Un ánimo libre es aquel que no se perturba por nada ni está atado a nada, ni tiene atado lo mejor de sí mismo a ningún modo, ni mira por lo suyo en cosa alguna, sino que está abismado completamente en la queridísima voluntad de Dios, luego de haberse despojado de lo suyo. El hombre no puede ejecutar jamás una obra, por insignificante que sea, sin que ésta reciba su fuerza y virtud de tal (disposición). ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 2.
Tienes que saber, además, que la buena voluntad en absoluto puede perder a Dios. Pero sí lo extraña a veces en la sensación de su ánimo y a menudo cree que Dios se ha ido. ¿Qué debes hacer entonces? Exactamente lo mismo que harías si gozaras del mayor de los consuelos: aprende a hacer esto mismo cuando padezcas el mayor de los sufrimientos y compórtate exactamente igual a como te comportabas en el primer caso. No existe ningún consejo tan bueno para encontrar a Dios (como el que dice) que (se lo halla) allí donde uno se desprende de Él. Y así como te sentías cuando lo tuviste por última vez, así haz ahora mientras lo extrañas (y) de esta manera lo encontrarás. Más aún: la buena voluntad no pierde ni extraña a Dios nunca jamás. Mucha gente dice: Tenemos buena voluntad, pero no tienen la voluntad de Dios; quieren tener su propia voluntad y enseñarle a Nuestro Señor que haga las cosas así o asá. Esta no es buena voluntad. En Dios hay que buscar cuál es su queridísima voluntad. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
Son pocos los hombres a quienes, a sabiendas o sin saberlo, no les gustaría ser exactamente así, pero (con la condición) de tener la experiencia de grandes cosas y querrían tener el modo y el bien todo esto no es nada más que propia voluntad. Entrégate totalmente a Dios con todas las cosas y luego no te aflijas por lo que Él hace con lo suyo. Miles de hombres han muerto y están en el cielo sin haberse desprendido nunca de su voluntad con cabal perfección. Una voluntad perfecta y verdadera sería sólo aquella con la cual uno se hubiera entregado íntegramente a la voluntad de Dios, careciendo de propia voluntad: y quien haya logrado más a este respecto, será colocado en mayor medida y más verdaderamente en Dios. Ah sí, un avemaría pronunciado con tal disposición de ánimo, en la cual el hombre se despoja de sí mismo, es más útil que mil salterios leídos sin ella; sí, (dar) un paso con esta disposición, sería mejor que cruzar el mar careciendo de ella. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
Que uno aprenda a desasirse de sí mismo hasta no retener ya nada propio. Todo el tumulto y la discordia provienen siempre de la propia voluntad, no importa que uno lo note o no. Uno mismo debe entregarse, junto con todo lo suyo, a la buena y queridísima voluntad de Dios, mediante el puro desasimiento del querer y apetecer, y esto con respecto a todo cuanto uno pueda querer o apetecer con miras a cualquier cosa. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.
El hombre que quiere emprender una vida u obra nuevas, debe dirigirse hacia su Dios, y solicitarle con gran fuerza y perfecta devoción que le disponga lo óptimo de todo y aquello que quiera más y que le resulte lo más digno, y que con ello no quiera ni pretenda lo suyo sino únicamente (hacer) la queridísima voluntad de Dios y nada más. Luego, cualquier cosa que Dios disponga para él, la aceptará inmediatamente de Dios y la considerará lo óptimo para sí mismo y se contentará con ella total y perfectamente. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
Ahora hablaré de otra cosa. No puede ser un hombre bueno quien no quiere aquello que Dios quiere en determinado caso, porque es imposible que Dios quiera algo que no sea bueno; y justamente a causa y en razón de que lo quiere Dios, llega a ser y es necesariamente bueno e incluso lo mejor. Y por consiguiente, Nuestro Señor les enseñó a los apóstoles, y a nosotros por intermedio de ellos – y (así) rezamos todos los días – que se haga la voluntad de Dios. Sin embargo, cuando sobreviene y se hace la voluntad de Dios, nos lamentamos. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Séneca, un maestro pagano, pregunta: ¿Cuál es el mejor consuelo en el sufrimiento y en la aflicción?, y contesta: Es éste de que el hombre acepte todas las cosas como si las hubiera deseado y pedido; pues, si hubieras sabido que todas las cosas suceden por la voluntad de Dios, con ella y de acuerdo con ella, tú también habrías deseado que así fuera. Dice un maestro pagano: Duque y Padre supremo y Señor del alto cielo, estoy preparado para todo cuanto quieres: ¡dame (la) voluntad de querer según tu voluntad! ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Un hombre bueno debe confiar en Dios, creerle y estar seguro y conocerlo bien, sabiendo que a Dios y a su bondad y amor les resulta imposible permitir que al hombre le sobrevenga algún sufrimiento o pena, a no ser que con ello (Dios) le quiera evitar al hombre una pena mayor o darle ya en esta tierra un consuelo más fuerte o lograr con esta (pena) y por ella una cosa mejor en la cual se evidenciaría más abarcadora y fuerte la gloria de Dios. Pero, sea como fuere: únicamente porque es la voluntad de Dios que así suceda, la voluntad del hombre bueno debe ser tan una y unida con la voluntad divina que el hombre quiera lo mismo que Dios, aun cuando sea en perjuicio suyo e incluso (implique) su condenación. Por ello, San Pablo deseaba ser apartado de Dios por amor de Dios y a causa de su voluntad y de su gloria (Cfr. Rom. 9,3). Pues, un hombre realmente perfecto debe, por habituación, haber muerto para sí mismo, haberse desnudado de su propia imagen en Dios y ser transformado, dentro de la voluntad de Dios, en tal imagen que toda su felicidad consiste en no saber nada de sí mismo y de todo lo demás sino conocer únicamente a Dios, y de no querer nada ni percatarse de ninguna voluntad que no sea la de Dios, aspirando a conocer a Dios tal como Dios me conoce a mí, según dice San Pablo (Cfr. 1 Cor. 13,12): Dios conoce a todo cuanto conoce, ama y quiere a todo cuanto ama y quiere, dentro de Él mismo, en su propia voluntad. Dice Nuestro Señor mismo: «Esta es la vida eterna conocer sólo a Dios» (Cfr. Juan 17,3). ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr. Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado – pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos – mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, ¡observa qué vida maravillosa y deliciosa tiene tal hombre «en la tierra como en el cielo» en Dios mismo! El desasosiego se le hace sosiego y la pena le resulta igualmente una cosa querida, y además ¡nota que en todo esto hay un consuelo especial! pues, cuando poseo la gracia y la bondad de las cuales acabo de hablar, siento un consuelo y una alegría iguales (y) completas en todo momento y en todas las cosas: (pero), si no tengo nada de esto, he de carecer de ello por amor de Dios y de acuerdo con su voluntad. Si Dios me quiere dar lo que anhelo, lo tengo pues, y me deleito; si Dios, (en cambio), no me lo quiere dar, pues bien, acepto que me falte de acuerdo con la misma voluntad de Dios según la cual Él no quiere, y así tomo hallándome privado y sin tomar. Entonces ¿qué es lo que me falta? Y ciertamente, en el sentido más propio se toma a Dios hallándose privado y no tomando; pues, cuando el hombre toma, el don en sí mismo posee aquello que le produce al hombre alegría y consuelo. Pero cuando no toma, no tiene ni encuentra ni sabe nada de qué alegrarse, a no ser sólo Dios y su voluntad. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Sin embargo, según he escrito arriba: Si un hombre fuera capaz de aceptar este hecho de acuerdo con la voluntad de Dios, en cuanto sea la voluntad divina de que la naturaleza humana tenga este defecto justamente por divina justicia a causa del pecado del primer hombre, y si él, por otra parte, si las cosas no fueran así, quisiera prescindir gustoso de este (defecto) según la voluntad divina, entonces andaría del todo bien y seguramente recibiría consuelo en su sufrimiento. Se piensa en esto cuando San Juan dice que la verdadera «luz resplandece en las tinieblas» (Juan 1,5) y cuando San Pablo afirma que «la virtud se realiza en la flaqueza» (2 Cor.12,9). Si el ladrón fuera capaz de sufrir la muerte verdadera, completa, pura, gustosa, voluntaria y alegremente por amor de la justicia divina en la cual y de acuerdo con la cual Dios y su justicia quieren que el malhechor sea muerto, sin duda sería salvado y bienaventurado. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Dice San Pablo que quisiera ser apartado de Dios por amor de Dios (Romanos 9, 3) para que sea aumentada la gloria divina. Dicen que San Pablo afirmaba esto en una época en la que todavía no era perfecto. Yo, en cambio, opino que esta palabra procedía de un corazón perfecto. Dicen también que él había pensado que sólo por un tiempo quería ser apartado de Dios. (Pero) yo digo que un hombre perfecto sentiría el mismo disgusto si su separación de Dios durara una hora o mil años. Si fuera, empero, la voluntad de Dios y (fuese para) su gloria que él lo extrañara durante mil años e incluso por la eternidad, esto le resultaría tan llevadero como un día, una hora. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Además, hay que saber también que en la naturaleza la impresión y la influencia de la naturaleza suprema y más elevada, le resultan a cualquier persona más deliciosas y placenteras que su propia naturaleza y ser. El agua corre, por su propia naturaleza, hacia abajo, hacia el valle y en esto reside también su idiosincrasia. Mas, bajo la impresión e influencia de la luna arriba en el cielo, reniega y se olvida de su propia naturaleza y fluye cuesta arriba hacia lo alto y este flujo hacia arriba le resulta más fácil que el flujo hacia abajo. El hombre ha de saber si está bien encaminado por lo siguiente: si constituye para él un motivo de deleite y alegría dejar su voluntad natural y renegar de ella y desasirse por completo en cuanto a todo aquello que el hombre debe sufrir según la voluntad de Dios. Y a esto se refiere, en acertado sentido, Nuestro Señor cuando dijo: «Quien quiere llegar hacia mí, debe desasirse de sí y negarse a sí mismo y ha de levantar su cruz» (Mateo 16, 24), esto es: se ha de despojar y desasir de todo cuanto es cruz y sufrimiento. Pues seguramente, quien se hubiera negado a sí mismo y hubiera abandonado del todo su propio yo, a éste nada le resultaría ni cruz ni pena ni sufrimiento; todo constituiría para él un deleite, una alegría, un placer entrañable, y este (hombre) acudiría a Dios y lo seguiría de veras. Pues, así como nada puede entristecer ni apenar a Dios, tampoco existe cosa alguna que pueda preocupar o apenar a semejante hombre. Por consiguiente, cuando dice Nuestro Señor: «Quien quiere llegar hacia mí, niéguese a sí mismo y levante su cruz y sígame», no se trata tan sólo de un mandamiento, como se dice y cree comúnmente; antes bien, es una promesa y una enseñanza divina relativa a cómo, para el hombre, todo su sufrimiento, toda su actuación, toda su vida, llegan a ser deliciosas y alegres, y antes que un mandamiento es una recompensa. Porque un hombre de tal carácter posee todo cuanto quiere y no quiere nada malo y ésta es (la) bienaventuranza. También por eso dice bien Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren ‘por la justicia» (Mateo 5, 10). ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora podrías decir acaso: ¿Cómo sé que es o no la voluntad de Dios? Sabed pues: si no fuera la voluntad de Dios, tampoco sería. No tienes ninguna enfermedad ni otra cosa alguna sin que lo quiera Dios. Y ya que sabes que es la voluntad de Dios, debería darte tanto placer y contento, que no consideraras ninguna pena como pena; cierto, si la pena llegase al extremo máximo y tú sintieras alguna pena o sufrimiento, aun en este caso sería un error completo; pues debes aceptarlo de Dios como lo mejor de todo ya que necesariamente ha de ser lo mejor de todo para ti. Pues el ser de Dios depende de que quiere lo mejor. Por ello yo también debo quererlo y ninguna otra cosa ha de contentarme más. Si existiera una persona a la cual yo quisiera complacer con todo ahínco y si supiera con seguridad que yo a ese hombre le gustaba más con un vestido gris que con otro cualquiera por bueno que fuese, no cabe duda de que este vestido me gustaría más y lo preferiría a cualquier otro por bueno que fuera. Puesto el caso de que quisiera complacer a todos: yo haría la cosa y ninguna otra de la cual sabría que a alguien le gustaba, ya sea en palabras u obras. Pues bien ¡ahora examinaos vosotros mismos sobre cuál es el carácter de vuestro amor! Si amarais a Dios, nada podría resultaros más placentero que aquello que a Él le gustara ante todo y que su voluntad se hiciera en nosotros más que nada. Por pesados que parezcan la pena o el infortunio, si tú al sufrirlos no sientes un gran bienestar, entonces está mal. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora se suele preguntar con respecto a los ángeles, si los ángeles que viven acá con nosotros y nos sirven y nos guardan, si ellos (digo) tienen de algún modo menos igualdad en cuanto a sus alegrías que aquellos que se hallan en la eternidad, o si ellos debido a su actividad de guardarnos y servirnos, experimentan alguna pérdida. Yo digo: ¡No, en absoluto! Su alegría y su igualdad por ello no son menores; porque la obra del ángel es la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la obra del ángel; por eso no sufre ningún menoscabo en cuanto a su alegría, a su igualdad y a sus obras. Si Dios le mandara al ángel que se fuera a un árbol y le quitara las orugas, el ángel estaría dispuesto a quitar las orugas y eso constituiría su felicidad y sería la voluntad divina. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
El hombre que de tal modo se conserva apegado a la voluntad de Dios, no quiere nada fuera del ser divino y de la voluntad de Dios. Si estuviera enfermo, no querría estar sano. Toda pena es una alegría para él, toda multiplicidad es para él una sencillez y unidad, siempre y cuando se conserve apegado a la voluntad de Dios como es debido. Ah sí, aunque se vinculara a ello el suplicio infernal, para él sería una alegría y una felicidad. Es libre y se ha desasido de sí mismo y debe ser libre de todo cuanto ha de recibir. Si mi ojo ha de ver el color, debe ser libre de todo color. Si veo el color azul o el blanco, entonces la Vista que ve el color, o sea justamente aquello que ve, es lo mismo que es visto por el ojo. El ojo con el cual veo a Dios, es el mismo ojo con el cual me ve Dios; mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Esta palabra está escrita en el Evangelio y dice en lengua vulgar: «Un hombre noble marchó a una región lejana, apartándose de sí mismo, y regresó enriquecido» (Lucas 19, 12). Ahora bien, leemos en uno de los Evangelios que Cristo dijo: «Nadie podrá ser mi discípulo que no venga en pos de mí» y haya renunciado a sí mismo sin retener nada para sí mismo (Cfr. Lucas 14, 27); y semejante (hombre) posee todas las cosas ya que no poseer nada equivale a tenerlo todo. Mas, someterse a Dios con ansias y de todo corazón y poner su voluntad enteramente en la voluntad de Dios sin echar ninguna mirada a la criaturidad: quien haya «salido» así de sí mismo, de veras será devuelto a sí mismo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
Todas las criaturas han emanado de la voluntad de Dios. Si yo fuera capaz de aspirar solamente a la bondad de Dios, esta voluntad sería tan noble que el Espíritu Santo emanaría inmediatamente de ella. Todo bien emana de la superabundancia de la bondad divina. Ah sí, y la voluntad de Dios me gusta solamente en la unidad, allá donde se halla la quietud de Dios para la bondad de todas las criaturas, (y) donde descansa ella (la bondad) como su último fin, y todo cuanto alguna vez obtuvo ser y vida; allá debes amar al Espíritu Santo tal como es allá en la unidad; no en Él mismo sino allá donde se lo saborea únicamente junto con la bondad de Dios, en la unidad, allá donde toda bondad emana de la superabundancia de la bondad divina. Tal hombre retorna más rico que cuando salió. Quien hubiera «salido» así de sí mismo, sería restituido a sí mismo en el sentido más propio. Y todas las cosas que ha abandonado en la multiplicidad, le serán devueltas en la simplicidad, porque se encuentra a sí mismo y a todas las cosas en el «ahora» presente de la unidad. Y quien hubiera «salido» así, volvería mucho más ennoblecido que cuando «salió». Semejante hombre vive entonces con una libertad más independiente y en una desnudez acendrada, porque no debe preocuparse por nada ni emprender cosa alguna, ni mucho ni poco, porque todo cuanto posee Dios, lo posee él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
¿Qué es lo que quiere decir cuando dice: «Moisés imploro a Dios, su Señor»? De veras, si Dios ha de ser tu Señor, tú tienes que ser su siervo; mas, cuando luego haces tus obras en provecho propio o por tu placer o por tu propia bienaventuranza, en verdad, no eres su siervo; porque no buscas solamente la honra de Dios, buscas tu propio provecho. ¿Por qué dice: Dios, su Señor? Si Dios quiere que estés enfermo, mas tú quisieras estar sano… si Dios quiere que tu amigo muera, mas tú quisieras que viviese en contra de la voluntad de Dios, en verdad, Dios no sería tu Dios. Si amas a Dios y luego estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si pierdes un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Y semejante hombre estaría bien encaminado. Mas, si estás enfermo y le pides a Dios (que te dé) salud, entonces prefieres la salud a Dios (y) por lo tanto no es tu Dios: es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
«Dios hizo una promesa a Moisés», mas él no la tomó en cuenta; ah sí, aunque le hubiera prometido toda su divinidad (Moisés) no le habría permitido (enfurecerse). «Y Moisés imploró a Dios y dijo: ¡Señor, bórrame del libro de los vivientes!» (Exodo 32, 32). Los maestros preguntan: ¿Era que Moisés amaba más al pueblo que a sí mismo?, y dicen: ¡No! porque Moisés sabia bien que si el buscaba la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, se hallaba más cerca de Dios que si hubiera renunciado a la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, buscando su propia bienaventuranza. Así debe ser un hombre bueno, de manera que no busque lo suyo en todas sus obras sino únicamente la honra de Dios. En tanto que tú con todas tus obras tiendes de alguna manera más hacia ti o más hacia una persona que hacia otra, la voluntad de Dios aún no ha llegado a ser verdaderamente tu voluntad. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Pues bien, Él dice: «como os he amado». ¿Cómo nos ha amado Dios? Nos amaba cuando (todavía) no existíamos y cuando éramos sus enemigos. Nuestra amistad le hace tanta falta a Dios que no puede esperar hasta que se lo imploremos: viene a nuestro encuentro y nos pide que seamos sus amigos, pues nos solicita que anhelemos ser perdonados por Él. Por ello, Nuestro Señor dice muy acertadamente: «Esta es mi voluntad que oréis por los que os hacen daño» (Cfr. Lucas 6, 28). Debemos tomar muy en serio la oración por los que nos hacen daño. ¿Por qué?… Para cumplir la voluntad de Dios (en el sentido) de que no esperemos hasta que nos rueguen a nosotros, deberíamos decir (más bien): «¡Amigo, perdóname por haberte entristecido!» Y deberíamos tomar igualmente en serio la virtud: cuanto mayor fuera el esfuerzo, tanto mayor debería ser nuestro empeño en (conseguir) la virtud. Del mismo modo, tu amor ha de ser uno solo porque (el) amor no quiere estar sino allí donde hay igualdad y unidad. Entre un patrono y un siervo suyo no hay paz, porque ahí no hay igualdad. Una mujer y un hombre son desiguales entre sí, mas en el amor son bien iguales. Por eso, la Escritura dice muy acertadamente que Dios tomó a la mujer de la costilla y del costado del varón (Génesis 2, 22), y no de la cabeza ni de los pies; porque donde hay dos, hay (un) defecto. ¿Por qué?… Porque lo uno no es lo otro, pues este «no» que produce diferenciación, no es sino amargura ya que en ese caso no hay paz. Si tengo una manzana en la mano, entonces es placentera para mi vista, mas a la boca se la priva de su dulzura. En cambio, si la como, le quito a mi vista el placer que me da. De este modo pues, dos no pueden existir juntos porque uno (de ellos) ha de perder su ser. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Ahora prestad atención a la palabrita que dice: «Tienen hambre y sed de justicia». Nuestro Señor dice: «Quienes me coman tendrán más hambre; quienes me beban tendrán más sed» (Eclesiástico 24, 29). Esto ¿cómo hay que entenderlo? Porque no sucede lo mismo con las cosas corpóreas; cuanto más se come de ellas, tanto más se sacia uno. Pero, con respecto a las cosas espirituales, no hay saciedad; pues, cuanto más se tiene de ellas, tanto más se las apetece. Por ello dice esta palabra: «Habrán de tener más sed aún quienes me beban, y más hambre quienes me coman». Esos tienen tanta hambre de (que se cumpla) la voluntad de Dios, y ella les sabe tan bien que todo cuanto Dios les inflige, los contenta y les gusta tanto que no serían capaces de querer ni de pretender otra cosa. Mientras el hombre tiene hambre, la comida le gusta; y cuanto mayor sea el hambre, tanto más placer le dará comer. Lo mismo sucede a quienes tienen hambre de (que se cumpla) la voluntad de Dios: a ésos, su voluntad (= la de Dios) les gusta tanto, y todo cuanto Él quiere y les inflige los satisface tanto, que aun si Dios les quisiera ahorrar (el infortunio), no querrían que así se hiciese; tanto les gusta esa primera voluntad de Dios. Si yo quisiera congraciarme con una persona y gustarle a ella sola, entonces preferiría a cualquier otra cosa todo cuanto fuera placentero a esa persona y con lo cual yo le resultaría agradable. Y si sucediera que yo le gustara más con un vestido sencillo que con uno de terciopelo, indudablemente preferiría el vestido sencillo a cualquier otro. Lo mismo sucede con aquel a quien le gusta la voluntad de Dios; todo cuanto le da Dios, sea enfermedad o pobreza o lo que fuera, lo prefiere a cualquier otra cosa. Justamente, porque lo quiere Dios, le resulta más sabroso que nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3
Ahora bien, os gusta decir: «¿Qué sé yo si es la voluntad de Dios?» Yo contesto: Aunque por un solo instante no fuera la voluntad de Dios, tampoco sería; ha de ser siempre su voluntad. Entonces, si te gustara la voluntad de Dios, te hallarías exactamente como en el reino de los cielos con lo que te sucediera o no sucediera; y quienes quieren otra cosa que no sea la voluntad de Dios, tienen su merecido porque viven siempre con lamentaciones e infelicidad; siempre se les vuelve a hacer fuerza e injusticia, y por doquier tienen penas. Y es justo que sea así, porque hacen como si vendieran a Dios, tal como lo vendió Judas. Aman a Dios por una cosa cualquiera que no es Dios. Y luego, si reciben lo que aman, no piensan en Dios. Ya sea devoción o placer o cualquier cosa que te venga bien, todo lo creado no es Dios. Dice un Escrito: (la Escritura): «El mundo está hecho por Él y lo que ha sido hecho, no lo conoció» (Cfr. Juan 1, 10). Quien se imaginara que, agregando mil mundos a Dios, se poseería en algún modo más que a Dios solo, no conocería a Dios ni sabría en lo más mínimo lo que es Dios, y sería un palurdo. Por ello, el hombre no debe fijarse en nada fuera de Dios. Quien busca alguna cosa en Dios, no sabe qué es lo que busca, según he dicho varias veces. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3
En primer lugar diremos que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Alguna gente no entiende adecuadamente el sentido de ello. Son esas personas que se empecinan en conservar su propio yo en sus penitencias y ejercicios exteriores que esas personas consideran gran cosa. ¡Que Dios se apiade del escaso conocimiento de la verdad divina en esas personas! A esos hombres se los llama santos a causa de las apariencias; pero, en su fuero íntimo son asnos porque no captan el carácter simbólico de la verdad divina. Esas personas dicen (también) que un hombre pobre es aquel que no quiere nada. Lo interpretan de la siguiente manera: (dicen) que el hombre ha de vivir de modo tal que no cumpla nunca, en ningún caso, su voluntad. Más aún: que aspire a cumplir la queridísima voluntad de Dios. Esos hombres están bien encaminados porque su intención es buena, por eso hemos de elogiarlos. ¡Que Dios en su misericordia les dé el reino de los cielos! Mas yo digo, por la verdad divina, que esos hombres no son pobres ni se parecen a (los) pobres. Son considerados grandes en la opinión de aquellas personas que no conocen nada mejor. Mas yo digo que son asnos que nada entienden de la verdad divina. Puede ser que ellos, gracias a su buena intención, lleguen al reino de los cielos; pero de la pobreza de que hablaremos ahora, ellos no saben nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3
Si alguien me pregunta, pues, qué es un hombre pobre que no quiere nada, le contesto y digo así: Mientras el hombre todavía posee la voluntad de querer cumplir la queridísima voluntad de Dios, semejante hombre no tiene la pobreza de la cual queremos hablar, pues todavía tiene una voluntad con la que quiere satisfacer la voluntad de Dios, y esto no es pobreza genuina. Pues, si el hombre de veras ha de poseer (la) pobreza, debe estar tan libre de su voluntad creada como lo era antes de ser. Porque os digo por la eterna verdad: Mientras tenéis la voluntad de cumplir la voluntad de Dios y deseáis (llegar) a la eternidad y a Dios, no sois pobres; pues un hombre pobre es (sólo) aquel que no quiere nada ni apetece nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3
Dije antes que un hombre pobre es aquel que no quiere cumplir la voluntad de Dios, más aún: que el hombre viva, hallándose tan despojado de su propia voluntad y de la voluntad de Dios, como estaba cuando no era (todavía). De esta clase de pobreza decimos que es la pobreza más insigne… En segundo término dijimos que es un hombre pobre quien nada sabe del obrar de Dios en su fuero íntimo. Cuando uno se mantiene tan libre del saber y conocer, como Dios se mantiene libre de todas las cosas, ésta es la pobreza más pura… Mas la tercera, de la cual hablaremos ahora, es la pobreza extrema: es aquella en la cual el hombre no tiene nada. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3
Dice un gran maestro que su traspasar es más noble que su emanar, y es cierto. Cuando emané de Dios, todas las cosas dijeron: Dios es; mas esto no me puede hacer bienaventurado porque ahí me llego a conocer como criatura. Pero en el traspaso donde estoy libre de mi propia voluntad y de la voluntad de Dios y de todas sus obras y del propio Dios, ahí me hallo por encima de todas las criaturas y no soy ni «Dios» ni criatura, antes bien, soy lo que era y lo que debo seguir siendo ahora y por siempre jamás. Ahí siento un impulso hacia arriba que me ha de llevar por encima de todos los ángeles. En este impulso se me da una riqueza tal que no me puede satisfacer Dios, con todo cuanto es como «Dios» y con todas sus obras divinas; porque en este traspaso obtengo que Dios y yo seamos una sola cosa. Allá soy lo que era y allá no sufro mengua ni crecimiento, ya que soy una causa inmóvil que mueve todas las cosas. Allá, Dios no halla lugar alguno en el hombre porque el hombre consigue con esta pobreza lo que ha sido eternamente y seguirá siendo por siempre jamás. Allá, Dios es uno con el Espíritu, y ésta es la pobreza extrema que se pueda hallar. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3
Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por (la salud de) sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este (aspecto) preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que (sólo) se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante. Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como (sucede con) un mercader. Si él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con vida y ganaría tanto más… todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios… cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor (el) suplicio, tanto mayor (la) alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor (sea) el suplicio (sufrido) de acuerdo con la voluntad divina, tanto mayor (será) la bienaventuranza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3
Un maestro dice: Todas las criaturas están repletas de lo ínfimo de Dios, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Os relataré un cuento. Una persona preguntó a un hombre bueno qué significaba que algunas veces lo atraían mucho la devoción y las oraciones y otras veces no lo atraían. Entonces le dio la siguiente contestación: El perro, cuando ve a la liebre y la olfatea y halla su rastro, corre en pos de la liebre; los otros (perros) lo ven correr y entonces ellos corren, pero pronto se cansan y desisten. Así sucede con un hombre que ha visto a Dios y lo ha olfateado: él no desiste, todo el tiempo corre (tras Él). Por eso dice David: «¡Gustad y mirad lo dulce que es Dios!» (Salmo 33, 9). Ese hombre no se cansa, pero los otros se cansan pronto (de correr detrás de Dios). Algunas personas corren adelantándosele a Dios, algunos (corren) al lado de Dios, algunos lo siguen a Dios. Quienes se le adelantan, son los que siguen a su propia voluntad y no quieren aprobar la voluntad de Dios; eso está del todo mal. Otros, aquellos que van al lado de Dios, dicen: «Señor, no quiero otra cosa que la que Tú quieres» (Cfr. Mateo 26, 39). Mas, cuando están enfermos, desean que Dios quiera que estén sanos, y eso se puede perdonar. Los terceros le siguen a Dios adonde quiera (ir), ellos lo siguen de buena voluntad, y ésos son perfectos. De ello habla San Juan en el Libro de la Revelación: ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3