Aquí tienes que observar dos cosas inherentes al amor: una es la esencia del amor, la otra es una obra o un efluvio violento del amor. La esencia del amor radica únicamente en la voluntad; quien tiene más voluntad, tiene también más amor. Pero quién es el que tiene más, esto no lo sabe nadie con respecto al otro; esto yace escondido en el alma mientras Dios yace escondido en el fondo del alma. Este amor reside única y exclusivamente en la voluntad; quien tiene más voluntad, tiene también más amor. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
Pero existe todavía una segunda cosa: un efluvio violento y una obra del amor. Aquí son muy llamativas (ciertas actitudes), como ser el fervor entrañable y la devoción y el júbilo, y esto, sin embargo, no siempre es lo mejor. Porque aveces no proviene ni siquiera del amor sino que a ratos procede de la naturaleza el que se tenga semejante sensación de gozo y de dulzura, o se puede tratar de la influencia del firmamento o también ser producto de los sentidos. Y quienes tienen con mayor frecuencia estas (experiencias) no son siempre los mejores de todos. Pues, aun en el caso de que provengan realmente de Dios, Nuestro Señor se las brinda a esas personas para atraerlas y estimularlas y acaso también para que alguien de esta manera se mantenga bien alejado de los demás (hombres). Pero cuando estas mismas personas luego crecen en el amor, es fácil que ya no tengan tantas emociones y sensaciones, y sólo así se hace bien patente que tienen amor: si ellos, sin semejante apoyo, conservan plena y firmemente su lealtad hacia Dios. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
«Ahora sé verdaderamente que Dios me ha enviado su ángel». Cuando Dios envía su ángel al alma, ella se vuelve realmente cognoscitiva. No fue en vano que Dios le encomendara la llave a San Pedro, porque «Pedro» quiere decir «conocimiento» (Cfr. Mateo 16, 19); pues el conocimiento tiene la llave y abre y penetra y atraviesa y encuentra a Dios en su desnudez, y luego le dice a su compañera de juegos, la voluntad, qué es lo de que se ha posesionado por más que ya anteriormente haya tenido la voluntad (de hacerlo); porque busco lo que quiero. (El) conocimiento va a la cabeza. Es un príncipe y busca su reinado en lo más elevado y acendrado, y luego se lo pasa al alma y el alma se lo pasa a la naturaleza y la naturaleza a todos los sentidos corporales. El alma, en su parte más elevada y acendrada, es tan noble que los maestros no saben encontrarle ningún nombre. La llaman «alma» en cuanto le otorga el ser al cuerpo. Ahora bien, dicen los maestros que luego del primer efluvio violento de la divinidad, allí donde el Hijo emana del Padre, el ángel está formado lo más inmediatamente a la imagen de Dios. Esto, bien es cierto: el alma está formada a la imagen de Dios en cuanto a su parte más elevada; pero el ángel es una imagen más aproximada a Dios. Todo cuanto hay en el ángel está formado a la imagen de Dios. Por eso, el ángel es enviado al alma para que la traiga de vuelta a la misma imagen según la cual él está formado; porque (el) conocimiento proviene de (la) igualdad. Pues bien, como el alma tiene la facultad de conocer todas las cosas, no descansa jamás hasta que se adentra en la imagen primigenia donde todas las cosas son uno, y allí descansa, es decir: en Dios. En Dios ninguna criatura es más noble que otra. SERMONES: SERMÓN III 3
Dice un maestro: La obra suprema que Dios ha obrado siempre en todas las criaturas es la misericordia. Lo más secreto y escondido (y) aun aquello que haya obrado alguna vez en los ángeles, es elevado a la misericordia, a la obra (de la) misericordia como es en sí misma y como es en Dios. Cualquiera (sea) la cosa que obre Dios, el primer efluvio violento lo constituye (siempre) la misericordia, (y) no (se trata de) esa con la que le perdona al hombre su pecado o por la cual un hombre se compadece de otro; (el maestro) quiere decir más bien: La obra suprema que hace Dios, es misericordia. Dice un maestro: La obra de la misericordia tiene tal parentesco con Dios que (la) verdad y (la) riqueza y (la) bondad, si bien designan a Dios – aun cuando una de éstas lo designe más que otra – la misericordia es, no obstante, la obra suprema de Dios y significa que Dios coloca al alma en lo más elevado y acendrado que ella es capaz de recibir: (a saber) en la extensión, en el mar, en un mar insondable: allí opera Dios la misericordia. Por eso dijo el profeta: «Dios, apiádate del pueblo que está en ti». SERMONES: SERMÓN VII 3
