Valentino Parábolas

Estaremos reunindo aqui além de citações dos aprofundados estudos de Antonio Orbe, um dos maiores especialistas na tradição cristã dos primeiros séculos, outros estudos de especialistas do gnosticismo, tratando particularmente das parábolas.

Excertos de Antonio Orbe, “Parábolas Evangélicas em São Irineu

¿Qué decir de los gnósticos? El 2 Cor 4,4 lo puntuaban como Marción, haciendo al ‘dios de este siglo’, no al Padre, responsable de los desórdenes humanos.

2 Thes 2,11s crea problema. La expresión Dios enviará (resp. envía) parece asignar a Dios la iniciativa en la misión perversa del Anticristo.

Orígenes sugiere la respuesta: v. Comentários a João.

Los valentinianos tenían además, entre los subterfugios para salvar el reparo, la ambigüedad del término Dios, aplicable al Bueno, al demiurgo, y aun al «Kosmokrátor», según los estratos (espiritual, animal, carnal) de exégesis; o la fuente varia de inspiración de un mismo verso.

Dígase otro tanto de Rom 1,28. Lo que en sentido obvio no sufre aplicación al Dios bueno, ha de referirse al demiurgo o al «Kosmokrátor».

Valgan o no ad hominem los argumentos paulinos de Ireneo, retienen «grosso modo» mucho de su obvio alcance, y justifican la conclusión del santo:

Lo mismo sucede ahora. Dios sabe quiénes son los que no habrán de creer, pues conoce de antemano todas las cosas, los entrega a su incredulidad, retira de ellos su rostro y los abandona en las tinieblas que ellos mismos eligieron. ¿Por qué admirarse, entonces, de que en aquel tiempo abandonó en su incredulidad al faraón y a sus ministros, los cuales jamás habrían creído en él? Como el Verbo de Dios habló a Moisés desde la zarza: «Sé que el faraón, rey de Egipto, no os permitirá partir, sino con mano fuerte» (Ex 3,19). El Señor hablaba en parábolas y cegaba a Israel para que viendo no vieran, porque conocía su incredulidad, de modo semejante y por la misma razón por la cual endureció el corazón del faraón, a fin de que, viendo cómo el dedo de Dios sacaba su pueblo, no creyese. Lo dejó anegarse en el mar de la infidelidad, imaginando que la salida del pueblo y su paso por el mar rojo se debía a algún truco de magia, y no al poder de Dios que había decidido este tránsito para su pueblo, sino que era efecto de causas naturales. (Contra Heresias IV, 29,2)

Volvamos a las parábolas. Ireneo presenta el lenguaje del Salvador en conformidad con la mala (previa) disposición de los judíos.

¿Quiere eso decir que — según Ireneo — la predicación por parábolas: a) se dirige a solos judíos (incrédulos); b) e induce por sí la ceguera?

La respuesta del «presbítero» espontáneamente adoptada por el santo, no crea problemas. En primer lugar, el lenguaje parabólico no se dirigía, en el Evangelio, a solos judíos (incrédulos). Dirigíase a todos, aun a los apóstoles. La parábola de los malos viñadores (Mt 21,33-43) miraba a los judíos (Mt 21,45; Lc 20,19), pero también a los discípulos.

Igualmente las de las bodas del hijo del rey (Mt 22,1-14; Lc 14, 15-24), el hijo pródigo, los obreros enviados a horas distintas a la viña, el fariseo y publicano, y otras muchas, recogidas por Ireneo, como enseñanza de Cristo a todos, sin distinción de razas ni tiempos.

En segundo lugar, por dirigirse también a los discípulos, no llevaba la ceguera a todos sus oyentes. En buena parte de ellos «hacía luz», iluminándoles sobre los misterios del Evangelio.

El propio Ireneo utiliza las parábolas del Señor para ahondar en los grandes temas teológicos.

Distingamos los dos grupos cualificados de oyentes: judíos incrédulos y discípulos.

A los judíos (incrédulos) les habló así « — consciente de su incredulidad — para que viendo no viesen y oyendo no oyesen». Dirigióseles en parábolas para que — igual que los egipcios en tiempo de Moisés — «se precipitaran en el piélago de la incredulidad». Lo que, para los discípulos, era un aliciente a penetrar en su misterioso sentido, era para los incrédulos un tropiezo más y nueva ocasión de desidia.

Las parábolas contienen elementos no siempre fáciles de descubrir aun entre creyentes. De lo contrario sobrarían las reglas de San Ireneo para su inteligencia. Ocurre lo propio a los oráculos de los profetas y a las palabras de los apóstoles. Todo se puede desorbitar.

8,1. Esta es su teoría, que ni los profetas anunciaron, ni el Señor enseñó, ni los Apóstoles transmitieron (84). Y, sin embargo, ellos se glorían de haber recibido de estas cosas un conocimiento más elevado que todas las demás personas. Todo el tiempo citan textos que no se hallan en las Escrituras (85) y, como se dice, fabrican lazos con arena. Y no les preocupa acomodar a sus doctrinas, de una manera confiable, sea las parábolas del Señor, sea los dichos de los profetas, sea la predicación de los Apóstoles. Lo único que tratan de hacer es que sus creaciones no parezcan carecer de pruebas. Por eso enredan el orden y el texto de las Escrituras, y en cuanto pueden separan los miembros (del cuerpo) de la verdad. Transponen y transforman todo y, mezclando una cosa con otra, seducen a muchos mediante la fantasiosa composición que fabrican a partir de las palabras del Señor.

Como si un hábil artista hiciese con toda precisión en un rico mosaico el hermoso retrato de un rey, y luego alguien, para destruir su imagen, arrancase fragmentos de piedra y los volviese a acomodar formando otra figura mal dibujada, por ejemplo de un perro o una zorra; y luego dijese que ese es el bello retrato del rey que el famoso artista había hecho. Ese hombre mostraría las piedras (las mismas que el primer artista había hábilmente acomodado para trazar los rasgos del rey, pero con las cuales el segundo con toda vileza había formado la figura de un perro), para engañar a los más simples que no conocen los rasgos del rey, haciéndoles creer que esa detestable imagen de zorra es su auténtico retrato. Del igual manera esa gente, después de haber juntado fábulas de viejas, añadiéndoles en seguida textos, frases y parábolas pretendieron acomodar a sus mitos la Palabra de Dios. Ya hemos hecho notar los pasajes de la Escritura que ellos aplican a los seres que habitan dentro del Pléroma.

Y los símiles también, leyendo en ellos cosas que no figuran en la Escritura, acomodando para su declaración paralelos verbales o locuciones traídas por los pelos. Por este camino son atribuibles al Salvador toda clase de mitos.

Es, pues, irracional dejar de lado al verdadero Dios, del que todos rinden testimonio, para buscar por encima de él al que no es Dios y que por nadie ha sido anunciado. Que con toda evidencia nadie lo ha predicado, consta por testimonio de ellos mismos. En efecto, de modo artificial retuercen la interpretación de las parábolas (161) para poder aplicarlas al Dios que han inventado: esto pone en claro que fabrican así a uno que nadie antes ha buscado. Cuando pretenden interpretar los pasos oscuros de las Escrituras (oscuros no en cuanto se refieran a otro Dios, sino a las Economías de Dios) fabrican a otro Dios, como hemos explicado, trenzando redes de arena para hacer degenerar las cuestiones más importantes en otras de menor monta. Porque una pregunta no se resuelve transformándola en otra; ni habrá persona sensata que trate de aclarar un pasaje oscuro por otra oscuridad, o un enigma por otro; sino que tales pasajes deben resolverse mediante otros que sean claros, evidentes y relacionados con éstos.

Ejemplo de abuso flagrante el que ofrecen los valentinianos. Por legitimar escriturariamente su tesis de los dos dioses — el Creador, Dios del AT, y el Padre Ignoto — andan buscando cualesquier indicios, ya que — según propia confesión — faltan testimonios claros. A tal fin, analizan las parábolas, que por su índole tanto margen de ambigüedad presentan. Y trabajando con expresiones equívocas, sacan lo que quieren.

Hay ambigüedad y ambigüedad. Las Escrituras (resp. las parábolas) serán equívocas para fijar, según ellas, los perfiles de la economía de Dios («quasi ad dispositiones Dei»); nunca, en la base primerísima, substrato de toda la economía (= la unicidad de Dios: «non quasi ad alterum Deum»). Esclarecer un problema con otro mayor, e igualar lo claro con lo discutible, por prejuicios anteriores al estudio de la Escritura, es cerrarse la puerta a la luz.

Tal hacen los valentinianos.