Dios aspira en todas las cosas a que renunciemos a nuestra voluntad. Cuando San Pablo habló mucho con Nuestro Señor y Nuestro Señor mucho con él, todo esto no dio ningún resultado hasta que él renunciara a su voluntad diciendo: «Señor ¿qué quieres que yo haga?» (Hechos de los Apóstoles 9, 6). Entonces Nuestro Señor sabía muy bien qué era lo que él tenía que hacer. Lo mismo sucedió cuando el ángel se apareció a Nuestra Señora: todo cuanto ella y él hubieran hablado alguna vez, nunca la hubiese convertido en Madre de Dios; pero tan pronto como ella renunció a su voluntad, llegó a ser inmediatamente una verdadera Madre del Verbo eterno y recibió a Dios en seguida. Él se hizo hijo suyo por naturaleza. No hay tampoco cosa alguna para hacernos hombres verdaderos fuera del renunciamiento a nuestra voluntad. De veras, sin renunciar a nuestra voluntad en todas las cosas, no obramos absolutamente nada ante Dios. Pero, si llegáramos a desprendernos íntegramente de nuestra voluntad y nos animáramos a renunciar a todas las cosas, exterior e interiormente, por amor de Dios, entonces habríamos hecho todo y antes no. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.
Cuando este templo se libera así de todos los obstáculos, es decir, del apego al yo y de la ignorancia, entonces resplandece con tanta hermosura y brilla tan pura y claramente por sobre todo y a través de todo lo creado por Dios, que nadie puede igualársele con idéntico brillo a excepción del solo Dios increado. Y es plena verdad: nadie se iguala a este templo fuera del solo Dios increado. Todo cuanto se halla por debajo de los ángeles, en absoluto se asemeja a este templo. Aun los ángeles más elevados se asemejan hasta cierto grado, pero no del todo, a este templo del alma noble. El que se asemejen al alma en cierta medida, es (verdad) con respecto al conocimiento y al amor. Sin embargo, se les ha puesto un límite; no pueden ir más allá. Pero el alma bien puede ir más allá. Si un alma – y en efecto la de un hombre que viviera aún en la temporalidad – estuviese a la misma altura que el ángel supremo, entonces este hombre a causa de su libre facultad podría elevarse aún inconmensurablemente más por encima del ángel, (siendo) nuevo en cada instante y carente de número, es decir, sin modo, (y hallándose) más allá del modo de los ángeles y de toda razón creada. Sólo Dios es libre e increado y por ello, Él solo se iguala a ella (el alma) en cuanto a la libertad, mas no a su condición de increado, porque ella es creada. Cuando el alma llega a la luz sin mezcla, entonces cae en su nada (y) en esa nada (se halla) a tanta distancia de su algo creado, que ella es absolutamente incapaz de volver por fuerza propia a su algo creado. Y Dios, con su ser increado, se ubica por debajo de esa su nada y sostiene al alma en el «algo» de Él. El alma se ha arriesgado a ser aniquilada y no puede retornar a sí misma por fuerza propia, tanto se ha alejado de sí misma antes de que Dios se colocara por debajo de ella. Tiene que ser así, necesariamente. Pues, como dije antes: «Jesús había entrado al templo y echó afuera a los que compraban y vendían, y se puso a decir a los otros: “¡Quitad esto!”». Pues bien, mirad, ahora me refiero a la palabrita: Jesús entró y se puso a decir: «¡Quitad esto!» y ellos lo sacaron. Mirad, entonces ya no hubo más nadie que sólo Jesús, y Él comenzó a hablar en el templo. Mirad, debéis tenerlo por cierto: si alguna otra persona, fuera de Jesús solo, quiere hablar en el templo, o sea, en el alma, Jesús se calla como si no estuviera en casa y tampoco está en su casa en el alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el alma, ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. Ah sí, entonces entra Él y comienza a hablar. ¿Qué dice el Señor Jesús? Dice lo que es. ¿Qué es, pues? Es un Verbo del Padre. En este mismo Verbo se enuncia el Padre a sí mismo y a toda la naturaleza divina y a todo cuanto es Dios, tal como Él lo conoce; y lo conoce tal como es. Y como Él es perfecto en su cono cimiento y facultad, por eso es perfecto también en su habla. En tanto dice el Verbo, se enuncia a sí mismo y a todas las cosas por medio de otra persona, y le da (al Verbo) la misma naturaleza que tiene Él mismo y enuncia a todos los seres dotados de razón, mediante el mismo Verbo, como idénticos al mismo Verbo, según la «imagen» (o sea la idea) en cuanto ella permanece adentro, pero no como idénticos en todo sentido como el mismo Verbo, en cuanto (la imagen) irradia su luz hacia fuera de acuerdo con el hecho de que cada una existe por separado; antes bien, ellas (las imágenes que existen cada una por separado) han sido dotadas de la posibilidad de obtener la semejanza con el mismo Verbo por obra de la gracia. Y a este mismo Verbo, tal como es en sí, lo ha pronunciado íntegramente el Padre, tanto al Verbo como a todo cuanto hay en el Verbo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3
Ya que el Padre ha dicho esto ¿qué está diciendo Jesús en el alma? Tal como lo he señalado: El Padre enuncia al Verbo y habla por medio del Verbo y no de otro modo; y Jesús habla en el alma. Su manera de hablar consiste en que Él se revela a sí mismo y a todo cuanto el Padre ha hablado en su interior, según la manera en la cual el espíritu está predispuesto. Él revela el poder soberano del Padre en el espíritu con el mismo poder inconmensurable. Cuando el espíritu recibe este poder en el Hijo y por el Hijo, él mismo se vuelve poderoso en cualquier acontecimiento de modo que llega a ser igual y poderoso en todas las virtudes y en toda pureza perfecta, de manera tal que ni lo agradable ni lo penoso ni todo cuanto Dios ha creado en el tiempo, puede perturbar al hombre y él, antes bien, se mantiene poderosamente (en ese estado) como dentro de una fuerza divina, en comparación con la cual todas las cosas son pequeñas e impotentes. ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3
Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, (y) el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además (reconoce) a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él (el Verbo) en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente (a esta última) cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura (y) clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (Salmo 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego (el alma) se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en (su) fecunda facultad procreativa, y (conoce) su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna. ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3
Una virgen que es mujer, ésta es libre y desasida, sin apego al yo, (y) se halla en todo momento tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos y éstos son grandes, ni más ni menos de lo que es Dios mismo. Este fruto y este nacimiento los produce una virgen que es mujer, y ella da frutos todos los días, cien veces o mil veces, y aun innumerables veces, pues da a luz y se hace fecunda partiendo del más noble de los fondos. Para expresarlo mejor: ella (parte), por cierto, del mismo fondo donde el Padre engendra a su Verbo eterno (y) por ello se vuelve fecunda como co-parturienta. Pues Jesús, la luz e irradiación del corazón paterno – según dice San Pablo que Él es una gloria e irradiación del corazón paterno y con sus rayos atraviesa poderosamente el corazón paterno (Cfr. Hebr. 1, 3)-, este Jesús está unido con ella y ella con Él, y ella brilla y reluce junto con Él como un uno único y como una luz acendrada (y) clara en el corazón paterno. ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3
Ellos viven eternamente «con Dios», de modo exactamente igual con Dios, ni por debajo ni por encima. Hacen todas sus obras con Dios y Dios (las hace) con ellos. Dice San Juan: «El Verbo estaba con Dios» (Juan 1, 1). Era completamente igual y estaba a su lado, ni por debajo ni por encima, sino que (era) igual. Cuando Dios creó al hombre, creó a la mujer del costado del hombre para que le fuera igual. No la creó ni de la cabeza ni de los pies, para que no fuera para él ni mujer ni hombre, sino que fuese igual. Así también el alma justa ha de ser igual, junto con Dios y al lado de Dios, exactamente igual, ni por debajo ni por encima. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3
El Padre engendra a su Hijo en la eternidad como igual a sí mismo. «El Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo»: era lo mismo en la misma naturaleza. Digo además: Lo ha engendrado en mi alma. Ella no sólo está con Él y Él con ella como iguales, sino que se halla dentro de ella, y el Padre engendra a su Hijo dentro del alma de la misma manera que lo engendra en la eternidad, y no de otro modo. Tiene que hacerlo, le agrade o le disguste. El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me engendra a mí como su hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía: Me engendra no sólo como su hijo; me engendra a mí como (si yo fuera) Él, y a sí como (si fuera) yo, y a mí como su ser y su naturaleza. En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una sola vida y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es uno; por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre carnal no es mi padre propiamente dicho, sino (que lo es) solamente con un pequeño pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él; él puede estar muerto y yo (puedo) vivir. Por eso, el Padre celestial es de veras mi Padre, porque soy su hijo y tengo de Él todo cuanto poseo, y soy el mismo hijo y no otro. Como el Padre no hace sino una sola obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin ninguna diferencia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3
«Como una estrella matutina en medio de la niebla.» Ahora me referiré a la palabrita «quasi» que quiere decir «como»; los niños en la escuela la clasifican como «nombre adverbio» (bîwort). He aquí aquello en que pienso en todos mis sermones. Lo más esencial que se puede enunciar de Dios es «Verbo» y «Verdad». Dios se ha llamado Él mismo un «Verbo». San Juan dijo: «Al comienzo era el Verbo» (Juan 1, 1) y al decirlo alude (también) al hecho de que uno debería ser un adverbio junto al Verbo. Tal como la «estrella libre» lleva el nombre de «Venus» del día viernes: ella tiene diversos nombres. Cuando antecede al sol y sale antes que éste se la llama: «estrella matutina»; cuando va a la zaga del sol de modo que éste se pone primero, se la llama «estrella vespertina». A veces corre por encima del sol, a veces por debajo. Ante todos los astros ella se mantiene siempre a la misma distancia del sol; nunca se aleja más de él ni se le acerca más, y esto significa que el hombre deseoso de llegar a tal punto, siempre debe estar cerca de Dios y en su presencia, de modo que nada pueda alejarlo de Dios, ni la dicha ni la desdicha, ni criatura alguna. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IX 3
Que el Padre y el mismo Verbo y el Espíritu Santo nos ayuden para que siempre seamos un «adverbio» de este «Verbo». Amén. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IX 3
Otras veces ya he hablado del principio primigenio y del último fin. El Padre es el principio de la divinidad porque se comprende a sí mismo en sí mismo. De Él sale el Verbo eterno permaneciendo adentro, y el Espíritu Santo emana de los dos permaneciendo adentro; y (el Padre) no lo engendra porque es un fin de la divinidad y de todas las criaturas, que permanece adentro y en el que hay un descanso puro y un reposo de todo aquello que alguna vez obtuviera ser. El principio es a causa del fin, porque en el último fin descansa todo cuanto alguna vez obtuviera ser racional. (El último fin) del ser es la oscuridad o el desconocimiento de la divinidad oculta para el cual brilla esta luz, (pero) «esas tinieblas no la han comprendido» (Cfr. Juan 1, 5). Por eso dijo Moisés: «El que es, me ha enviado» (Exodo 3, 14); Él, que carece de nombre, que es una negación de todos los nombres, y que nunca obtuvo nombre alguno. Y por ello dijo el profeta: «En verdad, tú eres el Dios escondido» (Isaías 45, 15) en el fondo del alma, allí donde el fondo de Dios y el fondo del alma son un solo fondo. Cuanto más uno te busque, tanto menos te encontrará. Debes buscarlo de manera tal que no lo halles en ninguna parte. Si no lo buscas, lo encontrarás. Que Dios nos ayude a buscarlo de modo tal que permanezcamos eternamente junto a Él, amén. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
Pero algunas personas se quejan de que Dios no les dé ni ensimismamiento ni recogimiento ni dulzura ni consuelo especial. De veras, esa gente aún anda muy equivocada; uno bien puede dejarlo pasar, mas no es lo mejor. Digo conforme a la verdad: Mientras se está configurando en tu interior algo que no es el Verbo eterno o que, desde el Verbo eterno, mira hacia fuera, por bueno que sea, realmente está mal. Por ello es un hombre justo solamente aquel que ha aniquilado todas las cosas creadas y se halla orientado en línea recta hacia el Verbo eterno, sin dirigir en absoluto las miradas hacia fuera, y que está configurado en (el Verbo eterno) y (tiene) hecha su imagen otra vez en la justicia. El hombre toma allí donde toma el Hijo y es el hijo mismo. Dice un escrito: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mateo 11, 27) y, en consecuencia, si queréis conocer a Dios, debéis no sólo asemejaros al Hijo, sino ser el Hijo mismo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XV 3
Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naín, y con Él iban una muchedumbre y también los discípulos. Cuando llegó al portón (de la ciudad) estaban sacando de ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro donde yacía el muerto, y dijo: «Joven, yo te digo ¡levántate!». El joven se incorporó y en seguida comenzó a hablar gracias a (su inherente) semejanza (con el Verbo divino = Cristo), diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Era el hijo de una viuda. El marido estaba muerto, de ahí que también el hijo estuviera muerto. El único hijo del alma, esto es la voluntad y lo son todas las potencias del alma; ellas son todas uno en lo más íntimo del entendimiento. (El) entendimiento, en el alma es el marido. Puesto que el marido está muerto, también está muerto el hijo. A este hijo muerto le dijo Nuestro Señor: «¡Te digo, joven, levántate!» El Verbo eterno y el Verbo vivo en el cual viven todas las cosas y que sostiene todas las cosas, infundió vida al muerto, y éste «se incorporó y comenzó a hablar». Cuando la Palabra habla dentro del alma y el alma contesta en medio de la Palabra viva, entonces el Hijo cobra vida en el alma. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Los maestros preguntan ¿qué es lo que es mejor: (el) poder de las hierbas o (el) poder de las palabras o (el) poder de las piedras? Hay que reflexionar sobre qué es lo que se elige. Las hierbas tienen gran poder. Oí decir que una víbora y una comadreja luchaban entre ellas. Entonces la comadreja se alejó corriendo y buscó una hierba y la envolvió en otra cosa y arrojó la hierba sobre la víbora y ésta reventó y (ahí) yacía muerta. ¿Qué le habrá dado semejante inteligencia a la comadreja? El hecho de estar enterada del poder de la hierba. En esto reside realmente una gran sabiduría. También (las) palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras. Todas las palabras deben su poder al Verbo primigenio. También (las) piedras tienen gran poder a causa de la igualdad que producen en ellas las estrellas y la fuerza del cielo. Si, pues, lo igual es tan poderoso en lo igual, el alma debe levantarse a su luz natural hacia lo más elevado y puro y entrar así en la luz angelical, llegando con la luz angelical a la luz divina, y así ha de estar parada por entre las tres luces en el cruce de caminos, (allá) en las alturas donde se encuentran las luces. Allá habla el Verbo eterno infundiéndole la vida; allá el alma cobra vida y da su respuesta dentro del Verbo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Que Dios nos ayude para que nosotros también lleguemos a responder dentro del Verbo. Amén. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Dice Nuestro Señor: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios y pronuncia la palabra y predica la palabra!» (Jer. 7, 2). El Padre celestial dice una Palabra y la dice eternamente y en este Verbo consume todo su poderío y en esta Palabra enuncia toda su naturaleza divina y todas las criaturas. La Palabra yace escondida en el alma de modo que no se la conoce ni oye, a no ser que se le asigne un lugar en el fondo del corazón; antes no se la oye. Además, deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos y debe haber una tranquilidad pura, un silencio. De este significado ya no quiero decir más. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3
Una mujer preguntó a Nuestro Señor dónde se debía de orar. Entonces dijo Nuestro Señor: «Vendrá el tiempo y ya ha llegado en que los verdaderos adoradores han de rezar en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu hay que rezar en espíritu y en verdad». (Juan 4, 23 y 24). Lo que es la Verdad misma, no lo somos nosotros; somos verdaderos, es cierto, pero hay en ello una parte de mentira. Así no son las cosas en Dios. Antes bien, el alma debe estar parada en el primigenio efluvio violento, allí donde emana y nace la Verdad, (o sea) en la «puerta de la casa de Dios», y ella (=el alma) debe pronunciar y predicar la palabra. Todo cuanto hay en el alma, tiene que hablar y decir loas, y nadie habrá de escuchar la voz. En el silencio y en la tranquilidad – como dije hace poco de los ángeles que están sentados cerca de Dios en el coro de la sabiduría y del fuego – allá Dios le habla al interior del alma y se pronuncia íntegramente dentro del alma. Allá el Padre engendra a su Hijo y siente tanto placer por el Verbo y le tiene tanto amor que nunca deja de pronunciar el Verbo, sino que lo dice en todo momento, es decir, por encima del tiempo. Viene bien a nuestras explicaciones citar: «A tu casa le conviene la santidad» y la loa y que no haya nada adentro que no te alabe. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3
El mar, ¿por qué se llama «furia»? Porque se enfurece y está inquieto. «Ordenó a sus discípulos que subieran». Quien quiere escuchar al Verbo y llegar a ser discípulo de Cristo, tiene que subir y elevar su entendimiento por encima de todas las cosas corpóreas, y debe cruzar la «furia» de la inconstancia (inherente) a las cosas perecederas. Mientras existe alguna volubilidad, ya sea astucia o ira o tristeza, ella tapa el entendimiento de modo que no puede escuchar al Verbo. Dice un maestro: Quien ha de entender las cosas naturales y aun las materiales, debe desnudar su conocimiento de todas las demás cosas. Yo ya he dicho varias veces (lo siguiente): Cuando el sol vierte su luz sobre las cosas corpóreas, entonces transforma aquello a que puede abrazar, en (vapor) fino y lo alza consigo: si la luz del sol fuera capaz de hacerlo, lo elevaría hasta el fondo de donde ella ha emanado. Mas, cuando lo alza por el aire y (el vapor) se ha extendido en sí mismo y calentado por obra del sol y luego (cuando) sube hacia el frío, sufre un revés por el frío y se precipita en (forma de) lluvia o nieve. Así sucede con el Espíritu Santo: levanta al alma y la eleva y alza junto con Él, y si ella estuviera preparada, la levantaría hasta el fondo de donde Él ha emanado. Así acaece cuando el Espíritu Santo mora en el alma: entonces ella sube porque Él la alza junto consigo. Mas, cuando el Espíritu Santo se retira del alma, ella cae hacia abajo porque aquello que es de la tierra, cae hacia abajo; pero aquello que es de fuego, va girando hacia arriba. Por ello, el hombre debe haber pisoteado todas las cosas que son terrestres, y todo cuanto pueda encubrir el entendimiento para que no quede nada que no sea igual al conocimiento. Si (el alma) obra (sólo) en el conocimiento, es igual a éste. El alma que de tal manera ha ido más allá de todas las cosas, es elevada por el Espíritu Santo y Él la alza junto consigo hasta el fondo de donde Él emanó. Ah sí, la lleva a su imagen eterna de donde ella ha surgido, a esa imagen según la cual el Padre ha configurado todas las cosas, a esa imagen en la cual todas las cosas son uno, a la extensión y profundidad en las cuales vuelven a terminar todas las cosas. Quien quiere llegar a este (punto), escuchar al Verbo y ser discípulo de Jesús, la salvación, debe haber pisoteado todas las cosas que son desiguales (a la imagen). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIII 3
Dicen los maestros que la naturaleza humana nada tiene que ver con el tiempo y que es completamente intangible y le resulta mucho más entrañable y cercana al hombre de lo que es él para sí mismo. Y por ello, Dios adoptó la naturaleza humana y la unió a su persona. Entonces, la naturaleza humana llegó a ser Dios porque Él adoptó la naturaleza humana pura y no (la de) ningún hombre. Por eso, si tú quieres ser el mismo Cristo y Dios, despójate de todo cuanto el Verbo eterno no aceptó para sí. El Verbo eterno no aceptó para sí a ningún hombre; por eso, despójate de lo que tienes de ser humano y de lo que eres tú y tómate desnudo, de acuerdo con la naturaleza humana, así serás lo mismo en el Verbo eterno que es en Él la naturaleza humana. Porque entre la naturaleza humana tuya y la suya no hay diferencia, es una sola, ya que es en Cristo lo que es en ti. Por eso dije en París que en el hombre justo se cumple lo que dijeron en cualquier momento (con respecto a Cristo) las Sagradas Escrituras y los profetas; porque si tú andas bien, se cumple en ti todo cuanto está dicho en las Alianzas Antigua y Nueva. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3
Ahora prestad atención a la segunda palabrita, allí donde dice: «Os he llamado mis amigos, porque os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15,15). Observad, pues, que Él dice: «Os he llamado mis amigos». En el mismo origen donde surge el Hijo – allí donde el Padre enuncia su Verbo eterno – y del mismo corazón surge y emana también el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo no hubiera emanado del Hijo, no se habría conocido ninguna diferencia entre el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando prediqué, pues, en el día de la Trinidad, pronuncié en latín la (siguiente) palabrita: Que el Padre había dado a su Hijo unigénito todo cuanto es capaz de ofrecer – toda su divinidad, toda su bienaventuranza – sin reservarse nada para sí mismo. Entonces surgió una pregunta: ¿Le dio también su peculiaridad? Y yo contesté: ¡Así es! porque la paterna peculiaridad de engendrar no es otra cosa que Dios; y yo acabo de decir que Él no se ha reservado nada para sí. De cierto digo: La raíz de la divinidad la enuncia totalmente en su Hijo. Por ello dice San Felipe: «¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!» (Juan 14, 8). Un árbol que da frutos, empuja sus frutos hacia fuera. Quien me da el fruto, no me da (necesariamente) el árbol. Pero quien me da el árbol y la raíz y el fruto, me ha dado más. Ahora bien, Él dice: «Os he llamado mis amigos» (Juan 15,15). De cierto, en el mismo nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito y le da la raíz y toda su divinidad y toda su bienaventuranza, y no se reserva nada para sí, en este mismo nacimiento nos llama amigos suyos. Si bien tú no oyes ni entiendes nada de ese hablar, existe, sin embargo, una potencia en el alma – de aquélla hablé cuando prediqué aquí el otro día – esta (potencia) se halla completamente desapegada y del todo pura en sí misma y (tiene) íntimo parentesco con la naturaleza divina: en esta potencia (el hablar) se entiende. De ahí que Él diga muy acertadamente: «Por ello os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15, 15). ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Ahora dice (= el sabio): «Su recompensa está con el Señor». (Hablemos) un poco de esto. Cuando dice «con» significa que la recompensa del justo está allí donde está Dios mismo; pues la bienaventuranza del justo y la bienaventuranza de Dios son una sola bienaventuranza, ya que el justo es bienaventurado allí donde lo es Dios. Dice San Juan: «El Verbo estaba con Dios» (Juan 1, 1). Él (también) dice «con» y por ello el justo se asemeja a Dios porque Dios es la justicia. Y por lo tanto: quien está en la justicia, está en Dios y es Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIX 3
En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente – y nada menos – como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre – allí reina gran silencio – debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3
«Y fijaos»: «ecce». «Ecce», esta palabrita contiene en sí todo cuanto pertenece al verbo, no se le puede añadir nada (=no tiene flexión). Verbo, esto es Dios, Dios es un Verbo, el Hijo de Dios es un Verbo. El (= el evangelista) opina que toda nuestra vida, todo nuestro anhelo deberían estar encerrados y suspendidos por completo en Dios y dispuestos hacia Él. Por eso dice Pablo: «Soy lo que soy por la gracia de Dios» (1 Cor. 15, 10), y además dice: «Yo vivo, mas no yo, sino que Dios vive del todo en mí» (Gal. 2, 20). ¿Qué más (tenemos)? ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Ahora ¡prestad atención! Nadie puede conocer al Padre sino su único Hijo, porque Él mismo dice que: «Nadie conoce al Padre sino su Hijo, y nadie conoce al Hijo sino su Padre» (Cfr. Mateo 11, 27). Y por ende: si el hombre ha de conocer a Dios, en lo cual consiste su eterna bienaventuranza, entonces tiene que ser junto con Cristo un único hijo del Padre; y por eso: si queréis ser bienaventurados, debéis ser un solo hijo, no muchos hijos sino un solo hijo. Habéis de ser bien distintos según el nacimiento carnal, mas en el nacimiento eterno debéis ser uno solo, porque en Dios no hay nada más que un solo origen natural; y por eso no existe ahí nada más que una sola emanación natural del Hijo, no dos sino una. Por lo tanto: si habéis de ser un único hijo, junto con Cristo, debéis constituir una única emanación junto con el Verbo eterno. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3
El hombre ¿cómo puede llegar a ser un único hijo del Padre? ¡Observad lo siguiente! El Verbo eterno no asumió (la naturaleza de) este hombre o aquél, sino que asumió una naturaleza humana libre (e) indivisa que era pura sin rasgo (individual): porque la forma simple de la humanidad carece de rasgos (individuales). Y a causa de esto, porque en la asunción la naturaleza humana fue asumida por el Verbo eterno, simplemente, sin rasgos (individuales), la imagen del Padre, que es el Hijo eterno, se convirtió en imagen de la naturaleza humana. Pues, así como es verdad que Dios se hizo hombre, también es verdad que el hombre se hizo Dios. Y, por consiguiente, la natura humana está transformada, en cuanto se ha convertido en la imagen divina, que es (la) imagen del Padre. Entonces: si habéis de ser un único hijo, debéis desasiros y separaros de todo cuanto provoca diferenciación en vosotros. Porque el hombre (individual) es un accidente de la naturaleza (humana), y por lo tanto separaos de todo cuanto es accidente en vosotros, y consideraos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. Y luego, por cuanto la misma naturaleza – según la cual os consideráis – se ha convertido en Hijo del Padre eterno, gracias a la asunción por el Verbo divino, llegaréis (cada uno) a ser hijo del Padre eterno junto con Cristo ya que os consideráis de acuerdo con la misma naturaleza que allí (= en Cristo) se hizo Dios. Por eso, cuidaos de (no) consideraros como sois acaso ese hombre o aquél, sino concebíos de acuerdo con la naturaleza humana libre (e) indivisa. En consecuencia: si queréis ser un solo hijo, separaos de cualquier «no», porque el «no» produce diferenciación. ¿Cómo? ¡Fijaos! Por el hecho de que no seas aquel hombre, el «no» produce una diferenciación entre tú y aquel hombre. Y por consiguiente: si queréis carecer de diferenciación, libraos del «no». Porque en el alma hay una potencia separada del «no», ya que no tiene nada en común con cosa alguna; porque en esta potencia no hay nada fuera de Dios solo: Él arroja, desnudo, su luz en esta potencia. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3
Y Cristo dijo: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». ¡Ahora fijaos empeñosamente en este significado! El Padre mismo no escucha nada fuera del susodicho Verbo, no conoce nada más que este Verbo, no dice nada más que este mismo Verbo, no engendra nada más que este mismo Verbo. En este mismo Verbo escucha el Padre y conoce el Padre y engendra a sí mismo y también a este mismo Verbo y a todas las cosas y a su divinidad, totalmente hasta el fondo, a sí mismo de acuerdo con la naturaleza, y a este Verbo con la misma naturaleza en otra persona. ¡Ea, fijaos ahora en este modo de hablar! El Padre enuncia, racionalmente, con fecundidad su propia naturaleza íntegra en su Verbo eterno. No es que pronuncie el Verbo voluntariamente, como un acto de voluntad, como cuando se dice o se hace algo a fuerza de voluntad, y a causa de esa misma fuerza uno también podría omitirlo si quisiera. Así no son las cosas con el Padre y con su Verbo eterno, sino que Él, quiéralo o no, debe pronunciar, y engendrar sin cesar, este Verbo, porque se halla de manera natural junto al Padre como una raíz (de la Trinidad), dentro de la naturaleza del Padre, tal como es el Padre mismo. Mirad, por ello el Padre pronuncia el Verbo voluntariamente y no por (fuerza de) la voluntad, y naturalmente y no por (fuerza de) la naturaleza. En este Verbo el Padre enuncia mi espíritu y tu espíritu y el espíritu de cada hombre (como) igual al mismo Verbo. En este mismo (acto de) hablar tú y yo somos (cada uno) un hijo por naturaleza, de Dios como (lo es) el mismo Verbo. Pues, según dije antes: El Padre no conoce nada fuera de este mismo Verbo y de sí mismo y de toda la naturaleza divina y de todas las cosas en este mismo Verbo, y todo cuanto conoce en Él es igual al Verbo y es, por naturaleza, el mismo Verbo en la Verdad. Cuando el Padre te da y te revela este conocimiento, te da de veras (y) del todo su vida y su ser y su divinidad en la Verdad. En esta vida, el padre, (o sea) el padre carnal, le comunica su naturaleza a su hijo, mas no le da su propia vida ni su propio ser, porque el hijo tiene otra vida y un ser distinto del que tiene el padre. Este hecho se demuestra por lo siguiente: El padre puede morir y el hijo, vivir; o, el hijo puede morir y el padre, vivir. Si los dos tuvieran una sola vida y un solo ser, tendría que suceder necesariamente que ambos muriesen o viviesen juntos, ya que la vida y el ser de ambos sería uno solo. Pero, así no es. Y por eso, cada uno es ajeno al otro y están diferenciados en cuanto a vida y ser. Si saco (el) fuego de un lugar y lo coloco en otro, por más que sea fuego, se halla dividido: éste puede arder y aquél apagarse, o éste puede apagarse y aquél arder; y por ende, no es ni uno solo ni eterno. Pero, como dije antes: El Padre en el reino de los cielos te da su Verbo eterno y en el mismo Verbo te da su propia vida y su propio ser y su divinidad toda; porque el Padre y el Verbo son dos personas y una sola vida y un solo ser indiviso. Cuando el Padre te recoge en esta misma luz para que tú contemples, de modo cognoscitivo, a esta luz en esta luz, de acuerdo con la misma peculiaridad con la cual Él, con su poder paterno, se conoce en este Verbo (= esta luz) a sí mismo y a todas las cosas, (así como conoce) al mismo Verbo, según (la) razón y (la) verdad, tal como he dicho, entonces te da poder para engendrar, junto a Él, a ti mismo y a todas las cosas y (te concede) su propio poder igual que a este mismo Verbo. Así pues, estás engendrando sin cesar, junto con el Padre por la fuerza del Padre, a ti mismo y a todas las cosas en un «ahora» presente. Dentro de esta luz, según he dicho, el Padre no conoce ninguna diferencia entre Él y tú y ninguna ventaja, ni menor ni mayor, que entre Él y su mismo Verbo. Porque el Padre y tú mismo y todas las cosas y el mismo Verbo son uno dentro de la luz. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Cuando predico suelo hablar del desasimiento y del hecho de que el hombre se libre de sí mismo y de todas las cosas. En segundo término (suelo decir) que uno debe ser in-formado otra vez en el bien simple que es Dios. En tercer término, que uno recuerde la gran nobleza que Dios ha puesto en el alma para que el hombre, gracias a ella, llegue hasta Dios de manera milagrosa. En cuarto término (me refiero) a la pureza de la natura divina… el resplandor que hay en la naturaleza divina, es cosa inefable. Dios es un Verbo, un Verbo no enunciado. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3
Dice Agustín: «Toda la Escritura es inútil. Si se dice que Dios es un Verbo, se lo enuncia; (mas) si se dice que Dios no está enunciado, entonces es inefable». Pero resulta que Él es algo; ¿quién puede enunciar este Verbo? No lo hace nadie fuera de quien es este Verbo. Dios es un Verbo que se enuncia a sí mismo. Donde se halla Dios, allí enuncia este Verbo; donde no está, no habla. Dios se ha enunciado y se halla sin enunciar. El Padre es una obra enunciativa y el Hijo es un enunciamiento operante. Lo que hay en mi fuero íntimo, sale de mí; aun cuando lo pienso solamente, mi palabra lo revela y, sin embargo, permanece dentro de mí. Igualmente, el Padre enuncia al Hijo, sin hablar, y Este, no obstante, permanece en Él. También he dicho varias veces que la salida de Dios es su entrada. En la misma medida en que yo me hallo cerca de Dios, Él se enuncia a sí mismo en mi fuero íntimo. Todas las criaturas racionales, cuanto más salen de sí mismas en sus obras, tanto más entran en sí mismas. No es así en las criaturas corpóreas: cuanto más obran, tanto más salen de sí mismas. Todas las criaturas quieren enunciar a Dios en todas sus obras; hablan todas lo más aproximadamente que pueden, mas a Él no lo saben enunciar. Quiéranlo o no, gústeles o no: todas quieren enunciar a Dios y Él, sin embargo, permanece sin ser enunciado. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3