La cualidad de la interioridad nos impone no un renunciamiento al mundo exterior – lo cual por otra parte sería imposible – sino un equilibrio determinado por el sentido espiritual del mundo y de la vida. El vicio de la exterioridad no consiste en el hecho natural de vivir en el exterior, sino que es la falta de armonía entre las dos dimensiones: entre nuestra tendencia hacia las cosas que nos rodean y nuestra tendencia hacia el “reino de Dios que está dentro de vosotros”. Lo que se impone es lograr el enraizamiento espiritual que quite a la exterioridad esa tiranía que a la vez dispersa y comprime y que por el contrario nos permite “ver a Dios en todas partes”, es decir percibir en las cosas sensibles símbolos, arquetipos y esencias; pues las bellezas percibidas por un alma interiorizada se convierten en factores de interiorización. Lo mismo sucede con la materia; lo que debe hacerse no es negarla – si tal cosa fuera posible – sino sustraerse a su imperio seductor y esclavizador; distinguir en ella lo que es arquetípico y casi celestial, de lo que es accidental y además terrenal; es decir, tratarla con nobleza y sobriedad. 448 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN
En otros términos, la exterioridad es un derecho y la interioridad es un deber; tenemos derecho a la exterioridad porque pertenecemos a este mundo espacial, temporal y material, y debemos hacer realidad la interioridad porque nuestra naturaleza espiritual no es de este mundo, y en consecuencia tampoco lo es nuestro destino. Dios es generoso; cuando nosotros nos retiramos hacia el interior, El, en compensación, se manifiesta para nosotros en el exterior; la nobleza del alma consiste en tener el sentido de las intenciones divinas es decir de los arquetipos y de las esencias, los cuales se revelan de buen grado al alma noble y contemplativa. Inversamente, cuando nos retiramos hacia el corazón, descubrimos allí todas las bellezas percibidas en el exterior; no como formas, sino en sus posibilidades quintaesenciales. Al volverse hacia Dios, el hombre jamás puede perder nada. 450 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN