centro

Estando el simbolismo fundado en sus correspondencias, podemos terminar por la «Rosa Gótica», que lleva el mismo nombre y a la que se llama también «rosetón». Podemos ver magníficas muestras en nuestras catedrales. Una tal Rosa evoca entonces la idea de centro y de círculo o de Rueda, con los diferentes rayos o sectores que corresponden a los pétalos de la flor. El Centro representa evidentemente la Divinidad, la Rueda representa el Mundo, y los rayos representan, en el caso de la Rosa mística, la vuelta de las criaturas hacia el Creador, la multiplicidad dispersada en la circunferencia devuelve a la Unidad del Principio divino conforme a la palabra evangélica: «Jesús debía morir … a fin de reunir en un solo cuerpo los hijos de Dios que están dispersos» (Juan XI, 52). Amen. Fiesta del rosario 1974. 123 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario

Es la perfección calma y simple, pero ilimitada y generosa, del estanque en el cual se reflejan la profundidad del cielo y su serenidad; es la belleza del nenúfar, del loto que se abre a la luz. Es el reposo en el centro, la bienaventurada sumisión a la Voluntad divina. El reposo en Dios. 430 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

La unión hipostática, definida más arriba como la unión de las dos naturalezas divina y humana en la única Persona del Verbo, implicando la privación de personalidad humana en Jesucristo, o también la asunción de la naturaleza humana en su totalidad por la Persona del Verbo, constituye el nudo, o la cumbre, o el centro, de la función del Mediador, y no debe nunca ser perdida de vista si se quiere comprender los otros dogmas, y evitar todos los errores mencionados más arriba. 551 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

El Logos, surgido del Silencio, se sitúa, al nivel ontológico de la Epifanía, del Símbolo, del Icono. Como consecuencia de ello, él es el Mediador que conduce a la Hipóstasis, a la «Comunión del Padre». Así, la Palabra nacida del Silencio no puede mas que volver al Silencio y conducir al Silencio: la teología mística es necesariamente apofática. El «muy teárquico Jesús» (san Dionisio) suspendido en el interior del triple círculo de las esferas celestes y sosteniéndose por su propia potencia, está en medio de los Angeles de los Arcángeles que han sido «creados en el Silencio» (Ver Paul EVDOKIMOV, L´Amour fou de Dieu, p. 38.). El es el silencio «hipostasiado», «arquetipificado», del cual el silencio del claustro o el del desierto, no es más que un reflejo lejano. Ocurre lo mismo con la Paz, con el Vacío, con la Soledad. Pero por lo mismo que el «muy teárquico Jesús» está en el centro del Pleroma, figurado por la Sinaxis de los Angeles, su Soledad es una Plenitud (Es el estado de Muni; cf. R. GUÉNON, El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap XXIV.) comparable a el «enstasis» de las tres Hipóstasis divinas, al «Vuelo del Solitario hacia el Solitario» (Plotinio, Eneadas VI, 9-11). 694 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

Lo mismo que la encarnación del Verbo constituye el Misterio central de nuestra Salvación, de la misma manera el Misterio eucarístico, que es el Memorial de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Nuestro Señor, o equivalentemente, del Sacrificio del Calvario, debe continuar como centro de la vida cristiana, al cual todo el resto se relacione. 891 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL

El sabio, tanto como el vulgar, no hace más que registrar el «juego» de los «puntos» situados en la circunferencia de la «rueda cósmica», mientras que ignora que la verdadera esencia de estos puntos, tanto como la suya propia, no es otra que la del centro. Pero solo el hombre espiritual puede alcanzar el centro y descubrir en él su propia esencia y la del Universo, realizando así la palabra evangélica: «Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y el resto se os dará por añadidura» (Mat. VI, 33). Mientras que el sabio y el vulgar se pierden indefinidamente en la circunferencia, el hombre espiritual se esfuerza en seguir un radio para desembocar en el centro. Se puede todavía mencionar a este respecto otra palabra de Cristo: «¿Para que sirve al hombre conquistar el mundo si pierde su alma?» (Mar. VIII, 36) 936 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD