Por nuestra parte, no hemos conseguido hacer la síntesis de todo ello más que apelando a la metafísica oriental. Esto nos ha parecido tan «razonable» como recurrir a la metafísica de Aristóteles para apoyar la «cristología» o la economía sacramental. Pero una síntesis tal, nunca se ha hecho oficialmente, y puede ser que su carácter algo «esotérico» impida que nunca se haga. Nada podemos hacer sobre eso. Precisemos ante todo que de ninguna manera se trata de un «sincretismo» cualquiera, ni de una adaptación al Cristianismo de elementos tomados prestados de una religión extranjera como el Budismo o el Islam; se trata de algo diferente de lo que los eruditos han llamado el «estudio de las religiones comparadas», y si resulta que después un estudio de este tipo viene a confirmar lo que vamos a exponer, eso no será más que una aportación completamente exterior, una especie de homenaje rendido a una verdad intrínseca que, en realidad, no tiene otro criterio que su propia luz. 49 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
En el proceso inverso de retorno de lo manifestado a lo no-manifestado, por tanto, en el misterio de la Redención o de la regeneración espiritual, tendremos entonces la pareja Espíritu Santo-Virgen María, o más particularmente Cristo-Iglesia, o también Nuevo Adán-Nueva Eva, pareja que preside el «nuevo nacimiento», como la pareja Adán-Eva se encuentra en el principio del nacimiento ordinario. Se ve aparecer aquí claramente el papel de la Virgen como «corredentora», «mediadora de todas las gracias» o «madre de los hombres»: Ecce mater tua [NA: «He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz dirigidas a San Juan. Sobre el papel de san Juan en relación con María, véase J. Tourniac, Symbolismo maçonique ete Tradition chrétienne, un itinéraire spirituel d´Israel au Christ, partes II, «Les deux Saint Jean», y III, «Art royal et art spirituel».]. Estas palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz deben considerarse a la luz del papel análogo de la Iglesia-Madre, igualmente mediadora de todas las gracias; en efecto, pocos instantes después de que estas palabras fueran pronunciadas, salió agua del costado de Cristo cuando lo atravesó la lanza del centurión Longinos. Los Padres de la Iglesia coinciden en ver en este acontecimiento el nacimiento de la Iglesia: «Esposa sagrada salida del costado de Cristo dormido, como Eva había salido del costado de Adán dormido»; ahora bien esta agua, «el agua viva» prometida por Jesús a la samaritana (Jn 4,14), no es otra que el agua del bautismo, el baño de la regeneración, que se identifica con las aguas del Génesis «sobre las que se movía el Espíritu», y finalmente con la Virgen de la Anunciación al a que el Angel dijo: «el espíritu de Dios te cubrirá con su sombra». Existe pues una especia de ecuación o identidad ontológica entre estos diferentes aspectos del simbolismo del agua: María sustancia plástica universal, materia prima, mater, aguas primordiales, agua salida del costado de Cristo, aguas del bautismo, baño de la regeneración, Iglesia-Madre, lugar de la regeneración, Esposa sagrada salida del costado de Cristo, nueva Eva; todo esto, repetimos, no son más que aspectos de una misma realidad ontológica a diferentes niveles o desde diferentes puntos de vista. Por último, las palabras de Cristo a Nicodemo: «El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5), ilustran todo lo que acabamos de exponer. 69 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
«Hablo de esa sabiduría que ha sido creada, de esa esencia intelectual que, por la contemplación de la luz, es ella misma luz, pues, aunque creada, se le llama también sabiduría. Hay por tanto una Sabiduría creada entes de todo, y esta sabiduría ha sido creada espíritu razonable e inteligente, en vuestra ciudad santa, madre nuestra, que está en lo alto, libre y eterna en los cielos. 86 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
Sin duda no encontramos tiempo alguno, no sólo antes de ella, sino ni siquiera en ella, porque ella es capaz de contemplar siempre vuestro rostro sin apartarse nunca de él y es por eso por lo que escapa a los cambios y variaciones. Sin embargo, hay en ella una cierta mutabilidad que podría arrojarla a las tinieblas y el frío, sin este gran amor que la vincula a Vos y le proporciona por vuestra gracia un eterno mediodía de luz y de calor. (San Agustín, confesiones, libro XII, 20 y 21) 88 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN
En esta perspectiva «asuncionista», el cuerpo de la Virgen es en si mismo «asumido» por los Angeles (assumpta est in coelis) [NA: María es «asumida» en los Cielos. (Liturgia de la Asunción)]; el Corpus natum [NA: El «Cuerpo nacido» de la Virgen.] está ya glorificado, como lo manifiesta el acontecimiento de la Transfiguración, prefiguración de la Resurrección y de la Ascensión, y origen de la Luz thabórica ]NA: La luz que los Apóstoles han contemplado en el monte Thabor durante la Transfiguración.] que irradia a través del Icono. En cuanto al «Cuerpo eucarístico», es a la vez el «Pan vivo descendido del Cielo» y el pan que Jesús tomo en sus «santas y venerables manos» ]NA: Canon de la misa romana.], diciendo «Este es mi Cuerpo»; y así «transubstanciado», pero no transfigurado por la Luz Thabórica, este pan se vuelve el Panis angelicus [NA: El «pan de los ángeles»; esta expresión tiene un doble significado. Por una parte, el Verbo divino es el «verdadero pan de los ángeles» que «se alimentan» directamente de él en el Cielo, y el mismo prodigio tiene lugar en la tierra gracias a la Eucaristía; por otra parte, después de la transubstanciación del pan y del vino, los accidentes (forma, color, sabor) subsisten como «cualidades puras» a la manera de los Angeles y gravitan como ellos alrededor de la substancia divina. Cf. Summa Theologica, III,q. 77, a.1.], y las santas especies, permanecen incambiadas según las apariencias, adheridas a la Substancia del Cuerpo de Cristo modo angélico [NA: «De una manera angélica», ver la nota precedente.]. 150 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
«Tu has dado a luz el Hijo supremo sin padre, ese Hijo que había nacido del Padre sin madre» 166 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
Toda la humanidad en la Virgen da a luz a Dios, y es por eso que María es la nueva Eva, la Vida nueva [NA: Eva, en hebreo, significa «vida».]. Esta manera de ver está confirmada por el Evangelio: «Alguien dijo a Jesús: He aquí tu madre y tus hermanos que quieren hablarte. Jesús le respondió: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mat. XII, 46-50). 172 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
De hecho, el papel de intermediario jugado por Sat-Chit-Ananda, va mucho más lejos. Permite en efecto pasar de la consideración de las Hipóstasis a la de las Procesiones divinas, poniendo así a la luz la perfecta coherencia del Misterio trinitario o más bien de su expresión a la vez teológica y metafísica, y en particular de los dos modos de analogía que permiten la transposición. [NA: Es remarcable que un exoterista como el padre Monchanin haya reconocido en el Sat-Chit-Ananda lo que se aproxima más a la Trinidad cristiana, pero hay donde él no ve más que una «aproximación» del misterio cristiano, el metafísico ve una transposición metafísica. Ver J. Monchanin y H. Le Saux, «Ermites du Saccidananda».] 218 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD
Es la perfección calma y simple, pero ilimitada y generosa, del estanque en el cual se reflejan la profundidad del cielo y su serenidad; es la belleza del nenúfar, del loto que se abre a la luz. Es el reposo en el centro, la bienaventurada sumisión a la Voluntad divina. El reposo en Dios. 430 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN
Opuesta a esta disolución es la licuefacción espiritual del ego; es la fe en la misericordia divina, el fervor confiante, la bondad, es la unificación intensa de los movimientos del alma en un impulso de amor; es el deseo de Dios, con la fe en su misericordia inconmensurable. Es la cualidad cálida y suave de la luz del sol, del fuego que disuelve el hielo, revivificando los miembros; es la suavidad confiante y cálida del amor, la concentración fervorosa, la alegría de la bondad. 438 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN
Todo lo que precede se aplica igualmente al punto de vista «microcósmico», es decir, al nacimiento del Verbo en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo, el alma se identifica a la Virgen Madre. El primer aspecto se refiere a la Comunión del alma recibiendo al Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen da a luz a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa al «guardián del santuario», es decir, el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal «profano», es el testigo «satánico» en la invocación, representando el espíritu de insumisión y de disipación. 522 Abbé Henri Stéphane: EL SIMBOLISMO DEL BELEN
Terminemos por una advertencia muy importante: lo mismo que la Creación es siempre actual, en ese sentido que no es necesario concebir que Dios ha creado el mundo «en el principio», abandonándolo a continuación al juego de las causas segundas o de las leyes naturales, sino que El lo crea en cada instante (Ver al comienzo lo que hemos dicho de la «relación causal».), por lo mismo este «nuevo nacimiento» no ha tenido lugar solamente una vez, cuando la Virgen ha dado a luz al niño Jesús: este nacimiento se perpetúa cada vez que la Iglesia-Madre engendra un cristiano, o, mejor todavía, cuando el cristiano, lo decíamos más arriba, puede ser considerado como «madre de Cristo», a ejemplo de la Theotokos. 567 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
La constitución del ser humano puede ser planteada de bastantes maneras según el punto de vista en el que nos situemos. Una concepción fisio-sicologica puede ser suficiente para una ciencia profana y empírica como la biología moderna que no sobrepasa el mundo accesible a sus medios de investigación. Es evidente que una tal ciencia es totalmente impotente para dar cuentas del destino humano, y su situación frente a una ciencia tradicional es la del ciego de nacimiento frente a la luz. 574 Abbé Henri Stéphane: ESPÍRITU, ALMA, CUERPO
«Es en el Silencio, en efecto, donde se aprenden los secretos de esta Tiniebla de la que es poco decir que brilla con la más cegadora luz en el seno de la más negra oscuridad, y que, aun permaneciendo ella misma perfectamente intangible y perfectamente invisible, colma de esplendores más bellos que la belleza, las inteligencia que saben cerrar los ojos» (San Dionisio Areopagita, Teología Mística. Este texto muestra las relaciones que existen entre las «posibilidades de no-manifestación» tales como el Silencio y la Tiniebla, así como su efecto sobre las «inteligencias que saben cerrar los ojos». Subrayaremos también la relación de lo que precedo con la doctrina palamita de la Esencia Incognoscible y de las «energías». Se ve entonces mejor como el Silencio visto desde este punto de vista sobreontológico y no manifestado, no puede presentar con el silencio del claustro y del desierto más que una relación de analogía.) 708 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
Un punto importante a subrayar, y que exigiría un desarrollo mayor, es lo que podríamos llamar la espera de Dios y correlativamente la del hombre: «Quien quiera entonces encontrar luz y penetración en toda verdad, que espere y ponga atención a este nacimiento en él…»(Ibid); «He aquí que yo me planto ante la puerta y llamo» (Apoc. III, 20). 716 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
La luz de la Transfiguración, anunciada por el Prólogo de san Juan, aparece a través de la Bóveda iluminada por el Sol, al cual responden los innumerables cirios que los fieles vienen a depositar al pié de los Iconos, que son bajados respetuosamente. 923 Abbé Henri Stéphane: LITURGIA ORTODOXA
Estas verdades elementales parecen ser totalmente ignoradas por nuestros contemporáneos, y los representantes de la autoridad espiritual temiendo pasar por «retrógrados», ya no osan hacer alusión a ellas, traicionando así su misión con una desenvoltura que no puede explicarse más que como «un signo de los tiempos». Es necesario, en efecto, admitir que una ignorancia tan universal está estrechamente ligada al «momento cósmico» y a las condiciones particularmente penosas del «fin de los tiempos» en el que las tinieblas asfixian a la luz hasta el punto de hacerla totalmente invisible. 938 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD
Sea como sea, pensamos que hay quizás un aspecto o una consecuencia de la ignorancia a la cual el hombre moderno sería más sensible. En efecto, decirle que todos sus males provienen de la ignorancia de su propia esencia, equivale a reprochar a un ciego el no ver la luz. Pero si se llega a hacerle sentir ciertas consecuencias de su ignorancia, puede ser que alcanzaremos ha hacerle entrever esta, al menos en una cierta medida. 942 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA INGENUIDAD
El físico que ve en la luz una vibración electromagnética, o una “onda-corpúsculo”, o cualquier otra teoría del mismo género-, se hunde en la ignorancia a medida que analiza los hechos y que edifica teorías cada vez más complicadas, ya que no ve, con el ojo del Corazón, que la luz creada es idéntica, en su esencia, a la Luz Increada, ya que “no hay luz que no sea la Luz”. 1000 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
1. El Arte sagrado, que es una expresión o un modo de la Revelación, tiene como función la de «representar» – rendir presentes – las Realidades celestes, o los Arquetipos eternos de todas las cosas, y comunicar así al alma del contemplativo la virtud transformante, alquímica, santificante de la Luz Increada (La luz que los Apóstoles han contemplado durante la Transfiguración.) . el Arte sacro no es por lo tanto y de ninguna manera la expresión de la sicología individual del artista y de sus fantasías más o menos patológicas (Es equivalente decir que una obra de Arte tiene necesariamente un «contenido inteligible» en el sentido platónico en el que el mundo sensible no es más que un símbolo del mundo inteligible; la obra de Arte sacro «reenvía» a su Prototipo celeste y sirve así de «soporte de meditación» o de contemplación; el sujeto humano que contempla la obra es puesto así en relación, gracias al «contenido inteligible» de esta, con el Prototipo celeste correspondiente (la Virgen, Cristo, en el caso de un Icono). Todo esto supone que la obra de Arte es objetivamente conforme a su Prototipo y que el alma del contemplativo está purificada por la ascesis e iluminada por el don de la Inteligencia que permite romper los límites del mental y escapar a la vez al racionalismo y al sentimentalismo.). 1040 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE
Ars sine scientia nihil (El Arte sin la ciencia no es nada.). En este proverbio, la palabra «ciencia» no tiene la menor relación con la que se utiliza comúnmente hoy en día para designar un saber puramente profano que no estudia más que las relaciones entre fenómenos y permite aplicaciones técnicas diversificadas, pero que no constituye de ninguna manera un conocimiento esencial del universo. Este compete a la vez de una ciencia y de un arte (de una théoria y de una praxis), que se designan con los nombres de Ciencia Sacra y de Arte Sacro, y que se distinguen de la ciencia y del arte profanos como la luz de las tinieblas. 1056 Abbé Henri Stéphane: VARIOS ESCRITOS SOBRE ARTE
El tema de la luz, del que hemos celebrado la fiesta el 2 de febrero, está presente en toda la Escritura. Se le encuentra en el origen de la Creación cuando la Palabra de Dios, el Verbo divino, ordena el caos primordial por el Fiat Lux: ¡que la luz sea! Y no se trata evidentemente de la luz del sol que no ha sido creado hasta el cuarto día. El mismo tema se encuentra en el Prologo de san Juan: el Verbo es la verdadera luz que ilumina todo hombre y san Juan comienza su primera epístola por estas palabras: «El mensaje que Jesús nos ha hecho oír, y que nosotros os anunciamos, es que Dios es luz, y que no hay en él tiniebla alguna» (1 Juan I,5). En el Apocalipsis, la Nueva Jerusalén está descrita como «una ciudad que no tiene necesidad ni de sol ni de la luna para iluminarla, ya que la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su candelabro» (Apoc. XXI, 23) 1089 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación
En este contexto, el bautismo aparece como el «sacramento de iluminación». Si nos referimos a su prototipo perfecto, es decir al bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, aprenderemos por un evangelio apócrifo: «Mientras que Jesús descendía en el agua, el fuego se encendió en el Jordán». Es el Pentecostés del Señor, y el Verbo prefigurado por la «columna de luz» muestra que el bautismo es iluminación, nacimiento de el ser a la Luz divina. Antiguamente, en la víspera de la fiesta, tenía lugar el bautismo de los catecúmenos, y el templo quedaba inundado de luz, signo de iniciación al conocimiento de Dios. El testigo de esta luz, san Juan Bautista, es recordado en ese acontecimiento ya que él mismo es «la llama encendida y brillante» y las gentes venían a regocijarse en su Luz (Juan V,35) 1099 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación
«Porque Dios que dijo que la luz resplandeciese en las tinieblas, él mismo resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Cor. IV, 6). Amen. 4 febrero 1975. 1105 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación
Haremos por último la importante advertencia siguiente: si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al comienzo, que en razón misma de su carácter universal –o «abstracto»– la metafísica tradicional no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas concerniendo especialmente a cada tradición, y ella corre el riesgo, para aquellos que la comprendan mal, de mantener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizase los métodos del «yoga» hindú con vistas a alcanzar algún «paraíso hindú» al cual su «naturaleza» de cristiano no lo destina. Es necesario, en efecto, comprender bien –conforme a la primera cita de F. Schuon dada al comienzo– que, si los estados póstumos de un individuo están más o menos determinados por la estructura de la forma tradicional correspondiente, los de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional, las que pueden enseñarnoslos, no más que el comportamiento que el individuo deberá de adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de procurarle. Es por lo tanto, en definitiva, a la Revelación cristiana y a la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica de ello –es decir a la Iglesia– a la que habrá que dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente. Sin duda estaremos tentados de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con no dar, sobre la cuestión de los fines últimos, más que un simple «esquema» –para retomar la expresión de F. Schuon– y que, además, espíritus un poco cultivados, o que se creen «fuertes», se plantearán entonces una multitud de objeciones que podrían ser «disueltas» por la metafísica tradicional solamente; por ejemplo, la cuestión de la «eternidad del Infierno» no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que si se es capaz de distinguir entre «perpetuidad» o «indefinidad cíclica», y «eternidad» (Para un mayor desarrollo de este punto de vista ver F. Schuon, «L’Oeil du Coeur», P. 77, y también R. Guénon, «Iniciación y realización espiritua»). Pero, de hecho, lo que importa es que el dogma de la «eternidad del Infierno» confiere a la cuasi-totalidad de los cristianos una «noción cualitativa y simbólicamente suficiente» de la causalidad cósmica que rige nuestros destinos póstumos. Ahora bien, aquí, es decir para un cristiano –e incluso un simple «bautizado» que lo haya sido a una edad en la que él no haya tomado conciencia de ello, lo que es el caso más frecuente– la «causalidad cósmica» de la que se trata es un lazo «ontológico» entre su substancia individual y un principio «metacósmico» que es Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de ese lazo, la «naturaleza» de un cristiano ya no es la de un «pagano», y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de ello, en particular, para él una mayor facilidad de obtener la «salvación» y, como contrapartida inevitable, un mayor riesgo de «condenación». Es esto lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos son vistos como «perpetuos» a diferencia de los cielos y de los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así, sin que sea necesario tener una mas amplia información sobre la «naturaleza» del Infierno, es suficiente que este aparezca como una eventualidad temible, e incluso más temible para un cristiano que para un «pagano»; pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si nos tomamos el cuidado de recordar que la «salvación» –o su contrapartida, la «condenación»– es a la vez el resultado de la gracia divina y de la cooperación libre del hombre, es decir que se sitúa en el ámbito de la acción, por lo tanto al nivel del «ciclo terrestre» en el que la libertad humana puede ejercerse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que si ella es «ritualizada», normalmente por la intermediación de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio al menos, corre el riesgo de la condenación. Decimos «en principio», ya que es bien evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter «gratuito» de la gracia divina prohiben absolutamente prejuzgar sobre la «salvación» o sobre la «condenación» de tal o cual persona, y uno puede ser llevado a preguntarse en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de «responsabilidad» de una multitud de cristianos. Metafísicamente, se dirá que ellos no han llegado verdaderamente al «estado de hombre» para ser susceptibles de «salvación» o de «condenación»; ellos no son «hombres» más que accidentalmente (Cf. F. SCHUON, L’Oeil du Coeur.), y no se encuentran por lo tanto en un estado «central», a partir del cual solamente la posibilidad de «salvación» puede ser considerada. Son «comparables» a los animales o a los vegetales que están en los estados «periféricos», y sus estados póstumos excluyen tanto la «salvación» como la «condenación»; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los «limbos»: no pueden ellos «renacer» mas que en otro estado periférico o en un «estado central» diferente que el ser humano. Pero ahí todavía es imposible prejuzgar si tal o tal individuo es verdaderamente «hombre» o entra en la categoría más arriba descrita. 