En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la VIDA eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.
Has de saber que en esta VIDA nunca hombre alguno se ha desasido de sí mismo sin haber descubierto que debe desasirse más aún. Son pocas las personas que reparan bien en este hecho y perseveran en tal (actitud). Se trata de un trueque equivalente y un negocio justo: hasta donde sales de todas las cosas, hasta ahí, ni más ni menos, entra Dios con todo lo suyo, siempre y cuando en todas las cosas abandones completamente lo tuyo. Comienza tú a hacerlo y permite que te cueste todo cuanto eres capaz de rendir. Ahí y en ninguna otra parte encontrarás la verdadera paz. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 4.
Pues, a aquel que ha de estar bien encaminado, le debe suceder una de dos cosas: o tiene que aprender a tomar y retener a Dios en las obras, o debe dejar todas las obras. Pero, como el hombre en esta VIDA no puede estar sin actiVIDAdes, ya que éstas pertenecen al ser-hombre, y se dan en múltiples formas, le hace falta aprender a poseer a su Dios en todas las cosas y no sentir impedimentos en ninguna obra ni lugar alguno, y por ende: cuando el principiante tiene que obrar alguna cosa junto a otras personas, ha de cerciorarse fuertemente de Dios, colocándolo fijamente en su corazón y uniendo a Él todas sus aspiraciones y sus pensamientos, su voluntad y sus fuerzas, de modo que en este hombre no pueda configurarse la imagen de ninguna otra cosa. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 7.
Ah sí, cuanto más nos pertenezcamos (a nosotros), tanto menos le pertenecemos (a Dios). El hombre que hubiera abandonado lo suyo, nunca podría echar de menos a Dios en ninguna actiVIDAd. Pero, si sucediera que el hombre diese un paso en falso o dijese palabras equivocadas o si las cosas realizadas por él resultaran mal hechas, (Dios), ya que se hallaba en el comienzo de la acción, debería cargar por obligación con el daño; (pero), en tal caso, tú no debes en absoluto abandonar tu obra. A este respecto encontramos un ejemplo en San Bernardo y en otros muchos santos. En esta VIDA nunca es posible librarse del todo de semejantes percances. Mas no se debe rechazar el noble trigo porque, de vez en cuando, cae neguilla por entre ese trigo. De veras, quien estuviera bien intencionado y poseyera un buen entendimiento de Dios, a ese hombre todos esos sufrimientos y percances le resultarían una gran bendición. Pues, a los buenos todas las cosas les redundan en bien, como dice San Pablo (cfr. Romanos 8, 28), y como manifiesta San Agustín: «Ah sí, incluso los pecados». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
En verdad, el haber cometido pecados no es pecado con tal de que nos dé pena. El hombre no debe querer cometer un pecado por todo cuanto pueda suceder en el tiempo o en la eternidad, ni pecados mortales ni veniales ni de cualquier índole. Quien supiera portarse bien con Dios, debería tener siempre presente que Dios, leal y amante (como es), ha llevado al hombre de una VIDA pecaminosa a otra divina, que lo ha convertido de enemigo en amigo suyo, lo cual es más que crear una nueva tierra. Este hecho habría de ser uno de los más fuertes acicates para afianzar al hombre totalmente en Dios y sería maravillosa la fuerza que tendría para inflamar al hombre con un amor grande (y) vigoroso de modo tal que renunciara por completo a sí mismo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 12.
En esta VIDA existen dos formas del saber relativo a la VIDA eterna. Una consiste en el hecho de que Dios mismo se lo diga al hombre o se lo anuncie por intermedio de un ángel o que se lo revele mediante una iluminación especial. Esto sucede raras veces y sólo a pocas personas. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 15.
Esta es la verdadera penitencia y ella proviene en especial y ‘lo más perfectamente de la digna Pasión de Nuestro Señor Jesucristo (sufrida) con perfecta penitencia. Cuanto más el hombre vaya formando su imagen dentro (de esta penitencia) tanto más se le quitarán todos los pecados y los castigos correspondientes. Además, el hombre debe adquirir, en todas sus obras, el hábito de formar su imagen dentro de la VIDA y actuación de Nuestro Señor Jesucristo, en todo su hacer y no hacer, en sus sufrimientos y su VIDA, y, al hacerlo, debe pensar siempre en Él, tal como Él ha pensado en nosotros. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.
La gente bien podrá sentirse presa del miedo y de la pusilanimidad frente al hecho de que la VIDA de Nuestro Señor Jesucristo y de los santos era muy rigurosa y penosa, mientras el hombre en este aspecto no es capaz de hacer gran cosa y tampoco se siente impulsado a hacerla. Por ende, cuando la gente se nota tan distinta en este aspecto, a menudo se considera muy apartada de Dios a quien – (según dicen) – no pueden seguir. ¡Que nadie haga esto! El hombre nunca (y) de ninguna manera debe considerarse alejado de Dios, ni a causa de un defecto, ni por una flaqueza, ni por ninguna otra cosa. Aun en el caso de que tus grandes pecados te desvíen alguna vez tanto que tú no te puedas considerar cerca de Dios, debes suponer, sin embargo, que Dios se halla cerca de ti. Porque el hecho de que el hombre aleje de sí a Dios implica un gran perjuicio; pues, aun cuando el hombre ambula a distancia o en la proximidad, Dios no se aleja nunca, siempre permanece cerca; y si no puede permanecer adentro, a lo sumo se aleja para permanecer delante de la puerta. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.
Que cada uno conserve su modo bueno, incluyendo en él todos los demás y que aprehenda en su modo todo el bien y todos los modos. (El) cambio del modo perturba la manera de ser y el ánimo. Lo que te puede dar determinado modo, lo puedes lograr también con otro, siempre y cuando sea bueno y elogiable y se refiera sólo a Dios. Por lo demás, no todos los hombres pueden seguir por un solo camino. Así sucede también con la imitación de la rigurosa VIDA de esos santos. Seguramente debes amar semejante modo de ser y te puede gustar, pero sin que tengas la obligación de imitarlo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.
El hombre que quiere y puede acercarse despreocupadamente a Nuestro Señor, en primer lugar debe averiguar si tiene la conciencia libre de todo reproche en cuanto al pecado. En segundo lugar, la voluntad del hombre ha de estar dirigida hacia Dios de manera que no pretenda ni apetezca nada que no sea Dios ni completamente divino, y que le disguste aquello que no es compatible con Dios. Justamente en este aspecto el hombre debe darse cuenta de lo alejado o cercano de Dios que se halla: depende de si posee mucho o poco de tal disposición. En tercer lugar, al hacerlo (=comulgar con frecuencia) ha de notarse en él que el amor del Sacramento y de Nuestro Señor va creciendo cada vez más y que la veneración temerosa no disminuye a causa de las frecuentes comuniones. Pues, aquello que a menudo es VIDA para determinada persona, para otra es mortal. Por ello debes fijarte en tu fuero íntimo (para ver) si crece tu amor hacia Dios y no se apaga tu veneración. Si haces así, cuanto más a menudo acudas al Sacramento, tanto mejor llegarás a ser y también dará un resultado tanto mejor y más útil. Y por eso, no permitas que te quiten a tu Dios con palabras o prédicas; porque, cuanto más, tanto mejor y más agradable a Dios. Pues Nuestro Señor tiene ganas de morar dentro del hombre y junto con él. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
En semejante (estado) el hombre nunca recibe el precioso Cuerpo de Nuestro Señor sin recibir al mismo tiempo una gracia extremadamente grande; y cuanto más a menudo (lo haga) tanto más beneficioso (será). Ah sí, el ser humano sería capaz de recibir el Cuerpo de Nuestro Señor con tal devoción y disposición de ánimo que él, estando destinado a llegar al coro más bajo de los ángeles, con recibirlo una sola vez sería elevado al segundo coro; ah sí, sería imaginable que lo recibieras con una devoción tal que te considerarían digno de (ingresar en) los coros octavo y noveno. Por ende, si dos hombres fueran iguales en toda su VIDA, mas uno de ellos hubiera recibido dignamente el Cuerpo de Nuestro Señor una vez más que el otro, entonces el (primer) hombre sería frente al segundo como un sol resplandeciente y obtendría una unión especial con Dios. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
El hombre debe acostumbrarse a no buscar ni desear lo suyo en nada sino que (ha de) encontrar y aprehender a Dios en todas las cosas. Porque Dios no otorga ningún don – y nunca lo otorgó- para que uno posea el don y descanse en él. Antes bien, todos los dones que Él otorgó alguna vez en el cielo y en la tierra, los dio solamente con la finalidad de poder dar un solo don: éste es Él mismo. Con todos esos dones sólo quiere prepararnos para (recibir) el don que es Él mismo; y todas las obras que Dios haya hecho alguna vez en el cielo y en la tierra, las hizo únicamente para poder hacer una sola obra, es decir, para que Él se haga feliz a fin de poder hacernos felices a nosotros. Por lo tanto digo: Debemos aprender a contemplar a Dios en todos los dones y obras, y no hemos de contentarnos con nada ni detenernos en nada. Para nosotros no existe en esta VIDA ningún detenerse en modo alguno de ser, y nunca lo hubo para hombre alguno por más lejos que hubiera llegado. Antes que nada, el hombre debe mantenerse orientado, en todo momento, hacia los dones divinos y (esto) cada vez de nuevo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.
El hombre que quiere emprender una VIDA u obra nuevas, debe dirigirse hacia su Dios, y solicitarle con gran fuerza y perfecta devoción que le disponga lo óptimo de todo y aquello que quiera más y que le resulte lo más digno, y que con ello no quiera ni pretenda lo suyo sino únicamente (hacer) la queridísima voluntad de Dios y nada más. Luego, cualquier cosa que Dios disponga para él, la aceptará inmediatamente de Dios y la considerará lo óptimo para sí mismo y se contentará con ella total y perfectamente. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
A lo cual he contestado: ¡Dios no es un destructor de ningún bien sino que es un cumplidor! Dios no es un destructor de la naturaleza sino que la perfecciona. La gracia tampoco destruye a la naturaleza sino que la perfecciona. Si Dios entonces, en un comienzo, destruyera así a la naturaleza, le haría violencia e injusticia; y esto no lo hace. El hombre tiene libre albedrío con el cual puede elegir entre el bien y el mal, y Dios le ofrece (para que elija) la muerte por la mala acción y la VIDA por la buena acción. El hombre ha de ser libre y señor de todas sus acciones, y no destruido ni obligado. (La) gracia no destruye a la naturaleza, sino que la perfecciona. La gloria no destruye a la gracia, sino que la perfecciona, porque la gloria es la gracia perfeccionada. No existe, pues, nada en Dios que destruya algo que en alguna forma tiene existencia; Él es, al contrario, quien perfecciona todas las cosas. Del mismo modo, nosotros tampoco hemos de destruir en nosotros ningún bien por pequeño que sea, ni un modo insignificante a causa de otro grande; sino que debemos perfeccionarlo al máximo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
Se hizo referencia, por ejemplo, a un hombre que debía reiniciar una VIDA nueva, y yo dije lo siguiente: que ese hombre debería llegar a ser un hombre que buscara a Dios en todas las cosas y que encontrase a Dios en todo momento y en todos los lugares y con toda clase de gente en cualquier modo. En este (empeño) se puede avanzar y crecer siempre, sin cesar, en un progreso que nunca llega a su fin. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 22.
Él da a cada cual aquello que es lo óptimo para él y le resulta adecuado. Cuando hay que cortar un saco para una persona, se debe hacer de acuerdo con sus medidas; y el (saco) que le queda bien a uno, a otro no le asienta para nada. A cada uno se le toma la medida según le queda bien. Así, Dios le da también a cada uno lo mejor de todo, según sabe que es lo más adecuado para él. En verdad, quien a este respecto confía completamente en Él, recibe y posee lo más exiguo lo mismo que si fuera lo máximo. Si Dios quisiera darme lo que dio a San Pablo, lo aceptaría gustosamente con tal de que Él lo deseara (así). Pero, como no me lo quiere dar – porque de acuerdo con su voluntad hay muy pocas personas que ya en esta VIDA llegan a tener semejante saber (como San Pablo) – si Dios, pues, no me lo da, lo amo exactamente lo mismo e igualmente le doy muchas gracias y estoy del todo contento, tanto cuando me lo niega como cuando me lo da; y con tal de que yo esté bien encaminado, me resulta suficiente lo mismo y aprecio tanto (lo que me niega) como si me lo diera. De veras, debería contentarme con la voluntad divina de modo tal que, con respecto a todas las cosas que quisiera obrar o dar, su voluntad habría de serme tan querida y cara que no me resultaría menos valiosa que en el caso de que me diera ese don a mí y obrara en mí ese (efecto). De este modo todos los dones y obras de Dios serían míos, y por más que todas las criaturas hicieran lo mejor o lo peor de que serían capaces con el fin de robármelos, no podrían hacerlo. ¿Cómo puedo entonces quejarme si los dones de todos los hombres son míos? De veras, me bastaría tan completamente lo que Dios me hiciera o diera o no diera, que yo no querría pagar un solo penique por llevar la mejor VIDA que podría imaginarme. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
En primer lugar debe saberse que el sabio y la sabiduría, el veraz y la verdad, el justo y la justicia, el bueno y la bondad, se miran mutuamente y se relacionan el uno con el otro de la siguiente manera: la bondad no fue creada ni hecha ni ha nacido; sin embargo, es parturienta y da a luz al bueno, y el bueno, en cuanto es bueno, no fue hecho ni creado y, no obstante, es niño nato e hijo de la bondad. La bondad engendra a sí misma y a todo cuanto es, en la persona del bueno: infunde en el bueno (el) ser, (el)saber, amar y obrar, todos juntos, y el bueno recibe todo su ser, saber, amar y obrar del corazón y fondo más íntimo de la bondad y solamente de ella. (El) bueno y (la) bondad no son sino una sola bondad, completamente unos en todo, a excepción de dar a luz (por una parte) y (por otra) nacer; de todos modos, el dar a luz por parte de la bondad y el nacer en el bueno, constituyen cabalmente un solo ser, una sola VIDA. Todo cuanto pertenece al bueno, lo recibe tanto de la bondad como en la bondad. Allí existe y vive y mora. Allí se conoce a sí mismo y a todo cuanto conoce, y ama a todo cuanto ama, y coopera con la bondad en la bondad, y la bondad (a su vez realiza) todas sus obras con él y dentro de él, como está escrito y lo dice el Hijo: «El Padre que permanece y mora en mí, hace las obras» (Juan 14, 10). «El Padre obra hasta ahora y yo obro» (Juan 5, 17). «Todo cuanto es del Padre, es mío, y todo cuanto es mío y de lo mío, es de mi Padre: (es) suyo cuando lo da y mío cuando lo tomo» (Juan 17, 10). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Además hay que saber que, cuando decimos «bueno», el nombre o la palabra no significan ni encierran ninguna otra cosa, ni más ni menos, que la mera y pura bondad; mas se trata de una auto-entrega. Si decimos «bueno», comprendemos que su bondad le fue dada, infusa, engendrada por la Bondad no nacida. De ahí que dice el Evangelio: «Así como el Padre tiene VIDA en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese VIDA en sí mismo» (Juan 5, 26). Él dice: «en sí mismo» y no «por sí mismo» ya que el Padre se la dio. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Además, hay que saber otra cosa igualmente consoladora para el hombre en todos sus infortunios. Resulta que el hombre justo y bueno con seguridad se alegra de la obra de la justicia incomparable e, incluso digo, inefablemente más de lo que para él, o hasta para el supremo de los ángeles, son el deleite y la alegría que sienten con respecto a su ser o VIDA naturales. Por ello, los santos entregaron también alegremente su VIDA por amor de la justicia. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Ahora digo yo: Si el hombre bueno y justo sufre un daño exterior y permanece inmutable con ecuanimidad y paz en el corazón, entonces es verdad lo que acabo de decir, (a saber), que al justo no lo entristece nada de todo cuanto le sucede. Si él, en cambio, se entristece a causa del daño exterior, de cierto, es sólo equitativo y justo que Dios haya permitido que se dañara a este hombre que pretendía ser justo y se imaginaba serlo mientras tales nonadas todavía podían afligirlo. Si se trata, pues, de la justicia divina, de veras, él no ha de afligirse, sino, al contrario, sentir una alegría mucho mayor de (la que le produce) su propia VIDA la que da mucha más alegría a todo hombre y que le resulta más valiosa que todo este mundo; pues ¿para qué le serviría al hombre todo este mundo si él no existiera? TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Un hombre bueno debe confiar en Dios, creerle y estar seguro y conocerlo bien, sabiendo que a Dios y a su bondad y amor les resulta imposible permitir que al hombre le sobrevenga algún sufrimiento o pena, a no ser que con ello (Dios) le quiera evitar al hombre una pena mayor o darle ya en esta tierra un consuelo más fuerte o lograr con esta (pena) y por ella una cosa mejor en la cual se evidenciaría más abarcadora y fuerte la gloria de Dios. Pero, sea como fuere: únicamente porque es la voluntad de Dios que así suceda, la voluntad del hombre bueno debe ser tan una y unida con la voluntad divina que el hombre quiera lo mismo que Dios, aun cuando sea en perjuicio suyo e incluso (implique) su condenación. Por ello, San Pablo deseaba ser apartado de Dios por amor de Dios y a causa de su voluntad y de su gloria (Cfr. Rom. 9,3). Pues, un hombre realmente perfecto debe, por habituación, haber muerto para sí mismo, haberse desnudado de su propia imagen en Dios y ser transformado, dentro de la voluntad de Dios, en tal imagen que toda su felicidad consiste en no saber nada de sí mismo y de todo lo demás sino conocer únicamente a Dios, y de no querer nada ni percatarse de ninguna voluntad que no sea la de Dios, aspirando a conocer a Dios tal como Dios me conoce a mí, según dice San Pablo (Cfr. 1 Cor. 13,12): Dios conoce a todo cuanto conoce, ama y quiere a todo cuanto ama y quiere, dentro de Él mismo, en su propia voluntad. Dice Nuestro Señor mismo: «Esta es la VIDA eterna conocer sólo a Dios» (Cfr. Juan 17,3). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, ¡observa qué VIDA maravillosa y deliciosa tiene tal hombre «en la tierra como en el cielo» en Dios mismo! El desasosiego se le hace sosiego y la pena le resulta igualmente una cosa querida, y además ¡nota que en todo esto hay un consuelo especial! pues, cuando poseo la gracia y la bondad de las cuales acabo de hablar, siento un consuelo y una alegría iguales (y) completas en todo momento y en todas las cosas: (pero), si no tengo nada de esto, he de carecer de ello por amor de Dios y de acuerdo con su voluntad. Si Dios me quiere dar lo que anhelo, lo tengo pues, y me deleito; si Dios, (en cambio), no me lo quiere dar, pues bien, acepto que me falte de acuerdo con la misma voluntad de Dios según la cual Él no quiere, y así tomo hallándome privado y sin tomar. Entonces ¿qué es lo que me falta? Y ciertamente, en el sentido más propio se toma a Dios hallándose privado y no tomando; pues, cuando el hombre toma, el don en sí mismo posee aquello que le produce al hombre alegría y consuelo. Pero cuando no toma, no tiene ni encuentra ni sabe nada de qué alegrarse, a no ser sólo Dios y su voluntad. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la VIDA eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la VIDA eterna (Cfr. Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Hay otro consuelo más: difícilmente se encontrará una persona a la cual no le guste tanto que alguien siga viviendo que no querría prescindir de un ojo o quedar ciego durante un año, con tal de que luego recupere la vista, pudiendo de esta manera salvar de la muerte a su amigo. Si, por consiguiente, un hombre durante un año quisiera prescindir de su ojo para salvar de la muerte a un hombre que de todos modos habrá de morir dentro de breves años, entonces debería prescindir (de alguna cosa) con razón y más gustosamente durante los diez o veinte o treinta años de VIDA que acaso le quedaran para lograr así su eterna salvación y contemplar por siempre jamás a Dios en su luz divina y en Dios a sí mismo y a todas las criaturas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Supondré otra cosa más: Has perdido mil marcos; en este caso no debes lamentarte por los mil marcos perdidos. Tienes que dar las gracias a Dios quien te diera los mil marcos que podías perder, y quien por ejercitarte en la virtud de la paciencia, permite que te ganes la VIDA eterna, lo cual no se concede a muchos miles de hombres. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, – así digo yo y ya lo dije anteriormente – que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él – en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu – es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y – si uno quiere llegar a conocerlo bien – ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la VIDA eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Más aún: Dios ama por amor de sí mismo y obra todas las cosas por amor de sí mismo, lo cual quiere decir que ama a causa del amor y obra a causa del obrar; pues, sin duda alguna, Dios nunca habría engendrado en la eternidad a su Hijo unigénito si el haber engendrado no fuera igual al engendrar. Por eso dicen los santos que el Hijo ha nacido tan eternamente que sigue naciendo sin cesar. Si el ser-creado no fuera (una y la misma cosa que) el crear, Dios tampoco habría creado jamás el mundo. Resulta pues, que Dios ha creado el mundo de manera tal que todavía lo sigue creando sin cesar. Todo lo pasado y todo lo venidero le resultan a Dios ajenos y distantes. Y por ende: quien nació de Dios (como) hijo de Dios, ama a Dios por amor de Él mismo, es decir, ama a Dios a causa del amar-a-Dios y obra todas sus obras a causa del obrar. Dios nunca se cansa del amar y obrar, y todo cuanto Él ama significa para Él un solo amor. Y por consiguiente es verdad que Dios es el Amor (1 Juan 4, 8, 16). De ahí que yo dijera arriba que el hombre bueno quiere y querría sufrir en todo momento por amor de Dios, y no haber-sufrido; mientras sufre, tiene todo lo que ama. Ama al sufrir-por-amor-de-Dios y sufre por Dios. Por ello y en ello es hijo de Dios, formado a semejanza de Dios y en Dios quien ama por amor de sí mismo, es decir, ama por el amor y obra por el obrar; y por lo tanto, Dios ama y obra sin cesar. Y el obrar de Dios es su naturaleza, su esencia, su VIDA, su bienaventuranza. Entonces en verdad: para el hijo de Dios, o sea un hombre bueno, en cuanto es hijo de Dios, el sufrir por amor de Dios y el obrar por amor de Dios constituyen su esencia, su VIDA, su obrar, su bienaventuranza, ya que dice Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren por la justicia» (Mateo 5, 10). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Además, hay que saber también que en la naturaleza la impresión y la influencia de la naturaleza suprema y más elevada, le resultan a cualquier persona más deliciosas y placenteras que su propia naturaleza y ser. El agua corre, por su propia naturaleza, hacia abajo, hacia el valle y en esto reside también su idiosincrasia. Mas, bajo la impresión e influencia de la luna arriba en el cielo, reniega y se olVIDA de su propia naturaleza y fluye cuesta arriba hacia lo alto y este flujo hacia arriba le resulta más fácil que el flujo hacia abajo. El hombre ha de saber si está bien encaminado por lo siguiente: si constituye para él un motivo de deleite y alegría dejar su voluntad natural y renegar de ella y desasirse por completo en cuanto a todo aquello que el hombre debe sufrir según la voluntad de Dios. Y a esto se refiere, en acertado sentido, Nuestro Señor cuando dijo: «Quien quiere llegar hacia mí, debe desasirse de sí y negarse a sí mismo y ha de levantar su cruz» (Mateo 16, 24), esto es: se ha de despojar y desasir de todo cuanto es cruz y sufrimiento. Pues seguramente, quien se hubiera negado a sí mismo y hubiera abandonado del todo su propio yo, a éste nada le resultaría ni cruz ni pena ni sufrimiento; todo constituiría para él un deleite, una alegría, un placer entrañable, y este (hombre) acudiría a Dios y lo seguiría de veras. Pues, así como nada puede entristecer ni apenar a Dios, tampoco existe cosa alguna que pueda preocupar o apenar a semejante hombre. Por consiguiente, cuando dice Nuestro Señor: «Quien quiere llegar hacia mí, niéguese a sí mismo y levante su cruz y sígame», no se trata tan sólo de un mandamiento, como se dice y cree comúnmente; antes bien, es una promesa y una enseñanza divina relativa a cómo, para el hombre, todo su sufrimiento, toda su actuación, toda su VIDA, llegan a ser deliciosas y alegres, y antes que un mandamiento es una recompensa. Porque un hombre de tal carácter posee todo cuanto quiere y no quiere nada malo y ésta es (la) bienaventuranza. También por eso dice bien Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren ‘por la justicia» (Mateo 5, 10). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En este contexto digo además: Es señal de un corazón débil cuando un hombre se alegra o se apena por las cosas perecederas de este mundo. Si uno, en algún momento, lo observara en sí, debería avergonzarse de todo corazón ante Dios y sus ángeles y los hombres. Si nos avergonzamos tanto de un defecto en la cara que la gente ve exteriormente. ¿Qué más puedo decir? Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento así como los de los santos y también de los paganos abundan (en ejemplos) de cómo las personas piadosas por amor de Dios y también por virtud natural, entregaban su VIDA y se negaban de buena voluntad a sí mismos. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Una es ésta: Un hombre bueno (y) de Dios, en verdad debería avergonzarse fuerte y profundamente de que en algún momento lo perturbara el sufrimiento, mientras vemos que el mercader para obtener una pequeña ganancia, e incluso al azar, recorre a menudo caminos fatigosos (pasando por) montañas y valles, desiertos y mares donde su VIDA y sus bienes están amenazados por los bandidos (y) asesinos, y él soporta grandes privaciones en cuanto a comida y bebida y sueño junto con otras molestias y, sin embargo, lo olVIDA todo de buen grado y voluntariamente en aras de un provecho muy pequeño e incierto. Un caballero arriesga en un combate sus bienes, su VIDA y su alma por la honra perecedera y poco duradera y ¡a nosotros nos parece una enormidad que suframos un poco por Dios (y por) la eterna bienaventuranza! TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
El hombre exterior, éste es el hombre hostil y malo que sembraba y arrojaba encima la cizaña (Cfr. Mateo 13, 24 ss.). De él dice San Pablo: Encuentro en mí una cosa que me estorba y que está en contra de lo que manda Dios y de lo que aconseja Dios y de lo que ha hablado Dios y todavía sigue hablando en lo más elevado, o sea, en el fondo de mi alma (Cfr. Romanos 7, 23). Y en otra parte dice lamentándose: «¡Oh, desdichado de mí! ¿Quién me librará de esta carne y de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7, 24). Y en otra parte vuelve a decir que el espíritu del hombre y su carne siempre se hacen la guerra. La carne aconseja (entregarse a) vicios y malicias; el espíritu aconseja (que se tenga) amor de Dios, alegría, paz y toda virtud (Cfr. Gal. 5, 17 ss.). Quien le obedece al espíritu y vive de acuerdo con su consejo, a éste le pertenece la VIDA eterna (Cfr. Galat. 6, 8). El hombre interior es aquel de quien dice Nuestro Señor que «un hombre noble marchó a un país lejano para conquistarse un reino». Éste es el árbol bueno del cual dice Nuestro Señor que siempre da frutos buenos y nunca malos, porque quiere (la) bondad y se inclina hacia (la) bondad tal como flota (concentrada) en sí misma sin hallarse afectada por esto o aquello. El hombre exterior es el árbol malo que nunca es capaz de dar frutos buenos (Mateo 7, 18). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
La característica del sexto grado consiste en que el hombre, luego de haber sido desnudado de su propia imagen, ha sido transformado en la imagen de la eternidad divina y ha logrado un olvido totalmente perfecto de la VIDA perecedera y temporal, y ha sido atraído por una imagen divina transformándose en ella, y (así) ha llegado a ser hijo de Dios. Más allá de esto no existe grado más sublime y allí hay tranquilidad y bienaventuranza eternas, porque la meta final del hombre interior y del hombre nuevo es: la VIDA eterna. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
En latín, «hombre» en el sentido propio de la palabra, significa en una acepción aquel que con todo cuanto es y cuanto le pertenece, se humilla y se somete completamente ante Dios, y con la vista levantada hacia arriba, mira a Dios (y) no a lo suyo de lo cual sabe que está detrás y por debajo de él y a su lado. Esta es la humildad completa y verdadera; este (su) nombre le proviene de la tierra. De ello ya no quiero hablar más. Cuando se dice «hombre», esta palabra significa también algo que está por encima de la naturaleza, del tiempo y de todo cuanto se halla dirigido hacia el tiempo o tiene sabor a él; y lo mismo digo también con referencia al espacio y a la corporeidad. Además, este «hombre» en cierto modo no tiene ninguna cosa en común con nada, quiere decir, que no está moldeado ni igualado según este ejemplo o aquél, y que no sabe nada de nada, de modo que en ninguna parte de él no se pueda hallar ni percibir nada de nada y que la nada se le haya quitado tan completamente que se encuentran (en él) únicamente la VIDA, la esencia, la verdad y la bondad puras. Quien tiene tal carácter, es un «hombre noble», por cierto, no es ni más ni menos. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Quiero referirme aún en detalle a otro significado de lo que es el «hombre noble». Digo: Cuando el hombre, o sea el alma, el espíritu, contempla a Dios, entonces se concibe y se conoce también como cognoscitivo, es decir, él conoce que contempla y conoce a Dios. Ahora bien, algunas personas se han imaginado – y parece muy plausible – que la flor y el núcleo de la bienaventuranza residen en (ese) conocimiento donde el espíritu conoce el hecho de conocer a Dios; pues, si yo tuviera todo el gozo imaginable sin saber que lo tenía ¿para qué me serviría y qué gozo sería para mí? Pero yo digo con toda certeza que no es así. Unicamente es verdad que el alma sin esto probablemente no sería bienaventurada, pero la bienaventuranza no reside en ello; pues lo primero en que reside la bienaventuranza es el hecho de que el alma contemple a Dios desnudo. Ahí recibe todo su ser y VIDA y saca todo cuanto es, del fondo divino y no sabe nada ni del saber ni del amor ni de cualquier otra cosa. Ella se sosiega entera y exclusivamente en el ser de Dios, no sabe de nada que no sea el ser y Dios. Mas, cuando sabe y conoce que contempla, conoce y ama a Dios, este hecho constituye según el orden natural un éxodo y un retorno con respecto a lo primero, porque nadie se conoce como blanco fuera de quien es realmente blanco. Por lo tanto, quien se reconoce Como blanco, se basa en el ser-blanco y construye sobre él y no saca su conocimiento inmediatamente y antes de saber el color del mismo, sino que saca el conocimiento y el saber del color de aquello que en este momento es blanco, y no toma el conocimiento exclusivamente del color en sí, antes bien, toma el conocimiento y el saber de lo teñido o de lo blanco y se conoce a sí mismo como blanco. Lo blanco es algo muy inferior y mucho más externo que el ser-blanco (o sea, la blancura). Una cosa es la pared y muy otra el fundamento sobre la cual se halla construida la pared. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
De la misma manera, digo yo, que el hombre noble toma y saca su ser, su VIDA y su felicidad enteras exclusivamente de Dios, junto a Dios y en Dios, (y) no las recibe del conocimiento, de la contemplación o del amor de Dios o de otras cosas por el estilo. Por eso dice Nuestro Señor con entrañable acierto que ésta es la VIDA eterna: conocer solamente a Dios como el único Dios verdadero (Juan 17, 3), mas no: conocer que se conoce a Dios. ¿Cómo podría ser también que el hombre que no se conoce a sí mismo, se conozca como el que conoce a Dios? Pues, por cierto, el hombre en absoluto se conoce a sí mismo y a otras cosas, (mas) eso sí, cuando llega a bienaventurado y es bienaventurado en la raíz y en el fondo de la bienaventuranza, conoce sólo a Dios. Pero cuando el alma conoce el hecho de conocer a Dios, adquiere (al mismo tiempo) el conocimiento de Dios y de sí misma. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
¡Prestad atención, pues, todas las personas sensatas! Nadie está más animado que aquel que se mantiene en el mayor desasimiento. Nunca puede haber consuelo corpóreo y terrestre sin perjuicio espiritual, «porque la carne tiene deseos contrarios contra el espíritu y el espíritu contra la carne» (Gal. 5, 17). Por ende, quien siembra un amor desordenado en la carne (Cfr. Gal. 6, 8) cosecha la muerte eterna; y quien siembra en el espíritu un amor como corresponde, cosecha del espíritu la VIDA eterna. Por lo tanto, cuanto más rápido el hombre huya de lo creado, tanto más rápido correrá a su encuentro el Creador. ¡En este punto, prestad atención, todas las personas sensatas! Como el placer que podríamos sentir ante la apariencia corpórea de Cristo le pone trabas a nuestra susceptibilidad frente al Espíritu Santo, ¡cuánto mayores serán las trabas que nos pone frente a Dios el placer desordenado con el que anhelamos perecederos consuelos! por eso, el desasimiento es lo mejor de todo, ya que purifica el alma y acendra la conciencia e inflama el corazón y despierta el espíritu y agiliza el ansia y conoce a Dios y aparta a la criatura y se une con Dios. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Pues bien, ahora prestad mucha atención a esta palabra: necesariamente debía ser que era virgen esa persona que recibió a Jesús. Virgen equivale a decir una persona libre de todas las imágenes ajenas, tan libre como era cuando aún no existía. Mirad, ahora podría preguntarse cómo un ser humano nació y se crió hasta llegar a la VIDA racional, cómo ese hombre, (digo), puede ser tan libre de todas las imágenes como era cuando aún no existía, y, sin embargo, sabe muchas cosas que todas son imágenes; entonces, ¿cómo puede ser libre? Ahora bien, fijaos en la diferencia que os enseñaré. Si yo tuviera la razón tan abarcadora que todas las imágenes absorbidas desde siempre por toda la gente, y (además) las contenidas en Dios mismo, se hallaran dentro de mi razonamiento, pero si yo fuera tan libre de todo apego al yo que no hubiera aprehendido como propiedad mía ninguna de ellas, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, ni con el «antes» ni con el «después», y que yo, antes bien, en ese instante presente me hallara libre y desasido según la queridísima voluntad divina, y (dispuesto) a cumplirla sin cesar, entonces, en verdad, yo sería virgen sin que me estorbase ninguna imagen, y esto tan seguramente como lo era cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN II 3
¡Mirad, ahora prestad atención! Esta «villeta» en el alma, de la cual hablo y en la que pienso, es tan una y simple (y) por encima de todo modo (de ser) que esta noble potencia de la que he hablado, no es digna de mirar jamás en el interior de esa «villeta», aunque fuera una sola vez, por un instante, y la otra potencia, de la cual he hablado, donde Dios fosforece y arde con toda su riqueza y todo su deleite, tampoco se atreve nunca a mirar allí adentro; tan completamente una y simple es esa villeta, y ese Uno único se halla tan por encima de todos los modos y potencias, que nunca jamás pueden echarle un vistazo una potencia y un modo y ni siquiera el mismo Dios. ¡Digo con plena verdad y juro por la VIDA de Dios!: Dios mismo nunca mirará ahí adentro ni por un solo momento y nunca lo ha hecho en cuanto existe al modo y en la cualidad de sus personas. Esto es fácil de comprender, pues ese Uno único carece de modo y cualidad. Y por eso: si Dios alguna vez ha de mirar adentro, debe ser a costa de todos sus nombres divinos y de su cualidad personal; todo esto lo tiene que dejar afuera si alguna vez ha de mirar adentro. Antes bien, en cuanto Él es un Uno simple, sin ningún modo ni cualidad, en tanto no es, en este sentido, ni Padre ni Hijo ni Espíritu Santo y, sin embargo, es un algo que no es ni esto ni aquello. SERMONES: SERMÓN II 3
Pues bien, Pedro dice: «Ahora conozco verdaderamente». ¿Por qué se conoce verdaderamente en este caso? Porque se trata de una luz divina que no engaña a nadie. En segundo lugar, porque ahí se conoce desnuda y puramente sin que haya ninguna cosa encubridora. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso» (1 Timoteo 6, 16). Dicen los maestros: La sabiduría que aprendemos acá, nos habrá de subsistir allá. Mas Pablo dice que desaparecerá (1 Cor. 13, 8). Afirma un maestro que el conocimiento puro, aun aquí, en esta VIDA, encierra en sí un placer tan grande, que el placer de todas las cosas creadas sería de veras como nada en comparación con el placer que abarca el conocimiento puro. Sin embargo, por noble que sea, no es sino una «casualidad»; y tan pequeña como es una palabrita comparada con todo el mundo, así de pequeña es toda la sabiduría que podemos aprender en esta tierra frente a la verdad desnuda (y) pura. Por eso dice Pablo que perecerá. Aun perdurando, se convierte de veras en una tonta y (es) como si no fuera nada frente a la verdad desnuda que allá se conoce. La tercera (razón) de por qué allá se conoce de verdad, reside en el siguiente hecho: las cosas que acá se ven sometidas al cambio, allá se las conoce como inmutables y se las aprehende allá como son totalmente indivisas y cercanas unas a otras; porque aquello que acá está lejos, allá está cerca, pues allá todas las cosas se hallan presentes. Lo que ha de suceder al primer día y al Día del Juicio, allá está presente. SERMONES: SERMÓN III 3
Dije alguna vez: Aquello que en sentido propio puede expresarse mediante palabras, debe salir de adentro y moverse por la forma interior y no ha de entrar desde fuera: al contrario, debe salir desde dentro. Ello vive por excelencia en lo más íntimo del alma. Allí tienes presentes a todas las cosas y ellas viven y buscan en el fuero íntimo, hallándose allí en lo óptimo y lo más elevado. ¿Por qué no notas nada de ello? Porque ahí no estás en tu casa. Cuanto más noble es una cosa, tanto más universal es. Los sentidos los tengo en común con los animales, y la VIDA con los árboles. El ser me resulta todavía más íntimo, lo tengo en común con todas las criaturas. El cielo es más abarcador que todo cuanto está por debajo de él; por eso es también más noble. Cuanto más nobles son las cosas, tanto más abarcadoras y universales son. El amor es noble por ser universal. SERMONES: SERMÓN IV 3
La tercera parte (de nuestro texto) habla «del Padre de las luces». Por la palabra «Padre» se entiende la filiación, y la palabra «Padre» indica una generación pura y equivale a (decir): una VIDA de todas las cosas. El Padre engendra a su Hijo en el conocimiento eterno, y exactamente de la misma manera el Padre engendra a su Hijo en el alma como en su propia naturaleza y lo engendra para que pertenezca al alma, y su ser depende de que – gústele o no – engendre a su Hijo en el alma. Alguna vez me preguntaron ¿qué era lo que hacía el Padre en el cielo? Entonces dije: Engendra a su Hijo y esta actiVIDAd le resulta tan placentera y le gusta tanto que no hace nunca otra cosa que engendrar a su Hijo, y los dos hacen florecer de sí al Espíritu Santo. Donde el Padre engendra dentro de mí a su Hijo, allí soy el mismo Hijo y no otro; es cierto que somos diferentes en el ser-hombre, más allí soy el mismo Hijo y no otro. «Donde somos hijos, somos todos legítimos» (Roman. 8, 17). Quien conoce la verdad sabe bien que la palabra «Padre» contiene la generación pura y el tener hijos. Por ello somos hijo en este aspecto y somos el mismo Hijo. SERMONES: SERMÓN IV 3
Luego, «vivimos en Él» con Él. No hay nada que se apetezca tanto como la VIDA. ¿Qué es mi VIDA? Lo que, desde dentro es movido por sí mismo. Aquello que es movido desde fuera, no vive. Si vivimos, pues, con Él, debemos cooperar también con Él desde dentro, de modo que no obremos desde fuera, sino que hemos de ser movidos por aquello que nos hace vivir, es decir: por Él. (Mas) podemos y debemos obrar desde dentro con lo nuestro propio. Si hemos de vivir, pues, en Él y por Él, Él debe pertenecernos y nosotros tenemos que obrar con lo nuestro propio. Así como Dios obra todas las cosas con lo suyo y por sí mismo, así debemos obrar también con lo nuestro que es Él dentro de nosotros. Él nos pertenece completamente y en Él todas las cosas nos pertenecen. Todo cuanto poseen todos los ángeles y todos los santos y Nuestra Señora, lo poseo yo en Él y no me resulta más extraño ni más alejado que lo que tengo yo mismo. En Él poseo todas las cosas de igual manera; y si hemos de llegar a esta posesión (de modo) que todas las cosas nos pertenezcan, debemos aprehenderlo de igual manera en todas las cosas, en una no más que en otra, porque Él es igual en todas las cosas. SERMONES: SERMÓN IV 3
Por ello dice la palabrita que os he citado: «Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo»; esto no lo debéis interpretar con miras al mundo exterior, cómo comía y bebía con nosotros; tenéis que comprenderlo con respecto al mundo interior. Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios. Ahí vivo de lo mío, así como Dios vive de lo suyo. Para quien mirara alguna vez en este fondo, aunque fuera por un solo instante, para ese hombre mil marcos de oro amarillo amonedado valdrían lo mismo que un maravedí falso. Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, (es decir), desde fuera, realmente andarás mal. Pueden aceptarte tal cual, pero no es lo mejor. Pues de veras, quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que (cuando se halla) cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo. Pero quien busca a Dios sin modo lo aprehende tal como es en sí mismo; y semejante persona vive con el Hijo y Él es la VIDA misma. Si alguien durante mil años preguntara a la VIDA: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la VIDA vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su propio fondo: «¿Por qué obras tus obras?»… él, si contestara bien, no diría sino: «Obro porque obro». SERMONES: SERMÓN IV 3
A los ángeles y a los santos hay que darles alegría. ¡Oh, maravilla superior a todas las maravillas! ¿Es posible que un ser humano en esta VIDA les dé alegría a quienes se hallan en la VIDA eterna? ¡Sí, es cierto! Todo santo siente mucha e inefable alegría por cualquier obra buena; por una voluntad o una aspiración buenas sienten tamaña alegría que no hay boca capaz de pronunciar ni corazón capaz de pensar lo grande que es la alegría que esto les da. ¿Por qué será así? Porque aman a Dios sobremanera, y su amor es tan verdadero que prefieren la honra (de Dios) a la bienaventuranza de ellos. Y esto les da tanto placer no sólo a los santos y a los ángeles, sino también a Dios mismo, tal como si fuera la bienaventuranza de Él, y su ser y su contento y su deleite dependen de ello. ¡Pues bien, ahora prestad atención! Si quisiéramos servir a Dios por ninguna otra causa que por la gran alegría que sienten quienes están en la VIDA eterna, y Dios mismo, podríamos hacerlo con gusto y con todo empeño posible. SERMONES: SERMÓN VI 3
«Los justos vivirán.» Por entre todas las cosas no hay nada tan querido y tan apetecible como la VIDA. Y, por otra parte, no hay ninguna VIDA tan mala ni onerosa que el hombre, pese a todo, no quiera vivir. Dice un escrito: Cuanto más cerca se halla una cosa de la muerte, tanto más apenada está. No importa lo mala que sea la VIDA, quiere vivir, no obstante. ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? Para que vivas. ¿Por qué apeteces bienes u honores? Lo sabes muy bien. Pero ¿por qué vives? Por la VIDA y, sin embargo, no sabes por qué vives. La VIDA en sí es tan apetecible que uno la apetece a causa de ella misma. Quienes están en el infierno, (sufriendo) la pena eterna, no quisieran perder su VIDA, ni los diablos ni las almas, porque su VIDA es tan noble que fluye de Dios al alma sin mediador alguno. Como fluye tan inmediatamente de Dios, por eso quieren vivir. ¿Qué es la VIDA? El ser de Dios es mi VIDA. Entonces, si mi VIDA es el ser de Dios, el ser de Dios ha de ser mío y la esencia primigenia de Dios mi esencia primigenia, ni más ni menos. SERMONES: SERMÓN VI 3
El Padre engendra a su Hijo en la eternidad como igual a sí mismo. «El Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo»: era lo mismo en la misma naturaleza. Digo además: Lo ha engendrado en mi alma. Ella no sólo está con Él y Él con ella como iguales, sino que se halla dentro de ella, y el Padre engendra a su Hijo dentro del alma de la misma manera que lo engendra en la eternidad, y no de otro modo. Tiene que hacerlo, le agrade o le disguste. El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me engendra a mí como su hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía: Me engendra no sólo como su hijo; me engendra a mí como (si yo fuera) Él, y a sí como (si fuera) yo, y a mí como su ser y su naturaleza. En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una sola VIDA y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es uno; por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre carnal no es mi padre propiamente dicho, sino (que lo es) solamente con un pequeño pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él; él puede estar muerto y yo (puedo) vivir. Por eso, el Padre celestial es de veras mi Padre, porque soy su hijo y tengo de Él todo cuanto poseo, y soy el mismo hijo y no otro. Como el Padre no hace sino una sola obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin ninguna diferencia. SERMONES: SERMÓN VI 3
El Padre engendra a su Hijo sin cesar. Cuando el Hijo ha nacido, (ya) no toma nada del Padre porque lo tiene todo; pero cuando nace, toma del Padre. Con miras a ello, tampoco debemos desear nada de Dios como si fuera un extraño. Nuestro Señor dijo a sus discípulos: «No os he llamado siervos sino amigos» (Cfr. Juan 15, 14 ss.). Quien pide algo de otro es «siervo» y quien paga es «señor». El otro día reflexioné sobre si quería tomar o pedir alguna cosa de Dios. Lo pensaré dos veces, pues si aceptara algo de Dios, me hallaría por debajo de Él como un «siervo» y Él, al dar, (sería) un «señor». (Pero) así no ha de ser con nosotros en la VIDA eterna. SERMONES: SERMÓN VI 3
Dije una vez en este mismo lugar y sigue siendo verdad: Cuando el hombre atrae o toma algo (que se halla) fuera de él, procede mal. Uno no debe tomar ni mirar a Dios como (si estuviera) fuera de uno mismo, sino (que lo debe tomar y ver) como propiedad y como algo que se halla dentro de mí; además, no se ha de servir ni obrar a causa de ningún porqué, ni por la gloria de Dios ni por el propio (honor), ni por cosa alguna que se halle fuera de uno, sino únicamente a causa de lo que son el propio ser y la propia VIDA dentro de uno. Algunas personas bobas opinan que deberían ver a Dios como si estuviera allá y ellas acá. No es así, Dios y yo somos uno. Mediante el conocimiento acojo a Dios dentro de mí; (y) mediante el amor me adentro en Dios. Hay quienes dicen que la bienaventuranza no depende del conocimiento sino solamente de la voluntad. Se equivocan; pues, si dependiera únicamente de la voluntad no sería una sola cosa. (Mas) el obrar y el devenir son una sola cosa. Cuando el carpintero no opera, tampoco se hace la casa. Donde descansa el hacha, descansa también el devenir. Dios y yo somos uno en semejante obrar; Él obra y yo llego a ser. El fuego transforma en sí cuanto se le agrega, y (esto) se convierte en su naturaleza (del fuego). No es la leña la que transforma en sí el fuego, sino que el fuego transforma en sí la leña. Así también seremos transformados en Dios para que lo conozcamos tal como es (Cfr. 1 Juan 3, 2). Dice San Pablo: Así conoceremos: yo (lo conoceré) exactamente lo mismo que de Él soy conocido, ni más ni menos, simplemente igual (Cfr. 1 Cor. 13, 12). «Los justos vivirán eternamente y su recompensa está con Dios» exactamente igual. SERMONES: SERMÓN VI 3
Ahora bien, se dice que «murieron». Esto de que «murieron» significa en primer término que se acaba cualquier cosa sufrida en este mundo y en esta VIDA. Dice San Agustín: Toda pena y cualquier obra trabajosa se acaban, pero es eterna la recompensa que Dios da por ellas. En segundo lugar, (significa) que debemos tener presente que esta VIDA entera es mortal de modo que no hemos de temer todas las penas y trabajos que nos puedan sobrevenir, pues se acabarán. En tercer lugar, que debemos comportarnos como si estuviéramos muertos de modo que no nos afecte ni lo agradable ni lo penoso. Dice un maestro: Nada es capaz de tocar al cielo, y esto quiere decir que es un hombre celestial aquel para quien todas las cosas no valen tanto que puedan afectarlo. Dice un maestro: Como todas las criaturas son tan ruines, ¿a qué se debe que pueden apartar al hombre tan fácilmente de Dios; y eso que el alma en su parte menos valiosa es más preciosa que el cielo y todas las criaturas? Él dice: Se debe a que aprecia poco a Dios. Si el hombre apreciara a Dios como debería hacerlo, sería casi imposible que cayera alguna vez. Y es una enseñanza buena (según la cual) el hombre debe comportarse en este mundo como si estuviera muerto. Dice San Gregorio que nadie puede poseer a Dios en grado considerable si no está muerto hasta el fondo para este mundo. SERMONES: SERMÓN VIII 3
La cuarta enseñanza es la mejor de todas. Dice que «murieron». La muerte, (sin embargo), les otorga un ser. Afirma un maestro: La naturaleza nunca destruye nada a no ser que dé algo mejor. Cuando el aire se convierte en fuego, entonces es algo mejor; mas, cuando el aire se convierte en agua, es una destrucción y un error. Si (incluso) la naturaleza actúa así, cuánto más lo hace Dios: nunca destruye sin dar algo mejor. Los mártires están muertos y perdieron una VIDA (pero, en cambio) recibieron un ser. Dice un maestro que lo más noble son (el) ser y (la) VIDA y (el) conocimiento. (El) conocimiento es más sublime que (la) VIDA o (el) ser, pues en el hecho de conocer posee a la vez (la) VIDA y (el) ser. Mas luego, (la) VIDA es más noble que (el) ser o (el) conocer, como en el caso del árbol que vive, mientras la piedra (sólo) tiene el ser. Pero, si por otra parte, concebimos al ser como puro y acendrado, tal como es en sí mismo, entonces el ser es más sublime que (el) conocimiento o (la) VIDA. Han perdido una VIDA y encontrado un ser. Dice un maestro que nada se asemeja tanto a Dios como (el) ser; (una cosa), en cuanto tiene ser, en tanto se asemeja a Dios. Dice un maestro: (El) ser es tan puro y tan elevado que todo cuanto es Dios, es ser. Dios no reconoce nada fuera del ser, no sabe nada fuera de su ser, (el) ser es su anillo. Dios no ama nada fuera de su ser, no piensa en nada fuera de su ser. Yo digo: Todas las criaturas son un solo ser. Dice un maestro que ciertas criaturas se hallan tan cerca de Dios y poseen tanta luz divina impresa en ellas, que dan (el) ser a otras criaturas. Esto no es verdad, porque (el) ser es tan elevado y tan puro y tan afín a Dios, que nadie puede dar (el) ser sino sólo Dios en sí mismo. La esencia más propia de Dios es (el) ser. Dice un maestro: Una criatura bien puede darle VIDA a otra. Justamente por eso, todo cuanto es de alguna manera, está fundamentado tan sólo en (el) ser. Ser es un nombre primigenio. Todo cuanto es defectuoso, es un abandono del ser. Nuestra VIDA entera debería ser un ser. Nuestra VIDA, en cuanto es un ser, en tanto está en Dios. Nuestra VIDA es afín a Dios en la medida en que está recogida en (el) ser. Por mezquina que sea nuestra VIDA, si se la aprehende en cuanto es ser, es más noble que cualquier cosa que alguna vez haya logrado vivir. Estoy seguro de que si un alma conociera lo más insignificante que tiene ser, nunca más le daría la espalda por un solo momento. Lo más pobre que se conociera dentro de Dios – aunque se conociera sólo una flor tal como tiene su ser en Dios – sería más noble que todo el mundo. Lo más insignificante que se halla en Dios, en cuanto es un ser, es mejor que un ángel si alguien lo llegara a conocer. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Si el ángel se dirigiera hacia las criaturas para conocerlas, se haría de noche. Dice San Agustín:Cuando los ángeles llegan a conocer a las criaturas sin Dios, hay un crepúsculo vespertino, pero cuando llegan a conocer a las criaturas en Dios, hay un crepúsculo matutinal. Si conocen a Dios como Él es ser, puramente en sí mismo, esto es el mediodía reluciente. Yo digo: El hombre debería comprender y conocer lo noble que es el ser. No hay criatura tan insignificante que no apetezca el ser. Las orugas, cuando caen de los árboles, suben penosamente por una pared para conservar su ser. ¡Tan noble es el ser! Alabamos la muerte sufrida junto a Dios para que Él nos traslade a un ser mejor que la VIDA: un ser en el cual vive nuestra VIDA, ahí donde nuestra VIDA se convierte en ser. El hombre debe entregarse a la muerte de buen grado y morir para obtener un ser mejor. SERMONES: SERMÓN VIII 3
A veces digo que un leño es superior al oro; esto es muy sorprendente. Una piedra en cuanto tiene ser, es más noble que Dios y su divinidad sin ser, puesto el caso de que se le pueda quitar (el) ser. Ha de ser una VIDA muy vigorosa aquella en que las cosas muertas cobran VIDA (y) en la cual aun la muerte llega a ser VIDA. Para Dios no muere nada: todas las cosas viven en Él. «Están muertos» dice la Escritura con respecto a los mártires y se hallan trasladados a una VIDA eterna, aquella VIDA donde la VIDA es ser. Debemos estar muertos a fondo, de modo que no nos afecten ni lo agradable ni lo penoso. Cuanto hay que conocer debe conocerse en su causa. Nunca podemos conocer una cosa como es verdaderamente en sí misma, si no la conocemos en su causa. Jamás puede ser (un) conocimiento (verdadero) aquel que no conozca una cosa en su causa evidente. Así también, la VIDA nunca puede ser acabada, a no ser que se la refiera a su causa evidente, ahí donde la VIDA es un ser que el alma recibirá cuando muera hasta el fondo para que vivamos en la VIDA donde (la) VIDA es ser. Aquello que nos impide perseverar en esta (disposición), lo señala un maestro diciendo: Se debe al hecho de que toquemos (el) tiempo. Todo cuanto toca (el) tiempo, es mortal. Dice un maestro: El curso del cielo es eterno; es bien cierto que el tiempo proviene de él, (pero) esto sucede por una desviación. (Mas), en su curso es eterno; no sabe nada del tiempo y esto implica que el alma ha de ser puesta en un ser puro. El segundo (impedimento) se da cuando algo contiene en sí su contrario. ¿Qué es (un) contrario? Lo agradable y lo penoso, lo blanco y lo negro, constituyen contrarios y éstos no permanecen en (el) ser. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Dice un maestro: El alma ha sido dada al cuerpo para su purificación. El alma, cuando se halla separada del cuerpo, no tiene ni entendimiento ni voluntad: es una sola cosa, no sería capaz de reunir suficiente fuerza para volverse hacia Dios; los posee (el entendimiento y la voluntad), es cierto,’ en su fondo, por cuanto éste es su raíz, pero no en su actuación. El alma es purificada en el cuerpo para que reúna lo que está disperso y llevado afuera. Si aquello que los cinco sentidos llevan afuera, entra de nuevo en el alma, ésta tiene una fuerza en la cual todo se vuelve uno. Por otra parte, ella (el alma) es purificada en el ejercicio de las virtudes; esto sucede cuando el alma trepa a una VIDA que está unificada. La pureza del alma consiste en que fue purificada de una VIDA dividida y entra en una VIDA unificada. Todo cuanto está dividido en las cosas inferiores, es unido cuando el alma trepa a una VIDA en la cual no existe contrario. Cuando el alma llega a la luz del entendimiento, no sabe nada del contrario. Aquello que se desprende de esta luz, cae en la mortalidad y muere. En tercer lugar, la pureza del alma reside en que no está inclinada hacia ninguna cosa. Aquello que se inclina hacia otra cosa, cualquiera que sea, muere y no puede perdurar. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Rogamos a Dios, Nuestro querido Señor, que nos ayude (a pasar) de una VIDA dividida a una VIDA unificada. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén. SERMONES: SERMÓN VIII 3
Ahora bien, va por muy buen camino el hombre que lleva una VIDA virtuosa, pues – según dije hace ocho días – las virtudes se hallan en el corazón de Dios. Quien vive y obra virtuosamente, (este hombre) va por buen camino. Quien no busca nada de lo suyo en ninguna cosa, ni en Dios ni en las criaturas, éste permanece en Dios y Dios permanece en él. A semejante hombre le resulta placentero dejar y despreciar todas las cosas y le da placer realizar todas las cosas con miras a la máxima perfección de ellas. Dice San Juan: «Deus caritas est», «Dios es amor» y el amor es Dios;«y quien vive en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Juan 4, 16). Quien permanece en Dios, se ha instalado en buena vivienda y es heredero de Dios, y en quien permanece Dios, tiene consigo dignos convecinos. Ahora bien, dice un maestro que Dios le da al alma un don por el cual el alma es moVIDA hacia las cosas interiores. Dice un maestro que el alma es tocada, inmediatamente, por el Espíritu Santo, pues con el amor con el que Dios se ama a sí mismo, con este amor me ama a mí y el alma ama a Dios con el mismo amor con que Él se ama a sí mismo; y si no existiera este amor con el cual Dios ama al alma, tampoco existiría el Espíritu Santo. Se trata de un ardor y un florecimiento hacia fuera del Espíritu Santo mediante los cuales el alma ama a Dios. SERMONES: SERMÓN X 3
Dan motivo para lamentarse ciertas personas que se imaginan haber llegado a un punto muy alto y estar muy unidos con Dios y, sin embargo, todavía no se han desasido en absoluto y aún se aferran a nonadas en (el) amor y en (la) pena. Están muy alejados de lo que se imaginan (ser). Ambicionan muchas cosas y pretenden otro tanto. Alguna vez dije yo: Quien busca (la) nada ¿a quién puede quejarse por haber encontrado (la) nada? Si encontró lo que buscaba. Quien busca o ambiciona una cosa cualquiera, busca y ambiciona (la) nada, y quien pide una cosa cualquiera recibe (la) nada. Pero quien no busca ni ambiciona nada fuera de Dios solo, a éste Dios le descubre y da todo cuanto tiene escondido en su corazón divino para que le sea tan propio como es propiedad de Dios, ni más ni menos, con tal de que tienda inmediatamente hacia Dios solo. El que el enfermo no saboree la comida y el vino ¿es de sorprender? Pues, él no percibe el sabor peculiar del vino y de la comida. La lengua tiene una saburra y una capa con las cuales percibe, y éstas son amargas según el carácter enfermizo de la dolencia. (La comida y la bebida) todavía no han llegado hacia donde se las debía saborear; al enfermo le parecen amargas y él tiene razón, porque han de ser amargas debido a la saburra y la capa. Si no se quita esta capa, nada tiene su sabor propio. Mientras no se nos haya quitado la «capa», nunca saborearemos a Dios en su peculiaridad, y nuestra VIDA a menudo nos resultará penosa y amarga. SERMONES: SERMÓN XI 3
Dije cierta vez: «Las vírgenes le siguen al cordero dondequiera que vaya, inmediatamente» (Apocal. 14, 4). En nuestro caso hay algunas vírgenes, mas otras no son vírgenes y, sin embargo, se imaginan serlo. Aquellas que son vírgenes de verdad, le siguen al cordero dondequiera que vaya, en lo penoso como en lo agradable. Algunas le siguen al cordero cuando avanza en medio de la dulzura y comodidad; pero, cuando marcha hacia el sufrimiento y el infortunio y el trabajo, se dan vuelta y no lo siguen. A fe mía, éstas no son vírgenes, parezcan lo que parecieran. Algunos dicen: Y bien, señor, yo podré llegar allí en medio del honor, de las riquezas y de la comodidad. ¡Por cierto! si el cordero llevaba semejante VIDA y os precedía así, yo os permito de buen grado que (lo) sigáis de la misma manera, (mas) las vírgenes corren detrás del cordero por los estrechos y las tierras lejanas y por dondequiera que vaya. SERMONES: SERMÓN XI 3
La palabra que acabo de pronunciar en latín, la dice la eterna Sabiduría del Padre, y ella reza (así): «Quien me escucha a mí, no se avergüenza» – si se avergüenza de alguna cosa, entonces se avergüenza de avergonzarse -. «Quien obra en mí no peca. Quien me revela e irradia, obtendrá la VIDA eterna» (Eclesiástico 24, 30 y 31). De estas tres palabritas que acabo de decir, cada una daría margen para un sermón. SERMONES: SERMÓN XII 3
Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino. Algunas personas dicen empero: Prefiero a mi amigo que me hace el bien, a otro hombre. Eso está mal, es una imperfección. Sin embargo, hay que dejarlo pasar, así como alguna gente cruza el mar a medio viento y llega también (a destino). Así sucede con las personas que prefieren un hombre a otro; es natural. Si yo lo amara en verdad como a mí mismo, cualquier cosa que le pasara, ya sea alegría, ya sea pena, ya sea muerte, ya sea VIDA, todo esto me gustaría tanto si me acaeciera a mí como a él, y ésta sería verdadera amistad. SERMONES: SERMÓN XII 3
El hombre que se conserva así apegado al amor de Dios, debe haber muerto para sí mismo y para todas las cosas creadas, de modo tal que se fija tan poco en sí mismo como en alguien (que se encuentra) a más de mil millas de distancia. Semejante hombre permanece en la igualdad y permanece en la unidad y permanece completamente igual: dentro de él no cabe ninguna desigualdad. Este hombre debe haberse desasido de sí mismo y de todo este mundo. Si hubiera un ser humano a quien perteneciera todo este mundo y él lo dejara por amor de Dios tan desnudo como lo había recibido, a semejante (hombre) Nuestro Señor le devolvería todo este mundo y le daría también la VIDA eterna. Y si hubiera otra persona que no poseyera nada más que una buena voluntad y él pensara: Señor, si este mundo fuera mío y si tuviera otro más y otro tercero – serían tres en total – y si él expresara el deseo: Señor, voy a desasirme de éstos y de mí mismo con la misma desnudez con que los he recibido de ti, a tal hombre Dios le daría exactamente lo mismo que si lo hubiera ofrecido todo con sus manos. Otro hombre (empero) que no poseyera nada, ni corpóreo ni espiritual, para renunciar ,a ello u ofrecerlo, éste habría renunciado a más que ningún otro. Quien renunciara a sí mismo del todo por un instante, a éste se le daría todo. Si, en cambio, un hombre se hubiera desasido durante veinte años y volviera a agarrarse a sí mismo por un solo instante, entonces resultaría que nunca se había desasido. El hombre que ha renunciado y está desasido y que nunca jamás por un solo instante mira aquello a que ha renunciado, y que persevera, inmóvil, en sí mismo e inmutable, sólo este hombre se halla desasido. SERMONES: SERMÓN XII 3
Dice un maestro que vivimos de la muerte. Si he de comer un pollo o un novillo, debe haber muerto antes. Hay que cargar con el sufrimiento y seguir al cordero en lo penoso como en lo agradable. Los apóstoles cargaron tanto con lo penoso como con lo agradable, por eso todo cuanto sufrían, les resultaba dulce; la muerte les gustaba tanto como la VIDA (Cfr. Fil. 1, 20). SERMONES: SERMÓN XIII 3
Dije en París, en el colegio (=la universidad), que todas las cosas serán concluidas en el hombre verdaderamente humilde. El sol (en la comparación anterior) corresponde a Dios: lo más elevado en su divinidad sin fondo, corresponde a lo más bajo en la profundidad de la humildad. El hombre verdaderamente humilde no tiene necesidad de rogar a Dios, puede mandar a Dios, porque la altura de la divinidad no pone sus miras sino en la hondura de la humildad, según dije en (el convento de) los Macabeos. El hombre humilde y Dios son uno; el hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como sobre sí mismo, y todo cuanto hay en todos los ángeles, le pertenece a este hombre humilde; lo que obra Dios, lo obra el hombre humilde, y él es lo que es Dios: una sola VIDA y un solo ser; y por ello dijo Nuestro querido Señor: «Aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). SERMONES: SERMÓN XIV 3
Todas las criaturas han emanado de la voluntad de Dios. Si yo fuera capaz de aspirar solamente a la bondad de Dios, esta voluntad sería tan noble que el Espíritu Santo emanaría inmediatamente de ella. Todo bien emana de la superabundancia de la bondad divina. Ah sí, y la voluntad de Dios me gusta solamente en la unidad, allá donde se halla la quietud de Dios para la bondad de todas las criaturas, (y) donde descansa ella (la bondad) como su último fin, y todo cuanto alguna vez obtuvo ser y VIDA; allá debes amar al Espíritu Santo tal como es allá en la unidad; no en Él mismo sino allá donde se lo saborea únicamente junto con la bondad de Dios, en la unidad, allá donde toda bondad emana de la superabundancia de la bondad divina. Tal hombre retorna más rico que cuando salió. Quien hubiera «salido» así de sí mismo, sería restituido a sí mismo en el sentido más propio. Y todas las cosas que ha abandonado en la multiplicidad, le serán devueltas en la simplicidad, porque se encuentra a sí mismo y a todas las cosas en el «ahora» presente de la unidad. Y quien hubiera «salido» así, volvería mucho más ennoblecido que cuando «salió». Semejante hombre vive entonces con una libertad más independiente y en una desnudez acendrada, porque no debe preocuparse por nada ni emprender cosa alguna, ni mucho ni poco, porque todo cuanto posee Dios, lo posee él. SERMONES: SERMÓN XV 3
El sol es análogo a Dios: la parte más alta de su profundidad insondable responde a lo bajísimo en la hondura de la humildad. Ah sí, al hombre humilde no le hace falta pedir (nada a Dios) sino que bien puede mandarle, porque la altura de la divinidad no puede tender sino hacia la hondura de la humildad; pues el hombre humilde y Dios son uno y no dos. Este hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como tiene poder sobre sí mismo; y todo el bien que hay en todos los ángeles y en todos los santos, le pertenece enteramente tal como pertenece a Dios. Dios y este hombre humilde son completamente uno y no dos; porque lo que obra Dios, él lo obra también, y lo que quiere Dios, él lo quiere también, y lo que es Dios, él lo es también: una sola VIDA y un solo ser. Ah sí, por Dios: si este hombre estuviera en el infierno, Dios tendría que reunirse con él en el infierno, y el infierno tendría que ser para él un paraíso. Él (=Dios) necesariamente debe proceder así, sería obligado a hacerlo de modo que debería hacerlo; porque en este caso el hombre es la esencia divina y la esencia divina es el hombre. Pues ahí se besan la unidad de Dios y del hombre humilde, porque la virtud llamada humildad es una raíz en el fondo de la divinidad en la cual está plantada para que tenga su esencia sólo en el eterno Uno y en ninguna otra parte. Dije en el colegio (=universidad) de París que todas las cosas son acabadas en el hombre verdaderamente humilde. Y por eso digo que al hombre verdaderamente humilde no lo puede dañar ni perturbar ninguna cosa, porque no existe nada que no huya de aquello que lo pueda destruir: de esto huyen todas las cosas creadas porque no son nada en sí mismas. Y por ello, el hombre humilde huye de todo cuanto le pueda hacer dudar de Dios. Por ello huyo del carbón (ardiente) ya que quiere aniquilarme, pues está dispuesto a robarme mi ser. SERMONES: SERMÓN XV 3
Y dijo: «Un hombre se marchó». Aristóteles planeó (escribir) un libro con el propósito de hablar de todas las cosas. Ahora prestad atención a lo dicho por Aristóteles con respecto a este hombre. «Homo» significa un hombre al que está añadida una forma y ella le da un ser y una VIDA comunes con todas las criaturas, las racionales y las irracionales: (VIDA y ser) irracionales con todas las criaturas corpóreas, y racionales con los ángeles. Y él (Aristóteles) dice: Así como todas las criaturas con (sus) imágenes primigenias (ideas) y formas son aprehendidas racionalmente por los ángeles y los ángeles conocen racionalmente cada cosa en su diferenciación – lo cual le da tanto gozo al ángel que sería un milagro para quienes no lo hubieran sentido y saboreado – exactamente así conoce el hombre racionalmente la imagen y forma de cada criatura en (su) diferenciación. Esto lo atribuyó Aristóteles al hombre: que el hombre es «hombre» por el hecho de conocer todas las imágenes (primigenias) y formas; a causa de ello el hombre sería «hombre». Y esto era la suprema interpretación mediante la cual Aristóteles sabía determinar al hombre. SERMONES: SERMÓN XV 3
Ahora expondré yo también lo que es «un hombre». «Homo» significa lo mismo que un hombre a quien se le ha concedido una «sustancia» que le otorga ser y VIDA y un ser dotado de inteligencia. Un hombre racional es aquel que se entiende a sí mismo con la razón y se halla desasido en sí mismo de todas las materias y formas. Cuanto más desasido esté de todas las cosas y cuanto más recogido en sí mismo, tanto más clara y racionalmente conocerá en su interior todas las cosas sin dirigirse hacia fuera: tanto más «hombre» es. SERMONES: SERMÓN XV 3
He pronunciado una palabra en latín que dice Nuestro Señor en su Evangelio: «Quien odia a su alma en este mundo, la guardará para la VIDA eterna» (Juan 12, 25). SERMONES: SERMÓN XVII 3
Ahora (al escuchar) estas palabras, prestad atención a lo que quiere significar Nuestro Señor cuando dice que debemos odiar al alma. Quien ama a su alma en esta VIDA mortal y tal como es en este mundo, la pierde en la VIDA eterna; pero, quien la odia en cuanto mortal y (tal como) es en este mundo, la guarda para la VIDA eterna. SERMONES: SERMÓN XVII 3
Suplicad a Nuestro querido Señor que odiemos a nuestra alma, bajo la vestimenta por la cual es nuestra alma, de modo que la conservemos para la VIDA eterna. Que Dios nos ayude a lograrlo. Amén. SERMONES: SERMÓN XVII 3
Era el hijo de una viuda. El marido estaba muerto, de ahí que también el hijo estuviera muerto. El único hijo del alma, esto es la voluntad y lo son todas las potencias del alma; ellas son todas uno en lo más íntimo del entendimiento. (El) entendimiento, en el alma es el marido. Puesto que el marido está muerto, también está muerto el hijo. A este hijo muerto le dijo Nuestro Señor: «¡Te digo, joven, levántate!» El Verbo eterno y el Verbo vivo en el cual viven todas las cosas y que sostiene todas las cosas, infundió VIDA al muerto, y éste «se incorporó y comenzó a hablar». Cuando la Palabra habla dentro del alma y el alma contesta en medio de la Palabra viva, entonces el Hijo cobra VIDA en el alma. SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Los maestros preguntan ¿qué es lo que es mejor: (el) poder de las hierbas o (el) poder de las palabras o (el) poder de las piedras? Hay que reflexionar sobre qué es lo que se elige. Las hierbas tienen gran poder. Oí decir que una víbora y una comadreja luchaban entre ellas. Entonces la comadreja se alejó corriendo y buscó una hierba y la envolvió en otra cosa y arrojó la hierba sobre la víbora y ésta reventó y (ahí) yacía muerta. ¿Qué le habrá dado semejante inteligencia a la comadreja? El hecho de estar enterada del poder de la hierba. En esto reside realmente una gran sabiduría. También (las) palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras. Todas las palabras deben su poder al Verbo primigenio. También (las) piedras tienen gran poder a causa de la igualdad que producen en ellas las estrellas y la fuerza del cielo. Si, pues, lo igual es tan poderoso en lo igual, el alma debe levantarse a su luz natural hacia lo más elevado y puro y entrar así en la luz angelical, llegando con la luz angelical a la luz divina, y así ha de estar parada por entre las tres luces en el cruce de caminos, (allá) en las alturas donde se encuentran las luces. Allá habla el Verbo eterno infundiéndole la VIDA; allá el alma cobra VIDA y da su respuesta dentro del Verbo. SERMONES: SERMÓN XVIII 3
«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien, por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos, cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado de la cena (es el siguiente): Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo se desprende del alma, entonces anochece (y) así el alma halla su descanso. Pues bien, San Gregorio dice de la cena: Cuando se come por la mañana, sigue más tarde otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice: Señor, si te nos quitas, danos otro tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. (Es) como allí donde hay una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo. En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos. San Agustín se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz: «Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdujo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al principio, cuando se me infundió la VIDA. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, (o sea), la chispita del alma, y lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, (o sea) el amor, tal como diré ahora del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera, la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor, cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos aquellos que te temen» (Salmo 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence a Dios para que tenga que entregársele por completo. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Una segunda enseñanza (surge) cuando dice: «Padre de todos, tú eres bendecido». Esta palabra, sí, lleva en sí un elemento de cambio. Cuando dice «Padre» nos incluye a nosotros ahora mismo. Si Él es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos, y tanto su honra como el insulto de que lo hacen objeto, nos llegan al corazón. Cuando el hijo ve el amor que le tiene el padre, entonces sabe por qué le debe una VIDA pura e inocente. Por esta razón nosotros también tenemos que vivir con pureza ya que Dios mismo dice: «Bienaventurados son los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mateo 5, 8). ¿Qué es la limpieza del corazón? Limpieza del corazón es aquello que se halla apartado y separado de todas las cosas corpóreas, y que está recogido y encerrado en sí mismo y luego, a partir de esta pureza, se arroja en Dios y allí llega a la unión. Dice David: Puras e inocentes son las obras que corren y se cumplen en la luz del alma; más inocentes, empero, (son) aquellas que permanecen adentro y en el espíritu sin salir. «Un solo Dios y Padre de todos.» SERMONES: SERMÓN XXI 3
(La) voluntad quiere bienaventuranza. Me preguntaron cuál es la diferencia entre (la) gracia y (la) bienaventuranza. (La) gracia, tal como la experimentamos aquí en este cuerpo, y (la) bienaventuranza que poseeremos más tarde en la VIDA eterna, son una a otra como la flor al fruto. Cuando el alma está toda llena de gracia, y de todo cuanto hay en ella ya no le queda nada que no sea obrado y acabado por la gracia (entonces), sin embargo, no todo – tal como se halla en el alma – llega a las obras de modo tal que la gracia acabe todo cuanto el alma debe obrar. Ya lo he dicho en otras oportunidades: (La) gracia no hace ninguna obra, sino que le infunde por completo al alma cualquier adorno; ésta es la plenitud en el reino del alma. Digo yo: (La) gracia no une al alma con Dios, ella constituye una consumación; su obra es ésta: llevar al alma de retorno a Dios. Allí le toca en suerte el fruto de la flor. En (la) voluntad, en cuanto quiere la bienaventuranza y en cuanto quiere estar con Dios y tal como es llevada hacia arriba en este sentido… en (una voluntad de) semejante limpidez puede ser que Dios se introduzca secretamente, y en la medida en que el entendimiento recibe a Dios tan puramente como Él es Verdad, en la misma medida Dios ha de introducirse en el entendimiento. Pero, en cuanto cae en la voluntad, Él tiene que subir más. Por eso dice: «Un solo Dios»; «Amigo, sube más arriba». SERMONES: SERMÓN XXI 3
Hay un algo en el alma, donde Dios se halla en su desnudez, y los maestros dicen que es innominado y no tiene nombre propio. Es y, sin embargo, no tiene ser propio porque no es ni esto ni aquello, ni acá ni allá, porque lo que es, lo es en Otro (= el ser divino) y Aquello (= lo Otro) en éste; ya que cuanto es, lo es en Aquello y Aquello en él. Porque Aquello fluye en éste (= «un algo») y éste en Aquello y ahí (= en este algo en el alma) – opina él (San Pablo) -: ¡Ubicaos en Dios, en (la) bienaventuranza! Porque ahí adentro el alma recoge toda su VIDA y ser, y ahí bebe su VIDA y ser; ya que éste se halla totalmente en Dios y lo demás (propio del alma) acá afuera, y por ello el alma se encuentra todo el tiempo en Dios en cuanto a este (algo), a no ser que lo lleve hacia fuera o lo extinga dentro de sí. SERMONES: SERMÓN XXIV 3
Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Mi doctrina no es mía sino de Aquel que me ha enviado» (Juan 7, 16). Un hombre bueno debe proceder de la misma manera (pensando): «Mi obra no es mía, mi VIDA no es mía». Y si me comporto así: toda la perfección y toda la bienaventuranza que tiene San Pedro, y, el hecho de que San Pablo ofreciera su cabeza, y toda la bienaventuranza que obtuvieron a causa (de su actitud), se me hacen tan gustosas como a ellos, y participaré perpetuamente de ello como si hubiera hecho las obras yo mismo. Más aún: de todas las obras realizadas alguna vez por todos los santos y todos los ángeles y aun de las hechas alguna vez por María, (la) Madre de Dios, habré de recibir eterna alegría como si las hubiese realizado yo mismo. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la VIDA del hijo pende del padre y la VIDA del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán noble es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Y por eso dice: «A tales (adoradores) busca el Padre» (Juan 4, 23). ¡Mirad! Así nos acaricia Dios, así nos implora, y Dios siente ansias hasta que el alma se aparte y se libere de la criatura, y es una verdad cierta y una verdad necesaria el que Dios tenga tanta necesidad de buscarnos como si toda su divinidad dependiera de ello, y en efecto es así. Y Dios no puede prescindir de nosotros tan poco como nosotros de Él; pues, incluso si pudiéramos apartarnos de Dios, Dios nunca podría apartarse de nosotros. Digo yo que no quiero pedirle a Dios que me dé (nada); tampoco quiero ensalzarlo porque me ha dado (algo), sino que le quiero pedir que me haga digno de recibir, y quiero ensalzarlo porque pertenece a su naturaleza y a su ser el que tenga que dar. Quien quisiera quitarle esto a Dios, le quitaría su propio ser y su propia VIDA. SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora dice Él: «Que os améis los unos a los otros». ¡Oh, ésta sería una VIDA noble, sería una VIDA bienaventurada! ¿No sería una VIDA noble si cada uno se fijara tanto en la paz de su prójimo como en su propia paz, y su amor fuera tan desnudo y tan acendrado y tan desapegado en sí mismo que no tuviera otra meta que (la) bondad y Dios? Si se preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a (la) bondad?» – «¡Por amor de (la) bondad»! «¿Por qué amas a Dios?» – «¡Por amor de Dios!» Y si las cosas son así, que tu amor es tan acendrado, tan desasido, tan desnudo en sí mismo que no amas nada fuera de (la) bondad y de Dios, entonces es una verdad segura que todas las virtudes obradas jamás por todos los hombres, te pertenecen tan completamente como si tú mismo las hubieras obrado, y ello de modo más acendrado y mejor, porque el hecho de que el Papa es Papa, a él le produce a menudo gran trabajo, (mas) tú posees esa virtud de manera más pura y desapegada y con tranquilidad, y ella te pertenece más a ti que a él, siempre y cuando tu amor sea tan acendrado, tan desnudo en sí mismo que no pienses en nada ni ames cosa alguna fuera de (la) bondad y de Dios. SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Todo el que dejare algo por amor de mí, se lo devolveré (dándole) cien veces más y la VIDA eterna por añadidura» (Cfr. Mateo 19, 29). Mas si lo dejas a causa del céntuplo y de la VIDA eterna, no has dejado nada; ah sí, aunque dejes (las cosas) por una recompensa cien mil veces más (elevada), no habrás dejado nada. Tienes que dejarte a ti mismo y esto por completo, entonces tu renuncia es buena. Cierta vez me vino a ver un hombre – todavía no hace mucho – y dijo que había renunciado a grandes cosas en cuanto a bienes raíces y posesiones a fin de salvar su alma. Entonces pensé: ¡Ay, cuán poco y qué cosas insignificantes has dejado! No es nada más que ceguera y necedad mientras estás mirando de algún modo las cosas que dejaste. (Mas), cuando hayas renunciado a ti mismo, entonces sí habrás renunciado. El hombre que se ha dejado a sí mismo, es tan puro que el mundo no simpatiza con él. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
Una vez – todavía no hace mucho – se me ocurrió la siguiente idea: El que yo sea hombre, también otro hombre lo tiene en común conmigo; que yo vea y oiga y coma y beba, lo hace también el animal; pero lo que soy yo no le es propio a ningún hombre fuera de mí solo, ni de un ser humano ni de un ángel ni de Dios, a no ser en cuanto soy uno con Él; (esta) es una pureza y una unidad. Todo cuanto obra Dios, lo obra en lo Uno como igual a Él mismo. Dios da lo mismo a todas las cosas y, sin embargo, son muy disímiles en sus obras; pero, esto no obstante, tienden en todas sus obras hacia aquello que es igual a su propio ser. La naturaleza realizó en mi padre la obra de la naturaleza. (Mas) la naturaleza tenía la intención de que yo llegara a ser padre tal como él era padre. Él (mi padre) realiza toda su obra por algo semejante a él mismo y por su propia imagen para que él mismo sea lo obrado; en esto siempre se aspira a (que nazca) un «varón». Sólo allí donde la naturaleza es desviada u obstaculizada de modo que no disponga de su fuerza plena en su actuación, se origina una mujer. Mas, donde la naturaleza renuncia a su obra, ahí Dios empieza a obrar y hacer; porque si no hubiera mujeres, tampoco habría varones. Cuando el niño es concebido en el vientre de la madre, posee constitución, forma y figura; esto lo produce la naturaleza. Así permanece durante cuarenta días y cuarenta noches; pero al cuadragésimo día Dios crea al alma mucho más rápido que en un instante, para que el alma llegue a ser forma y VIDA para el cuerpo. Así, la obra de la naturaleza lleva hacia fuera todo cuanto la naturaleza puede obrar con lo que a forma, constitución y figura se refiere. La obra de la naturaleza sale por completo hacia fuera; y así como la obra de la naturaleza sale afuera, ella es sustituida por completo en el alma racional. Ahora se trata de una obra de la naturaleza y de una creación divina. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los (hombres) en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (Salmo 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr. Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para (llevar a cabo) todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, (volviendo a su estado anterior) cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una VIDA dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, (pero) no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios. SERMONES: SERMÓN XXXIII 3
Dice San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba, allí donde Cristo está sentado a la diestra de su Padre, y gustad de las cosas que están arriba y no permitáis que os gusten las cosas que se hallan en la tierra» (Colos. 3, 1 s). Luego pronuncia otra palabra: «Estáis muertos y vuestra VIDA está oculta junto con Cristo en Dios» en el cielo (Colos. 3, 3). En tercer (lugar), las mujeres buscaban a Nuestro Señor en la tumba. Entonces, encontraron a un ángel «cuyo semblante era como un relámpago y su vestidura (era) blanca como la nieve y él dijo a las mujeres: “¿A quién buscáis? ¿Buscáis a Jesús que ha sido crucificado?… no está aquí”» (Cfr. Mateo 28, 1 Ss. y Lucas 24, 5 s.). Porque Dios no está en ninguna parte. De lo ínfimo de Dios todas las criaturas están repletas, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Ellas no le contestaron, pues cuando no hallaron a Dios, el ángel les disgustó. Dios no se halla ni acá ni allá ni en (el) tiempo ni en (el) espacio. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
Ahora bien, se dice: «Jacobo quiso descansar en el lugar». Este lugar es Dios y (el) ser divino que otorga a todas las cosas lugar y VIDA y ser y orden. En este lugar el alma debe descansar en lo más elevado y más entrañable del lugar. Y en el mismo fondo donde Él tiene su propio descanso nosotros debemos obtener y poseer junto con Él nuestro propio descanso. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
«¿Por qué dijo Nuestro Señor: “Tienes razón”? Él quiere decir: Los cinco maridos son los cinco sentidos; te poseyeron en tu juventud según su entera voluntad y sus apetitos. Ahora, a tu edad madura, tienes uno que no es tuyo: es el entendimiento al que no obedeces». Cuando este «marido» está muerto, las cosas andan mal. El que el alma se separe del cuerpo causa gran dolor; pero el que Dios se separe del alma, duele sobremanera. Así como el alma le da VIDA al cuerpo, así Dios le da VIDA al alma. Del mismo modo que el alma se derrama por todos los miembros, Dios se introduce fluyendo en todas las potencias del alma y las atraviesa en forma tal que ellas siguen derramándole (a Dios) con bondad y amor sobre todo cuanto se halla cerca de ellas, para que todo esto lo perciba. Así, Él sigue fluyendo todo el tiempo, quiere decir, por encima del tiempo en la eternidad y en aquella VIDA en la cual viven todas las cosas. Por eso, Nuestro Señor le dijo a la mujer: «Doy el agua viva. Quien beba de esta agua, nunca jamás volverá a tener sed y vivirá la VIDA eterna» (Juan 4, 13 s.). SERMONES: SERMÓN XXXVII 3
Pues bien, la mujer dice: «Señor, mi marido, tu siervo, está muerto. Se presentan aquellos con quienes tenemos deudas y se llevarán a mis dos hijos». ¿Qué es lo que son los «dos hijos» del alma? San Agustín – y junto con él otro maestro pagano – habla de los dos rostros del alma. Uno está dirigido hacia este mundo y el cuerpo; en él (el alma) obra (la) virtud y (el) arte y (la) VIDA santificante. El otro rostro está dirigido directamente hacia Dios. En él reside continuamente la luz divina y ésta obra allí adentro por más que ella (= el alma) no lo sepa, porque no se halla en su casa. Si la chispita del alma se toma pura en Dios, entonces el «marido» vive. Ahí se da el nacimiento, ahí nace el Hijo. Este nacimiento no ocurre una vez por año ni una vez por mes ni una vez por día, sino en todo momento, es decir, por encima del tiempo en la vastedad donde no existen ni acá ni instante ni naturaleza ni pensamiento. Por eso, decimos «hijo» y no «hija». SERMONES: SERMÓN XXXVII 3
Ahora seguiré hablando de la palabra «justo». No dice: «el hombre justo», ni tampoco: «el ángel justo», sino tan sólo: «el justo». El Padre engendra a su Hijo como el justo, y al justo como hijo suyo, porque toda virtud del justo y cualquier obra realizada a causa de la virtud del justo, no constituyen sino (el hecho) de que el Hijo es engendrado por el Padre. Y por eso, el Padre no descansa nunca; antes bien, acosa e invita en todo momento para que nazca en mí su Hijo, según se dice en un Escrito: «No me callo a causa de Sión ni descanso a causa de Jerusalén, hasta que se revele el justo y luzca como un relámpago» (Isaías 62, 1). «Sión» significa el apogeo de la VIDA y «Jerusalén» el apogeo de la paz. Ah sí, Dios no descansa jamás ni a causa del apogeo de la VIDA ni a causa del apogeo de la paz; sino que acosa e incita en todo momento para que se revele el justo. En el justo no ha de obrar ninguna cosa sino únicamente Dios. Pues, si algo fuera de ti te impele a obrar, de veras, todas esas obras están muertas; y aún en el caso de que Dios te estimule desde fuera para que obres, por cierto, todas esas obras están muertas. Mas, si tus obras han de vivir, Dios tiene que impelerte en tu interior, en lo más acendrado del alma, si han de vivir (realmente) porque allí se halla tu VIDA y sólo allí vives. Y yo digo: Si una virtud te parece mayor que otra, y si tú la estimas más que a otra, no la amas tal como es en la justicia, y Dios todavía no obra en ti. Pues, mientras el hombre aprecia o ama más a determinada virtud, no ama las virtudes ni las toma como son en la justicia, ni tampoco es justo; porque el justo toma (o: ama) y obra todas las virtudes en la justicia así como son la justicia misma. SERMONES: SERMÓN XXXIX 3
Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la VIDA eterna? ¡Sí y no! En cuanto ha nacido, (ya) no tiene la mirada elevada hacia Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer (aún), tiene contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí donde ha nacido y no donde (todavía) está por nacer, porque vive donde vive el Padre, es decir, en (la) simpleza y en (la) desnudez del ser. Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en (el) ser; porque cuanto está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué8. SERMONES: SERMÓN XXXIX 3
Veamos ahora otro significado. Observadlo bien: La Escritura es muy concluyente para quien la descubre y está dispuesto a descifrarla a fondo. Él dice: «quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría». Al hombre justo la justicia le hace tanta falta que no puede amar nada fuera de la justicia. Si Dios no fuera justo, él no se fijaría en Dios, según ya he dicho varias veces. (La) sabiduría y (la) justicia son una sola cosa en Dios y quien ahí ama la sabiduría, ama también la justicia; y si el diablo fuera justo, (este hombre) lo amaría en cuanto fuera justo y ni un pepino más. El hombre justo no ama en Dios ni esto ni aquello; y si Dios le diera toda su sabiduría y todo cuanto puede ofrecer fuera de Él mismo, no le daría importancia y no le gustaría porque no quiere nada ni busca nada, pues no conoce ningún porqué por el cual haría alguna cosa, así como obra Dios sin porque y no conoce ningún porqué. Tal como obra Dios, obra también el justo, sin porqué; y así como la VIDA vive por ella misma y no busca ningún porqué por el cual vive, así también el justo no conoce ningún porque por el cual haga alguna cosa. SERMONES: SERMÓN XLI 3
Dios aplica todo su poder en su nacimiento, y esto es necesario para que el alma vuelva a Dios. Y de una manera es alarmante (ver) que el alma tan a menudo deserte de aquello en donde Dios aplica todo su poder; pero esto último es necesario para que el alma recupere su VIDA. Dios hace todas las criaturas con un solo pronunciamiento; pero, para que el alma cobre VIDA, Dios expresa todo su poder en su nacimiento. Por otra parte, es consolador que el alma de esta manera sea traída de vuelta. En el nacimiento cobra VIDA y Dios hace nacer a su Hijo en el alma para que ella cobre VIDA. Dios se pronuncia a sí mismo en su Hijo. Por el pronunciamiento con el cual se expresa en su Hijo, por este (mismo) pronunciamiento le habla al interior del alma. Es característico de todas las criaturas engendrar. Una criatura sin nacimiento, tampoco existiría. Por eso dice un maestro: Esta es una señal de que todas las criaturas son expelidas por el nacimiento divino. SERMONES: SERMÓN XLIII 3
Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su VIDA depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su VIDA, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
«Y fijaos»: «ecce». «Ecce», esta palabrita contiene en sí todo cuanto pertenece al verbo, no se le puede añadir nada (=no tiene flexión). Verbo, esto es Dios, Dios es un Verbo, el Hijo de Dios es un Verbo. El (= el evangelista) opina que toda nuestra VIDA, todo nuestro anhelo deberían estar encerrados y suspendidos por completo en Dios y dispuestos hacia Él. Por eso dice Pablo: «Soy lo que soy por la gracia de Dios» (1 Cor. 15, 10), y además dice: «Yo vivo, mas no yo, sino que Dios vive del todo en mí» (Gal. 2, 20). ¿Qué más (tenemos)? SERMONES: SERMÓN XLIV 3
En tercer lugar: esa luz quita el tiempo y el espacio. «Había un hombre». ¿Quién le dio esa luz?… La pureza. La palabra «erat» pertenece a Dios por antonomasia. En lengua latina no existe ninguna palabra que pertenezca tanto a Dios como «erat». Por eso acude Juan en su Evangelio, diciendo muchas veces: «erat», «era», y con ello se refiere a un ser puro. Todas las cosas añaden, pero aquello (= erat) no añade sino en el pensamiento, mas no en un pensamiento que agregue, sino en un pensamiento que quita (= abstrae). (La) bondad y (la) verdad agregan por lo menos en el pensamiento, pero, el ser desnudo al cual no se ha añadido nada, éste significa «erat». Por otra parte, «erat» significa un nacimiento, un devenir perfecto. He venido ahora, hoy estaba viniendo, y si el tiempo fuera quitado al hecho de que estaba viniendo y que he venido, entonces «viniendo» y «he venido» serían aunados y serían uno. Donde «viniendo» y «he venido» se aúnan en una sola cosa, ahí nacimos y somos creados y formados otra vez en la imagen primigenia. También he dicho ya varias veces: Mientras alguna parte de una cosa se halla en su ser, no es creada otra vez; es cierto que se la pinta o renueva como un sello que ha envejecido; a éste lo colocan otra vez renovándolo. Dice un maestro pagano: Lo que es, ningún tiempo lo hace envejecer; ahí hay bienaventurada VIDA en un siempre jamás donde no existe ninguna curvatura, donde nada está encubierto, donde hay un ser puro. Salomón dice: «No hay nada nuevo bajo el sol» (Eclesiástico 1, 10). Esto se entiende raras veces de acuerdo con su significado. Todo cuanto se halla bajo el sol, envejece y disminuye; pero allí no hay sino un ser nuevo. (El) tiempo produce dos cosas: (la) vejez y (la) disminución. Aquello sobre lo cual brilla el sol, se halla en el tiempo. Todas las criaturas son ahora y son de Dios; mas, allí donde están en Dios, son tan desiguales a lo que son aquí, como el sol (lo es) a la luna, y mucho más (todavía). Por eso, dice (Lucas): «erat in eo». «El Espíritu Santo estaba en él», donde se hallan el ser (puro) y un devenir (perfecto). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Ahora dice (Mateo): «Pedro», esto significa lo mismo que «el que ve a Dios». Pues bien, los maestros preguntan si el núcleo de la VIDA eterna reside más en el entendimiento o en la voluntad. (La) voluntad tiene dos clases de obras: (el) anhelo y (el) amor. La obra del entendimiento (empero), es simple; por eso es mejor; su obra es conocer, y nunca descansa hasta que toque desnudo a aquello que conoce. Y de esta manera precede a la voluntad dándole a conocer aquello que ama. Mientras uno apetece las cosas, no las tiene. Cuando las tiene, las ama; así el deseo deja de existir. SERMONES: SERMÓN XLV 3
«Cefas» significa lo mismo que «una cabeza». La cabeza del alma es (el) entendimiento. Quienes se expresan del modo más burdo, dicen que lo que precede es el amor; pero aquellos que hacen la afirmación más acertada dicen expresamente – y también es verdad – que el núcleo de la VIDA eterna reside en el conocimiento antes que en el amor. ¡Y sabed el porqué! Dicen nuestros más insignes maestros – de los cuales no hay muchos – que el conocimiento y el entendimiento suben directamente hacia Dios. Mas, el amor se dirige hacia lo que ama; de ello infiere qué es lo que es bueno. Pero el conocimiento percibe aquello por lo cual es bueno. (La) miel es, en sí misma, más dulce que ninguna cosa que se pueda hacer con ella. El amor toma a Dios porque es bueno; pero (el) conocimiento se eleva y toma a Dios porque es ser. Por eso dice Dios: «¡Simón Pedro, tú eres bienaventurado!» Dios le da al hombre justo un ser divino y lo llama con el mismo nombre que pertenece a su (propio) ser. Por eso dice luego: «Mi Padre que está en el cielo». SERMONES: SERMÓN XLV 3
Estas palabras están escritas en el santo Evangelio, y Nuestro Señor Jesucristo dice: «En esto consiste la VIDA eterna, en que te conozcan a ti solo, como Dios verdadero y a tu Hijo Jesucristo, a quien enviaste» (Cfr. Juan 17, 3). SERMONES: SERMÓN XLVI 3
Mirad, el hombre que de esta manera es un solo hijo, recoge (el) movimiento y (el) efecto y todo cuanto toma… lo recoge todo en lo suyo propio. Pues, el que el Hijo del Padre, según la eternidad, sea Hijo, lo es a partir del Padre. Mas, cuanto tiene, lo tiene en Él mismo, porque es uno con el Padre, según (el) ser y (la) naturaleza. Por eso tiene (el) ser y (la) esencia totalmente en sí mismo y por ende dice: «Padre, así como yo y tú somos uno, así quiero que ellos sean uno» (Cfr. Juan 17, 11 y 21). Y del mismo modo que el Hijo es uno con el Padre, según (el) ser y (la) naturaleza, así eres tú uno con Él según (el) ser y (la) naturaleza, y lo posees todo en tu fuero íntimo como el Padre lo tiene en Él; no lo tienes como préstamo de Dios, porque Dios es tuyo. Y por consiguiente: todo cuanto tomas, lo tomas de lo tuyo; y las obras que no tomas dentro de lo tuyo, esas obras están todas muertas ante Dios. Son esas las obras que haces movido por causas ajenas, fuera de ti, ya que no provienen de la VIDA; por eso están muertas; porque vive aquella cosa que recoge el movimiento en lo suyo propio. Y por lo tanto: si las obras del ser humano han de vivir, deben ser tomadas de lo suyo propio (y) no de cosas ajenas, ni fuera de él, sino dentro de él. SERMONES: SERMÓN XLVI 3
Dice un maestro: Dios es la medida de todas las cosas, y un hombre, en cuanto alberga en su fuero íntimo una mayor parte de Dios, tanto más sabio, noble y mejor es que el otro. Tener más de Dios no es otra cosa que asemejarse más a Dios; cuanto más semejanza con Dios hay en nuestro interior, tanto más espirituales somos. Dice un maestro: Donde terminan los espíritus más bajos, allí comienzan las cosas corporales más elevadas. Todo esto quiere decir: Como Dios es espíritu, por eso es más noble la cosa más insignificante que es espíritu, que lo más elevado que es corpóreo. En consecuencia, el alma es más noble que todas las cosas corpóreas por nobles que sean. El alma fue creada como en un punto entre (el) tiempo y (la) eternidad, tocando a ambos. Con las potencias más elevadas toca la eternidad, pero con las potencias inferiores, el tiempo. Mirad, de tal manera obra en el tiempo, no según el tiempo sino según la eternidad. Esto lo tiene de común con los ángeles. Dice un maestro: El espíritu es un trineo que lleva la VIDA a todos los miembros a causa de la gran unión que el alma tiene con el cuerpo. A pesar de que el espíritu sea racional y realice toda la obra que se efectúa en el cuerpo, no se debe decir: Mi alma conoce o hace esto o aquello, sino que hace falta expresar: Yo hago o conozco esto o aquello a causa de la gran unión que hay entre ambos; porque los dos juntos son un solo hombre. Si una piedra recogiera en sí el fuego, obraría de acuerdo con la potencia del fuego; mas, cuando el aire recoge en sí la luz del sol, no aparece ninguna luz fuera del aire (alumbrado). Ello se debe a la penetrabilidad que éste tiene para con la luz; aun cuando en una milla (de espacio) cabe más aire que en media (milla). Mirad, me atrevo a decir, y es verdad: Debido a la gran unión que tiene el alma con el cuerpo, el alma es tan perfecta en el miembro más insignificante como en todo el cuerpo. Con referencia a ello dice Agustín: Si (ya) es tan grande la unión existente entre cuerpo y alma, es mucho más grande la unión en la cual (el) espíritu se une con (el) espíritu. Mirad, por esta razón es «Señor» y «Espíritu», para que nos haga bienaventurados en la unión con Él. SERMONES: SERMÓN XLVII 3
De la misma manera digo yo con respecto a aquel hombre, que se ha anonadado a sí mismo, en sí mismo y en Dios y en todas las cosas: ese hombre ha ocupado el lugar más bajo y Dios tiene que verterse completamente en él, o… no es Dios. Digo por la verdad buena, eterna y perpetua, que Dios tiene que verterse del todo y de acuerdo con toda su capacidad, en cualquier hombre que haya renunciado a sí mismo hasta el fondo, y (Dios ha de hacerlo) de manera tan completa que no se reserve nada de toda su VIDA ni de todo su ser ni de su naturaleza ni de toda su divinidad, sino que debe verterlo del todo y de manera fecundante en ese hombre que se ha entregado a Dios, ocupando el lugar más bajo. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
San Gregorio nos prescribe cuatro puntos que debe observar el hombre que ha de «escuchar y guardar la palabra de Dios». El primero es que se debe haber mortificado él mismo con respecto a todo deseo carnal, habiendo aniquilado en su fuero íntimo todas las cosas perecederas, y él mismo también debe estar muerto para todo lo perecedero. Segundo: que se halle totalmente y para siempre elevado hasta Dios con conocimiento y amor y con ternura verdadera (e) íntegra. El tercer punto consiste en que no le haga a nadie lo que le apenaría que se lo hicieran a él. El cuarto punto implica que sea generoso en cuanto a las cosas materiales y bienes espirituales, que lo dé todo generosamente. Hay muchas personas que aparentan dar y en verdad no lo hacen. Son aquellos que dan sus dones a quienes tienen más que ellos del don que dan, donde acaso ni se apetece ese (regalo), o donde aspiran que a trueque de su don se les haga algún servicio o se les devuelva algo en cambio o se les reverencie. El don de semejante gente se llamaría, más propiamente, una petición en vez de un don, porque en verdad no dan nada. Nuestro Señor Jesucristo era libre y pobre en todos sus dones que nos dio caritativamente: en todos sus dones no buscó nada suyo, más aún: aspiraba sólo a (la) loa y gloria del Padre y a nuestra bienaventuranza, y por el amor verdadero se entregó Él mismo a la muerte. El hombre, pues, que quiere dar por amor de Dios, ha de dar los bienes materiales puramente por Dios de modo que no piense en (recibir) ni un servicio ni una retribución ni honras perecederas, y que no busque para sí nada que no sea (la) loa y (la) honra de Dios, y que, por amor de Dios, ayude a su prójimo necesitado de alguna cosa para su sustento. Y del mismo modo habrá de dar también los bienes espirituales, allí donde sabe que su hermano en Cristo los recibe de buen grado para corregir así su VIDA por amor de Dios, y no ha de apetecer ni agradecimiento ni recompensa de ese hombre ni ventaja alguna y tampoco debe pedir ninguna recompensa de parte de Dios por el servicio (prestado), excepto que Dios sea loado. De tal modo ha de mantenerse libre con respecto a su dádiva, tal como Cristo permaneció libre y pobre con respecto a todos sus dones que nos dio. Dar de este modo significa dar en realidad. Quien cumple con estos cuatro puntos, puede confiar de veras en que ha escuchado y también guardado la palabra de Dios. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Y Cristo dijo: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». ¡Ahora fijaos empeñosamente en este significado! El Padre mismo no escucha nada fuera del susodicho Verbo, no conoce nada más que este Verbo, no dice nada más que este mismo Verbo, no engendra nada más que este mismo Verbo. En este mismo Verbo escucha el Padre y conoce el Padre y engendra a sí mismo y también a este mismo Verbo y a todas las cosas y a su divinidad, totalmente hasta el fondo, a sí mismo de acuerdo con la naturaleza, y a este Verbo con la misma naturaleza en otra persona. ¡Ea, fijaos ahora en este modo de hablar! El Padre enuncia, racionalmente, con fecundidad su propia naturaleza íntegra en su Verbo eterno. No es que pronuncie el Verbo voluntariamente, como un acto de voluntad, como cuando se dice o se hace algo a fuerza de voluntad, y a causa de esa misma fuerza uno también podría omitirlo si quisiera. Así no son las cosas con el Padre y con su Verbo eterno, sino que Él, quiéralo o no, debe pronunciar, y engendrar sin cesar, este Verbo, porque se halla de manera natural junto al Padre como una raíz (de la Trinidad), dentro de la naturaleza del Padre, tal como es el Padre mismo. Mirad, por ello el Padre pronuncia el Verbo voluntariamente y no por (fuerza de) la voluntad, y naturalmente y no por (fuerza de) la naturaleza. En este Verbo el Padre enuncia mi espíritu y tu espíritu y el espíritu de cada hombre (como) igual al mismo Verbo. En este mismo (acto de) hablar tú y yo somos (cada uno) un hijo por naturaleza, de Dios como (lo es) el mismo Verbo. Pues, según dije antes: El Padre no conoce nada fuera de este mismo Verbo y de sí mismo y de toda la naturaleza divina y de todas las cosas en este mismo Verbo, y todo cuanto conoce en Él es igual al Verbo y es, por naturaleza, el mismo Verbo en la Verdad. Cuando el Padre te da y te revela este conocimiento, te da de veras (y) del todo su VIDA y su ser y su divinidad en la Verdad. En esta VIDA, el padre, (o sea) el padre carnal, le comunica su naturaleza a su hijo, mas no le da su propia VIDA ni su propio ser, porque el hijo tiene otra VIDA y un ser distinto del que tiene el padre. Este hecho se demuestra por lo siguiente: El padre puede morir y el hijo, vivir; o, el hijo puede morir y el padre, vivir. Si los dos tuvieran una sola VIDA y un solo ser, tendría que suceder necesariamente que ambos muriesen o viviesen juntos, ya que la VIDA y el ser de ambos sería uno solo. Pero, así no es. Y por eso, cada uno es ajeno al otro y están diferenciados en cuanto a VIDA y ser. Si saco (el) fuego de un lugar y lo coloco en otro, por más que sea fuego, se halla dividido: éste puede arder y aquél apagarse, o éste puede apagarse y aquél arder; y por ende, no es ni uno solo ni eterno. Pero, como dije antes: El Padre en el reino de los cielos te da su Verbo eterno y en el mismo Verbo te da su propia VIDA y su propio ser y su divinidad toda; porque el Padre y el Verbo son dos personas y una sola VIDA y un solo ser indiviso. Cuando el Padre te recoge en esta misma luz para que tú contemples, de modo cognoscitivo, a esta luz en esta luz, de acuerdo con la misma peculiaridad con la cual Él, con su poder paterno, se conoce en este Verbo (= esta luz) a sí mismo y a todas las cosas, (así como conoce) al mismo Verbo, según (la) razón y (la) verdad, tal como he dicho, entonces te da poder para engendrar, junto a Él, a ti mismo y a todas las cosas y (te concede) su propio poder igual que a este mismo Verbo. Así pues, estás engendrando sin cesar, junto con el Padre por la fuerza del Padre, a ti mismo y a todas las cosas en un «ahora» presente. Dentro de esta luz, según he dicho, el Padre no conoce ninguna diferencia entre Él y tú y ninguna ventaja, ni menor ni mayor, que entre Él y su mismo Verbo. Porque el Padre y tú mismo y todas las cosas y el mismo Verbo son uno dentro de la luz. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un grano de trigo que (caído) a la tierra de su noble humanidad, pereció por (el) sufrimiento y (la) acción, por (la) aflicción y (la) muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer, con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y (que) es Él mismo según la unión y según la persona: este (bien) lo contemplaba sin cesar con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte. Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia (= la contemplación del bien supremo). Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos y a la VIDA del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu creado, por cuanto le daba VIDA al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad intelectual. En ese aspecto (y) hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su VIDA, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
La otra manera de su destrucción en la tierra, en el cuerpo, acaeció – según dije antes – cuando dio VIDA al cuerpo y se hallaba relacionada con los sentidos, entonces estaba junto al cuerpo cargada de trabajos y penas y molestias y angustias «hasta la muerte», de modo que ella junto al cuerpo y el cuerpo junto a ella – de acuerdo con esa manera – nunca consiguieron descanso ni comodidad ni satisfacción sin caducidad, mientras el cuerpo era mortal. Y ésa es la otra manera por la cual el grano de trigo, el alma noble, pereció así en cuanto a comodidad y descanso. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta VIDA por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su VIDA (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su VIDA (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su VIDA eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios – y es tan verdadero como que Dios vive -: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) VIDA, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Anoche pensé que todo símil no es sino una alquería. Yo no puedo ver ninguna cosa que no se me asemeje, ni puedo conocer cosa alguna que no se me asemeje. Dios abarca en sí todas las cosas de manera secreta, mas no como ésta o aquélla en su diferenciación, sino como (lo) uno en la unidad. El ojo no contiene el color, sino que recibe el color, pero no así el oído. El oído, a su vez, recibe el sonido y la lengua el gusto. Cada uno de todos ellos tiene aquello con que es uno (= perteneciente a la misma especie). Y lo que nos ocupa, (o sea), la imagen del alma y la imagen de Dios, tiene una sola esencia; allí donde somos hijos. Y aun en el caso de que yo no tuviera ni vista ni oído, tendría, sin embargo, (el) ser. Si alguien me quitara un ojo, con ello no me quitaría ni mi ser ni mi VIDA, porque la VIDA reside en el corazón. Si alguien quisiera darme un golpe en el ojo, yo interpondría rápidamente la mano y ésta recibiría el golpe. Pero, si alguien quisiera darme un golpe en el corazón, yo utilizaría todo el cuerpo para proteger este cuerpo. Si alguien quisiera cortarme la cabeza, yo interpondría rápidamente el brazo para conservar mi VIDA y mi ser. SERMONES: SERMÓN LI 3
Hace muchos años, yo no existía aún: un poco más tarde mi padre y mi madre comieron carne y pan y verduras que crecían en el jardín, y con ello me hice hombre. En esto, mi padre y mi madre no podían colaborar sino que Dios hizo mi cuerpo sin mediación y creó mi alma de acuerdo con el Altísimo. Ahí llegué a poseer mi VIDA (possedi me). Este grano tiende a ser centeno; aquél tiene en su naturaleza (la disposición de) hacerse trigo; por eso no descansa hasta obtener justamente esa misma naturaleza. El grano de trigo contiene en su naturaleza (la disposición de) poder ser todas las cosas; por lo tanto paga el precio y se entrega a la muerte para llegar a ser todas las cosas. Y ese metal, que es cobre, tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser plata, y la plata (a su vez) tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser oro, por eso no descansa nunca hasta que obtenga justamente esa naturaleza. Ah sí, esta madera tiene en su naturaleza (la disposición de) poder llegar a ser piedra; digo más aún: Hasta será capaz de convertirse en todas las cosas; se entrega al fuego y se deja quemar para ser transformada en la naturaleza del fuego y se hace una con lo uno, y tiene eternamente un solo ser. Ah sí, (la) madera y (la) piedra y (los) huesos y todas las hierbecillas, allí en el comienzo primigenio, fueron todos y cada uno una sola cosa. Si esta naturaleza (terrestre) procede así, ¡qué no hará aquella naturaleza que está toda desnuda en sí misma, que no busca ni esto ni aquello, sino que, por el contrario, crece más allá de todo lo demás y va corriendo hacia la pureza primigenia! SERMONES: SERMÓN LI 3
Por otra parte es un hombre pobre el que no sabe. En alguna oportunidad dijimos que el hombre debía vivir de tal modo que no vivía ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios. Mas ahora decimos otra cosa, agregando que el hombre, que ha de poseer esta pobreza, debe vivir de modo tal que ni siquiera sepa que no vive ni para sí mismo ni para la verdad ni para Dios; antes bien ha de estar tan despojado de todo saber que no sabe ni conoce ni siente que Dios vive en él; más aún: debe estar vacío de todo conocimiento que en él tenga VIDA. Pues, cuando el hombre se mantenía (aún) en el eterno ser divino, no vivía en él ninguna otra cosa: antes bien, lo que vivía, era él mismo. Por lo tanto decimos que el hombre ha de mantenerse tan libre de su propio saber, como (lo) hacía cuando no era, y que deje obrar a Dios lo que Él quiera, y que el hombre se mantenga libre. SERMONES: SERMÓN LII 3
El Padre, a partir de todo su poder, enuncia al Hijo y en Él a todas las cosas. Todas las criaturas son un hablar de Dios. Así como mi boca habla de Dios y lo revela, así lo hace el ser de la piedra, y por la obra se llega a conocer más que por las palabras. La obra realizada por la naturaleza suprema a causa de su poder supremo, no puede ser comprendida por la naturaleza que se halla por debajo de ella. Si obrara lo mismo, ya no se encontraría por debajo de ella: sería igual. Todas las criaturas desean imitar en sus obras el hablar de Dios. Mas, es muy modesto lo que saben revelar. Aun el hecho de que los ángeles supremos asciendan y toquen a Dios, es tan desigual en comparación con aquello que hay en Dios, como el blanco al negro. Es muy disímil lo que han recibido todas las criaturas (juntas), sin embargo, desearían expresar lo máximo de lo que son capaces. Dice el profeta: «Señor, tú dices una cosa y yo entiendo dos» (Salmo 61, 12). Cuando Dios le habla al fuero íntimo del alma, ella y Él son uno solo; mas, tan pronto como esto cae (hacia fuera), es dividido. Cuanto más ascendemos con nuestro conocimiento, tanto más somos uno en Él (el Hijo). Por ello, el Padre enuncia al Hijo todo el tiempo en la unidad y derrama en Él a todas las criaturas. Estas piden todas entrar otra vez allí de donde emanaron. Toda su VIDA y su ser, todo esto es un clamor y un volver corriendo hacia aquello de donde salieron. SERMONES: SERMÓN LIII 3
«Nuestro Señor levantó y elevó desde abajo sus ojos y mirando hacia el cielo, dijo: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique. A todos cuantos Tú me has dado, confiéreles la VIDA eterna. En esto consiste la VIDA eterna en que conozcan a ti solo, como Dios uno (y) verdadero”» (Cfr. Juan 17, 1 ss.). SERMONES: SERMÓN LIII 3
En el escrito de un Papa se dice: Cada vez que Nuestro Señor elevó los ojos, estaba pensando en cosas grandes. Afirma el sabio en el Libro de la Sabiduría que el alma es elevada hasta Dios por la sabiduría divina (se trataría de Sabiduría 7, 28). San Agustín dice también que todas las obras y enseñanzas de Dios hecho hombre son un ejemplo y un símil de nuestra VIDA santificada y de (nuestra) gran dignidad ante Dios. El alma ha de ser purificada y hecha sutil a la luz (de la sabiduría) y en la gracia, y (se le debe) quitar y mondar todo cuanto de extraño hay en el alma, y también una parte de lo que es ella misma. Lo he dicho varias veces ya: El alma ha de ser desnudada de todo cuanto le es accidental (= a su ser puro), y ser elevada, así de pura, refluyendo en el Hijo con la misma pureza con que emanó de Él. Porque el Padre creó al alma dentro del Hijo. Por ello debe adentrarse en Él con tanta pureza como (tenía) al emanar de Él. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Por eso dice: «Elevó desde abajo sus ojos mirando hacia el cielo». Un maestro griego afirma que el cielo significa lo mismo que una «cabaña del sol». El cielo vierte su fuerza en el sol y en los astros, y los astros vierten su fuerza en el centro de la tierra y producen oro y piedras preciosas de modo que las piedras preciosas tienen la fuerza de sufrir efectos maravillosos. Algunas tienen fuerza de atracción para huesos y carne. Si se acercara un hombre, sería atado y no podría irse a no ser que conociese algunos ardides para librarse, Otras piedras preciosas atraen huesos y hierro. Cada piedra preciosa y (cada) hierba es una casita de los astros, la que abarca en sí una fuerza celestial. Así como el cielo vierte su fuerza en los astros, las estrellas, a su vez, la vierten en las piedras preciosas y en las hierbas y en los animales. Las hierbas son más nobles que las piedras preciosas, porque tienen VIDA creciente. (Las hierbas), empero, no aceptarían crecer bajo el firmamento material, a no ser que hubiera en él una fuerza racional de la que reciben su VIDA. Así como el ángel más bajo vierte su fuerza en el cielo y lo mueve, haciendo que gire y opere, así el cielo vierte muy secretamente su fuerza en todas las hierbas y en los animales. De ahí que cada hierba tiene una cualidad celestial y opera en su derredor al modo del cielo. Los animales se elevan más y poseen VIDA animal y sensible y, sin embargo, permanecen (atados) al tiempo y al espacio. Pero el alma, en su luz natural, se eleva en su parte suprema (= la chispa) por encima del tiempo y del espacio a la semejanza con la luz del ángel y con ella opera de manera cognoscitiva hasta (llegar) al cielo. Así, el alma ha de elevarse sin cesar en el obrar cognoscitivo. Allí donde halla algo de luz divina o de semejanza divina, allí ha de construir su cabaña (= permanecer) sin retirarse hasta que otra vez ascienda más. Y así se debe elevar cada vez más en la luz divina y llegar de ese modo, y junto con los ángeles del cielo, más allá de todas las «cabañas» hasta el puro (y) desnudo rostro de Dios. Por eso, dice él: «Miró al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”». Sobre cómo el Padre glorifica al Hijo y cómo el Hijo glorifica al Padre, sobre esto es mejor guardar silencio que hablar; quienes deberían de hablar sobre ello, tendrían que ser ángeles. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Pero (digamos) algo de la palabrita que reza: «Todos cuantos Tú me has dado». Para quien se fija en el sentido exacto, significa lo mismo que: «Todo cuanto me has dado»: «esta VIDA eterna» se la doy a ellos, es la misma que tiene el Hijo en el primigenio efluvio violento y en el mismo fondo y en la misma pureza y en el gozo con el cual posee su propia bienaventuranza y tiene su propio ser: «Esta VIDA eterna se la doy a ellos» (Juan 10, 28) y otra, no. Oportunamente he expresado este sentido de manera general, pero esta noche lo paso por alto, y corresponde mas bien a la versión latina, como la he citado varias veces. Solicítaselo a Él tú mismo y atrévete a decirlo bajo mi responsabilidad. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Luego dice: «En esto consiste la VIDA eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». Si (dos) hombres conocieran a Dios como «uno», y uno de ellos entendiera por ello (la cantidad numérica de) mil y el otro conociera a Dios en mayor medida como «uno», por poco que fuera, él conocería (a Dios) más como «uno» que aquel que conociera (la cantidad de) mil. Cuanto más se conoce a Dios como «uno», tanto más se lo conoce como «todo». Si mi alma fuera comprensiva y noble y pura, todo cuanto conociera, sería «uno». Si un ángel conociera (una cosa) y ella tuviera (para él) el valor de diez, y si otro ángel, más noble (= de mayor jerarquía) que aquél, conociera lo mismo, ello sería (para él) nada más que uno. Por eso dice San Agustín: Si yo conociera todas las cosas y no a Dios, no habría conocido nada. Mas, si conociera a Dios y no conociese ninguna otra cosa, habría conocido todas las cosas. Cuanto más insistente y profundamente se conoce a Dios como «uno», tanto más se conoce la raíz de la cual han germinado todas las cosas. Cuanto más se conoce como «uno» la raíz y el núcleo y el fondo de la divinidad, tanto más se conocen todas las cosas. Por eso dice: «Para que te conozcan Dios uno (y) verdadero». No dice ni Dios «sabio» ni Dios «justo» ni Dios «poderoso», sino únicamente «Dios uno (y) verdadero», y quiere decir que el alma debe apartar y mondar todo cuanto se agrega a Dios en el pensamiento o en el conocimiento, y que se lo tome desnudo tal como es (un) ser acendrado: así es «Dios verdadero». Por eso dice Nuestro Señor: «En esto consiste la VIDA eterna en que te conozcan a ti solo, Dios uno (y) verdadero». SERMONES: SERMÓN LIII 3
Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer, mientras los varones – uno que amaba a Dios y el otro que era amado por Dios – sentían miedo. Y aquel maestro dice: «La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él; y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía impedírselo ya que pertenecía a quien (se lo había dado), según he afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él. Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda razón por la cual ella se hallaba tan cerca – (así) explica el maestro – era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma – ya que no podía encontrar a Dios con VIDA en ninguna parte – hallara a Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces, si hubieran venido a matarla, (habrían cumplido) su deseo para que su alma se hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: (es decir) su alma adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios (= la divinidad de Cristo) hubiera atravesado la humanidad (de Cristo) y que (de esa manera) algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara (la fruta), algo de ella – tanto como un aroma – perduraría en (la mano). Así abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también la tumba. Pues, si hubiera perdido (también) la tumba, ya no tendría absolutamente nada. SERMONES: SERMÓN LV 3
Ahora se plantea el interrogante de ¿por qué ella no vio al Señor cuando se hallaba tan cerca de ella? Acaso podría ser que el llanto hubiera perturbado su vista de modo que no podía verlo con suficiente rapidez. Segundo: que el amor la había cegado de manera que no creía que Él se encontrara tan cerca de ella. Tercero: ella miraba continuamente hacia más allá de donde Él se encontraba; por eso no lo vio. Buscaba un cadáver y encontró a (dos) ángeles vivos. Un «ángel» significa lo mismo que un «mensajero», y un «mensajero» lo mismo que «alguien que ha sido enviado». Así notamos que el Hijo ha sido enviado y el Espíritu Santo también; mas ellos son iguales. Es, empero, la cualidad de Dios – como dice un maestro – que nada se le iguala. Ella buscaba lo que era igual y encontró lo desigual: «Uno a la cabecera, otro a los pies» (Juan 20, 12). Mas, el maestro dice: El ser uno es la cualidad de Dios. Como ella buscaba allí a uno y encontró a dos no hubo consuelo para ella, según he dicho varias veces. Nuestro Señor dice: «En esto consiste la VIDA eterna, en que conozcan a ti, un solo Dios verdadero» (Juan 17, 3). SERMONES: SERMÓN LV 3
En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que – tal como he dicho del espejo – en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé – y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios – pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant. 2, 9) – esto quiere decir: sin impedimento -, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» – esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito -, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr. Cant. 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) – esto quiere decir: simple en el anhelo -, «hermosa mía» – esto quiere decir: en las obras -, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr. Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) -ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas -. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) – las flores son el fruto de la VIDA eterna -. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) – con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma -. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr. Cantar 4, 16) – con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. SERMONES: SERMÓN LVII 3
En estas palabras se pueden notar tres cosas. Una consiste en que se debe seguir y servir a Nuestro Señor por cuanto Él dice: «Quien me sirve, que me siga». Por ello, las palabras vienen a propósito para San Segundo, (cuyo nombre) dice lo mismo que «el que sigue a Dios», pues él (San Segundo) dejó (sus) bienes y VIDA y todo por amor de Dios. Así, todos cuantos quieren seguir a Dios, habrán de dejar cuanto puede ser un estorbo para (su trato) con Dios. Dice Crisóstomo: Estas son palabras duras para quienes se inclinan hacia este mundo y las cosas corpóreas, las cuales, para ellos, son una posesión muy dulce y (les es) difícil y amargo dejarlas. En esto se puede ver lo difícil que resulta a algunas personas, que no conocen las cosas espirituales, renunciar a las materiales. Como ya he dicho varias veces: ¿Por qué no les gustan las cosas dulces a los oídos lo mismo que a la boca?… Porque no están hechos para ello. Por la misma razón, el hombre carnal no conoce las cosas espirituales, ya que no tiene la disposición correspondiente. En cambio, a un hombre conocedor que conoce las cosas espirituales, le resulta fácil dejar todas las cosas corpóreas. San Dionisio dice que Dios pone en venta su reino de los cielos; y no hay cosa de tan poco valor como el reino de los cielos cuando está en venta, y nada es tan noble y su posesión hace tan feliz con tal de que se lo tenga merecido. Se dice que es de poco valor porque se le ofrece a cada cual por cuanto él sea capaz de procurar. Por ello, el hombre ha de dar todo cuanto posee a trueque del reino de los cielos: (en especial) su propia voluntad. Mientras conserva algo de su propia voluntad, no tiene merecido el reino de los cielos. A quien renuncia a sí mismo y a su propia voluntad, le resulta fácil dejar todas las cosas materiales. Como ya he narrado varias veces que un maestro le enseñó a su discípulo cómo podía llegar a conocer las cosas espirituales. Entonces dijo el discípulo: «Maestro, tu instrucción me ha enaltecido y sé que todas las cosas materiales son como un barquito que se mece en el mar, y como un pájaro que vuela por el aire». Porque todas las cosas espirituales están por encima de las materiales; cuanto más elevadas están, tanto más se extienden y van comprendiendo a las cosas materiales. Por eso, las cosas materiales son pequeñas frente a las espirituales; y cuanto más sublimes son las cosas espirituales, tanto más grandes son; y cuanto más vigorosas son en las obras, tanto más puras son en (su) esencia. Lo he dicho también varias veces y es cierto y un enunciado verdadero: Si un hombre estuviera muriendo de hambre y si se le ofreciese la mejor de las comidas, sin que hubiera en ella semejanza con Dios, él, antes de probar o gustar (la comida), se moriría de hambre. Y, si el hombre sintiera un frío mortal y se le ofreciese cualquier clase de vestimenta, sin que en ella hubiera semejanza con Dios, él no podría echarle mano ni ponérsela. Esto se refiere al primer (punto) de cómo hay que dejar todas las cosas y seguir a Dios (= Cristo). SERMONES: SERMÓN LVIII 3
Por amor de Dios, San Pablo deseaba ser apartado de Cristo por (la salud de) sus hermanos (Cfr. Romanos 9, 3). Este (aspecto) preocupa mucho a los maestros y les produce grandes dudas. Algunos dicen que (sólo) se refería a un tiempo determinado. Esto, en absoluto es verdad; de tan mal grado por un instante como eternamente, y también con tanto gusto eternamente como por un instante. Siempre y cuando ponga sus miras en la voluntad de Dios, será más de su agrado cuanto más dure, y cuanto mayor sea el suplicio, tanto más lo querrá, exactamente como (sucede con) un mercader. Si él estuviera seguro de que aquello que compraba por un marco, le rendiría diez, pondría todos los marcos que poseyese, y todo el trabajo necesario, con tal de estar seguro de que volvería a casa con VIDA y ganaría tanto más… todo esto le resultaría agradable. Justamente esto le sucedió a San Pablo: la cosa de la que sabía que era la voluntad de Dios… cuanto más tiempo, tanto más querida, y cuanto mayor (el) suplicio, tanto mayor (la) alegría; porque cumplir con la voluntad divina, es el reino de los cielos; y cuánto mayor (sea) el suplicio (sufrido) de acuerdo con la voluntad divina, tanto mayor (será) la bienaventuranza. SERMONES: SERMÓN LIX 3
«¡Renuncia a ti mismo y toma tu cruz!» (Cfr. Lucas 9, 23). Los maestros dicen que el suplicio consiste en ayunar y otros sufrimientos (= ejercicios de penitencia). Mas, yo digo que esto no constituye sino un librarse del suplicio porque a tal actitud no la sigue sino alegría. Luego (de Juan 10, 27) dice Él: «Les doy la VIDA» (Juan 10, 28). Muchas otras cosas que se hallan en los entes racionales, son accidentes; mas la VIDA es propia de toda criatura racional, como ser suyo. Por eso dice: «Yo les doy la VIDA», porque su ser es su VIDA; pues Dios se da por completo cuando dice: «Yo doy». Ninguna criatura sería capaz de darla (= la VIDA); si fuera posible que alguna criatura pudiera darla, Dios amaría (no obstante) tanto al alma que no podría tolerarlo, sino que Él mismo quiere darla. Si alguna criatura la diera, le repugnaría al alma; le importaría tan poco como una mosca. Exactamente como si un Emperador le diese una manzana a un hombre, éste la apreciaría más que si otra persona le regalara un jubón del mismo modo el alma tampoco puede admitir que reciba la (VIDA) de otro que no sea Dios. Por eso, dice: «Yo doy», para que sea perfecta la alegría del alma por el don. SERMONES: SERMÓN LIX 3
Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera justo, Él no les importaría un comino; y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y pesado que lo que está en contra de la justicia: (es decir, el hecho) de que no se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo (es) eso? Si una cosa puede alegrar (a los hombres) y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín: «Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da VIDA». Nuestra palabra (de la Sagrada Escritura) suena modesta y comprensible para todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo, comprenderá todo cuanto digo. SERMONES: SERMÓN VI 3