La actividad más elevada de la inteligencia, es la Oración. Solo la Oración hace a la inteligencia capaz de su objeto: el Ser. Hay ahí una relación ontológica necesaria. Sin la Oración, la inteligencia se desvía de su objeto y se dispersa en la vanidad, lo contingente, lo efímero. La Oración, dice el catecismo, es una elevación del alma hacia Dios. El alma es elevada, «asumida» como la Virgen en su Asunción, pero ella es elevada en los Cielos por los Angeles, mensajeros del Espíritu. Ya que «nosotros no sabemos lo que debemos pedir a Dios en nuestras plegarias, peor el Espíritu mismo ora por nosotros con gemidos inefables,… diciendo: Abba, Padre» (Romanos VIII, 26 y 15). Y el Apóstol dice también: «Yo oraré con el espíritu, pero yo oraré también con la inteligencia; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la inteligencia» (1 Corintios XIV, 15). En efecto el Espíritu Santo, que ora en nosotros, nos conduce al Padre por el Logos. Es el «Trisagion», la triple acción de gracias: Sanctus, sanctus, sanctus, por la cual la Trinidad se hace Gloria a si misma a través del hombre. Y «nadie puede decir Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo» (1 Cor. XII, 3). ORACIÓN E INTELIGENCIA
Si esto es así, puede parecer ilusorio revelar al hombre moderno una ignorancia cuasi invencible a la cual él cree además escapar cultivando la «ciencia» bajo todas sus formas. Una tal situación es, en efecto, sin remedio para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, ya que si ellos reconocen su ignorancia y la vanidad de la ciencia, el mundo moderno cesaría por ello mismo de ser lo que es, lo cual es imposible. Nuestro propósito no se dirige por lo tanto más que al «núcleo pequeñisimo», no de aquellos que ya están convencidos, lo cual sería inútil, sino de aquellos que son todavía susceptibles de comprender, siendo su pequeño número por otra parte sin influencia sobre la mentalidad general condenada a la ignorancia; añadamos finalmente que incluso si ese «núcleo» no existe, todavía queda una razón mayor de escribir estas cosas, a saber que nunca es inútil proclamar la verdad, incluso si no hay en el presente ningún individuo capaz de comprenderla. SOBRE LA INGENUIDAD
No hay motivo para refutar el transformismo más que cualquier otra teoría del mismo género, ya que participa necesariamente de la ilusión cósmica y de la vanidad de la ciencia profana, pero se puede utilizarlo como ilustración de los principios universales que vamos a recordar. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
A decir verdad, la vanidad de una hipótesis científica o de una teoría matemática como tentativa de explicación del mundo aparece con una claridad evidente para aquellos que han comprendido el concepto de creación tal y como lo acabamos de exponer en pocas palabras, a pesar de que la refutación del evolucionismo debería consistir en exponer pura y simplemente la tesis tradicional. Desgraciadamente, en el siglo de la televisión, del deporte y del automóvil, ¿quién es capaz de comprender las “relaciones causales”? para los “hedonistas” de toda clase, el progreso técnico, debido a los descubrimientos de la ciencia y a sus aplicaciones, no tiene evidentemente nada que ver con una concepción metafísica del mundo incapaz de proporcionar la menor realización técnica. Estamos finalmente frente a dos actitudes o a dos mentalidades aparentemente incompatibles: la del materialista “hedonista” para quien este bajo-mundo es lo único real, siendo la metafísica algo abstracto, irreal y desprovisto de todo interés; y la del espiritual “contemplativo” para quien, por el contrario, el mundo es irreal y Dios es lo único Real de lo que está suspendido el mundo en su totalidad. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN