluto. Porque, diz ele, o que é nomeado não é simplesmente inexprimível, pois ao menos dizemos que ele é inexprimível; ora, o (nada do qual falei) nem mesmo é inexprimível. O que nem mesmo é inexprimível não é chamado de inexprimível, mas está, diz ele, acima de todo nome que se possa nomear (Cf. Efésios, 1, 21). Os nomes, diz ele, não se mostram suficientes para designar todos os objetos existentes no mundo, pois estes são inumeráveis. Geralmente eles são falhos e eu não me encarrego, diz ele, de encontrar para cada coisa um nome apropriado, mas é preciso conceber sem palavras, por meio da reflexão e não dos vocábulos, as particularidades das coisas nomeadas. A similitude dos nomes tem gerado, no espírito daqueles que ouvem, confusão e erros com relação às coisas.


García Bazán

Eusébio de Cesareia em sua História Eclesiástica (IV,7) conserva parte do mais antigo refutador de Basilides, Agripa Castor. Nos tempos de Adriano (117-138), Basilides fundou sua escola no Egito, tendo contato com o pensamento alexandrino, e adotando a organização mistérica à maneira pitagórica. Sua doutrina altamente especulativa chama a atenção, exposta em vinte quatro livros sobre o Evangelho, segundo seu crítico Castor, desenvolve uma exegese da letra do Evangelho, em termos de difícil compreensão. Como Pitágoras impunha um silêncio de cinco anos a seus adeptos.

Testemunhos:
*Além de Eusébio, Hipólito também legou extensa informação sobre Basilides (Elenchos VII)
**a realidade total se subdivide em três grandes âmbitos
***a realidade hiper-espiritual, está representada pelo deus ou a Divindade Suprema, inexprimíveis.
***a realidade hiper-cósmica, espiritual ou pleromática, a expressão da mais alta Divindade, na qual se distinguem tanto as três condições filiais ou as três formas possíveis da natureza filial (hyiotes) que tem que ver com a salvação ou perfeição do homem (a filiação sutil, a filiação opaca e a filiação necessitada de purificação), como os princípios dos entes cósmicos. Quer dizer este nível da realidade que emerge e segue imediatamente a Deus, possui tanto um aspecto autônomo ou próprio (a filiação sutil e opaca) ou ad intra, como outro que é o modelo do cosmo ou ad extra e isto tanto em seu aspecto cosmológico (posto que daí aparece a ordem do mundo espaço-temporal), como salvífico (com efeito, também dele provém a filiação necessitada de purificação).
***a realidade cósmica ou da mistura, separado do mundo espiritual pelo limite, firmamento ou Santo Pneuma, e constituído pela Ogdoada e pela Hebdomada. A frente de cada um destes últimos setores estão o grande Arconte e o Arconte. Espacialmente estes dois domínios se correspondem com o céu supralunar (a região etérea) e com o mundo sublunar (região aérea e terrestre), concepção corrente da cosmologia helenística pós-aristotélica. Mas, segundo Basilides, a frente de cada um destes mundos não há só um grande Arconte e um Arconte, mas cada um deles, respectivamente tem um filho que é mais sábio que ele (ou seja, a cosmologia que aqui se descreve de veia grega, em seu substrato revela elementos de uma mentalidade religiosa de origem semita).
*Clemente de Alexandria e Orígenes, também deixaram fragmentos inconexos,
*Irineu de Lião, um testemunho perturbador
*Hegemonio, uma declaração direta do livro décimo terceiro dos Tratados de Basilides afirmando sua doutrina do bem e do mal (luz/trevas) como princípios contrapostos ab aeterno.

Fraile

Guillermo Fraile — HISTÓRIA DA FILOSOFIA

Basílides (h.120-161). Nació en Alejandría, pero era originario de Siria e influido por Menandro. Enseñó en tiempo de Adriano (127-158) y Antonino Pío (158-161). Sobre su doctrina poseemos referencias de San Ireneo (I 24,3-6) y San Hipólito (Phil. VII 20ss), pero con variantes tan notables, que a primera vista parecen antitéticas, por lo cual es preferible exponerlas por separado.

Le preocupaba sobre todo la cuestión del origen del mal, moral y físico, y se esfuerza por explicarlo eximiendo a Dios de toda responsabilidad. «Yo diré cualquier cosa antes que atribuir el mal a Dios». Al mismo tiempo tiene una profunda aspiración soteriológica. De esta doble preocupación procede una exuberante cosmología, con que trata de explicar el origen del universo.

San Ireneo le atribuye un sistema emanatista. En el principio existía el Padre ingénito, del cual, por un proceso de emanación, nació ñus, de éste el logos, y de éste phrónesis. De phrónesis procede una pareja de eones, sophía y dynamis. De éstos, a su vez, procedieron las virtudes, los principados y los ángeles, que fabricaron el primer cielo. De éstos se derivaron otros ángeles, que hicieron un segundo cielo, a semejanza del primero, y así sucesivamente hasta completar el número de 365, que corresponde a otros tantos días del año, número representado por la palabra mágica Abraxas, cuyas letras, sumadas dan por resultado 365 (= 1+ 2 + 100 + 1 + 200 + 1 + 4- 60). Los ángeles pertenecientes al último cielo, que es el que ven los hombres, formaron el mundo terrestre. Su jefe es el Dios de los judíos. Pero, habiendo querido éste someter todas las naciones a su pueblo predilecto, los demás ángeles se le opusieron. Entonces el Padre ingénito, para evitar la perdición de las gentes, envió a su primogénito Nus (que fue llamado Cristo) para que libertase a los que creyeran en él. Nus apareció en forma de hombre. Pero no sufrió la pasión, porque Simón Cireneo llevó la cruz y fue sacrificado en vez de Cristo. Este tomó la apariencia de Simón, burlando a sus perseguidores y subiendo de nuevo al cielo Caulacau. Jesús fue enviado al mundo para destruir la obra de los ángeles prevaricadores. Pero los que creen que fue realmente crucificado y muerto son todavía siervos. Los que, por el contrario, creen que no murió, sino que ascendió al Padre, consiguen la liberación del alma, que es la única que se salva, pues el cuerpo está destinado a la corrupción (Adv. haer. I 24,3-7).

San Ireneo le atribuye, además, el desprecio hacia la ley judía, la práctica de la magia y la más abyecta liviandad. La impecabilidad estaba reservada a unos cuantos escogidos, que eran sólo el uno por mil.

San Hipólito le atribuye un sistema más complicado. La realidad aparece dividida en varios sectores:

1.° Mundo hipercósmico. «Hubo un. tiempo en que no existía nada. Ni sustancia, ni forma, ni accidente; ni lo simple, ni lo compuesto, ni lo incognoscible, ni lo invisible, ni el hombre, ni el ángel, ni Dios, ni ninguna cosa de las que se designan con nombres y se perciben con la inteligencia o con los sentidos» (19 Philosoph. VII 20-27). Solamente existía el No-ser («lo que Aristóteles llama pensamiento del pensamiento, y estos herejes No-ser»). Este No-ser no tenía ideas, ni reflexión, ni pasiones, ni deseos, ni voluntad. Era inengendrado, incomprensible, innominable. Pero a la vez era el principio de todas las cosas. En él se contenían los gérmenes de todos los seres como en un inmenso granero (panspermia), o como el tronco, las raíces y las hojas en la semilla de las plantas, o como las especies en el género. Otros textos pudieran entenderse en el sentido de la existencia eterna de dos principios eternos; por un lado, el dios No-ser, trascendente, y, por otro, una masa caótica, a manera de una inmensa semilla cósmica, sobre la cual actúa Dios.

El dios No-ser «quiso» crear el mundo. De esa voluntad procedieron tres «filiaciones» (huiotes) distintas, pero consustanciales (homousios) con Dios, a) La primera era simple. Apenas brotó del No-ser, retornó a su primer principio, como un rayo de luz, que se refleja sobre el foco que lo produce, b) La segunda era compuesta y más pesada. No siendo capaz de volver por sí misma al No-ser, tomó unas alas de Espíritu Santo, y con su ayuda pudo también retornar al primer principio. Pero el Espíritu Santo, por ser de distinta naturaleza, no pudo retornar a Dios, y permaneció en el umbral del No-ser. c) La tercera quedó aprisionada en el cúmulo de los gérmenes del universo, que son la fuente, el principio y el fin de todos los seres parciales, y allí permaneció esperando la purificación para poder retornar al primer principio1.

2.° Estereoma. Debajo del mundo hipercósmico está el estereoma, cerrado herméticamente por el firmamento, esfera sólida que lo aisla del universo inferior. El Espíritu Santo había ayudado a retornar a la segunda filiación, pero él mismo no había podido hacerlo. Entonces se dividió, y engendró el gran arconte, cabeza del mundo, hermosísimo y potentísimo, el cual, en medio del silencio que reinaba debajo del firmamento, olvidó su origen y se creyó que era el ser supremo. Pero se cansó de su soledad, y para llenarla engendró, a su vez, un hijo, también bellísimo, y lo hizo sentar a su derecha. Así resultó la ogdóada. El gran arconte, ayudado por su hijo, organizó el mundo de los seres celestes y etéreos, introduciendo en ellos el orden y la armonía.

