Dice Nuestro Señor: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios y pronuncia la palabra y predica la palabra!» (Jer. 7, 2). El Padre celestial dice una Palabra y la dice eternamente y en este Verbo consume todo su poderío y en esta Palabra enuncia toda su naturaleza divina y todas las criaturas. La Palabra yace escondida en el alma de modo que no se la conoce ni oye, a no ser que se le asigne un lugar en el fondo del corazón; antes no se la oye. Además, deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos y debe haber una tranquilidad pura, un silencio. De este significado ya no quiero decir más. SERMONES: SERMÓN XIX 3
La segunda es la potencia tendente hacia arriba; su obra por excelencia es el tender hacia arriba. Así como es propio del ojo ver figuras y colores, y del oído oír dulces sonidos y voces, así es acción propia del alma tender ininterrumpidamente hacia arriba con esta potencia; mas, si mira a un lado, cae víctima del orgullo, lo cual es un pecado. No soporta que haya algo por encima de ella. Creo que ni siquiera puede soportar que Dios se encuentre por encima de ella; cuando Él no se halla dentro de ella, y cuando no las pasa tan bien como Él mismo, no puede descansar nunca. En esta potencia Dios es aprehendido dentro del alma en cuanto sea posible a la criatura, y en este sentido se habla de la esperanza que es también una virtud teologal. En ella, el alma tiene tan grande confianza en Dios que le parece que Dios no tiene nada en todo su ser que no le sea posible recibir. Dice el señor Salomón que «el agua hurtada es más dulce» que otra (Prov. 9, 17). Y afirma San Agustín: Me resultaban más dulces las peras que robaba que las que me compraba mi madre; justamente porque me estaban prohibidas y vedadas. Así también le resulta más dulce al alma esa gracia que ella conquista con especial sabiduría y empeño antes que aquella que es común a todo el mundo. SERMONES: SERMÓN XXXII 3