El alma se alimenta entonces de este doble Manantial divino participando en la liturgia, pero además es necesaria que ella asimile, que ella digiera este alimento: este será el papel de la oración mental. En esta perspectiva, sin embargo, en lugar de ser visto como un ejercicio autónomo viviendo su propia vida, o como un comercio íntimo y un coloquio del alma con Dios, la oración metal es reubicada en su relación normal vis-a-vis con la oración ritual; esto impide que esta última degenere en ritualismo, en gestos incomprendidos, infructuosos, vacíos de todo contenido espiritual, en rutina o en psitacismo. Pero, a su vez, la oración ritual evita que la oración mental degenere en un puro ejercicio sicológico que puede desembocar en un rumiar puramente interior en el cual la acción individual de las facultades mentales del sujeto corre el riesgo de impedir la acción del Espíritu Santo, que se ejerce normalmente por la vía sacramental de la Iglesia. En otras palabras, la oración mental «aislada» está más o menos separada de la fuente de la que ella toma su alimento; corre el riesgo entonces de «desvariar» sobre ideas «desencarnadas» al estar privadas del soporte material que constituye el simbolismo sacramental, y puede desembocar también en una mística desenfrenada. Así, la oración litúrgica aparece ala vez como la fuente irreemplazable, la «regulación» y el «soporte» material de la oración mental, al mismo tiempo que ella multiplica por diez la acción individual del sujeto por su participación en la acción comunitaria de la Iglesia. 284 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
La oración metal es concebida como algo más interior; constituye un grado de más en la vía de la interioridad, pero no difiere esencialmente de la plegaria. Es todavía un coloquio, pero más íntimo, entre el alma y Dios visto siempre como distinto del alma, pero «menos exterior». Se toma más consciencia de la presencia de inmensidad de Dios en el alma, de la presencia de la gracia y de la inhabilitación trinitaria; sin embargo este modo de representación reposa en una visión antropomórfica del mismo género que para la plegaria ordinaria: es un coloquio más profundo del alma y Dios. 296 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
Metafísicamente, solo está sometido a la Voluntad Divina el hombre liberado de las condiciones de existencia individuales. Es el «hombre verdadero» (tchenn-jenn) (Sobre el hombre verdadero ver: R. Guénon, La Gran Triada, cap. XVIII.) el cual, habiendo realizado la vuelta al «estado primordial», se encuentra desde ese momento establecido en la «Vía». Ya no se puede decir más, hablando con propiedad, que él «hace» la «voluntad de Dios» ya que, estando en el «no-actuar», no realiza ninguna acción en el sentido ordinario de la palabra, y estando «identificado» con el Principio, ya no hay para él separación entre Dios y él mismo; no se puede ya más hablar de «ley» como «expresión» de la Voluntad Divina. Esta, en efecto, como tal es inexpresable, siendo idéntica al Principio mismo, si bien que no se puede decir que Este quiere «esto» o «eso». El Principio no quiere nada. No hay más que el ser individual que quiere «esto» o «aquello». Es por lo tanto de alguna manera concibiendo a Dios en «modo individual» –o dicho de otra manera; a su imagen– como el hombre ordinario declara «hacer la voluntad de Dios». Pero, desde el punto de vista metafísico, un tal hombre no está «sometido» (muslim), y mientras permanezca en las condiciones de existencia individuales, está en «perdido». Es en este sentido que se ha escrito: «No hay justo, ni uno solo; no hay nadie que tenga la inteligencia… todos han salido de la vía (Tao), todos están pervertidos…» (Rom. III, 10-17). Es también lo que quiere decir Maestro Eckhart en este pasaje: «Mientras el hombre tenga algo hacia lo cual su voluntad esté dirigida –e incluso si su voluntad es la de colmar la voluntad bien amada de Dios– un tal hombre no tiene la pobreza de la que aquí se trata». 752 Abbé Henri Stéphane: DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS
Antes de profundizar en este Misterio, conviene hacer un examen de conciencia. Hay en primer lugar una masa de indiferentes (ni siquiera hablo de increyentes) que dicen: «¿Qué quiere que yo haga en la misa?». Otros, sobre todo en una cierta época, iban por obligación, por rutina, pero para ellos la misa era una especie de trabajo fatigoso en el que se aburrían profundamente. Otros iban para escuchar música, en otros tiempos el órgano, hoy la guitarra. Otros van para «estar con los amigos», de tal manera que nuestros modernistas han terminado por reducir la misa a una «comida comunitaria y fraternal». Finalmente, una tercera categoría de fieles prefiere curiosamente otras formas de devoción. Por ejemplo algunos prefieren la meditación: yo me pregunto en que pueden pensar, ¡Se toman por hindúes en meditación en una cumbre del Himalaya!. Sin embargo son totalmente incapaces de ello… (Es uno de los raros lugares (cf. Volumen I, tratado VII.11) donde el padre Stéphane da su opinión sobre los aficionados al yoga, al zen o a la meditación. La mayor parte de ellos rechazan o critican el Cristianismo porque no comprende de él nada en absoluto, y esto no es de ninguna manera una cualificación para seguir una vía oriental. Si no se sabe –o peor todavía, si no se ama– meditar cristianamente, no hay apenas posibilidades, por regla general, de llegar a ello por una vía hindú, sufí, tibetana o japonesa.). 893 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL