voluntad divina (Eckhart)

Ahora podrías preguntar: ¿Cuándo la voluntad es una voluntad recta? La voluntad es íntegra y recta cuando carece de ataduras al yo y ha salido de sí misma y se ha hecho imagen y forma dentro de la voluntad divina. Ah sí, cuanto más suceda esto, tanto más recta y verdadera es la voluntad. Y con semejante voluntad eres capaz de todo, ya se trate del amor o de lo que quieras. 81 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.

Ah sí, quien estuviera bien afianzado en la voluntad divina, no debería querer que el pecado, en el cual había caído, no hubiese sucedido. Por cierto, aquí no se contempla el hecho de que (el pecado) estaba dirigido contra Dios, sino la medida en la cual tú, al haberlo cometido, estás obligado a acrecentar tu amor y te hallas rebajado y humillado, exceptuando el hecho de que hayas obrado en contra de Dios. Pero debes confiar mucho en Dios (pensando) que Él no habría permitido que te sucediese tal cosa, a no ser que hubiera querido obtener con ello lo mejor para ti. Mas, cuando el hombre se levanta totalmente de sus pecados y les vuelve por completo la espalda, entonces hace el leal Dios como si el hombre nunca hubiera caído en pecado y no quiere hacerle pagar por todos sus pecados ni por un solo instante; aunque fueran tantos como todos los hombres juntos los hubieran cometido jamás: Dios no quiere hacérselo pagar nunca; sería posible que Él lo tratara con tanta intimidad como jamás la tuvo con criatura alguna. Con tal de que lo halle preparado ahora mismo, no mira lo que fue antes. Dios es un Dios del presente. Tal como te encuentra, te toma y te recibe, no como fuiste sino como eres ahora. Toda la iniquidad y todo el oprobio que pudiera sufrir Dios a causa de todos los pecados, los quiere soportar gustosamente y haberlos soportado durante muchos años para que el hombre luego llegue a (tener) un gran conocimiento de su amor (el divino) y para que su amor y gratitud propios aumenten y su empeño se haga más ferviente en proporción, como suele ocurrir naturalmente y a menudo luego de los pecados. 104 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 12.

El hombre debe aprender a sacar de su interior su sí-mismo y a no retener nada propio y a no buscar nada, ni provecho ni placer ni ternura ni dulzura ni recompensa ni el paraíso ni la propia voluntad. Dios nunca se entregó, ni se entregará jamás, a una voluntad ajena. Sólo se entrega a su propia voluntad. Donde Dios encuentra su voluntad, ahí se entrega y se abandona a ella con todo cuanto es. Y cuanto más dejemos de ser en cuanto a lo nuestro, tanto más verdaderamente llegaremos a ser dentro de ésta (la voluntad divina). Por ello no es suficiente que renunciemos una sola vez a nosotros mismos y a todo cuanto poseemos y podemos, sino que debemos renovarnos con frecuencia y hacer que nosotros mismos seamos simples y libres en todas las cosas. 193 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.

Él da a cada cual aquello que es lo óptimo para él y le resulta adecuado. Cuando hay que cortar un saco para una persona, se debe hacer de acuerdo con sus medidas; y el (saco) que le queda bien a uno, a otro no le asienta para nada. A cada uno se le toma la medida según le queda bien. Así, Dios le da también a cada uno lo mejor de todo, según sabe que es lo más adecuado para él. En verdad, quien a este respecto confía completamente en Él, recibe y posee lo más exiguo lo mismo que si fuera lo máximo. Si Dios quisiera darme lo que dio a San Pablo, lo aceptaría gustosamente con tal de que Él lo deseara (así). Pero, como no me lo quiere dar — porque de acuerdo con su voluntad hay muy pocas personas que ya en esta vida llegan a tener semejante saber (como San Pablo) — si Dios, pues, no me lo da, lo amo exactamente lo mismo e igualmente le doy muchas gracias y estoy del todo contento, tanto cuando me lo niega como cuando me lo da; y con tal de que yo esté bien encaminado, me resulta suficiente lo mismo y aprecio tanto (lo que me niega) como si me lo diera. De veras, debería contentarme con la voluntad divina de modo tal que, con respecto a todas las cosas que quisiera obrar o dar, su voluntad habría de serme tan querida y cara que no me resultaría menos valiosa que en el caso de que me diera ese don a mí y obrara en mí ese (efecto). De este modo todos los dones y obras de Dios serían míos, y por más que todas las criaturas hicieran lo mejor o lo peor de que serían capaces con el fin de robármelos, no podrían hacerlo. ¿Cómo puedo entonces quejarme si los dones de todos los hombres son míos? De veras, me bastaría tan completamente lo que Dios me hiciera o diera o no diera, que yo no querría pagar un solo penique por llevar la mejor vida que podría imaginarme. 225 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.

Un hombre bueno debe confiar en Dios, creerle y estar seguro y conocerlo bien, sabiendo que a Dios y a su bondad y amor les resulta imposible permitir que al hombre le sobrevenga algún sufrimiento o pena, a no ser que con ello (Dios) le quiera evitar al hombre una pena mayor o darle ya en esta tierra un consuelo más fuerte o lograr con esta (pena) y por ella una cosa mejor en la cual se evidenciaría más abarcadora y fuerte la gloria de Dios. Pero, sea como fuere: únicamente porque es la voluntad de Dios que así suceda, la voluntad del hombre bueno debe ser tan una y unida con la voluntad divina que el hombre quiera lo mismo que Dios, aun cuando sea en perjuicio suyo e incluso (implique) su condenación. Por ello, San Pablo deseaba ser apartado de Dios por amor de Dios y a causa de su voluntad y de su gloria (Cfr Rom 9,3). Pues, un hombre realmente perfecto debe, por habituación, haber muerto para sí mismo, haberse desnudado de su propia imagen en Dios y ser transformado, dentro de la voluntad de Dios, en tal imagen que toda su felicidad consiste en no saber nada de sí mismo y de todo lo demás sino conocer únicamente a Dios, y de no querer nada ni percatarse de ninguna voluntad que no sea la de Dios, aspirando a conocer a Dios tal como Dios me conoce a mí, según dice San Pablo (Cfr 1 Cor 13,12): Dios conoce a todo cuanto conoce, ama y quiere a todo cuanto ama y quiere, dentro de Él mismo, en su propia voluntad. Dice Nuestro Señor mismo: «Esta es la vida eterna conocer sólo a Dios» (Cfr Juan 17,3). 274 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado — pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos — mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. 275 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Sin embargo, según he escrito arriba: Si un hombre fuera capaz de aceptar este hecho de acuerdo con la voluntad de Dios, en cuanto sea la voluntad divina de que la naturaleza humana tenga este defecto justamente por divina justicia a causa del pecado del primer hombre, y si él, por otra parte, si las cosas no fueran así, quisiera prescindir gustoso de este (defecto) según la voluntad divina, entonces andaría del todo bien y seguramente recibiría consuelo en su sufrimiento. Se piensa en esto cuando San Juan dice que la verdadera «luz resplandece en las tinieblas» (Juan 1,5) y cuando San Pablo afirma que «la virtud se realiza en la flaqueza» (2 Cor 12,9). Si el ladrón fuera capaz de sufrir la muerte verdadera, completa, pura, gustosa, voluntaria y alegremente por amor de la justicia divina en la cual y de acuerdo con la cual Dios y su justicia quieren que el malhechor sea muerto, sin duda sería salvado y bienaventurado. 279 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Pues bien, ahora prestad mucha atención a esta palabra: necesariamente debía ser que era virgen esa persona que recibió a Jesús. Virgen equivale a decir una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía. Mirad, ahora podría preguntarse cómo un ser humano nació y se crió hasta llegar a la vida racional, cómo ese hombre, (digo), puede ser tan libre de todas las imágenes como era cuando aún no existía, y, sin embargo, sabe muchas cosas que todas son imágenes; entonces, ¿cómo puede ser libre? Ahora bien, fijaos en la diferencia que os enseñaré. Si yo tuviera la razón tan abarcadora que todas las imágenes absorbidas desde siempre por toda la gente, y (además) las contenidas en Dios mismo, se hallaran dentro de mi razonamiento, pero si yo fuera tan libre de todo apego al yo que no hubiera aprehendido como propiedad mía ninguna de ellas, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, ni con el «antes» ni con el «después», y que yo, antes bien, en ese instante presente me hallara libre y desasido según la queridísima voluntad divina, y (dispuesto) a cumplirla sin cesar, entonces, en verdad, yo sería virgen sin que me estorbase ninguna imagen, y esto tan seguramente como lo era cuando aún no existía. 422 ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3

El otro día se me ocurrió la siguiente idea: si Dios no quisiera como yo, yo querría, sin embargo, como Él. Algunas personas quieren tener su propia voluntad en todas las cosas; eso está mal, ahí hay un defecto. Hay otros un poco mejores: quieren por cierto lo que quiere Dios (y) no quieren nada en contra de su voluntad; (pero) si estuvieran enfermos, querrían más bien que fuera la voluntad divina que estuviesen sanos. Esa gente preferiría pues, que Dios quisiera según la voluntad de ellos antes que ellos quisieran (las cosas) de acuerdo con su voluntad (de Dios). Hay que aceptarlo, pero es incorrecto. Los justos no tienen absolutamente ninguna voluntad; todo lo que quiere Dios, les da lo mismo, por grande que sea la aflicción. 509 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3

Ahora se suele preguntar con respecto a los ángeles, si los ángeles que viven acá con nosotros y nos sirven y nos guardan, si ellos (digo) tienen de algún modo menos igualdad en cuanto a sus alegrías que aquellos que se hallan en la eternidad, o si ellos debido a su actividad de guardarnos y servirnos, experimentan alguna pérdida. Yo digo: ¡No, en absoluto! Su alegría y su igualdad por ello no son menores; porque la obra del ángel es la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la obra del ángel; por eso no sufre ningún menoscabo en cuanto a su alegría, a su igualdad y a sus obras. Si Dios le mandara al ángel que se fuera a un árbol y le quitara las orugas, el ángel estaría dispuesto a quitar las orugas y eso constituiría su felicidad y sería la voluntad divina. 619 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3

Pues bien, ciertas personas dicen: «Si tengo a Dios y el amor de Dios, puedo hacer muy bien todo cuanto quiero». Esta palabra la interpretan mal. Mientras eres capaz de (hacer) cualquier cosa que esté en contra de Dios y de sus mandamientos, no posees el amor de Dios, por más que engañes al mundo (pretendiendo) que lo tengas. Al hombre que se halla afianzado en la voluntad y el amor divinos, le resulta placentero hacer todo cuanto le gusta a Dios y dejar todo cuanto está en contra de Dios; y le resulta tan imposible dejar de hacer algo que Dios quiere que se haga, como hacer algo que esté en contra de Dios. Pasa exactamente lo mismo con quien tiene atadas las piernas; tan imposible como sería para él caminar, tan imposible le sería al hombre afianzado en la voluntad divina, hacer algo malo. Dijo alguien: Aunque Dios mismo hubiera mandado hacer (el) mal y huir de (la) virtud, yo no sería capaz de hacer el mal. Pues nadie ama a la virtud sino aquel que es la virtud misma. El hombre que ha dejado a sí mismo y a todas las cosas, que no busca nada de lo suyo en cosa alguna y hace todas sus obras sin porqué y por amor, semejante hombre está muerto para todo el mundo y vive en Dios y Dios en él. 932 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3

La tercera potencia es la voluntad interior que, cual rostro, siempre está vuelta hacia Dios en la voluntad divina y dentro de sí recoge de Dios el amor. Ahí Dios es conducido a través del alma, y el alma es conducida a través de Dios; y esto se llama un amor divino y es también una virtud teologal. (La) bienaventuranza divina reside en tres cosas: precisamente en (el) conocimiento con el cual Él se conoce íntegramente, en segundo término, en (la) libertad de modo que permanece incomprendido e incoercible para toda su creación y (finalmente), en la completa suficiencia con la cual es suficiente para Él mismo y para toda criatura. Pues, la perfección del alma reside también en lo siguiente: en (el) conocimiento y en (la) comprensión de que Dios la ha aprehendido, y en (la) unión con el amor cabal. ¿Queremos saber qué es el pecado? Volver la espalda a la bienaventuranza y a la virtud, de esto proviene cualquier pecado. Esos senderos los debe mirar toda alma bienaventurada. Por eso «no teme el invierno porque su servidumbre lleva puesta, también, vestimenta doble», como dice de ella (Isabel) la Escritura. Estaba vestida de fortaleza para resistir a toda imperfección, y adornada con la verdad (Prov 31, 25 a 26). Esta mujer, hacia fuera, ante el mundo, gozaba de riquezas y honores, mas en su fuero íntimo adoraba (la) verdadera pobreza. Y cuando le faltaba el consuelo externo, se refugiaba con Aquel con quien se refugian todas las criaturas, y ella despreciaba al mundo y a sí misma. Así consiguió superarse a sí misma y despreciaba que la despreciaran, de modo que ya no se preocupaba por ello ni renunciaba a su perfección. Con el corazón puro anhelaba que se le permitiera lavar y cuidar a personas enfermas y sucias. 980 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXII 3

Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo — según expondré ahora — es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. 1243 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por (la salud de) sus hermanos (Cfr Romanos 9, 3). Este (aspecto) preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que (sólo) se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante. Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como (sucede con) un mercader. Si él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con vida y ganaría tanto más… todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios… cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor (el) suplicio, tanto mayor (la) alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor (sea) el suplicio (sufrido) de acuerdo con la voluntad divina, tanto mayor (será) la bienaventuranza. 1406 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3