Orígenes — Comentários ao Cântico dos Cânticos
Por consiguiente, la comida y la bebida de este hombre material, que también se llama exterior, son parientes de su naturaleza, es decir, corporales y terrenas. Ahora bien, el hombre espiritual, el mismo que también se dice interior, tiene su propia comida, como es el pan vivo que bajó del cielo, y su bebida es de aquel agua que Jesús prometió cuando dijo: El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá ya sed. Así pues, se da semejanza total de vocablos para uno y otro hombre, pero se mantiene distinta la naturaleza propia de cada uno: lo corruptible se presenta al hombre corruptible y lo incorruptible se propone al hombre incorruptible. De ahí resultó que algunos más simples, por no saber distinguir y discernir en las divinas Escrituras qué cosas deben atribuirse al hombre interior y cuáles al hombre exterior, engañados por la semejanza de los vocablos, se refugiaron en estúpidas fábulas y en vanas invenciones, hasta el punto de creer que incluso después de la resurrección nos serviremos de manjares corporales y que beberemos no sólo de la vid verdadera y que vive por los siglos, sino también de estas vides y frutos de los árboles de acá. Pero de esto hablaremos en otra ocasión. Así pues, siguiendo la distinción precedente, según el hombre interior, uno carece de hijos y es estéril mientras otro abunda en hijos, conforme a lo que se ha dicho: La estéril dio a luz siete hijos y la de muchos hijos quedó baldia; y como se dice en las bendiciones: No habrá entre vosotros mujer sin hijos ni estéril.
Entonces, si esto es así, de la misma manera que hay un amor llamado carnal, que los poetas llamaron Eros, y quien ama según él siembra en la carne, así también existe un amor espiritual, y el hombre interior, al amar según él, siembra en el espíritu. Y por decirlo con mayor claridad, si aún hay alguien portador de la imagen del hombre terreno según el hombre exterior, a este lo mueven el deseo y el amor terrenos; en cambio, al portador de la imagen del hombre celeste según el hombre interior, lo mueven el deseo y el amor celestes. Ahora bien, el alma es movida por el amor y deseo celestes cuando, examinadas a fondo la belleza y la gloria del Verbo de Dios, se enamora de su aspecto y recibe de él como una saeta y una herida de amor. Este Verbo es, efectivamente, la imagen y el esplendor del Dios invisible, primogénito de toda la creación, en quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, las visibles y las invisibles. Por consiguiente, si alguien logra con la capacidad de su inteligencia vislumbrar y contemplar la gloria y la hermosura de todo cuanto ha sido creado por él, pasmado por la belleza misma de las cosas y traspasado por la magnificencia de su esplendor como por una saeta bruñida, en expresión del profeta, recibirá de él una herida salutífera y arderá en el fuego delicioso de su amor. Sin embargo, nos conviene saber que, de la misma manera que el hombre exterior puede caer en un amor ilícito y contrario a la ley, de modo que ame, por ejemplo, no a su prometida o a su esposa, sino a una ramera o a una adúltera, así también el hombre interior, es decir, el alma, puede caer en un amor, no hacia su legitimo esposo, que dijimos que era el Verbo de Dios, sino hacia algún otro, adúltero y corruptor. Es lo que, utilizando la misma figura, expone con toda claridad el profeta Ezequiel cuando introduce a Ohlá y a Ohlibá, figuras de Samaria y de Jerusalén, corrompidas por un amor adulterino, como el texto mismo de la Escritura profética demostrará a quienes quieran conocerlo mejor. Por lo tanto también este amor espiritual del alma, según hemos señalado, unas veces se inflama por algunos espíritus perversos, y otras por el Espíritu Santo y por el Verbo de Dios: este es el esposo fiel y se llama marido del alma instruida, y de él se dice esposa la misma de que se habla sobre todo en la Escritura que estamos manejando, como demostraremos más plenamente, con la ayuda de Dios, cuando empecemos a exponer sus mismas palabras.
Por otra parte, tengo para mi que la divina Escritura, queriendo evitar a los lectores cualquier motivo de tropiezo a causa del término amor, en atención a los más débiles, lo que entre los sabios del mundo se denomina deseo (eros) lo llama, con vocablo más decoroso, amor (ágape), como, por ejemplo, cuando dijo de Isaac: Y tomó a Rebeca, que pasó a ser su mujer, y la amó. Igualmente de Jacob y de Raquel vuelve a decir la Escritura: Raquel en cambio era de buen ver y de hermosa presencia; y amó Jacob a Raquel y dijo (a Labán): Te serviré siete años por Raquel, tu hija menor. Sin embargo, el uso de este vocablo aparece muy claramente cambiado al referirse a Amnón, el que se enamoró de su hermana Tamar. Efectivamente, está escrito: Y después de esto sucedió que, teniendo Absalón, el hijo de David, una hermana hermosa, llamada Tamar, la amó Amnón, hijo de David. Puso «amó» en lugar de «se enamoró». Y Amnan andaba atormentado hasta el punto de enfermar por causa de su hermana Tamar, pues era virgen y a Amnón le parecía difícil hacerle algo. Y pocas líneas después, dice así la Escritura acerca de la violencia que Amnón ejerció sobre su hermana Tamar: Pero no quiso Amnón escuchar sus palabras, sino que, imponiéndose por la fuerza, la derribó y se acostó con ella. Después Amnón sintió por ella un odio terrible, pues el odio con que la odiaba era mayor que el amor con que la habla amado. Así pues, hallarás que, en estos y en otros muchos pasajes, la divina Escritura rehuye vocablo deseo y pone amor en su lugar. Alguna vez, empero, aunque raramente, llama al deseo por su propio nombre y hasta convida e incita a las almas a él, como cuando en los Proverbios dice de la sabiduría: Deséala, y ella te guardará; asédiala, y ella te engrandecerá; hónrala, para que ella te abrace. Y en el libro titulado Sabiduría de Salomón, también se ha escrito sobre la misma sabiduría lo siguiente: Me hice deseador de su belleza. Con todo, creo que sólo allí donde no parece que habría ocasión de tropiezo es donde insertó la palabra deseo. Efectivamente, ¿quién podría advertir algo de pasional o indecoroso en el deseo de la sabiduría o en que alguien se constituya en deseador de la sabiduría? Pues, si hubiera dicho que Isaac deseó a Rebeca o Jacob a Raquel, ciertamente por esta expresión hubiera podido entenderse alguna pasión vergonzosa en los santos hombres de Dios, sobre todo entre aquellos que no saben elevarse de la letra al espíritu. Por lo demás, en este mismo libro que tenemos entre manos está clarísimo que el vocablo deseo se ha sustituido por el de amor allí donde dice: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén: si encontráis a mi amado, ¿qué le anunciaréis? ¡Que estoy herida de amor!; como si dijera: se me ha clavado una saeta de amor. En consecuencia es del todo indiferente que en la Escritura se diga amor o deseo, si no es que la palabra amor alcanza tal categoría que Dios mismo es llamado amor, como dijo Juan: Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.