Hipólito — Refutatio
Excertos da trad. de José Montserrat Torrents, “Los gnósticos II: 2 (Biblioteca Clasica Gredos)”
Al ver todo esto, el Padre Elohim envió a Baruc, su tercer ángel, para socorro del espíritu que está en todos los hombres1. Baruc vino y se situó en medio de los ángeles de Edén, es decir, en medio del Paraíso — recordemos que el Paraíso eran los ángeles, en medio de los cuales se situó — y ordenó al hombre «comer y disfrutar de cualquier árbol del Paraíso, mas no del árbol del conocimiento del bien y del mal», que es Naas; es decir, les prescribió obedecer a los otros once ángeles de Edén. Porque los once tienen ciertamente pasiones, pero no son transgresores; Naas, en cambio, sí lo es. Pues se acercó a Eva, la engañó, y cometió adulterio con ella, lo cual es contrario a la Ley2; se acercó luego a Adán y usó de él como de un muchacho, cosa también contraria a la Ley; de aquí vinieron el adulterio y la pederastia. Desde entonces los males y los bienes dominaron a los hombres, proviniendo ambos de un único principio, a saber, del Padre. Pues al ascender hacia el Bueno, el Padre mostró el camino a los que deseaban remontarse; mas al apartarse de Edén dio inicio a los males que afligen al espíritu del Padre que está en los hombres.
Entonces Baruc fue enviado junto a Moisés, y a través de él habló a los hijos de Israel para que se convirtieran al Bueno. Por su parte, el tercer ángel (de Edén) oscureció los mandamientos de Baruc por medio del alma edénica que moraba en Moisés — al igual que en todos los hombres — e hizo que atendieran a sus propios mandamientos. Por esto el alma se levanta contra el espíritu y el espíritu contra el alma. Pues el alma es Edén, el espíritu es Elohim, y ambos se hallan en todos los hombres, lo mismo hembras que varones3.
Después de esto, Baruc fue otra vez enviado a los profetas, a fin de que a través de ellos el espíritu que mora en los nombres escuchara y huyera de Edén y de la creación mala, igual que huyó el Padre Elohim. Del mismo modo, con idéntica intención, Naas, por medio del alma que habita en el hombre junto con el espíritu del Padre, sedujo a los profetas, y todos se corrompieron no siguiendo las palabras de Baruc dispuestas por Elohim4.
Al final de todo, Elohim escogió de entre los paganos un profeta, Heracles, y lo envió para luchar contra los doce ángeles de Edén y para librar al Padre de manos de esos doce espíritus malos de la creación. Éstos son los doce trabajos de Heracles, ejecutados por orden desde el primero hasta el último: el león, la hidra, el jabalí, etc. Pues tales son los nombres que les dan los paganos — dicen —, cambiados por obra de los ángeles maternos. Pero cuando parecía que habían concluido sus combates, se le abraza Ónfale, que es Babel o Afrodita, lo seduce y lo desnuda de su potencia, los mandamientos de Baruc, que Elohim había prescrito, y le reviste de su propio vestido, es decir, la potencia de Edén, la potencia inferior. De este modo resultaron vanas la profecía y las obras de Heracles.
Pero, al final de todo5, «en los días del rey Herodes», Baruc fue enviado de nuevo por Elohim, y viniendo a Nazaret encontró a Jesús, hijo de São José y María, un muchacho de doce años que pastoreaba ovejas, y le anunció desde el principio todo lo que había sucedido desde Edén y Elohim, y lo que había de suceder después. Le dijo: «Todos los profetas antes de ti fueron seducidos. Prepárate, pues, Jesús, hijo de hombre, para no ser seducido, antes bien, predica esta palabra a los hombres y anúnciales lo referente al Padre y al Bueno, y asciende hacia Él y siéntate allí con el Padre de todos nosotros, Elohim.»
Jesús respondió obedientemente al ángel: «Señor, todo lo cumpliré», y predicó6. También a éste quiso seducir Naas, pero no pudo, puesto que permaneció fiel a Baruc7. Furioso Naas por no poderlo seducir, hizo que fuera crucificado. Él, sin embargo, abandonando el cuerpo de Edén en el leño, ascendió hacia el Bueno. Y a Edén le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo», refiriéndose al hombre psíquico y al terreno, mientras él entregaba su espíritu en las manos del Padre y subía hacia el Bueno8.
