Pues bien, ahora prestad mucha atención a esta palabra: necesariamente debía ser que era virgen esa persona que recibió a Jesús. Virgen equivale a decir una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía. Mirad, ahora podría preguntarse cómo un ser humano nació y se crió hasta llegar a la vida racional, cómo ese hombre, (digo), puede ser tan libre de todas las imágenes como era cuando aún no existía, y, sin embargo, sabe muchas cosas que todas son imágenes; entonces, ¿cómo puede ser libre? Ahora bien, fijaos en la diferencia que os enseñaré. Si yo tuviera la razón tan abarcadora que todas las imágenes absorbidas desde siempre por toda la gente, y (además) las contenidas en Dios mismo, se hallaran dentro de mi razonamiento, pero si yo fuera tan libre de todo apego al yo que no hubiera aprehendido como propiedad mía ninguna de ellas, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, ni con el «antes» ni con el «después», y que yo, antes bien, en ese instante presente me hallara libre y desasido según la queridísima voluntad divina, y (dispuesto) a cumplirla sin cesar, entonces, en verdad, yo sería virgen sin que me estorbase ninguna imagen, y esto tan seguramente como lo era cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN II 3
«In principio». Con ello se nos ha dado a entender que somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado. Desde esa pureza me ha engendrado eternamente, como su hijo unigénito, en la misma imagen de su paternidad eterna, para que yo sea padre y engendre a Aquel de quien nací. Es más o menos como si alguien se hallara delante de una alta montaña y llamara: «¿Estás ahí?», entonces el eco y la reflexión del sonido dirían también: «¿Estás ahí?». Si el dijera: «¡Sal de ahí!», el eco diría también: «¡Sal de ahí!» Ah sí, si alguien mirara un madero a semejante luz, éste se convertiría en ángel y se volvería dotado de razón y no sólo dotado de razón, (sino que) llegaría a ser razón pura en la pureza primigenia, que es la plenitud de toda pureza. Así procede Dios: engendra a su Hijo unigénito en la parte más elevada del alma. En el mismo proceso en el que engendra en mí a su Hijo unigénito, lo vuelvo a engendrar en el Padre. No fue distinto cuando Dios engendró al ángel mientras Él, a su vez, fue dado a luz por la Virgen. SERMONES: SERMÓN XXII 3