QUEDA — SEPARAÇÃO — DISCÓRDIA
Ibn Arabi da al tipo de tanzîh absoluto preconizado por Noé el nombre de furqan, un término coránico al que adscribe un significado original, y que desempeña un papel de término clave en su sistema.
La palabra furqan, en la interpretación de Ibn Arabi, deriva de la raíz FRQ, que significa «separar». Cabe pensar que podría haberla utilizado para indicar el aspecto de «dispersión» (farq) mencionado unos párrafos más atrás y que deriva de la misma raíz. Sin embargo, en realidad, entiende por furqan lo contrario de «dispersión». Aquí, significa «separar» de manera radical el aspecto de la Unidad del de la manifestación diversificada de lo Absoluto. Furqan significa por lo tanto un tanzîh total y radical, una actitud intransigente de tanzîh que no permite siquiera un amago de tashbîh.
Noé exhortó a su pueblo a un tanzîh radical, pero no le prestaron atención. Por consiguiente, Noé, según el Corán, se quejó amargamente ante Dios de sus descreídas gentes diciendo: «He llamado a mi pueblo de noche y de día, pero mi llamamiento no ha hecho más que acrecentar su aversión» (LXXI, 5-6).
A primera vista, este versículo describe a Noé quejándose de la recalcitrante falta de fe de su pueblo y acusando a éste de actitud pecaminosa. Por mucho que los exhorte al monoteísmo puro, dice, hacen oídos sordos a sus palabras. Así se entiende normalmente este versículo.
Sin embargo, Ibn Arabi da una interpretación extremadamente original. Tan original, de hecho, que puede impactar, incluso escandalizar, el sentido común. La siguiente cita muestra cómo entiende él el versículo.
Lo que Noé quiere decir es que sus gentes hicieron oídos sordos porque sabían lo que sin lugar a dudas sucedería si respondían favorablemente a su exhortación. ( Superficialmente, las palabras de Noé pueden parecer de amarga acusación ) pero los verdaderos «conocedores de Dios» son conscientes de que Noé está sencillamente alabando a su pueblo con palabras de acusación. Entienden [[los verdaderos «conocedores de Dios»] que las gentes de Noé no prestaron atención a éste porque se trataba, en el fondo, de una exhortación al furqan.
En otras palabras, esto equivale a decir que 1), aparentemente, Noé acusa a su pueblo, si bien 2), en realidad, lo alaba. Y la actitud de sus gentes es digna de grandes elogios ya que saben (por instinto) que el objeto del llamamiento de Noé no es sino un puro y radical tanzîh, y que dicho tanzîh no constituye la actitud correcta del hombre respecto a Dios. El tanzîh, en su forma radical y llevado al extremo, conduciría inevitablemente al hombre a lo Absoluto per se, que es por completo Incognoscible. ¿Cómo puede el hombre adorar algo totalmente incógnito e incognoscible? ( Toshihiko Izutsu, Izutsu Unificação Metafísica )
Vemos ya que, si la segunda forma de orgullo amenaza particularmente a los espirituales, haríamos mal en creer que los demás hombres están dispensados. Si, a menudo se hace menos notable en estos, es porque se encuentra esparcido en todo su ser, y consiste en concreto en el mantenimiento de su estado de separación de Dios. Vivir fuera de Dios, llevar una existencia totalmente autónoma, independiente de Él y afirmarse como único principio y fin de su existencia, es una manifestación de este orgullo fundamental que perpetúa el pecado ancestral. Todo hombre, en tanto que viva fuera de Dios, lo ignore o lo olvide, aunque sea por poco tiempo, Lo niega implícitamente y ocupa Su lugar dando así prueba del orgullo que lo habita. El hombre, podríamos decir, se revela orgulloso en algún grado, en tanto que permanece en un estado de separación relativa para con Dios; sólo el santo que ha realizado la unión total con Dios y le es totalmente transparente, escapa a esta pasión, mientras que todos los demás hombres siguen siendo víctimas de ella, incluso si lo ignoran o lo niegan: «Creer que uno no es orgulloso es una de las más claras manifestaciones de que lo es», hace notar s. Juan Clímaco.
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Al hacer al hombre extraño a Dios, el orgullo le priva del auxilio y de los bienes divinos. Le hace perder el conocimiento espiritual, y luego todas las virtudes que poseía. «El orgullo, escribe s. Gregorio el Grande, no se contenta jamás con destruir una sola virtud; se dirige contra todas las partes del alma y la corrompe a la manera de una enfermedad contagiosa y generalizada que corrompe el cuerpo entero». «Es una enfermedad infecciosa y generalizada que no se limita a contaminar un solo miembro, sino que provoca la destrucción de todo el cuerpo», escribe también s. Juan Casiano que observa además que el orgullo «destruye no solamente la virtud que le es contraria (la humildad), como hacen los demás vicios, sino que destruye todas al mismo tiempo». S. Juan Crisóstomo hace notar en el mismo sentido que «ese vicio es suficiente para echar a perder todo lo que hay de bueno en un alma». Y s. Juan Clímaco dice que así «como las tinieblas son incompatibles con la luz, el orgullo no puede conciliarse con las virtudes». ( Jean-Claude Larchet )
Por lo demás, la naturaleza dual del “Árbol de la Ciencia” no se le aparece a Adam más que en el momento mismo de la “caída”, puesto que es entonces cuando deviene “conocedor del bien y del mal” (Génesis, III, 22). — Cuando sus “ojos se abrieron”, Adam y Eva se cubrieron de hojas de higuera ( ibid., III, 7 ); esto hay que relacionarlo con el hecho de que, en la tradición hindú, el “Árbol del Mundo” es representado por la higuera, y también con el papel que desempeña este mismo árbol en el Evangelio. Es entonces también cuando se aleja del centro que es el lugar de la unidad primera, a la cual corresponde el “Árbol de la Vida”; y es precisamente “para guardar el camino del Árbol de la Vida” que los kerubim ( los “tetramorfos” que sintetizan en ellos el cuaternario de las potencias elementales ), armados de la espada flamígera, son colocados a la entrada del Eden (Génesis, III, 24). Este centro ha devenido inaccesible para el hombre “caído”, que ha perdido el “sentido de la eternidad”, que es también el “sentido de la unidad” ; volver al centro, por la restauración del “estado primordial”, y alcanzar el “Árbol de la Vida”, es redescubrir ese “sentido de la eternidad”. (René Guénon: A árvore do meio)
Separação e discórdia pressupõem união e concórdia; e, no limite, indistinção e indiferença. E o que muito bem sabia [wiki base=”pt”]Eurípides[/wiki], ao escrever estes versos (frg. 484, Nauck): «O mito não é meu, vem de minha mãe: / Céu e Terra eram uma forma só. / De vez que separados foram em dois, / geraram todas as coisas e as deram à luz / — árvores, pássaros, animais da terra, aqueles que o mar sustenta, / e a estirpe dos mortais.» Pretendiam os antigos gramáticos que no pensamento do poeta trágico influíra, aqui, o pensamento filosófico de Anaxágoras; mas a tese é improvável e supérflua. Ainda que mais distantes, no espaço e no tempo, muito mais próxima da arrojada concepção de Eurípides está o sentido dos primeiros versículos do [wiki base=”en”]Enuma Elish[/wiki]: «Quando em cima o céu ainda não fora nomeado, / em baixo a terra firme ainda não tinha nome, / nada (havia) senão o primordial [wiki base=”pt”]Apsu[/wiki], que a todos procriou, / e [wiki base=”en”]Mummu-Tiamat[/wiki], que a todos gerou, / em suas águas misturando um corpo só.» Eis o reverso da mesma discórdia a que se referem [wiki base=”pt”]Homero[/wiki] e [wiki base=”pt”]Hesíodo[/wiki], quanto aos dois primeiros estágios da sucessão dinástica, esquema fixo, ou prefixado, do mito teocosmogônico: uma só forma ou um só corpo, em que indistintos ou indiferenciados se encontram o princípio masculino (Céu) e feminino (Terra), os dois grandes componentes do universo visível, e o elemento masculino ([wiki base=”pt”]Apsu[/wiki]) e feminino ([wiki base=”en”]Tiamat[/wiki]) das águas primordiais. Não é fácil estabelecer correspondências mais rigorosas entre as versões grega e oriental como, por exemplo, a que resultaria de identificar [wiki base=”en”]Tétis[/wiki] e [wiki base=”en”]Tiamat[/wiki]. Sabemos que, no poema mesopotâmico, [wiki base=”en”]Marduk[/wiki], o deicida-demiurgo, divide em duas metades o cadáver de [wiki base=”en”]Tiamat[/wiki], e que de uma fez o Céu; não está dito, mas conclui-se, sem violenta extrapolação, que da outra fez a Terra. Por conseguinte, aqui, só um dos elementos das águas primordiais representa a indistinção do Céu e da Terra. Se a versão grega remete a indiferença para o Oceano — equiparável, sem maiores dúvidas, ao [wiki base=”pt”]Apsu[/wiki] oriental —, também não se depreende das nossas fontes, com evidência fulgurante. Que nos baste o alto índice de probabilidade e verosimilhança. Este índice muito mais se eleva, por cotejo com as especulações cosmogônicas do Antigo Egito. «[wiki base=”en”]Nun[/wiki]» é o nome divino das águas primevas: já era, antes que o mundo dele emergisse, antes, mesmo, de existirem os deuses. Procria oito divindades (a ogdóade do Hermópolis, III milênio a. C), associadas duas a duas: são quatro pares, dos quais, surpreendentemente, o primeiro é constituído pelo próprio Nun com sua esposa Naunet; em seguida (?) vêm [wiki base=”en”]Huh[/wiki], o ilimitado, com Hauet; [wiki base=”en”]Kuk[/wiki], o obscuro, e Kauket, a treva; e finalmente [wiki base=”en”]Amon[/wiki], o oculto e invisível, com Amaunet. Os partícipes femininos são femininos gramaticais; porém, o que mais espanta é a intenção especulativa, em tão remota era: «em sua pluralidade, parecem expressar menos um número de princípios separados, do que qualidades distintivas do estágio primitivo, e a duplicação em pares não significa nenhuma dualidade, mas sim a força genesíaca» (Hölscher, 44). Esta observação preciosa aguardará merecida atenção, no momento em que nos defrontarmos com o Caos hesiódico. Por ora, atendamos somente a que nunca puseram os gregos ([wiki base=”pt”]Heródoto[/wiki], [wiki base=”pt”]Diodoro[/wiki], [wiki base=”pt”]Plutarco[/wiki]) em dúvida a legitimidade de uma identificação de Nun com o Oceano. ( Eudoro de Sousa, Horizonte e Complmentaridade )