El Bueno es Príapo9, el que creaba antes (gr. prín) que nada fuese; por esto es llamado Príapo, porque pre-creó todas las cosas. Por esto — dice Justino —, se le coloca delante de todos los templos, venerado por toda la creación, y en los caminos, acarreando los frutos del otoño, es decir, los frutos de la creación cuya causa fue él mismo al pre-crear la creación antes no existente10.
Por lo tanto — agrega —, cuando oigáis decir a los hombres que el cisne vino sobre Leda y procreó de ella, sabed que ese animal era Elohim y Leda, Edén. Y cuando digan los hombres que un águila vino sobre Ganimedes, el águila es Naas y Ganimedes, Adán. Y cuando cuenten que el oro vino sobre Dánae y procreó de ella, el metal es Elohim, y Dánae, Edén. De tal modo enseñan estas doctrinas, emparejando mitos por el estilo.
Así, cuando los profetas claman: «Escucha, cielo, y presta atención, tierra, el Señor ha hablado», el cielo significa — explica Justino — el espíritu de Elohim que está en el hombre, la tierra significa el alma que está en el hombre junto con el espíritu, el Señor es Baruc, Israel es Edén, pues ésta es llamada también Israel, la esposa de Elohim.
«Israel no me conoció», cita Justino. Si hubiera conocido que estoy junto al Bueno, no habría castigado al espíritu que está en los hombres a causa de la ignorancia en que se hallaba allí el Padre.
En el primer libro titulado Baruc aparece también transcrito un juramento que pronuncian los que se disponen a ser oyentes de estos misterios y a iniciarse en el Bueno. Este juramento — dice Justino — fue emitido por nuestro Padre Elohim cuando compareció ante el Bueno, y no se arrepintió de haberlo jurado; a este efecto aporta la siguiente cita: «Juró el Señor y no se arrepentirá» (Salmos).
He aquí el juramento: «Juro por el que está sobre todas las cosas, por el Bueno, guardar estos misterios y no declararlos a nadie ni apartarme del Bueno para volverme hacia la creación.»
Una vez ha emitido este juramento, penetra junto al Bueno y contempla «lo que ojo jamás vio ni oído jamás escuchó ni se le ocurrió a corazón de hombre alguno», y bebe del agua viva, lo que para ellos es una purificación, según creen, fuente que mana agua viva. Pues se ha hecho una completa separación — dice — entre agua y agua: hay un agua que está debajo del firmamento, agua de la creación mala en la que se lavan los hombres terrenos y psíquicos, y hay otra que está encima del firmamento, agua viva del Bueno, en la cual se lavan los hombres espirituales y vivientes; Elohim se lavó en ella y, una vez lavado, no se volvió atrás11.
Y cuando — prosigue — el profeta dice: «que tome una mujer de prostitución porque, como meretriz, la tierra se prostituirá apartándose del Señor», es decir, Edén se aparta de Elohim. Con esas palabras el profeta explica claramente todo el misterio, mas no se le escucha a causa de la maldad de Naas.
De la misma manera distorsionan en muchos libros los demás dichos proféticos. Pero su libro principal es el titulado Baruc; quien lo hallare podrá enterarse por él de la completa exposición de su fábula.
He tenido que enfrentarme con muchas herejías, bienamados míos, mas ésta es la más perniciosa de todas. En verdad que (…) siguiendo su mismo mito, nos conviene imitar a su Heracles y limpiar de estiércol las cuadras de Augias, o quizás mejor la sentina en la que han caído los seguidores de Baruc; no sólo serán incapaces de limpiarse, sino ni siquiera de sacar de ella la cabeza.
NOTAS
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Baruc (el árbol de la vida, cf. 26, 6) asume el papel que en otros sistemas gnósticos pertenece al Cristo Salvador. Pero su categoría óntica es muy inferior a la de aquél. Baruc, en efecto, se limita a hacer de mensajero de Elohim, mero instrumento, a su vez, del Bueno. ↩
El tema de la seducción y adulterio de Eva es frecuente en los escritos gnósticos no valentinianos, cf., p. ej., Adv. Haer. I 30, 7; Hipost. Arcont., N.H. II 4, pág. 89; Evang. Philip. N.H. II 3, pág. 109, 5-13; véase Antonio Orbe, «El pecado de los arcontes», Est. Ecles. 43 (1968), 345-379. ↩
La lucha de dos tendencias en el interior del hombre es un tópico de las filosofías moralizantes. Pero en Justino no se trata de dos aspectos de una única alma (como en Platón o en Pablo), sino de dos principios ontológicamente distintos, como en Numenio de Apamea. Entre los escritores eclesiásticos, Taciano el Sirio presenta una doctrina parecida: «La morada del Espíritu Santo está en lo alto; mas el origen del alma está abajo. En un principio el Espíritu habitaba junto con el alma. Mas al no querer ella seguirle, el Espíritu la había abandonado» (Ad Graecos 13). ↩
Los valentinianos, aduciendo Joann. 10, 8: «Todos cuantos vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores; pero las ovejas no los oyeron», habían desprestigiado a los profetas del Antiguo Testamento (cf. Ref. VI 35, 1). También las Pseudoclementinas aluden a esta corrupción (Hom. III 52, 1). En Baruc tiene un sentido muy concreto: los profetas se dejaron llevar por la potencia maléfica, concupiscente, de Naas. También ellos cometieron los pecados arquetípicos (sexuales) como se echa de ver con el ejemplo de Heracles. La ética de Justino resulta decididamente encratita. ↩
La expresión «al final de todo» ya se había referido a la elección de Heracles (26, 27). ¿Indicaría esta anomalía que el episodio de Jesús es un añadido cristiano a un documento fundamentalmente judaico? Suposición inútil: aun con el «añadido» cristiano, el Libro de Baruc sigue manifestando un pensamiento esencialmente judío; nada hay en él de propiamente cristiano. — Esta «historia de Jesús» presenta concomitancias sólo superficiales con las narraciones canónicas. La datación «en los días del rey Herodes» puede proceder de Luc. 1, 5. Mas, para Justino, Jesús es hijo natural de São José y María, es decir, desconoce el nacimiento virginal anunciado por los evangelios de la infancia (Orbe se esfuerza en demostrar la canonicidad de Justino en este punto, véase «La cristología de Justino Gnóstico», Est. Ecles., 47 (1972), 437 ss.). Tampoco es canónico el pastoreo de ovejas. De hecho, pues, para Justino Jesús es «el verdadero profeta» de las Pseudoclementinas (cf. Hom. I 19; III 20) y de los elkasaitas (cf. Ref. IX 14, 1). La denominación Cristo no aparece en su escrito. ↩
La predicación profética es el único medio por el que Jesús ayuda a los hombres. No hay en Justino rastro de la doctrina cristiana de la redención. ↩
Jesús no fue dominado nunca por la lubricidad, pues «se preparó» ya desde los doce años, edad en que se supone hacen su aparición los instintos sexuales. ↩
La muerte de Jesús no difiere de la de los demás hombres. En la muerte se disocian los componentes de todo ser humano: el cuerpo y el alma quedan en el mundo (pues son de naturaleza edénica), mientras el espíritu se reintegra al Padre Elohim y, por lo mismo, sube hacia el Bueno. Pero Jesús, en premio de su labor de predicación, tiene un lugar privilegiado: se sienta a la diestra de Elohim, el cual, a su vez, está a la diestra del Bueno. ↩
A partir de aquí se rompe la continuidad literaria del resumen de Hipólito. Siguen cuatro piezas complementarias: una digresión acerca de símbolos mitológicos; un florilegio de testimonios bíblicos; una noticia acerca del juramento baruquiano; otro testimonio bíblico. ↩
Este pasaje presenta todas las trazas de ser un añadido de otra fuente. El Primer Principio de Justino es totalmente ajeno a la creación, y, por otra parte, repugna a su trascendencia el identificarle tras las estatuas de Hermes con el miembro viril erecto evocadas por los gnôsticoí, cf. Ref. V 7, 27-28; 8, 10. ↩
La distinción entre las dos aguas es aducida también por los setianos, cf. V 19, 21. ↩