Jesucristo

La Revelación vino para volver a enseñar al hombre a leer en las cosas y en si mismo el lenguaje divino del Verbo Creador, a reencontrar en ellas y en si su verdadera esencia que es divina. Así Dios es Luz; el Verbo es «la Luz que luce en las tinieblas» y que «ilumina a todo hombre» (Juan I, 5-9); en lenguaje teológico, esta Luz que ilumina la inteligencia del hombre, es la fe, y son también los dones de a Ciencia, de la Inteligencia y de la Sabiduría, siendo esta a la vez Luz y Amor. Bajo la influencia de estos dones, el alma aprende a reencontrar en si y en todas las cosas la verdadera Realidad que es Dios; ella alcanza así la contemplación y todas las cosas le hablan de Dios, de este Verbo que, en cada instante de la eternidad, le confiere la existencia. Ella llega así al conocimiento del misterio, del cual el apóstol afirma que tiene la inteligencia (Ef. III,3): es el misterio del Verbo y de la Creación de todas las cosas en el, el misterio del Verbo Encarnado y de la Restauración de todas las cosas en él: «Reunir todas las cosas en Jesucristo, aquellas que están en los cielos y aquellas que están en la tierra» (Ef. I, 10) 485 Abbé Henri Stéphane: DIOS ES LUZ

Se puede decir que la necesidad del Mediador se basa a la vez en la naturaleza de Dios y en la naturaleza del hombre. En razón de su dependencia total frente a Dios, el hombre no puede alcanzar a Dios por si mismo; en razón de su transcendencia, Dios no puede alcanzar al hombre más que descendiendo a su nivel, y es entonces su inmanencia la que permite realizar este «descendimiento». El Mediador deberá entonces participar a la vez de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, pero esta permaneciendo enteramente subordinada a Dios, no habrá «simetría». Es lo que el dogma de la Encarnación expresa tan bien como es posible afirmando que están en Jesucristo las dos Naturalezas y una sola Persona, la del Verbo (unión hipostática): la Persona o Hipóstasis del Verbo divino asume la naturaleza humana, estando ésta privada, en Jesucristo, de personalidad humana. Resulta de ello que el verbo se une a la totalidad de la «naturaleza humana», a la humanidad entera, puesto que su naturaleza humana, privada de personalidad humana, está entonces «abierta» a todas las individualidades humanas. 547 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

La Mediación es por lo tanto conforme a la naturaleza de las cosas. Se ve por ello su necesidad y su función. Aquellos que sueñan con prescindir de la Mediación, o que no ven en Jesucristo más que un profesor de moral o un activista social, están en un completo error. Pero si se quiere comprender verdaderamente porque la espiritualidad no es ni un moralismo, ni un socialismo, ni un idealismo, ni un humanismo, ni un angelismo, es importante comenzar por profundizar seriamente en el misterio de la Encarnación que determina de una manera precisa la función del Mediador en el caso del Cristianismo (No vamos a preocuparnos aquí de las modalidades diversas de esta función en las otras religiones, lo que nos llevaría demasiado lejos.). 549 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

La unión hipostática, definida más arriba como la unión de las dos naturalezas divina y humana en la única Persona del Verbo, implicando la privación de personalidad humana en Jesucristo, o también la asunción de la naturaleza humana en su totalidad por la Persona del Verbo, constituye el nudo, o la cumbre, o el centro, de la función del Mediador, y no debe nunca ser perdida de vista si se quiere comprender los otros dogmas, y evitar todos los errores mencionados más arriba. 551 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

Mostremos en primer lugar lo que implica el hecho de que la naturaleza humana de Jesucristo esté privada de personalidad humana. En un individuo ordinario, la naturaleza humana está de alguna manera «recibida» en una persona –o hipóstasis– bien determinada. Se puede decir que la naturaleza humana viene a encerrarse en cada individualidad, o que la hipóstasis humana –el ego– constituye para la naturaleza humana una limitación (Lo cual implica que la naturaleza humana no puede agotarse más que en una indefinidad de individuos.). Esta limitación, esta concentración sobre el ego (que se podría ver como característica del «pecado original») constituye el obstáculo esencial para la espiritualidad verdadera, es decir para la «Comunión del Padre». Es esencial recordar aquí el Misterio trinitario: la Esencia divina se despliega en tres Hipóstasis, distintas entre ellas, pero idénticas a la Esencia divina. Estas Hipóstasis divinas deben ser concebidas como puras relaciones: el Padre no es «lo que él es» más que si comunica la totalidad de la Esencia divina al Hijo –es la generación del Verbo– pero, inversamente, el Hijo no es «lo que él es» más que si recibe del Padre esta divina Esencia; y esta unión intima del Padre y del Hijo es tal que engendra una tercera Hipóstasis, el Espíritu Santo, el Amor común del Padre y del Hijo. Es la «espiración del Hálito»: el Espíritu Santo no es «lo que es» más que si es «espirado» por el Padre y el Hijo. Esta «espiración», siempre idéntica a la Esencia divina, permite comprender la frase de San Juan: Dios es Amor (1 Juan IV, 8). Pero no es amor por cualquier cosa: es el Amor puro, sin objeto. Ocurre lo mismo con la generación del Verbo, donde se puede decir que Dios «se conoce a si mismo por él mismo», pero donde se puede decir igualmente que es el Conocimiento Puro, sin objeto (distinto de Dios mismo) y San Juan lo indica también diciendo: «Dios es luz» (1 Juan I, 5). 553 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR

En este contexto, el bautismo aparece como el «sacramento de iluminación». Si nos referimos a su prototipo perfecto, es decir al bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, aprenderemos por un evangelio apócrifo: «Mientras que Jesús descendía en el agua, el fuego se encendió en el Jordán». Es el Pentecostés del Señor, y el Verbo prefigurado por la «columna de luz» muestra que el bautismo es iluminación, nacimiento de el ser a la Luz divina. Antiguamente, en la víspera de la fiesta, tenía lugar el bautismo de los catecúmenos, y el templo quedaba inundado de luz, signo de iniciación al conocimiento de Dios. El testigo de esta luz, san Juan Bautista, es recordado en ese acontecimiento ya que él mismo es «la llama encendida y brillante» y las gentes venían a regocijarse en su Luz (Juan V,35) 1099 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación

Podemos nosotros tomar conciencia de ello una vez más intentando comprender la Epístola de hoy. He aquí lo esencial: «Lo que yo pido a Jesucristo, es que vuestra caridad abunde cada vez más en conocimiento (in scientia) y en toda inteligencia (in omni sensu) para que discernáis lo que vale mas, a fin de que seáis puros e irreprochables en el día de Cristo (in diem Christi) y colmados por Jesucristo de los frutos de la Santidad, para la gloria y la alabanza de Dios (in gloriam et laudem Dei)» (Fil. I, 9-11) 1116 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO

Perspectiva centrada en Dios (teocéntrica), ¿la santidad es para nosotros? Es para la gloria de Dios. Nosotros no podemos de ninguna manera considerarnos como santos: Dios solo es Santo («Dios solo es bueno»), pero sin somos puros e irreprochables, gracias al discernimiento de lo mejor, entonces Jesucristo puede colmarnos de los frutos de la Santidad. («Sin mi, no podéis hacer nada»… «Si alguno quiere ser mi discípulo, que renuncie a si mismo»). 1120 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO

En otra parte (Ef. I, 12) San Pablo declara: «Es en Jesucristo que nosotros hemos sido elegidos… para que sirvamos a la alabanza de su gloria» (la gloria de Dios). 1122 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL VIGESIMO SEGUNDO DOMINGO

A los Efesios, San Pablo declara: «Es en Jesucristo que vosotros mismos, tras haber escuchado la Palabra de la Verdad, es en el que vosotros habéis creído y que habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo… para servir a la alabanza de su Gloria» (Ef. I, 13 y 12). 1133 Abbé Henri Stéphane: HOMILIA PARA EL CUARTO DOMINGO