A su vez, del semillero inicial, agitado por la tercera filiación, que había quedado sumergida en él, salió otro segundo arconte, el cual engendró otro hijo, y lo hizo sentar a su diestra, quedando constituida la hebdómada, que corresponde a los siete planetas. En el último cielo, que es el de la luna, reside el Yavé de los judíos, que era un ambicioso, y para aumentar su territorio creó la tierra y los hombres.

Durante mucho tiempo la ogdóada y la hebdómada reinaron cada una en su región respectiva. El arconte de la hebdómada fue el que habló a Moisés y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, pero no le dijo el nombre del Dios superior. De esta manera, todo el universo estaba en desorden y pecado, y reclamaba una redención. Para realizarla, la primera «filiación», sin descender de lo alto y sin separarse del dios No-ser, se dio a conocer al gran arconte por medio de su hijo, bajo el nombre de Evangelio. El gran arconte se dio cuenta de su error, y reconoció al No-ser como superior, confesando su pecado de soberbia. Así quedó iluminada la ogdóada. El hijo del gran arconte comunicó el Evangelio al segundo arconte, que también reconoció su error y se arrepintió, quedando también iluminada la hebdómada. La revelación prosiguió transmitiéndose a través de los 365 cielos, y todo volvió a quedar en orden.

Pero faltaban la tierra y los hombres, y para comunicarles el Evangelio descendió de la hebdómada una luz milagrosa sobre Jesús, hijo de María, por obra del cual quedó también redimida la tercera filiación, y todo el universo recuperó el orden, reconociendo la realidad del primer No-ser. Jesús padeció y murió, pero sólo en apariencia, pues la Pasión sólo le afectó en su cuerpo material. Basilides consideraba todo sufrimiento como un castigo. Si los mártires sufrieron tormentos, fue porque eran culpables. Al parecer admitía también la transmigración de las almas.

Comparando las exposiciones de San Ireneo y de San Hipólito, a primera vista resulta difícil conciliarias. No obstante, en ambas se notan huecos, que pueden llenarse combinándolas entre sí. Quizás respondan a distintos documentos de la secta, cuyo pensamiento no se desenvolvió ciertamente según las reglas de la lógica, sino por yuxtaposición de elementos, en virtud de una interpretación descabellada del hecho del mal, del pecado y de la redención, combinando en absurda mescolanza nociones platónicas, aristotélicas y cristianas, integradas en una cosmología disparatada.

Sucedió a Basilides su hijo Isidoro, el cual abandonó los temas cosmológicos para fijarse principalmente en el análisis antropológico. Enseñaba crudamente la necesidad de satisfacer las más bajas pasiones como medio para adquirir la tranquilidad del alma requerida para la oración. La parte racional del hombre es libre, y su libertad no queda anulada bajo la opresión de los más bajos instintos2. Parecidas aberraciones reaparecerán siglos más tarde en los alumbrados.

Jorge Luis Borges

DISCUSSÃO
Excertos da tradução em português de Claudio Fornari
UMA VINDICAÇÃO DO FALSO BASILIDES
Até 1905, eu sabia que as páginas oniscientes (de A a A11) do primeiro volume do Dicionário Enciclopédico hispano-americano de Montaner e Simón, incluíam um breve e alarmante desenho de uma espécie de rei, com afilada cabeça de galo, torso viril com os braços abertos que manejavam um escudo e um látego,e ainda uma cauda enroscada que lhe servia de trono. Até 1906 li esta obscura exposição de Quevedo: Estava o maldito Basilides heresiarca. Estava Nicolas antioquenho, Carpócrates e Cerintho e o infame Ebion. Logo veio Valentino, o que deu por princípio de tudo, o mar e o silêncio. Até 1923, busquei em Genebra não sei que livro heresiológico em alemão, e soube que o aziago desenho representava certo deus mesclado que havia sido horrivelmente venerado pelo próprio Basilides. Soube também que homens desesperados e admiráveis foram os gnósticos, e conheci suas especulações ardentes. Mais adiante pude especular os livros especiais de Mead (na versão alemã: Fragmente eines verschollenen Glaubens, 1902) e de Wolfang Schultz (Dokumente der Gnosis, 1910) e os artigos de Wilhelm Bousset na Enciclopédia Britânica. Hoje me propus a resumir e ilustrar uma de suas cosmogonias: a de Basilides heresiarca, precisamente. Sigo em um todo o informe de Irineu de Lião. Consta-me que muitos o invalidam, porém suspeito que esta desordenada revisão de sonhos defuntos pode admitir também a de um sonho que não sabemos se jamais habitou algum sonhador. A heresia basilidiana, por outro lado, é da mais simples configuração. Nasceu em Alexandria, dizem que aos cem anos da cruz, dizem que entre sírios e gregos. A teologia, então, era uma paixão popular.

No princípio da cosmogonia de Basilides há um Deus. Esta divindade carece majestosamente de nome, assim como de origem; daí sua aproximada denominação de pater innatus. Seu meio é o pleroma, ou a plenitude, o inconcebível museu dos arquétipos platônicos, das essências intangíveis, dos universais. É um Deus imutável, porém do seu repouso emanaram sete divindades subalternas que, condescendendo em agir, dotaram e presidiram um primeiro céu. Desta primeira coroa demiúrgica procedeu uma segunda, também com anjos, potestades e tronos, e estes fundaram um outro céu mais baixo, que era uma duplicação simétrica do inicial. Este segundo conclave se viu reproduzido em um terceiro, e este em um outro ainda mais inferior, e assim até 365. O senhor do céu do fundo é o da Escritura, e sua fração de divindade tende a zero; Ele e seus anjos fundaram este céu visível, amassaram a terra imaterial que estamos pisando e depois a repartiram entre eles. O razoável esquecimento apagou as fábulas precisas que esta cosmogonia atribuiu à origem do homem, porém o exemplo de outras imaginações coetâneas nos permite salvar essa omissão, ainda que de uma forma vaga e conjetural. No fragmento publicado por Hilgenfeld, a treva e a luz haviam coexistido sempre, ignorando-se, e quando finalmente se viram, a luz apenas olhou e deu as costas, porém a escuridão apaixonada se apoderou de seu reflexo ou lembrança, e esse foi o princípio do homem. No sistema análogo de Satornilo, o céu dá aos anjos trabalhadores uma visão momentânea, e o homem é fabricado à sua imagem, porém se arrasta pelo solo como uma víbora até que o Senhor, apiedado, lhe transmite uma centelha de seu poder. O ponto comum destas narrativas é o que importa: a nossa improvisação, temerária ou culpável, de uma divindade deficiente, com material ingrato.

Volto à história de Basilides. Removida pelos anjos onerosos do deus hebreu, a humanidade baixa mereceu a compaixão do Deus intemporal, que lhe destinou um redentor. Este precisou assumir um corpo ilusório, pois a carne degrada. Seu impassível fantasma foi publicamente crucificado, porém o Cristo essencial atravessou os céus superpostos e se restituiu ao pleroma. Atravessou-os incólume, pois conhecia o nome secreto de suas divindades. E os que sabem a verdade desta história, conclui a profissão de fé traduzida por Irineu, se saberão livres do poder dos príncipes que edificaram este mundo. Cada céu tem seu próprio nome, da mesma maneira que cada anjo, senhor e potestade desse céu. Aquele que conheça seus nomes incomparáveis atravessa-los-á invisível e seguro, igual ao redentor. E como o Filho não foi reconhecido por ninguém, tampouco o foi o gnóstico. E estes mistérios não deverão ser pronunciados e sim guardados em silêncio. Conhece a todos e que ninguém te conheça.

A cosmogonia numérica do princípio degenerou até o fim em magia numérica. 365 pavimentos do céu, à razão de sete potestades por céu, requerem a improvável retenção de 2555 amuletos orais: idioma que os anos reduziram o preciso nome do redentor, que é Caulacau, e o do imóvel Deus, que é Abraxas. A salvação, para esta desenganada heresia, é um esforço mnemotécnico dos mortos, assim como o tormento do salvador é uma ilusão de óptica — dois simulacros que misteriosamente condizem com a precária realidade do seu mundo.

Escarnecer da vã multiplicação de anjos nominais e dos refletidos céus simétricos dessa cosmogonia, não é de todo difícil. O princípio taxativo de Occam: Entia non sunt multiplicando praeter necessitatem, poderia ser-lhe aplicado — arrasando-a. Da minha parte creio anacrônico ou inútil esse rigor. A boa conversão desses pesados símbolos vacilantes é o que importa. Vejo neles duas intenções: a primeira é um lugar comum da crítica; a segunda — que não presumo erigir em descoberta -, não foi até hoje salientada. Começo pela mais ostensiva, que é a de resolver sem escândalo o problema do mal, mediante a hipotética inserção de uma série gradual de divindades entre o não menos hipotético Deus e a realidade. No sistema examinado, essas derivações de Deus decrescem e se desmoronam à medida que vão se distanciando até fundear nos abomináveis poderes que com material impróprio, garatujaram nos homens. No sistema de Valentino — que não deu por princípio de tudo o mar e o silêncio — uma deusa caída (Achamoth) tem como sombra dois filhos, que são o fundador do mundo e o diabo. A Simão, o Mago, imputam uma exacerbação dessa história: o haver resgatado Helena de Tróia, inicialmente a primeira filha de Deus e logo depois condenada pelos anjos a transmigrações dolorosas, de um lupanar de marinheiros em Tiro3). Os trinta e três anos humanos de Jesus Cristo e o seu anoitecer na cruz não constituíam suficiente expiação para os duros gnósticos.

Falta considerar o outro sentido dessas invenções escuras. A vertiginosa torre de céus da heresia basilidiana; a proliferação de seus anjos; a sombra planetária dos demiurgos transtornando a terra; a maquinação dos círculos inferiores contra o pleroma; e a densa população, se bem que inconcebível ou nominal, dessa vasta mitologia assiste também ao declínio deste mundo. Não o nosso mal, mas sim nossa central insignificância é pregada nestas invenções. Como nos prolongados ocasos na planície, o céu é apaixonado e monumental e a terra é pobre. Essa é a intenção justificadora da cosmogonia melodramática de Valentino, que enovela um infinito argumento de dois irmãos sobrenaturais que se reconhecem, de uma mulher decaída, de uma zombeteira intriga poderosa dos anjos maus e de um casamento final. Nesse melodrama ou folhetim, a criação do mundo é um mero aparte. Admirável ideia: o mundo imaginado como um processo essencialmente fútil, como um reflexo lateral e perdido de velhos episódios celestes. A criação como um feito casual.

O projeto foi heroico; o sentimento religioso ortodoxo e a teologia repudiam escandalizados essa possibilidade. A criação primeira, para eles, é o ato livre e necessário de Deus. O universo, segundo deixa entender Santo Agostinho, não começou no tempo, mas simultaneamente com ele — opinião que nega toda prioridade do Criador. Strauss dá por ilusória a hipótese de um momento inicial, pois este contaminaria de temporalidade não apenas os instantes ulteriores, mas também a eternidade “precedente”.

Durante os primeiros séculos da nossa era, os gnósticos disputaram com os cristãos. Foram aniquilados, mas nós podemos representar sua possível vitória. Se houvesse triunfado Alexandria em vez de Roma, as estrambóticas e confusas histórias que resumi aqui seriam coerentes, majestosas, cotidianas. Sentenças como a de Novalis: A vida é uma doença do espírito4) ou a frase desesperada de Rimbaud: A verdadeira vida está ausente; não estamos no mundo fulminariam nos livros canônicos. Especulações menosprezadas como a de Ritcher sobre a origem estelar da vida e sua casual disseminação neste planeta, conheceriam a promoção incondicional dos laboratórios piedosos. Em todo o caso, que melhor dom podemos esperar do que ser insignificantes? Que maior glória para um Deus do que a de ser absolvido do mundo?

1931


  1. Orbe, A., Variaciones gnósticas sobre las alas del alma: Gregorianum, 60 (1954) p.34. 

  2. Se le atribuyen varias obras: una Etica, Explicación del profeta Parkor, Sobre el acrecentamiento del alma (Philosoph. VII 20). 

  3. Helena, filha dolorosa de Deus. Essa divina filiação não esgota os contatos de sua lenda com a de Jesus Cristo. A este, lhe assinaram os de Basilides um corpo sem substância; da trágica rainha se pretendeu que somente o seu eidolon ou simulacro foi arrebatado a Troia. Um belo espectro nos redimiu; outro propagou-se em batalhas e em Homero. Para este gnosticismo de Helena, veja-se o Fedro] de Platão e o livro Adventures Among Books, de Andrew Lang, páginas 237-248. (N. do A. 

  4. A expressão — Leben ist eine Krartkheit des Geistes, ein leidenschaftliches Tun — deve sua divulgação a Carlyle, que a destacou em um famoso artigo publicado na Foreign Review, em 1829. E não representam coincidências momentâneas e sim um redescobrimento essencial das agonias e das luzes do gnosticismo, os Livros proféticos de William Blake. (N. do A.