Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que – según dicen los maestros – hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado (y) noble, el (alma) atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí14 y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en (provecho) del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo (vale) para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló (también) Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
En el alma hay una potencia que es más extensa que todo este mundo. Tiene que ser muy extensa ya que Dios mora allí adentro. Alguna gente no «invita al espíritu de la sabiduría»; «invita» a (la) salud y a (las) riquezas y a (la) voluptuosidad, pero en éstas no entra «el espíritu de la sabiduría». La cosa que solicitan, la prefieren a Dios – como cuando alguien da un penique por un pan, él prefiere el pan al penique -, convierten a Dios en servidor de ellos. «¡Hazme esto y sáname», diría acaso un hombre rico, «pide lo que quieras, yo te lo daré!». Y si alguien luego solicitara un cuarto sería una necedad; y si le solicitara cien marcos, el (otro) se los daría gustosamente. Por eso es una enorme necedad cada vez que alguien le pide a Dios otra cosa que (no sea) Él mismo. Para Él (semejante pedido) es indigno porque no existe nada que dé tan gustosamente como a sí mismo. Dice un maestro: Todas las cosas tienen un porqué, pero Dios no tiene ningún porqué; y el hombre que le solicita a Dios otra cosa que (no sea) Él mismo, le crea a Dios un porqué. SERMONES: SERMÓN LIX 3