Un maestro dice una hermosa palabra: (afirma) que en el alma hay algo muy secreto y escondido y (que se halla) muy por encima de donde emanan las potencias del entendimiento y de la voluntad. Dice San Agustín: Así como es inefable aquello donde el Hijo en el primer efluvio violento emana del Padre, así existe también algo muy secreto por encima del primer efluvio violento, allí donde emanan (el) entendimiento y (la) voluntad. Un maestro que ha hablado del alma mejor que nadie, dice que todo el saber humano nunca penetra en aquello que es el alma en su fondo. (Para comprender) lo que es el alma, hace falta un saber sobrenatural. Dónde emanan las potencias del alma (para entrar) en las obras, de esto no sabemos nada: sabemos, es cierto, algo de ello, pero es poco. De lo que es el alma en su fondo, de esto nadie sabe nada. El saber que de ello se pueda tener, ha de ser sobrenatural, tiene que ser merced a la gracia: allí obra Dios (la) misericordia. Amén. SERMONES: SERMÓN VII 3
He hablado de una potencia (=el entendimiento)7 en el alma; en su primer efluvio violento esa potencia no aprehende a Dios en cuanto es bueno, tampoco lo aprehende en cuanto es verdad: ella penetra hasta el fondo y sigue buscando y aprehende a Dios en su unidad y en su desierto; aprehende a Dios en su yermo y en su propio fondo. De ahí que nada la puede satisfacer; ella sigue buscando qué es lo que es Dios en su divinidad y en la propiedad de su propia naturaleza. Ahora bien, dicen que no hay unión mayor que el hecho de que las tres personas sean un solo Dios. Luego – así dicen – no hay ninguna unión mayor que la (existente) entre Dios y el alma. Cuando sucede que el alma recibe un beso de la divinidad, se yergue llena de perfección y bienaventuranza; entonces es abrazada por la unidad. En el primer toque con el cual Dios ha tocado y toca al alma en su carácter de no-creada y no creable, allí el alma es – en cuanto al toque de Dios – tan noble como Dios mismo. Dios la toca según (es) Él mismo. Alguna vez prediqué en latín – y esto fue en el día de la Trinidad -, entonces dije: La diferenciación proviene de la unidad, (me refiero a) la diferenciación en la Trinidad. La unidad es la diferenciación, y la diferenciación es la unidad. Cuanto mayor es la diferenciación, tanto mayor es la unidad, pues es diferenciación sin diferencia. Si hubiera mil personas, sin embargo, no habría nada más que unidad. Cuando Dios mira a la criatura, le da su ser (de criatura); cuando la criatura mira a Dios, recibe su ser (de criatura). El alma tiene un ser racional, cognoscitivo; por eso: allí donde se halla Dios, se halla el alma, y donde se halla el alma, allí se halla Dios. SERMONES: SERMÓN X 3
Toda imagen tiene dos cualidades: una consiste en que recibe su ser en forma inmediata, espontánea, de aquello cuya imagen es, pues tiene natural salida y brota de la naturaleza como la rama del árbol. Cuando el rostro se ubica delante del espejo, tiene que ser reflejado por él, quiéralo o no. Mas, la naturaleza no se configura en la imagen del espejo; pero sí la boca y la nariz y los ojos y toda la formación del rostro, éstos sí se reflejan en el espejo. Mas Dios se ha reservado para sí solo – cualquiera que sea la cosa en la cual refleja su imagen – que allí refleje de una sola vez y espontáneamente la imagen de su naturaleza y de todo cuanto Él es y que puede realizar, porque la imagen le fija una meta a la voluntad, y la voluntad sigue a la imagen, y la imagen es la primera en emanar de la naturaleza y atrae hacia su interior todo cuanto pueden realizar la naturaleza y el ser; y la naturaleza se derrama por completo en la imagen y, sin embargo, permanece totalmente en sí misma. Porque los maestros no ubican la imagen en el Espíritu Santo sino en la persona del medio, ya que el Hijo constituye el primer efluvio violento desde la naturaleza; por eso se llama propiamente una imagen del Padre, pero no es así con el Espíritu Santo. Éste es solamente un florecimiento que parte del Padre y del Hijo y posee, sin embargo, una sola naturaleza con ambos. Y, pese a ello, la voluntad no es mediadora entre la imagen y la naturaleza; ah sí, en este aspecto ni el conocimiento ni el saber ni la sabiduría pueden ser mediadores, porque la imagen divina prorrumpe inmediatamente de la fecundidad de la naturaleza. Pero sí existe en este caso un mediador de la sabiduría, lo es la imagen misma. Por eso, el Hijo se llama en la divinidad la Sabiduría del Padre. SERMONES: SERMÓN XV 3
Dicen los maestros que en el arco iris los colores amarillo y verde se unen el uno al otro tan parejamente que no hay ningún ojo dotado de vista tan aguda que sea capaz de percibir (la transición); tan parejamente obra la naturaleza, y se parece con ello al primer efluvio violento, al cual los ángeles todavía se asemejan en forma tal que Moisés no se animó a escribir sobre ello a causa de la (poca) comprensión de la gente imperfecta, para que no adorasen a ellos (=los ángeles): tanto se asemejan al primer efluvio violento. Dice un maestro muy eminente que el ángel supremo de los espíritus (=inteligencias) se halla tan cerca del primer efluvio violento y encierra en sí una parte tan grande de la semejanza divina y del poder divino que él creó todo este mundo y además todos los ángeles que se encuentran por debajo de él. Esta (idea) encierra la buena enseñanza de que Dios es tan alto y tan puro y tan simple que influye en su criatura más elevada de modo tal que ella obra (revestida) de su poder, así como un trinchante obra como apoderado del rey y gobierna su país. Dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada y bendecida». SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Una mujer preguntó a Nuestro Señor dónde se debía de orar. Entonces dijo Nuestro Señor: «Vendrá el tiempo y ya ha llegado en que los verdaderos adoradores han de rezar en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu hay que rezar en espíritu y en verdad». (Juan 4, 23 y 24). Lo que es la Verdad misma, no lo somos nosotros; somos verdaderos, es cierto, pero hay en ello una parte de mentira. Así no son las cosas en Dios. Antes bien, el alma debe estar parada en el primigenio efluvio violento, allí donde emana y nace la Verdad, (o sea) en la «puerta de la casa de Dios», y ella (=el alma) debe pronunciar y predicar la palabra. Todo cuanto hay en el alma, tiene que hablar y decir loas, y nadie habrá de escuchar la voz. En el silencio y en la tranquilidad – como dije hace poco de los ángeles que están sentados cerca de Dios en el coro de la sabiduría y del fuego – allá Dios le habla al interior del alma y se pronuncia íntegramente dentro del alma. Allá el Padre engendra a su Hijo y siente tanto placer por el Verbo y le tiene tanto amor que nunca deja de pronunciar el Verbo, sino que lo dice en todo momento, es decir, por encima del tiempo. Viene bien a nuestras explicaciones citar: «A tu casa le conviene la santidad» y la loa y que no haya nada adentro que no te alabe. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Cristo está sentado a la diestra de su Padre. El mayor bien que puede ofrecer Dios, lo constituye su mano derecha. Cristo dice: «Yo soy una puerta» (Juan 10, 9). El primer efluvio violento y el primer derretimiento, allí donde Dios se derrite (sucede) donde se derrite en su Hijo y allí, Éste vuelve a derretirse en el Padre. Yo dije un buen día que la puerta es el Espíritu Santo: a través de ella se derrite en (su) bondad en todas las criaturas. Donde hay un hombre natural, éste comienza a obrar con «la mano derecha». Dice un maestro que el cielo recibe inmediatamente de Dios. Otro maestro dice que no es así: porque Dios es un espíritu y una luz acendrada; por eso, aquello que ha de recibir inmediatamente de Dios, ha de ser, con necesidad, un espíritu y una luz acendrada. Dice un maestro: Es imposible que alguna cosa corpórea sea susceptible del primer efluvio violento allí donde emana Dios, si no es una luz o un espíritu acendrado. El cielo se halla por encima del tiempo y es la causa del tiempo. Un maestro dice que el cielo, en su naturaleza, es tan noble que no puede degradarse a ser la causa del tiempo. En su naturaleza no puede ser causa del tiempo; (pero), en su trayectoria es la causa del tiempo, es decir, en la deserción (de la naturaleza) del cielo, (mas) él mismo es atemporal. Mi color no es mi naturaleza, antes bien, es una deserción de mi naturaleza, y nuestra alma se halla muy por encima y «está oculta en Dios». Entonces no digo solamente: por encima del tiempo, sino «oculta en Dios». ¿Es esto lo que significa el cielo? Todo cuanto es corpóreo es una deserción y un azar y un rebajamiento. El rey David dice: «Ante la vista de Dios, mil años son como un día que ha pasado» (Salmo 89, 4); porque todo cuanto es futuro y cuanto ha pasado se halla todo allá en un solo «ahora». SERMONES: SERMÓN XXXV 3
«Joven». Todas las potencias pertenecientes al alma, no envejecen. Las potencias pertenecientes al cuerpo, se gastan y disminuyen. Cuanto más conozca el hombre, tanto más conocerá. Por eso (se dice) «joven». Afirman los maestros: Joven es aquello que se halla cerca de su comienzo. En (el) entendimiento uno es joven por completo: cuanto más uno opere en esta potencia, tanto más cerca está de su nacimiento. El primer efluvio violento del alma es (el) entendimiento, luego (sigue la) voluntad, y después todas las demás potencias. SERMONES: SERMÓN XLIII 3
Pues bien, Nuestro Señor dice: «¡Tú eres bienaventurado!» La bienaventuranza depende de cuatro cosas, (a saber): que se posea todo cuanto tiene ser y es placentero para desearlo y trae gozo, y que uno lo tenga enteramente indiviso, con toda el alma, habiéndolo recogido en Dios, en lo más acendrado y elevado, puro (y) no encubierto en el primer efluvio violento y en el fondo del ser, y todo eso tomado allí donde (lo) toma Dios mismo: esto es (la) bienaventuranza. SERMONES: SERMÓN XLV 3
El tercer nombre es: «Simón», esto quiere decir tanto como «algo que es obediente» y «algo que es sumiso». Quien ha de escuchar a Dios, tiene que estar separado (y) a gran distancia de la gente. Por ello dice David: «Me quiero callar y escuchar lo que dice Dios dentro de mí. Dice paz para su pueblo y sobre sus santos y a todos aquellos que han regresado a su corazón» (Salmo 84, 9). Bienaventurado es el hombre que escucha afanosamente a cuanto Dios dijere en su interior, y él se ha de doblegar directamente bajo el rayo de la luz divina. El alma que se ha ubicado con toda su fuerza por debajo de la luz divina, se torna enardecida e inflamada en el amor divino. (La) luz divina entra con su irradiación directamente desde arriba. Si el sol diera verticalmente sobre nuestra cabeza, casi nadie sobreviviría. De esta manera, la potencia suprema del alma, que es la cabeza, debería erguirse equilibradamente bajo el rayo de la luz divina para que pudiera brillar dentro de ella esa luz divina, de la cual he hablado a menudo: ésta es tan pura y flota tan por encima y es tan elevada que en comparación con esta luz todas las luces son tinieblas y nonadas. Todas las criaturas, tal como son, son como nada; cuando se proyecta sobre ellas la luz, dentro de la cual reciben su ser, entonces son algo. Por eso, el conocimiento natural nunca puede ser tan noble que toque o aprehenda inmediatamente a Dios, a no ser que el alma posea las seis cualidades a las que me he referido antes. La primera: que uno haya muerto para toda desigualdad. La segunda: que uno se halle bien purificado en la luz (divina) y en la gracia. La tercera: que se carezca de medios. La cuarta: que uno, en su fondo más íntimo, escuche la palabra de Dios. La quinta: que uno se someta a la luz divina. La sexta es la que menciona un maestro pagano: Esta es la bienaventuranza de que uno viva de acuerdo con la suprema potencia del alma; ella debe tender continuamente hacia arriba y recibir su bienaventuranza en Dios. Allí, en el primer efluvio violento, donde recibe el Hijo mismo, allí en lo más excelso de Dios, hemos de recibir también nosotros; (mas) entonces, nosotros también debemos presentar parejamente lo más elevado que poseemos. SERMONES: SERMÓN XLV 3
Pero (digamos) algo de la palabrita que reza: «Todos cuantos Tú me has dado». Para quien se fija en el sentido exacto, significa lo mismo que: «Todo cuanto me has dado»: «esta vida eterna» se la doy a ellos, es la misma que tiene el Hijo en el primigenio efluvio violento y en el mismo fondo y en la misma pureza y en el gozo con el cual posee su propia bienaventuranza y tiene su propio ser: «Esta vida eterna se la doy a ellos» (Juan 10, 28) y otra, no. Oportunamente he expresado este sentido de manera general, pero esta noche lo paso por alto, y corresponde mas bien a la versión latina, como la he citado varias veces. Solicítaselo a Él tú mismo y atrévete a decirlo bajo mi responsabilidad. SERMONES: SERMÓN LIII 3