1182 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Añadamos finalmente que, en esta perspectiva, la «salvación» aparece no solamente como el mantenimiento del ser en el estado humano, sino como una «etapa» en el proceso de realización o de actualización de la «virtualidad» del estado primordial, el cual es en si mismo el punto de partida de la «ascensión» en los estados superiores o de la realización del estado supremo e incondicionado. Si estas consideraciones no son desarrolladas en la doctrina corriente de la Iglesia, no habrá que creer que es porque no se encuentran en ella en absoluto. Es suficiente con remitirse a la teología de los Padres griegos en la que todo se relaciona con la «divinización» (theosis» del hombre visto como «imagen de Dios», lo cual es la traducción teológica de lo que acabamos de decir. No podemos soñar aquí con desarrollar todas estas consideraciones, pero ellas ponen claramente a la luz la importancia de la «salvación», como etapa normal en la realización del «hombre perfecto» y, más allá, en la «divinización» del ser humano, y además la importancia y la necesidad de actualizar esta virtualidad, conferida por el bautismo, virtualidad que puede ser perdida en tanto que la «salvación» no está asegurada. 1192 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos
Esta última proposición –«yo era un tesoro oculto y he querido ser conocido; por eso he creado el mundo»– proporciona la clave y el fundamento ontológico de lo sagrado: el mundo. no se trata del «mundo» en el sentido neotestamentario, donde esta palabra designa el reino de Satán, «príncipe de este mundo». se trata del mundo (mundus=puro) saliendo de las manos del creador o también o también del Cosmos, del «caos organizado» por el Fiat Lux («Sea la luz», primera palabra de Dios al comienzo del Génesis.). Este mundo es esencialmente sagrado, pero no en el sentido de «puesto aparte» que esta palabra tomará después en razón de la Caída y la desacralización progresiva del Cosmos (A menos de considerar el «caos organizado», el Cosmos, como una sacralización (primordial) del caos de las posibilidades, una «puesta aparte» de las posibilidades de manifestación por relación a la nada. En este sentido, la existencia es sagrada.). 251 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LO SAGRADO
Mostremos en primer lugar lo que implica el hecho de que la naturaleza humana de Jesucristo esté privada de personalidad humana. En un individuo ordinario, la naturaleza humana está de alguna manera «recibida» en una persona –o hipóstasis– bien determinada. Se puede decir que la naturaleza humana viene a encerrarse en cada individualidad, o que la hipóstasis humana –el ego– constituye para la naturaleza humana una limitación (Lo cual implica que la naturaleza humana no puede agotarse más que en una indefinidad de individuos.). Esta limitación, esta concentración sobre el ego (que se podría ver como característica del «pecado original») constituye el obstáculo esencial para la espiritualidad verdadera, es decir para la «Comunión del Padre». Es esencial recordar aquí el Misterio trinitario: la Esencia divina se despliega en tres Hipóstasis, distintas entre ellas, pero idénticas a la Esencia divina. Estas Hipóstasis divinas deben ser concebidas como puras relaciones: el Padre no es «lo que él es» más que si comunica la totalidad de la Esencia divina al Hijo –es la generación del Verbo– pero, inversamente, el Hijo no es «lo que él es» más que si recibe del Padre esta divina Esencia; y esta unión intima del Padre y del Hijo es tal que engendra una tercera Hipóstasis, el Espíritu Santo, el Amor común del Padre y del Hijo. Es la «espiración del Hálito»: el Espíritu Santo no es «lo que es» más que si es «espirado» por el Padre y el Hijo. Esta «espiración», siempre idéntica a la Esencia divina, permite comprender la frase de San Juan: Dios es Amor (1 Juan IV, 8). Pero no es amor por cualquier cosa: es el Amor puro, sin objeto. Ocurre lo mismo con la generación del Verbo, donde se puede decir que Dios «se conoce a si mismo por él mismo», pero donde se puede decir igualmente que es el Conocimiento Puro, sin objeto (distinto de Dios mismo) y San Juan lo indica también diciendo: «Dios es luz» (1 Juan I, 5). 553 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR