Abandono [AOCG]

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

O ABANDONO DE JESUS

  • 1. Solução mítica: Basilides e o 2. Logos de Set
    • a) Postura ereta
    • b) O sorriso
  • 2. «Acta Johannis» e «Apocalypsis Petri»
  • 3. Sístole do Espírito
  • 4. Aplicações cristológicas
  • 5. Ausência do Espírito
  • 6. Exegese de Mt 27,46
  • 7. Conclusão

    El punto se presta a estudio, al margen de los problemas fuertes de la pasión. En sí, no parece difícil ni de arduas complicaciones. El abandono de Jesús se agudiza singularmente en el huerto y en la cruz.

Hay varios modos de plantearlo. El Hijo de Dios, ¿ausentóse de Jesús en la pasión? ¿Cómo y cuándo?

De la ausencia no cabe duda. No solamente los testimonios de los heresiólogos, sino las noticias directas de los propios heterodoxos, se pronuncian con decisión. La duda está en su índole. Dos soluciones fundamentales se perfilan: a) El abandono o ausencia del Hijo de Dios es mítico, y como género literario habla a los sentidos más que al intelecto; Jesús padeció y murió como si estuviera separado del Hijo, pero sin ausencia real.

b) El abandono sería real. Así como se apartó el alma del cuerpo en la muerte, así — durante la pasión — se ausentaría el Hijo de Dios del hombre Jesús.

A vueltas de algunas enseñanzas doctrinales, presentábase la ocasión para abordar un problema de método en el estudio del lenguaje gnóstico. La heterodoxia tenía sobradas razones para tocarlo por los caminos clásicos entre los tratadistas de mitos (v.gr.: Salustio, De diis et de mundo). ¿Dónde comienza y termina el mito?

Los florilegios de que proceden, en última instancia, las noticias de nuestros heresiólogos no señalan las fronteras entre el mito y la historia, y superponen elementos fabulosos a noticias inspiradas en los evangelios.

No siempre aparece la amalgama de tan complejos factores. Para separar el mito de la historia disponemos — las más de las veces — de indicios suficientes. Y, sin embargo, la ciencia de hoy sigue sin adelantar sobre la confusión de los primerísimos heresiólogos. Todo por inercia y falta de análisis.

Un ejemplo típico lo ofrece el cambio de personajes entre Jesús y el Cireneo momentos antes de la crucifixión. Ireneo se lo asigna a Basílides. Y con él, los modernos críticos. Yo no discuto la letra de Ireneo, hoy ratificada por unas líneas del 2 Logos de Set (p.56,11). Pero un elemental examen descubre el valor precario de su interpretación. El Basílides de Clemente Alejandrino — literariamente mejor atestiguado que el de Ireneo — y el mismo de Hipólito enseñan claramente la crucifixión y muerte de Jesús y aun le dan singular trascendencia. En sano método, conviene sacrificar el testimonio, procedente de florilegios, a la conjunción de otros, de mejores garantías; más aún, hay que buscar — si es posible — una clave sencilla para compaginarlos a todos. En nuestro caso existe la clave. El ridículo cambio de personajes entre Jesús y el Cireneo denuncia al primer análisis su significado. Es uno de tantos mitos creados para dar relieve sensible a la impasibilidad de Jesús en cuanto Hijo de Dios. Hay en Jesús un hombre, terreno y pasible como el Cireneo, y un dios — Hijo de Dios — , directamente inasequible a la muerte. En vez de invocar tal distinción, demasiado conceptual para traducida en historia, acude el autor a la fábula del cambio de personajes, librando a Jesús de ir al sepulcro.

Más complejo aún, pero en línea similar, es el lenguaje que adoptan los Acta Iohannis para urgir la misma tesis. Sin negar la historia evangélica de la cruz y muerte de Jesús, añade el autor apócrifo (prob. valentiniano) la leyenda de la aparición de Jesús a Juan en una cueva de Getsemaní y la revelación de su auténtica crucifixión en el horos celeste. Aquí la tesis (= impasibilidad del Hijo) se conjuga con el mito horos = staurós, conocido muy bien por otras fuentes; y se distrae hacia el paradigma, para buscar allí el sentido último de las historias ocurridas en el mundo del Hysterema. Gracias a la impostación de los Acta Iohannis, hay modo de subir de la estaurología sensible registrada por los evangelistas, al misterio acaecido en la región de la «verdad», y de calibrar, por lo mismo, la inconsistencia de lo terreno, carnal, en la muerte y pasión de Jesús.

Lo histórico retiene su valor. Y sobre él se levanta el mito. Alguna vez insinuado por elementos de leyenda, que — mientras no se pruebe lo contrario — tienen su razón de ser, y merecen ser escrupulosamente traducidos mediante paralelos literarios. Conjugando la historia, la leyenda y el mito es posible restituir una doctrina, una exégesis confirmada ampliamente, sin recelos, por los grandes eclesiásticos.

Las páginas dedicadas a la sístole del Espíritu lo confirman. Sobre un núcleo valentiniano de sesgo entre filosófico y exegético, hubo modo de perseguir, desde las dos vertientes, la historia del Espíritu (= Cristo superior), extendido a Jesús a partir del bautismo del Jordán y contraído o retirado de El durante la pasión. En la historia de Jesús no existió otra diástole ni sístole que la externa. A pesar de ser, a partir de su concepción y nacimiento, verdadero Hijo de Dios, Jesús no se reveló como tal — en sus obras — antes del Jordán, ni después de la cena del Jueves Santo. ¿Porque le faltaba la asistencia del Hijo o porque simplemente no se le dejaba sentir?

Los gnósticos, a mi entender, responden en forma apodíctica. La sístole y la diástole del Espíritu representan sólo una contracción o dilatación dinámicas. El Espíritu asistía a Jesús de modo manifiesto y sensible mientras anunciaba al Padre, acompañando la doctrina con los milagros. Durante la pasión cesó el «evangelio» y el poder que lo refrendaba, como si se hubiese ausentado el Espíritu del Jordán y vuelto Jesús a su condición primera.

Tal fenómeno tenía su razón de ser. Convenía que el Salvador padeciese muerte de cruz y entrase en el reino del Thanatos. A continuar sin eclipse sus manifestaciones como Hijo de Dios, habría retraído a los enemigos y, sobre todo, al Thanatos. Hubo de disimular su condición, como si fuese puro hombre, indefenso y débil, destituido de los poderes que le habían asistido algún tiempo.

Los gnósticos situaron el abandono de Jesús por el Espíritu antes del drama de Getsemaní, en la vista ante Pilatos o durante el encuentro con Simón de Cirene. Desde luego, antes de la crucifixión y muerte en cruz. El momento interesaba poco, siempre que se salvara el hecho paradójico de un hombre, Jesús, unido personalmente al Espíritu (= Cristo superior), autor de la vida y capaz de morir. Con acierto o no, la fábula enseñaba lo que la magna Iglesia: la muerte real del Hijo de Dios en cuanto hombre.