Excerto de Alois Dempf — Metafisica de la Edad Media
JUAN ERIGENA Y LA METAFÍSICA DE LA ÉPOCA CAROLINGIA
Apenas puede darse un cambio de escena tan completo como el que hay entre el Cartago, Milán y Roma de San Agustín y la Irlanda y el París de Erígena; entre aquella claridad inmaculada y radiante del sur, desde la que Agustín contempló la numerositas rerum y las rationes aeternae, y la nebulosidad de la natura naturans, en la que Erígena buscó a Dios y el mundo; entre la época de Teodosio el Grande y la de Carlos el Calvo. Y sin embargo, quizá nada muestre tan claramente como aquel audaz salto de la metafísica sobre medio milenio, que ni siquiera los azares tormentosos de las migraciones de los pueblos pueden aniquilar ninguna conquista del espíritu humano y que ningún supuesto primitivismo es capaz de impedir el impulso y vuelo metafísicos de la humanidad. Resulta sorprendente encontrar en medio del joven pueblo germánico un genio que no es inferior al genio filosófico de Agustín ni tampoco a la dialéctica de Proclo y Hegel. Pero esta sorpresa obedece sólo a que nos formamos una falsa idea del desarrollo paulatino, cuando en realidad el espíritu humano es siempre el todo y sólo varían el carácter y personalidad de los pueblos. Sería singularmente hermoso que en los comienzos de la metafísica occidental surgiese un genio germánico o románico que estructurase en un sistema concluso todo cuanto de nuevo acaeció entonces en la reordenación religiosa y política del mundo. Pero diríase que el curso normal de las cosas consiste en que el esfuerzo espiritual de una época se agote en su autodeterminación esencial y en que los demás quehaceres culturales, en nuestro caso la metafísica y el arte, queden relegados a un segundo término dentro de la personalidad creadora popular. Es ahora un irlandés quien situado, por así decir, al margen de los grandes acontecimientos de Occidente, trasplanta a la metafísica una de sus posibilidades, el inmanentismo cesaropapista de un imperio universal. Erígena no se halla inmerso en la conciencia imperial de la libre fidelidad y del libre servicio, de la fe y del culto positivos. Se siente libre pensador, un summus homo que, sin embargo, espera de su rey la recompensa honorífica por su gran obra y descansa aún vitalmente en la comunidad de sangre de la estirpe como en el valor más alto de la vida. Es, pues, todavía, un estrato profundo del hombre nórdico, su ancestral paganismo, el que se estructura en un naturalismo panvitalista de la forma universal y única sustancial, como la realidad auténtica de todos los fenómenos y de todo devenir. Pero así como la voluntad germánica de dominio político es contenida y encauzada por la forma política románica, así también este vitalismo es espiritualizado por entero por la espiritualidad romana. El conjunto de la tradición filosófica modela y sobreforma la vida sustancial, rationalis naturae forma theoria! La vida es espíritu que deviene mediante el conocimiento del mundo cambiante y evolutivo como apariencia del todo-viviente, del Dios incognoscible. Con severa concentración se selecciona la espiritualidad tradicional, con el fin sistemático de erigir una construcción totalmente unitaria que, gracias sólo a su forma espiritualista y simbolista, no siempre se reconoce como un racionalismo estrictamente unitario. Erígena no ha dejado lugar a duda de que para él la ratio es la única fuente válida y normativa del conocimiento, y de que considera la revelación positiva sólo como una acomodación del lenguaje usual a las representaciones sensibles de los intelectualmente débiles, incapaces de comprender el puro racionalismo de los sapientes. En efecto, del Absoluto sólo se puede hablar metafóricamente, modo translationis. Erígena considera la fe como mero estado inicial en el conocimiento de Dios, y la salvación como mera vuelta al conocimiento espiritual, como un servicio a la ilustración; y coloca la lógica naturalis, como sabiduría suprema, ‘ sobre la ética, la física y la teología (De divisione naturae, ed. de Schlüter, 73, 243, 265). Y, más que nada, la disolución efectiva de todas las verdades dogmáticas en el tamiz de su interpretación racionalista demuestra el carácter peculiar de todo su sistema. El espanto, confesado públicamente, de todos los sencillos ante estas nuevas verdades permite ver que Erígena se dio cuenta de su audacia y llevó a cabo de buena fe su interpretación espiritualista del cristianismo, pues no hay que olvidar que para su dialéctica trascendental el descubrimiento de los distintos modos de hablar pertenece al sistema. Así, pues, la ambigüedad no radica en él sino en la necesidad, establecida por él, de las diversas maneras de considerar y designar la sustancia inefable.
Erígena cuenta, debido a su dialéctica, entre los filósofos más discutidos. En efecto, hay que confesar que la Edad Media, al menos desde el siglo xn, le ha considerado como naturalista, le ha explotado secretamente como héroe de la ilustración o le ha condenado; y su primer editor, Tilomas Gale, no habría debido vacilar en 1681, toda vez que ya había sido publicada la Ética de Espinosa en el año 1677. Sólo Schelling, Baader y Hjort le entendieron según su propio teísmo especulativo; Tennemann y Gorres le tuvieron por pan-teísta, Staudenmeier le consideró católico ortodoxo y Joseph Huber, discípulo de Schelling, vio en él un “teopanista”, herético sólo en apariencia. Hoy, que conocemos ya a Siger de Brabante, y después del vitalismo organológico de Max Scheler, cuya metafísica instintivista e impulsiva anticipó exactamente Erigena, pero considerándola como una concepción infernal, no cabe ya dudar más acerca de una nueva y consecuente interpretación del pensamiento de Erigena.
La historia de la vida de Erigena es tan oscura y debatida como la interpretación de su obra. Nació entre los años 810-815; procede de Irlanda (el sobrenombre de Scotus era la designación que se daba en el continente a los misioneros irlandeses) o Gales; en todo caso, era celta y fue educado en Irlanda. Hacia 845 pasó a Francia como maestro ambulante o llamado directamente por Carlos el Calvo para dirigir como helenista la Escuela Palatina, trabando amistad íntima con el soberano. En el año 851 Hinkmar de Reims le llamó como autoridad en la disputa sobre la predestinación, y en esa ocasión escribió, con los diez y nueve capítulos de su De divina praedestinatione, la primera obra filosófica independiente de Occidente, obra que, con magistral seguridad y concisión, sin apenas influencias griegas, representa una genial y unilateral continuación del pensamiento de San Agustín. A pesar de la condena de la obra en el año 855, Erigena sigue al frente de la Escuela y trabaja como traductor y comentarista de los escritos del Pseudo-Dionisio, para componer por fin, fuertemente influido por Gregorio Niseno, su obra filosófica capital, Peri physeos merismon, De divisione naturae, terminada alrededor del año 867. Después de la muerte del rey Carlos, ocurrida en el 877, Erigena debió ser llamado a Inglaterra, muriendo asesinado por sus propios discípulos años más tarde. A pesar de todo, fue largo tiempo venerado como mártir. Probablemente, para esta última parte de sú vida, es más verdadera la leyenda que la historia.
La filosofía independíente comienza en Occidente cuando los discípulos de Alcuino, familiarizados seguramente con la tradición y bien formados en la dialéctica, fueron llamados por una de las grandes antinomias religiosas a dar su propia decisión. Trátase de la antinomia entre la exclusiva actividad divina y la libertad humana que lanzó a la discusión pública alrededor del año 830 el monje sajón Gottschalk. Encontramos en Gottschalk un auténtico sajón que reza por la excellentia humilitatis, que se halla atado como Lutero al estado del monacato, del que no puede desligarse a pesar de todas las luchas y que, por fin, se entrega a su sino y enseña la doctrina de la actividad divina única en la exclusiva y noble predestinación de los buenos a la felicidad, y de los malos, no al pecado, sino al castigo. La inconmutabilidad agustiniana de Dios y la unidad de su operación, que no admite distinción entre presciencia y predestinación, es vivida aquí religiosamente y corroborada con los argumentos del Agustín anciano y, con valor indomable por la proclamación de la supuesta verdad, sometida a la prueba del fuego y expresada en una oración conmovedora al Soberano, Señor Dios, al Poderoso Rey, al Omnipotentísimo, Mansísimo y Gloriosísimo Señor Dios. Constituye el paralelo teológico exacto del Rey guerrero del Heliand sajón (Gotteshalci confessio prolixior, G. Mauguin, I, 9). Con este rígida sobrenaturalismo hizo acto de presencia uno de los grandes contrarios de las eternas tragedias antinómicas de la historia del espíritu; la reacción de un naturalismo racionalista no podía hacerse esperar, como tampoco el realismo crítico moderado, que aquí verdaderamente se manifiesta sólo a la defensiva, y más que en nadie en Prudencio de Troyes (Mauguin, De praedestinatione contra Johannem Scotum, I, 193).