Bruyne Beleza da Sagrada Escritura

Edgar de Bruyne — Estudos de estética medieval
A. La belleza de la Sagrada Escritura
Frente a la Biblia son posibles tres actitudes fundamentales: la actitud del hombre interesado, la del diletante científico o literario y la del alma religiosa que busca la gloria de Dios. “Sunt nonnulli qui divinae scripturae scientiam appetunt, ut vel divitias congregent, vel honores obtineant, vel famam acquirant. Sunt rursus alii quos audire verba Dei et opera eius discere delectat, non quia salutifera, sed quia mirabilia sunt: scrutari arcana et inaudita cognoscere volunt: multa seire et nil facere. In vantim miraritur potentiam qui non amant misericordiam”. A los diletantes no les preocupa la vida religiosa y únicamente les interesa el carácter maravilloso de la forma (audire verba) o del contenido (opera discere) y leen la Biblia con las preocupaciones del literato imbuido del trivium, o del sabio aplicado al quadrivium y a la Física. Tratan la Biblia exactamente de la misma manera que las fábulas paganas: “Hos ergo quid aliud agere dicam, quam praeconia divina in fábulas commutare? sic theatralibus ludis, sic scenibus carminibus intendere solemus, ut auditum pascumus, non animum”.

Ahora bien, a primera vista y en ciertos pasajes, Hugo no muestra la menor ternura por ¡as bellas letras: si bien no toma exactamente la — misma postura que Juan de Salisbury frente a la literatura. “Hay dos especies de libros, unos científicos, referentes a las artes liberales, y otros poéticos, salidos de las artes accesorias que se llaman literarias. Unos están directamente al servicio de la filosofía, otros se divierten en asuntos extra-filosóficos aun sugiriendo a veces, de una manera confusa, verdades generales. Sábese lo que contienen los tratados de las artes liberales. ¿Qué comprenden las artes literarias? Huiusmodi sunt omnia poetarum carmina, ut sunt tragoediae, comoediae, satirae, heroica quoque et lyrica et iambica et didascalica quaedam, fabulae quoque et historiae, illorum etiam scripta, quos nunc philosophos appellare solemnus, qui et brevem materiam longis verborum arnbagibus extendere consueverunt, et facilem sensum perplexis sermonibus obscurare, vel etiam diversa simul compilantes, quasi de multis coloribus et formis unam picturam facere”.

Volveremos sobre este texto cuando hablemos de la teoría victorina del arte. Constatemos aquí que la pedagogía de Hugo aconseja comenzar la formación por ios tratados serios y no por la lectura de los autores: la pura literatura no tiene de suyo nada que merezca ser buscado por sí mismo, no vale más que por las variadas riquezas —intelectuales o morales— que puede contener. “Nota quae tibi distinxi: duo sunt: artes et appenditia artium… Artes sine appenditiis suis perfectum lectorem facere possunt, illa sine artibus nibil perfectionis coníerre valent… Quapropter mihi videtur primum opera danda esse artibus… deinde cetera quaeque, si vacat, legantur…”.

La literatura pura encandila los sentidos, simbolizados por el oído, pero no nutre al alma: “auditum pascit, non animum”. Se comprende entonces que Hugo no pueda admitir que la Sagrada Escritura sea únicamente considerada como una obra literaria y puesta al mismo nivel que un relato fabuloso armoniosamente ritmado. No es que la Escritura carezca de belleza. Muy al contrario, ella semeja un maravilloso edificio o el canto de una admirable cítara. Pero esta belleza es ante todo espiritual e interior: es expresiva y resulta de la revelación en forma inmediata de un contenido insondable.

Hugo nada dice de original a este propósito: sigue la gran tradición, sin alcanzar la precisión técnica de Sto. Tomás. Como hemos de repetir más de una vez, todo análisis literario se refiere a tres cosas: “expositio tria continet: litteram, sensum, sententiam”. La Sagrada Escritura comprende, por otra parte, tres aspectos: “Divina scriptura triplicem habet modum intelligendi, id est: historiam, allegoriam, tropologiam”. Estas dos divisiones no coinciden exactamente: el sentido histórico o literal puede ser explicado gramaticalmente, es decir, siguiendo la letra; lógicamente, esto es. siguiendo el encadenamiento del pensamiento explícito; o más profundamente todavía, es decir, siguiendo las intenciones reales que el autor vela acaso bajo imágenes literarias. Sea como fuere, la Escritura comprende dos sentidos principales, uno histórico, natural, literal, y el otro alegórico, espiritual, sobrenatural. Se asemeja a un hermoso edificio del que el arquitecto pone primero los fundamentos: es el sentido histórico. Sobre los fundamentos se eleva la estructura de la significación típica o alegórica. Finalmente cubre el conjunto con la decoración del sentido anagógico: “Aedificaturus ergo primum fundamentum historiae pone. Deinde per signiticationem tipicam in arcem fidei fabricam mentis erige. Ad extremum vero per immorlalitatis gratiam quasi pulcherrimo superinducto colore, aedificium pinge”.

La comparación de la Escritura con la cítara es más clara aún. La Biblia posee a la vez la belleza del sentido espiritual inmediato y del sentido alegórico escondido en el sentido literal. Así la cítara es un instrumento formado por una caja de resonancia que unifica por así decir y hace resonar las cuerdas diversas que en ella se sustentan. La suavidad del canto instrumental que produce proviene a la vez de las cuerdas vibrantes y de la caja de resonancia que recoge y multiplica el sonido: “Ad cantilenae suavitatem modo mirabili omnis divina Scriptura ita per Dei sapientiam convenienter suis partibus aplata etique disposita est (definición de la belleza formal), ut quidquid in ea continetur, aut vice chordarum spiritualis intelligentiae suavitatem personet, aut per historiae seriem et litterae soliditatem mysteriorum dicta sparsim posita continens et quasi in unum connectens, ad modum ligni concavi superextensas chordas simul copulet, earumque sonum recipiens in se, dulciorem auribus referat, quem non solum chorda edidit, sed et lignum modulo corporis sui formavit”.

El pensamiento es claro: la belleza de la Escritura es triple: es espiritual en sí misma por la armonía de su profundo pensamiento; es también sensible por la gracia de su composición literaria; es sobre todo expresiva en el sentido de que la belleza puramente poética del “cuerpo verbal” hace brillar hacia fuera la belleza misteriosa del “espíritu” que contiene. Por el momento insistiremos sólo en la belleza expresiva de la Escritura, paralela de la belleza simbólica de la naturaleza.