materia

Desde ese momento, la «manifestación universal» (o la creación) deberá proceder de un doble principio: TRADICION: PRINCIPIO MASCULINO –– PRINCIPIO FEMENINO : Hindú — Purusha [NA: Principio masculino de la manifestación universal; traducido a veces por «espíritu»] — Prakriti [NA: Principio femenino de la manifestación universal. A veces traducido como «naturaleza» o «substancia» pero no es la materia (el elemento determinable del cual está hecha una cosa) en el sentido moderno de la palabra. Prakriti produce la manifestación bajo la influencia de Purusa, el principio masculino.]; China: YangYin; Judeo-Cristiana: El Verbo Creador – La Sabiduría increada — La Virgen; Egipcia: Osiris — Isis 25 Abbé Henri Stéphane: DE IMMACULATA CONCEPTIONE

A nivel del Ser –principio de la manifestación universal, aún no manifestado y primera determinación del Principio supremo, la más principial de todas, si puede decirse así– la distinción Infinito-Posibilidad (que no existe como tal, sino solamente desde el punto de vista del mundo manifestado) deviene la pareja Purusha-Prakriti o Principio activo (masculino) y principio pasivo (femenino). A este nivel, todavía no manifestado, Prakriti posee las cualidades que permiten considerarla como la sustancia universal, primordial e indiferenciada (la materia prima) a partir de la cual se desarrollarán todas las posibilidades de manifestación bajo la acción no actuante de Purusha, el Espíritu divino. 63 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

En el proceso inverso de retorno de lo manifestado a lo no-manifestado, por tanto, en el misterio de la Redención o de la regeneración espiritual, tendremos entonces la pareja Espíritu Santo-Virgen María, o más particularmente Cristo-Iglesia, o también Nuevo Adán-Nueva Eva, pareja que preside el «nuevo nacimiento», como la pareja Adán-Eva se encuentra en el principio del nacimiento ordinario. Se ve aparecer aquí claramente el papel de la Virgen como «corredentora», «mediadora de todas las gracias» o «madre de los hombres»: Ecce mater tua [NA: «He aquí a tu madre», palabras de Cristo en la cruz dirigidas a San Juan. Sobre el papel de san Juan en relación con María, véase J. Tourniac, Symbolismo maçonique ete Tradition chrétienne, un itinéraire spirituel d´Israel au Christ, partes II, «Les deux Saint Jean», y III, «Art royal et art spirituel».]. Estas palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz deben considerarse a la luz del papel análogo de la Iglesia-Madre, igualmente mediadora de todas las gracias; en efecto, pocos instantes después de que estas palabras fueran pronunciadas, salió agua del costado de Cristo cuando lo atravesó la lanza del centurión Longinos. Los Padres de la Iglesia coinciden en ver en este acontecimiento el nacimiento de la Iglesia: «Esposa sagrada salida del costado de Cristo dormido, como Eva había salido del costado de Adán dormido»; ahora bien esta agua, «el agua viva» prometida por Jesús a la samaritana (Jn 4,14), no es otra que el agua del bautismo, el baño de la regeneración, que se identifica con las aguas del Génesis «sobre las que se movía el Espíritu», y finalmente con la Virgen de la Anunciación al a que el Angel dijo: «el espíritu de Dios te cubrirá con su sombra». Existe pues una especia de ecuación o identidad ontológica entre estos diferentes aspectos del simbolismo del agua: María sustancia plástica universal, materia prima, mater, aguas primordiales, agua salida del costado de Cristo, aguas del bautismo, baño de la regeneración, Iglesia-Madre, lugar de la regeneración, Esposa sagrada salida del costado de Cristo, nueva Eva; todo esto, repetimos, no son más que aspectos de una misma realidad ontológica a diferentes niveles o desde diferentes puntos de vista. Por último, las palabras de Cristo a Nicodemo: «El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5), ilustran todo lo que acabamos de exponer. 69 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

La cualidad de la interioridad nos impone no un renunciamiento al mundo exterior – lo cual por otra parte sería imposible – sino un equilibrio determinado por el sentido espiritual del mundo y de la vida. El vicio de la exterioridad no consiste en el hecho natural de vivir en el exterior, sino que es la falta de armonía entre las dos dimensiones: entre nuestra tendencia hacia las cosas que nos rodean y nuestra tendencia hacia el “reino de Dios que está dentro de vosotros”. Lo que se impone es lograr el enraizamiento espiritual que quite a la exterioridad esa tiranía que a la vez dispersa y comprime y que por el contrario nos permite “ver a Dios en todas partes”, es decir percibir en las cosas sensibles símbolos, arquetipos y esencias; pues las bellezas percibidas por un alma interiorizada se convierten en factores de interiorización. Lo mismo sucede con la materia; lo que debe hacerse no es negarla – si tal cosa fuera posible – sino sustraerse a su imperio seductor y esclavizador; distinguir en ella lo que es arquetípico y casi celestial, de lo que es accidental y además terrenal; es decir, tratarla con nobleza y sobriedad. 448 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN

El individuo humano, como tal, es esencialmente limitado, aunque solo fuera por el mundo que le rodea, o más exactamente por las «condiciones de existencia» que definen su estado (espacio, tiempo, forma, materia, vida) y que hacen de él un «ser condicionado». Por si mismo es incapaz de salir de su estado; no puede más que «caminar en circulos», bien sea temporalmente, bien indefinidamente, por la circunferencia de la «Rueda Cósmica» en la que se sitúa la multiplicidad indefinida de las «cosas», no unificado como tal. No puede más que «divertirse» o «dispersarse», sea por el trabajo, sea por el juego, experimentando sea el placer, sea el dolor, el bien o el mal, guardando siempre a través de todos sus estados de consciencia una cierta unidad siempre relativa y precaria que es la del «yo» –de el ego individual– al cual se refiere necesariamente todo aquello que es experimentado; este «yo» es por tanto un «centro» relativo a un estado condicionado, él mismo sujeto a las condiciones de este estado, e incapaz de salir de él. La muerte corporal –o natural– no hace más que suprimir ciertas condiciones de existencia, pero el condicionamiento individual, aunque modificado, subsiste: el ser permanece apresado a la condición individual, y esta «ronda infernal» puede continuar indefinidamente (bien entendido que en condiciones diferentes del estado corporal), en tanto que algo diferente no intervenga para «liberar» al ser de la condición individual. 654 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA CONDICION HUMANA

3.- Apatheia = apaciguamiento = contentamiento. El alma, liberada del ego y de las pasiones, está en el estado de pureza, de virginidad, de pasividad perfecta (materia prima) para recibir el Fiat Lux, el Verbo Iluminador y Transformador que quiere encarnarse en ella; es el Misterio de la Encarnación y de la «Transubstanciación»: «Este es mi Cuerpo». 770 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA ESPIRITUAL