arquetipo

Esta «estructura» de la Divinidad, si se puede hablar así, considerada bajo su doble aspecto de «Infinito» y de «Posibilidad universal», debe reflejarse en todos los niveles de la existencia universal que no es, por decirlo así, más que «la apariencia exterior» de la Divinidad. Así, todo ser manifestado, en la medida en que se sitúa en un cierto nivel de existencia (el ser humano por ejemplo), no es más que la apariencia o la manifestación exterior de «su posibilidad principial» –su arquetipo eterno– en Dios. El conjunto de todos los «arquetipos», cuya «totalidad», constituye la Posibilidad universal, representa a nivel de la Divinidad o de lo no-manifestado una «concepción» de la divina Esencia, concepción puramente principial, no manifestada e indiferenciada, que es propiamente el misterio de la Inmaculada Concepción en su intelección más elevada. 57 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

En esta perspectiva, todo el misterio el mal consiste en la ilusión separativa, o en la separatividad aparente, en virtud de la cual el ser manifestado en un cierto grado de existencia olvida de algún modo su arquetipo eterno o su propia posibilidad principial, y por ello mismo se toma por algo autónomo, por un «en-sí», poniendo un límite, por otra parte ilusorio, al Infinito divino. Aquí reside el misterio del «pecado original», del que todos los demás no son sino consecuencias particulares; se trata, por tanto, de un «pecado de origen», es decir, de una salida ilusoria (oriri) del Principio, y, por consiguiente, de un «pecado de naturaleza» que afecta necesariamente al mundo manifestado como tal, en cualquier grado que se lo considere, salvo a la Virgen que se identifica con la Posibilidad universal en su Inmaculada Concepción, y que está exenta del pecado original. 59 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Como consecuencia, reencontrar su arquetipo eterno, identificarse con su propia posibilidad principial, o con su propia realidad esencial in divinis, es realizar en sí el misterio de la Virgen. Lo que constituye en efecto la Omniposibilidad universal, en tanto que «concepción» de la Divinidad, es su exención de todas las determinaciones o limitaciones que constituyen el mundo manifestado como tal en todos los grados o niveles de la existencia. Estas limitaciones deben pues ser negadas o destruidas para que el Ser –o los seres– vuelvan a encontrar o realicen la pureza, la belleza, la bondad, la pobreza que son las cualidades principiales de la Virgen en su indiferenciación primordial, o en su Inmaculada Concepción. 61 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Todas estas «epifanías» tienen necesariamente su arquetipo eterno in divinis, pero esta vez el orden de sucesión es puramente «lógico y ontológico». Si el Padre es el Origen de la generación del Hijo y de la procesion del Espíritu Santo «con el Hijo», se puede decir igualmente que es el Espíritu Santo – el Amor – el que «revela» al Padre y al Hijo a ellos mismos, es lo que se designa con el nombre de «maternidad hipostática»; es esta perspectiva, la Theotokos aparece, no como una cuarta Hipóstasis, sino como una función del Espíritu Santo. Así, in divinis, lo que es primero en la expansión de la Esencia divina, es la Sabiduría en tanto que Theotokos: es la Receptividad divina que permite al Padre el «concebir y engendrar el Logos», y esta Concepción es evidentemente inmaculada. Así, la Theotokos es el medium quo por el cual el Padre engendra el Hijo Unico; ella es por lo tanto «madre de Dios». 132 Abbé Henri Stéphane: SOPHIA o de la SABIDURIA

De todo ello resulta que la belleza que se percibe en el exterior – por ejemplo la “dama” del caballero o la obra de arte sagrado – debe ser descubierta o realizada en el interior, pues nosotros amamos lo que somos y somos lo que amamos. La belleza percibida es no solamente la mensajera de un arquetipo celestial y divino, sino que también es, y por ello mismo, la proyección exterior de una cualidad universal inmanente en nosotros, y evidentemente más real que nuestro ego empírico e imperfecto, que busca a tientas su identidad. 458 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

En esta perspectiva esencialmente espiritual o mística, nos hemos podido dar cuenta ya de que el Mediador es inseparable de la Theotokos. Sin ella, su papel es ininteligible, y aquellos que no la reconocen no pueden sino perderse. Como ella es el Prototipo de la Iglesia, el papel de esta será el de conformarse a su modelo. Ahora bien, la Theotokos es a la vez Esposa, Virgen y Madre. Lo mismo que Jesús nace de una Virgen, el «Cristo total» nace de la Iglesia. Se puede decir que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, al cual cada nuevo miembro es incorporado por el bautismo, pero se puede decir también que cada cristiano, en tanto que precisamente pertenece a la Iglesia, engendra el Cristo, a ejemplo de la Theotokos, por la operación del Espíritu Santo. Así, paradójicamente, el cristiano puede ser considerado como «hijo de la Virgen» (ecce mater tua) («He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz.), «hermano de Cristo», «hijo de Dios y de la Iglesia», pero también como «madre de Cristo» (Esto aparece claramente en Mateo, XII, 50: «Quienquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre». Ahora bien, dice el Maestro Eckhart, «el Padre no tiene más que una voluntad, es la de engendrar al Hijo único». Es entonces in divinis, el nacimiento eterno, prototipo o arquetipo del nacimiento virginal de Cristo en la Theotokos, en la Iglesia y en el alma de cada fiel.), lo que implica inmediatamente que él realice efectivamente –y no de una manera puramente moral o ideal– la Virginidad esencial de María (Sofrosuna) (Sofrosuna: palabra griega que significa «estado sano del espíritu o del corazón», e igualmente la «moderación de los deseos» (Platón, Banquete), la temperancia y la sabiduría. En le Iglesia de Oriente, esta palabra designa la castidad de los ascetas.), con las «virtudes espirituales» –y no solamente morales– de la Virgen: humildad, caridad, sumisión, receptividad perfecta, abnegación del ego, pobreza espiritual (cf. las Beatitudes), infancia espiritual, pureza, desapego, fervor, paz, «violencia» contra los enemigos del alma y contra las potencias tenebrosas etc. 563 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR