unigénito (Eckhart)

Él entiende bajo «sangre» todo cuanto en el hombre no está sometido a la voluntad humana. Bajo «voluntad de la carne» entiende todo cuanto en el hombre, si bien está sometido a su voluntad, lo hace con resistencia y contrariedad, y se inclina hacia el apetito de la carne y pertenece al alma y al cuerpo juntos y no se halla, propiamente dicho, sólo en el alma; y en consecuencia, las potencias (del alma) se cansan, se debilitan y envejecen. Bajo «voluntad de varón» entiende San Juan las potencias superiores del alma, cuya naturaleza y acción no están mezcladas con la carne, (sino) que se hallan dentro de la pureza del alma, apartadas del tiempo y del espacio, y de todo cuanto mira aún con alguna esperanza o gusto hacia el tiempo y el espacio, (potencias pues), que no tienen nada en común con cosa alguna; en ellas el hombre está configurado a la imagen de Dios, en ellas es de la estirpe y familia de Dios. Y, sin embargo, como no son Dios mismo y fueron creadas en el alma y junto con el alma, deben ser desnudadas de su propia imagen y transformadas solamente en imagen de Dios, naciendo en Dios y de Dios, de modo que Dios solo sea (su) Padre; pues de esta manera son también hijos de Dios y el Hijo unigénito de Dios. Porque soy hijo de todo aquello que me configura y engendra a su imagen y dentro de sí como igual. En cuanto semejante hombre, – hijo de Dios, bueno como hijo de la bondad, justo como hijo de la justicia – es únicamente hijo de ella, (la justicia) es parturienta no nacida y su hijo nato posee la misma esencia única que tiene y es la justicia, y él toma posesión de todo cuanto es propiedad de la justicia y de la verdad. 275 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, – así digo yo y ya lo dije anteriormente – que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él – en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu – es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y – si uno quiere llegar a conocerlo bien – ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). 322 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Más aún: Dios ama por amor de sí mismo y obra todas las cosas por amor de sí mismo, lo cual quiere decir que ama a causa del amor y obra a causa del obrar; pues, sin duda alguna, Dios nunca habría engendrado en la eternidad a su Hijo unigénito si el haber engendrado no fuera igual al engendrar. Por eso dicen los santos que el Hijo ha nacido tan eternamente que sigue naciendo sin cesar. Si el ser-creado no fuera (una y la misma cosa que) el crear, Dios tampoco habría creado jamás el mundo. Resulta pues, que Dios ha creado el mundo de manera tal que todavía lo sigue creando sin cesar. Todo lo pasado y todo lo venidero le resultan a Dios ajenos y distantes. Y por ende: quien nació de Dios (como) hijo de Dios, ama a Dios por amor de Él mismo, es decir, ama a Dios a causa del amar-a-Dios y obra todas sus obras a causa del obrar. Dios nunca se cansa del amar y obrar, y todo cuanto Él ama significa para Él un solo amor. Y por consiguiente es verdad que Dios es el Amor (1 Juan 4, 8, 16). De ahí que yo dijera arriba que el hombre bueno quiere y querría sufrir en todo momento por amor de Dios, y no haber-sufrido; mientras sufre, tiene todo lo que ama. Ama al sufrir-por-amor-de-Dios y sufre por Dios. Por ello y en ello es hijo de Dios, formado a semejanza de Dios y en Dios quien ama por amor de sí mismo, es decir, ama por el amor y obra por el obrar; y por lo tanto, Dios ama y obra sin cesar. Y el obrar de Dios es su naturaleza, su esencia, su vida, su bienaventuranza. Entonces en verdad: para el hijo de Dios, o sea un hombre bueno, en cuanto es hijo de Dios, el sufrir por amor de Dios y el obrar por amor de Dios constituyen su esencia, su vida, su obrar, su bienaventuranza, ya que dice Nuestro Señor: «Bienaventurados son los que sufren por la justicia» (Mateo 5, 10). 327 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
He señalado a veces que hay en el espíritu una potencia, la única que es libre. A veces he dicho que es una custodia del espíritu; otras veces, que es una luz del espíritu; (y) otras veces, que es una chispita. Mas ahora digo: No es ni esto ni aquello; sin embargo, es un algo que se halla más elevado sobre esto y aquello, que el cielo sobre la tierra. Por eso, lo llamo ahora de una manera más noble que lo haya hecho jamás y, sin embargo, ello reniega, tanto de la nobleza como del modo, y se halla por encima de éstos. Está libre de todos los nombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre tal como Dios es desasido y libre en sí mismo. Es tan enteramente uno y simple, como Dios es uno y simple, así que uno mediante ningún modo (de ser) logra mirar adentro. Esta misma potencia de la cual he hablado, y en la que Dios está floreciendo y reverdece con toda su divinidad y el Espíritu (se halla) en Dios, en esta misma potencia el Padre está engendrando a su Hijo unigénito tan verdaderamente como en sí mismo, pues Él vive realmente en esta potencia y el Espíritu engendra junto con el Padre al mismo Hijo unigénito, y a sí mismo como el mismo Hijo y es el mismo Hijo dentro de esa luz, y es la Verdad. Si pudierais entender (las cosas) con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice. 455 ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3
He señalado a veces que hay en el espíritu una potencia, la única que es libre. A veces he dicho que es una custodia del espíritu; otras veces, que es una luz del espíritu; (y) otras veces, que es una chispita. Mas ahora digo: No es ni esto ni aquello; sin embargo, es un algo que se halla más elevado sobre esto y aquello, que el cielo sobre la tierra. Por eso, lo llamo ahora de una manera más noble que lo haya hecho jamás y, sin embargo, ello reniega, tanto de la nobleza como del modo, y se halla por encima de éstos. Está libre de todos los nombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre tal como Dios es desasido y libre en sí mismo. Es tan enteramente uno y simple, como Dios es uno y simple, así que uno mediante ningún modo (de ser) logra mirar adentro. Esta misma potencia de la cual he hablado, y en la que Dios está floreciendo y reverdece con toda su divinidad y el Espíritu (se halla) en Dios, en esta misma potencia el Padre está engendrando a su Hijo unigénito tan verdaderamente como en sí mismo, pues Él vive realmente en esta potencia y el Espíritu engendra junto con el Padre al mismo Hijo unigénito, y a sí mismo como el mismo Hijo y es el mismo Hijo dentro de esa luz, y es la Verdad. Si pudierais entender (las cosas) con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice. 455 ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3
Ahora invertimos esta palabra y decimos: Porque Dios me ha enviado su ángel, conozco verdaderamente. «Pedro» quiere decir lo mismo que «conocimiento». Ya lo he dicho en otras oportunidades: (El) conocimiento y (el) entendimiento unen al alma con Dios. (El) entendimiento penetra en el ser puro, (el) conocimiento corre a la cabeza, corre adelante y se abre camino para que nazca allí el Hijo unigénito de Dios. Nuestro Señor dice en (el evangelio de) Mateo que nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mateo 11, 27). Los maestros afirman que (el) conocimiento pende de (la) igualdad. Algunos maestros dicen que el alma está hecha de todas las cosas porque tiene la facultad de conocer todas las cosas. Suena como una tontería y, sin embargo, es verdad. Los maestros dicen: Lo que he de conocer, debe estar completamente presente para mí y ser igual a mi conocimiento. Los santos afirman que en el Padre se halla (la) potencia, en el Hijo (la) igualdad y en el Espíritu Santo (la) unidad. Dado que el Padre está completamente presente para el Hijo y el Hijo le es completamente igual, nadie conoce al Padre sino el Hijo. 467 ECKHART: SERMONES: SERMÓN III 3
«En esto se nos ha manifestado y hecho visible el amor de Dios hacia nosotros, en que Dios ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para que vivamos con el Hijo y en el Hijo y por el Hijo» (1 Juan 4, 9); porque andan mal, por cierto, todos cuantos no viven por medio del Hijo. 511 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
Por ello dice la palabrita que os he citado: «Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo»; esto no lo debéis interpretar con miras al mundo exterior, cómo comía y bebía con nosotros; tenéis que comprenderlo con respecto al mundo interior. Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios. Ahí vivo de lo mío, así como Dios vive de lo suyo. Para quien mirara alguna vez en este fondo, aunque fuera por un solo instante, para ese hombre mil marcos de oro amarillo amonedado valdrían lo mismo que un maravedí falso. Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, (es decir), desde fuera, realmente andarás mal. Pueden aceptarte tal cual, pero no es lo mejor. Pues de veras, quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que (cuando se halla) cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo. Pero quien busca a Dios sin modo lo aprehende tal como es en sí mismo; y semejante persona vive con el Hijo y Él es la vida misma. Si alguien durante mil años preguntara a la vida: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la vida vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su propio fondo: «¿Por qué obras tus obras?»… él, si contestara bien, no diría sino: «Obro porque obro». 517 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
El Padre engendra a su Hijo en la eternidad como igual a sí mismo. «El Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo»: era lo mismo en la misma naturaleza. Digo además: Lo ha engendrado en mi alma. Ella no sólo está con Él y Él con ella como iguales, sino que se halla dentro de ella, y el Padre engendra a su Hijo dentro del alma de la misma manera que lo engendra en la eternidad, y no de otro modo. Tiene que hacerlo, le agrade o le disguste. El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me engendra a mí como su hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía: Me engendra no sólo como su hijo; me engendra a mí como (si yo fuera) Él, y a sí como (si fuera) yo, y a mí como su ser y su naturaleza. En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una sola vida y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es uno; por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre carnal no es mi padre propiamente dicho, sino (que lo es) solamente con un pequeño pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él; él puede estar muerto y yo (puedo) vivir. Por eso, el Padre celestial es de veras mi Padre, porque soy su hijo y tengo de Él todo cuanto poseo, y soy el mismo hijo y no otro. Como el Padre no hace sino una sola obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin ninguna diferencia. 540 ECKHART: SERMONES: SERMÓN VI 3
Dijo San Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). Resulta que nadie llega al Padre sino por el Hijo (Cfr. Juan 14, 6). Quien ve al Padre, ve al Hijo (Cfr. Juan 14, 9), y el Espíritu Santo es el amor de ambos. El alma es tan simple en sí misma que ella, en todo momento, no puede percibir sino una sola imagen. Cuando percibe la imagen de la piedra, no percibe la imagen del ángel, y cuando percibe la imagen del ángel, no percibe ninguna otra; y la misma imagen que percibe, la tiene que amar también en su estar-presente. Si percibiera a mil ángeles sería lo mismo que a dos ángeles y, sin embargo, no percibiría nada más que a uno solo. Pues bien, el hombre debe unirse en sí mismo para ser «uno». Dice San Pablo: «Si estáis librados de vuestros pecados, os habéis convertido en siervos de Dios» (Romanos 6, 22). El Hijo unigénito nos ha librado de nuestros pecados. Pero Nuestro Señor dice con mucho más acierto que San Pablo: «No os he llamado siervos, sino que os he llamado amigos míos». «El siervo no conoce la voluntad de su señor», pero el amigo sabe todo cuanto sabe el amigo. «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he dado a conocer» (Juan 15, 15), y todo cuanto sabe mi Padre, lo sé yo y todo cuanto yo sé, lo sabéis vosotros; porque yo y mi Padre tenemos un solo Espíritu. El hombre, pues, que sabe todo cuanto sabe Dios, es un hombre sabedor de Dios. Este hombre aprehende a Dios en su propio ser y en su propia unidad y en su propia presencia y en su propia verdad; con semejante hombre las cosas andan muy bien. Pero el hombre que no está acostumbrado para nada a las cosas interiores, no sabe lo que es Dios. Es como una persona que tiene vino en su bodega, pero no lo ha bebido ni catado, y luego no sabe que es rico. Lo mismo sucede con la gente que vive en (la) ignorancia: ignoran lo que es Dios y, sin embargo, creen y se imaginan que viven. Semejante saber no proviene de Dios. El hombre debe tener un saber puro (y) claro de la verdad divina. En aquel hombre que emprende todas sus obras con recta intención, Dios es el principio de su intención, y su intención (convertida) en obra es Él mismo y es de naturaleza puramente divina y se acaba en la naturaleza divina en Él mismo. 605 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Cuando se dice «en sus días» se trata de más de un solo día: (a saber) el día del alma y el día de Dios. Los días que transcurrieron hace seis o siete días, y los días que fueron hace seis mil años, se hallan tan cerca del día de hoy como el día que fue ayer. ¿Por qué? Porque el tiempo existe en un «ahora» presente. Debido a que el cielo gira, se hace de día a causa de la primera revolución del cielo. Ahí se da en un «ahora» el día del alma, y a la luz natural de ésta, dentro de la cual se hallan todas las cosas, hay un día entero; ahí el día y la noche son una sola cosa. El día de Dios, (en cambio), es allí donde el alma se mantiene en el día de la eternidad, en un «ahora» esencial, y allí el Padre engendra a su Hijo unigénito en un «ahora» presente y el alma renace en Dios. Cuantas veces se realiza este nacimiento, tantas veces da a luz al Hijo unigénito. Por eso hay una cantidad mucho mayor de hijos nacidos de una virgen que de hijos dados a luz por una mujer, porque aquéllas dan a luz más allá del tiempo en la eternidad. (Cfr. Is. 54, 1). Pero por numerosos que sean los hijos que el alma dé a luz en la eternidad, no hay más que un solo Hijo, ya que esto sucede más allá del tiempo en el día de la eternidad. 609 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Cuando se dice «en sus días» se trata de más de un solo día: (a saber) el día del alma y el día de Dios. Los días que transcurrieron hace seis o siete días, y los días que fueron hace seis mil años, se hallan tan cerca del día de hoy como el día que fue ayer. ¿Por qué? Porque el tiempo existe en un «ahora» presente. Debido a que el cielo gira, se hace de día a causa de la primera revolución del cielo. Ahí se da en un «ahora» el día del alma, y a la luz natural de ésta, dentro de la cual se hallan todas las cosas, hay un día entero; ahí el día y la noche son una sola cosa. El día de Dios, (en cambio), es allí donde el alma se mantiene en el día de la eternidad, en un «ahora» esencial, y allí el Padre engendra a su Hijo unigénito en un «ahora» presente y el alma renace en Dios. Cuantas veces se realiza este nacimiento, tantas veces da a luz al Hijo unigénito. Por eso hay una cantidad mucho mayor de hijos nacidos de una virgen que de hijos dados a luz por una mujer, porque aquéllas dan a luz más allá del tiempo en la eternidad. (Cfr. Is. 54, 1). Pero por numerosos que sean los hijos que el alma dé a luz en la eternidad, no hay más que un solo Hijo, ya que esto sucede más allá del tiempo en el día de la eternidad. 609 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, escribe uno de los evangelistas «Éste es mi Hijo amado en el que tengo mi complacencia» (Cfr. Marcos 1, 11). Mas, el otro evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complacen todas las cosas» (Cfr. Lucas 3, 22; variante «complacuit»). Y ahora resulta que el tercer evangelista escribe: «Éste es mi Hijo amado en el que me complazco yo mismo» (Mateo 3, 17). Todo cuanto agrada a Dios, le agrada en su Hijo unigénito; todo cuanto ama Dios, lo ama en su Hijo unigénito. Resulta que el hombre debe vivir de tal modo que sea uno con el Hijo unigénito y que sea el Hijo unigénito. Entre el Hijo unigénito y el alma no hay diferencia. Entre el siervo y el amo nunca surge un amor igual. Mientras soy siervo, estoy muy alejado del Hijo unigénito y le soy muy desigual. Si quisiera mirar a Dios con mis ojos, estos ojos con los que miro el color, procedería muy mal porque (esta visión) es temporal porque todo cuanto es temporal, se halla alejado de Dios y le es ajeno. Si uno toma el tiempo y si sólo lo toma en el mínimo, (o sea el) «ahora», sigue siendo tiempo y se mantiene en sí mismo. El hombre, en tanto tiene tiempo y espacio y número y multiplicidad y cantidad, anda muy equivocado y Dios le resulta alejado y ajeno. Por eso dice Nuestro Señor: «Si alguien quiere llegar a ser mi discípulo, debe renunciar a sí mismo» (Cfr. Lucas 9, 23); nadie puede escuchar mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo. Todas las criaturas en sí mismas son (la) nada. Por eso he dicho: Abandonad (la) nada y aprehended un ser perfecto donde la voluntad es recta. Quien ha renunciado a su entera voluntad, éste saborea mi doctrina y escucha mi palabra. Ahora bien, dice un maestro que todas las criaturas toman su ser inmediatamente de Dios; por eso les sucede a las criaturas que ellas, de acuerdo con su naturaleza verdadera, amen más a Dios que a sí mismas. Si el espíritu llegara a conocer su puro desasimiento, ya no sería capaz de inclinarse hacia ninguna cosa, tendría que permanecer en su puro desasimiento. Por eso se dice: «Le fue agradable en sus días». 611 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
El día del alma y el día de Dios se distinguen (uno de otro). Donde el alma se halla en su día natural, allí conoce todas las cosas por encima del tiempo y del espacio; ninguna cosa le resulta ni alejada ni cercana. Por eso he afirmado que en dicho día todas las cosas son igualmente nobles. Alguna vez dije que Dios crea el mundo (en el eterno) «ahora» y todas las cosas son igualmente nobles en ese día. Si dijéramos que Dios creó el mundo ayer o (lo haría) mañana, procederíamos tontamente. Dios crea el mundo y todas las cosas en un «ahora» presente; y el tiempo que pasó hace mil años, se halla tan presente y tan cerca de Dios como el tiempo que pasa actualmente. En el alma que se mantiene en un «ahora» presente, el Padre engendra a su Hijo unigénito, y en este mismo nacimiento el alma renace en Dios. Éste es un solo nacimiento: tantas veces como ella (=el alma) renace en Dios, tantas veces el Padre engendra en ella a su Hijo unigénito. 612 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
El día del alma y el día de Dios se distinguen (uno de otro). Donde el alma se halla en su día natural, allí conoce todas las cosas por encima del tiempo y del espacio; ninguna cosa le resulta ni alejada ni cercana. Por eso he afirmado que en dicho día todas las cosas son igualmente nobles. Alguna vez dije que Dios crea el mundo (en el eterno) «ahora» y todas las cosas son igualmente nobles en ese día. Si dijéramos que Dios creó el mundo ayer o (lo haría) mañana, procederíamos tontamente. Dios crea el mundo y todas las cosas en un «ahora» presente; y el tiempo que pasó hace mil años, se halla tan presente y tan cerca de Dios como el tiempo que pasa actualmente. En el alma que se mantiene en un «ahora» presente, el Padre engendra a su Hijo unigénito, y en este mismo nacimiento el alma renace en Dios. Éste es un solo nacimiento: tantas veces como ella (=el alma) renace en Dios, tantas veces el Padre engendra en ella a su Hijo unigénito. 612 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera es (la) corporalidad, la segunda (la) multiplicidad, la tercera (la) temporalidad. Si el hombre hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el espíritu y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna. Ahora dice Nuestro Señor: «Nadie escuchará mi palabra ni mi doctrina a no ser que haya renunciado a sí mismo» (Cfr. Lucas 14, 26). Pues, quien ha de escuchar la palabra de Dios, debe estar completamente desasido. Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad; esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el mismo hijo. El hombre que se hubiera desasido tanto de sí mismo que fuese el hijo unigénito, poseería lo que posee el Hijo unigénito. Cuanto obra Dios y cuanto enseña, lo obra y enseña todo en su Hijo unigénito. Dios hace todas sus obras a fin de que seamos el hijo unigénito. Cuando Dios ve que somos el hijo unigénito, Dios se inclina tan afanosamente hacia nosotros y se apresura tanto y hace como si su ser divino se quisiera quebrar y deshacer en sí mismo, para revelarnos todo el abismo de su divinidad y la plenitud de su ser y de su naturaleza; Dios está apurado para que eso sea propiedad nuestra tal como lo posee Él. Ahí Dios siente (el) placer y (el) deleite en su plenitud. Ese hombre se halla inmerso en el conocimiento y el amor de Dios y no será sino lo que es Dios mismo. 641 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Dice San Juan: «A quienes lo recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Quienes son hijos de Dios traen su origen ni de la carne ni de la sangre: han nacido de Dios» (Juan 1, 12 ss.), no hacia fuera, sino hacia dentro. Dijo Nuestra querida Señora: «¿Cómo podrá ser que llegue a ser madre de Dios?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» (Cfr. Lucas 1, 34 ss.). Dijo David: «Hoy te he engendrado» (Salmo 2, 7). ¿Qué es hoy? (La) eternidad. Yo he engendrado eternamente, a mí (como) tú, y a ti (como) yo. Sin embargo, el hombre humilde (y) noble no se contenta con ser el hijo unigénito, engendrado eternamente por el Padre: quiere ser también Padre y adentrarse en la misma igualdad de la paternidad eterna y engendrar a Aquel de quien fui engendrado desde la eternidad. Según dije en (el convento de) Mergarden: Ahí Dios entra en lo suyo. Entrégate a Dios, entonces Dios llega a ser tuyo, tanto como se pertenece a sí mismo. Aquello que me es engendrado, permanece. Dios nunca se separa del hombre dondequiera que éste se dirija. El hombre puede separarse de Dios; por más que el hombre se aleje de Dios, Él se mantiene firme y lo espera y se le cruza en el camino antes de que él lo sepa. Si quieres que Dios sea tuyo debes ser suyo como (lo son para mí) mi lengua o mi mano, de modo que yo pueda hacer con (lo mío) lo que quiera. Así como yo no puedo hacer nada sin Él, Él tampoco puede obrar nada sin mí. Si quieres, pues, que Dios te pertenezca de tal manera, hazte propiedad de Él y no retengas en tu intención nada fuera de Él; entonces Él será el comienzo y el fin de todas tus obras así como su divinidad consiste en que es Dios. El hombre que de tal modo no pretende ni ama en sus obras nada que no sea Dios, a aquél Dios le da su divinidad. Todo cuanto obra el hombre (…) (lo obra Dios) pues mi humildad le otorga a Dios su divinidad. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han comprendido» (Juan 1, 5); esto quiere decir que Dios es no sólo el comienzo de nuestras obras y de nuestro ser, sino que es también el fin y el descanso para todo ser. 692 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIV 3
«Un solo Dios»: en el hecho de que Dios es uno, se cumple la divinidad de Dios. Yo digo: Si Dios no fuera uno, no podría engendrar jamás a su Hijo unigénito. Del hecho de que Dios es uno, Él saca todo cuanto obra en las criaturas y en la divinidad. Digo además: (La) unidad la posee sólo Dios. La peculiaridad de Dios es (la) unidad; de ella toma Dios el hecho de ser Dios, de otro modo no sería Dios. Todo cuanto es número depende de lo Uno, y lo Uno no depende de nada. La riqueza y la sabiduría y la voluntad divinas son entera y exclusivamente uno en Dios; no es (sólo) uno sino que es unidad. Dios posee todo cuanto tiene en lo Uno, es uno en Él. Dicen los maestros que el cielo gira para llevar todas las cosas a lo uno; por eso gira tan rápidamente. Dios tiene toda la plenitud como uno y de ello pende la naturaleza divina, y el hecho de que Dios es uno solo, constituye la bienaventuranza del alma; es su adorno y su honor. Dijo: «Amigo, sube más arriba, eso te proporcionará honor». El que Dios sea uno constituye el honor y el adorno del alma. Dios hace como si fuera uno (solamente) con el propósito de agradar al alma, y como si se adornara sólo para que el alma se volviese loca por Él. Por eso el hombre quiere ora una cosa, ora otra; ora se ejercita en la sabiduría, ora en el arte. Por no poseer lo Uno, el alma nunca llega a descansar hasta que todo sea uno en Dios. Dios es uno solo; ésta es la bienaventuranza del alma y su adorno y su descanso. Dice un maestro: En todas sus obras Dios tiene presentes todas las cosas. El alma es todas las cosas. Todo aquello que por debajo del alma es lo más noble, lo más puro, lo más elevado en todas las cosas lo infunde Dios en ella. Dios es todo y es uno. 828 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXI 3
«In principio». Con ello se nos ha dado a entender que somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado. Desde esa pureza me ha engendrado eternamente, como su hijo unigénito, en la misma imagen de su paternidad eterna, para que yo sea padre y engendre a Aquel de quien nací. Es más o menos como si alguien se hallara delante de una alta montaña y llamara: «¿Estás ahí?», entonces el eco y la reflexión del sonido dirían también: «¿Estás ahí?». Si el dijera: «¡Sal de ahí!», el eco diría también: «¡Sal de ahí!» Ah sí, si alguien mirara un madero a semejante luz, éste se convertiría en ángel y se volvería dotado de razón y no sólo dotado de razón, (sino que) llegaría a ser razón pura en la pureza primigenia, que es la plenitud de toda pureza. Así procede Dios: engendra a su Hijo unigénito en la parte más elevada del alma. En el mismo proceso en el que engendra en mí a su Hijo unigénito, lo vuelvo a engendrar en el Padre. No fue distinto cuando Dios engendró al ángel mientras Él, a su vez, fue dado a luz por la Virgen. 845 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
«In principio». Con ello se nos ha dado a entender que somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado. Desde esa pureza me ha engendrado eternamente, como su hijo unigénito, en la misma imagen de su paternidad eterna, para que yo sea padre y engendre a Aquel de quien nací. Es más o menos como si alguien se hallara delante de una alta montaña y llamara: «¿Estás ahí?», entonces el eco y la reflexión del sonido dirían también: «¿Estás ahí?». Si el dijera: «¡Sal de ahí!», el eco diría también: «¡Sal de ahí!» Ah sí, si alguien mirara un madero a semejante luz, éste se convertiría en ángel y se volvería dotado de razón y no sólo dotado de razón, (sino que) llegaría a ser razón pura en la pureza primigenia, que es la plenitud de toda pureza. Así procede Dios: engendra a su Hijo unigénito en la parte más elevada del alma. En el mismo proceso en el que engendra en mí a su Hijo unigénito, lo vuelvo a engendrar en el Padre. No fue distinto cuando Dios engendró al ángel mientras Él, a su vez, fue dado a luz por la Virgen. 845 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
«In principio». Con ello se nos ha dado a entender que somos un hijo único a quien el Padre engendró eternamente desde las tinieblas ocultas de la ocultación eterna, y que permanece dentro del primer principio de la pureza primigenia que es la plenitud de toda pureza. Allí he descansado y dormido eternamente en el conocimiento escondido del Padre eterno, permaneciendo adentro sin ser pronunciado. Desde esa pureza me ha engendrado eternamente, como su hijo unigénito, en la misma imagen de su paternidad eterna, para que yo sea padre y engendre a Aquel de quien nací. Es más o menos como si alguien se hallara delante de una alta montaña y llamara: «¿Estás ahí?», entonces el eco y la reflexión del sonido dirían también: «¿Estás ahí?». Si el dijera: «¡Sal de ahí!», el eco diría también: «¡Sal de ahí!» Ah sí, si alguien mirara un madero a semejante luz, éste se convertiría en ángel y se volvería dotado de razón y no sólo dotado de razón, (sino que) llegaría a ser razón pura en la pureza primigenia, que es la plenitud de toda pureza. Así procede Dios: engendra a su Hijo unigénito en la parte más elevada del alma. En el mismo proceso en el que engendra en mí a su Hijo unigénito, lo vuelvo a engendrar en el Padre. No fue distinto cuando Dios engendró al ángel mientras Él, a su vez, fue dado a luz por la Virgen. 845 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
Algunas veces, caminando hasta acá, estuve pensando que el hombre en la existencia temporal podía llegar a ejercer coacción sobre Dios. Si yo estuviera parado aquí arriba y le dijera a alguien: «¡Sube arriba!», esto sería difícil (para él). Pero si dijera: «¡Siéntate aquí!», esto sería fácil. Así procede Dios. Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, propia (de Él), no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y todo el placer provienen del amor. En el camino, cuando debía venir para acá, se me ocurrió que sería preferible no venir porque quedaría empapado (de lágrimas) por amor. Dejemos de hablar sobre cuándo vosotros (alguna vez) quedasteis empapados (de lágrimas) por amor. Placer y pena provienen del amor. El hombre no debe temer a Dios, pues quien lo teme, huye de Él. Este temor es un temor nocivo. (Pero) es recto el temor cuando uno teme perder a Dios. El hombre no ha de temerlo sino amarlo, porque Dios ama al hombre con su entera (y) suprema perfección. Dicen los maestros que todas las cosas tienden voluntariamente a engendrar y a asemejarse al Padre, y dicen: La tierra huye del cielo; si huye hacia abajo, llega desde abajo al cielo; si huye hacia arriba, llega a la parte más baja del cielo. La tierra no puede huir a un lugar tan bajo que el cielo no fluya en ella y le imprima su fuerza y la fecundice, lo quiera ella o no. Así le sucede también al hombre que cree huir de Dios y, sin embargo, no puede huir de Él; todos los rincones lo revelan. Cree huir de Dios y corre a su seno. Dios engendra en ti a su Hijo unigénito, te guste o te disguste, duermas o estés despierto; Él hace lo que es propio. Pregunté el otro día qué es lo que tiene la culpa de que el hombre no lo sienta, y afirmé diciendo: La culpa reside en que su lengua lleva pegada otra suciedad, es decir, las criaturas; sucede exactamente lo mismo con una persona a la que cualquier clase de comida le resulta amarga y no le gusta. ¿Qué es lo que tiene la culpa de que no nos guste la comida? La falla reside en la falta de sal. La sal es el amor divino. Si tuviéramos el amor divino, nos gustaría Dios y todas las obras hechas por Él en cualquier momento, y recibiríamos todas las cosas de Dios y todos haríamos las mismas obras que hace Él. En esta igualdad somos todos un hijo único. 847 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
Cuando Dios creó al alma, la creó de acuerdo con su perfección suma para que fuera una esposa del Hijo unigénito. Cuando Él (el Hijo) se dio perfecta cuenta de ello, quiso salir de su secreta tesorería de la eterna paternidad, donde había dormido desde la eternidad permaneciendo adentro sin haber sido pronunciado. «In principio». En el primer comienzo de la pureza primigenia, el Hijo tiene armada la tienda de su gloria eterna y salió de lo más excelso porque quería enaltecer a su amiga que el Padre le había desposado desde la eternidad, para que la trajera de vuelta a lo más excelso de donde ella proviniera. Y en otra parte está escrito: «Mira, tu rey viene hacia ti» (Zacarías 9, 9). Por eso, salió y vino corriendo como un cervato y sufrió su tormento por amor; y no salió sino porque quería regresar a su cuarto junto con su esposa. Este cuarto es la tranquila oscuridad de la paternidad oculta. Allí, donde salió de lo más excelso, allí quería ingresar otra vez con su esposa dentro de lo más puro, y revelarle el oculto arcano de su divinidad escondida donde descansa consigo mismo (y) con todas las criaturas. 848 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3
Al desasirse el hombre de sí mismo, acoge a Cristo, Dios, bienaventuranza, beatitud y santidad. Si un muchacho contara cosas extrañas, se las creerían; San Pablo, en cambio, promete grandes cosas y apenas se las creéis. En caso de que te despojes, te promete (que encontrarás a). Dios, (la) bienaventuranza y (la) santidad. Es sorprendente: si el hombre se ve obligado a desasirse, entonces, al hacerlo él introduce en su fuero íntimo a Cristo y (la) santidad y (la) bienaventuranza, y es muy grande. El profeta se maravilla de dos cosas. En primer lugar, de lo que opera Dios con las estrellas, con la luna y el sol. En segundo lugar, su asombro se refiere al alma: de que Dios hiciera y siga haciendo cosas tan grandes con ella y por medio de ella, porque hace cuanto puede por amor de ella. Hace muchas cosas grandes a causa de ella y se dedica completamente a ella y esto se debe a la grandeza con que fue creada (Cfr. Salmo 8, 2ss.). ¡Fijaos pues, en lo grande que la ha hecho! Compongo una letra según la imagen que corresponde a la letra dentro de mí, en mi alma, pero no según mi alma. Lo mismo sucede con Dios. Dios ha creado todas las cosas en general, según la imagen de todas las cosas (vale decir: las ideas), la que abarca dentro de sí, y no según Él mismo. A algunas las ha hecho en especial según algo que emana de Él, como ser (la) bondad, (la) sabiduría y cuanto se enuncia de Dios. Pero al alma no la ha creado sólo según la imagen que se halla dentro de Él, ni según aquello que de Él emana (y) se enuncia de Él, sino que la ha hecho según Él mismo, ah sí, de acuerdo con todo cuanto Él es según su naturaleza, su esencia y su obra emanante e inmanente (inneblîbend), y según el fondo donde permanece en sí mismo, donde está engendrando a su Hijo unigénito, del cual sale floreciendo el Espíritu Santo: según esta obra emanante (e) inmanente Dios ha creado al alma. 874 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIV 3
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. 890 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. 890 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Digo yo: (La) humanidad y (el) hombre son (dos cosas) distintas. (La) humanidad en sí misma es tan noble que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad. ¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el ojo mío» (Cfr. Zacarías 2,8). 893 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora prestad atención a la segunda palabrita, allí donde dice: «Os he llamado mis amigos, porque os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15,15). Observad, pues, que Él dice: «Os he llamado mis amigos». En el mismo origen donde surge el Hijo – allí donde el Padre enuncia su Verbo eterno – y del mismo corazón surge y emana también el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo no hubiera emanado del Hijo, no se habría conocido ninguna diferencia entre el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando prediqué, pues, en el día de la Trinidad, pronuncié en latín la (siguiente) palabrita: Que el Padre había dado a su Hijo unigénito todo cuanto es capaz de ofrecer – toda su divinidad, toda su bienaventuranza – sin reservarse nada para sí mismo. Entonces surgió una pregunta: ¿Le dio también su peculiaridad? Y yo contesté: ¡Así es! porque la paterna peculiaridad de engendrar no es otra cosa que Dios; y yo acabo de decir que Él no se ha reservado nada para sí. De cierto digo: La raíz de la divinidad la enuncia totalmente en su Hijo. Por ello dice San Felipe: «¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!» (Juan 14, 8). Un árbol que da frutos, empuja sus frutos hacia fuera. Quien me da el fruto, no me da (necesariamente) el árbol. Pero quien me da el árbol y la raíz y el fruto, me ha dado más. Ahora bien, Él dice: «Os he llamado mis amigos» (Juan 15,15). De cierto, en el mismo nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito y le da la raíz y toda su divinidad y toda su bienaventuranza, y no se reserva nada para sí, en este mismo nacimiento nos llama amigos suyos. Si bien tú no oyes ni entiendes nada de ese hablar, existe, sin embargo, una potencia en el alma – de aquélla hablé cuando prediqué aquí el otro día – esta (potencia) se halla completamente desapegada y del todo pura en sí misma y (tiene) íntimo parentesco con la naturaleza divina: en esta potencia (el hablar) se entiende. De ahí que Él diga muy acertadamente: «Por ello os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15, 15). 930 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Ahora prestad atención a la segunda palabrita, allí donde dice: «Os he llamado mis amigos, porque os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15,15). Observad, pues, que Él dice: «Os he llamado mis amigos». En el mismo origen donde surge el Hijo – allí donde el Padre enuncia su Verbo eterno – y del mismo corazón surge y emana también el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo no hubiera emanado del Hijo, no se habría conocido ninguna diferencia entre el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando prediqué, pues, en el día de la Trinidad, pronuncié en latín la (siguiente) palabrita: Que el Padre había dado a su Hijo unigénito todo cuanto es capaz de ofrecer – toda su divinidad, toda su bienaventuranza – sin reservarse nada para sí mismo. Entonces surgió una pregunta: ¿Le dio también su peculiaridad? Y yo contesté: ¡Así es! porque la paterna peculiaridad de engendrar no es otra cosa que Dios; y yo acabo de decir que Él no se ha reservado nada para sí. De cierto digo: La raíz de la divinidad la enuncia totalmente en su Hijo. Por ello dice San Felipe: «¡Señor, muéstranos al Padre y nos basta!» (Juan 14, 8). Un árbol que da frutos, empuja sus frutos hacia fuera. Quien me da el fruto, no me da (necesariamente) el árbol. Pero quien me da el árbol y la raíz y el fruto, me ha dado más. Ahora bien, Él dice: «Os he llamado mis amigos» (Juan 15,15). De cierto, en el mismo nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito y le da la raíz y toda su divinidad y toda su bienaventuranza, y no se reserva nada para sí, en este mismo nacimiento nos llama amigos suyos. Si bien tú no oyes ni entiendes nada de ese hablar, existe, sin embargo, una potencia en el alma – de aquélla hablé cuando prediqué aquí el otro día – esta (potencia) se halla completamente desapegada y del todo pura en sí misma y (tiene) íntimo parentesco con la naturaleza divina: en esta potencia (el hablar) se entiende. De ahí que Él diga muy acertadamente: «Por ello os he revelado todo cuanto he escuchado de mi Padre» (Juan 15, 15). 930 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3
Pues bien, Platón, el gran fraile, se pone a hablar de grandes cosas. Se refiere a una pureza que no es de este mundo; no existe ni en el mundo ni fuera del mundo, no se encuentra ni en el tiempo ni en la eternidad, no tiene ni exterior ni interior. De esta (pureza) Dios, el eterno Padre, hace emerger la plenitud y el abismo de toda su divinidad. (Todo) esto lo engendra aquí en (la persona de) su Hijo unigénito y (hace) que seamos (cada uno) el mismo hijo. Y su engendrar es (al mismo tiempo) su permanecer adentro, y su permanecer adentro es su dar a luz. Siempre sigue siendo lo uno que brota en sí mismo. Ego, o sea, la palabra «yo», no pertenece a nadie sino a Dios solo, en su unidad. Vos, esta palabra significa lo mismo que «vosotros»: para que todos seáis uno en la unidad, esto quiere decir: las palabras «ego» y «vos», «yo» y «vosotros» apuntan hacia la unidad. 947 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). 961 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). 961 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). 961 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). 961 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3
Es muy extraño el hecho de que algo emane y, sin embargo, permanezca adentro. El que la palabra emane y, sin embargo, permanezca adentro, es muy extraño; el que todas las criaturas emanen y, sin embargo, permanezcan adentro, es muy extraño; lo que Dios ha dado y ha prometido dar, es muy extraño, y es incomprensible e increíble. Y está bien que así sea; pues, si fuera comprensible y creíble, no estaría bien. Dios se halla en todas las cosas. Cuanto más está dentro de las cosas, tanto más está fuera de las cosas: cuanto más adentro, tanto más afuera, y cuanto más afuera, tanto más adentro. Ya he dicho varias veces que en este instante (nû) Dios crea todo el mundo. Todo lo creado alguna vez por Dios, hace seis mil y más años, cuando hizo el mundo, Dios lo está creando ahora todo junto. Él se halla en todas las cosas pero, en cuanto Dios es divino y Dios es razonable, no se encuentra en ninguna parte con tanta propiedad como en el alma y en el ángel, si quieres, en lo más entrañable del alma y lo más elevado del alma. Y cuando digo: «lo más entrañable» me refiero a lo más elevado, y cuando digo «lo más elevado» me refiero a lo más entrañable del alma. En lo más entrañable y en lo más elevado del alma: ahí los concibo a ambos juntos en uno solo. Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años, cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil años – con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo – lo crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo unigénito (y) no (en condición) inferior. Si he de ser hijo, tengo que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún otro. Si he de ser hombre, no puedo ser hombre dentro del ser de ningún animal, he de ser hombre dentro del ser de un hombre. Mas, si he de ser este hombre (determinado), he de serlo dentro de esta naturaleza (determinada). Ahora bien, San Juan dice: «Sois hijos de Dios» (Cfr. 1 Juan 3, 1). 972 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3
«¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» «¡Enúnciala!» Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas (aquella palabra) se pronuncia adentro. «¡Enúnciala!», esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: «Dios dijo una cosa y yo escuché dos» (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: «Escuché dos», esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia (= a las criaturas), allí es Dios; mas aquí (= en esta tierra) es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí (en su Encarnación histórica). No es así, pues Dios (aquí) se ha hecho hombre lo mismo que allí3, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. 973 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3
La palabra: «¡Esfuérzate en todas las cosas!» abarca (a su vez) tres significados. Quiere decir más o menos lo siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas!, esto significa: ¡Aprehende a Dios en todas las cosas!, porque Dios se halla en todas las cosas. Dice San Agustín: «Dios creó a todas las cosas (y esto) no en el sentido de que haya hecho que llegaran a ser mientras Él siguiera por su camino, sino que ha permanecido dentro de ellas». La gente se imagina que tiene más cuando tiene las cosas junto con Dios, que en el caso de que tenga a Dios sin las cosas. Pero, en esto se equivocan; porque todas las cosas agregadas a Dios no son más que Dios solo; y si alguien, teniendo al Hijo y junto con Él al Padre, se imaginara que tenía más que en el caso de tener al Hijo sin el Padre, estaría equivocado. Porque el Padre junto con el Hijo no es más que el Hijo solo, y el Hijo con el Padre tampoco es más que el Padre solo. Por eso, toma a Dios en todas las cosas: ésta es una señal de que te ha engendrado como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. 975 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXX 3
Ahora hablaremos de este orden del alma. Dice un maestro pagano: la sobre-flotante luz natural del alma es tan pura y tan clara y tan alta que toca la naturaleza angelical; es tan leal y (por otra parte) tan desleal y hostil a las potencias inferiores que nunca se infunde en ellas ni alumbra dentro del alma, a no ser que las potencias inferiores se hallen subordinadas a las potencias superiores, y las potencias superiores a la suprema Verdad. Cuando un ejército está ordenado, el criado se subordina al caballero y el caballero al conde y el conde al duque. Todos quieren que haya paz; por eso cada uno le ayuda al otro. Del mismo modo, cada potencia debe estar subordinada a otra y ayudarla en el combate para que haya pura paz y tranquilidad en el alma. Dicen nuestros maestros: «La tranquilidad cabal es ser libre de todo movimiento». De esta manera el alma debe elevarse más allá de sí misma al orden divino. Ahí el Padre le da el alma a su Hijo unigénito en pura tranquilidad. Éste es, pues, el primer punto respecto al orden divino. 991 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXI 3
«Llena de gracia.» La más insignificante de las obras de la gracia es más elevada que todos los ángeles en (su) naturaleza. Dice San Agustín que una obra de gracia, hecha por Dios – por ejemplo, que convierte a un pecador y hace de él un hombre bueno -, es más grande que si creara un mundo nuevo. A Dios le resulta tan fácil darles vuelta (el) cielo y (la) tierra, como es para mí darle vuelta una manzana en mi mano. Donde hay gracia dentro del alma, allí (todo) es tan puro y tan semejante y afín a Dios, y (la) gracia carece tanto de obra como no la hay en el nacimiento del cual he hablado antes. (La) gracia no realiza ninguna obra. San «Juan nunca hizo ningún prodigio» (Juan 10, 41)15. La obra (empero) que el ángel opera en Dios (= la obra servil) es tan sublime que nunca maestro o intelecto algunos podrían llegar a comprenderla. Pero, de esa obra cae una astilla – como cae una astilla de una viga que se desbasta – (o sea) un resplandor; eso sucede allí donde el ángel con su parte más baja toca el cielo; por ello reverdece y florece y vive todo cuanto hay en este mundo. A veces hablo de dos manantiales. Aunque parezca extraño, hemos de hablar según nuestra mentalidad. Un manantial del que surge la gracia, se halla allí donde el Padre engendra a su Hijo unigénito; de ese (manantial) surge la gracia, y allí ella emana de esa misma fuente. Otro manantial es aquel donde las criaturas emanan de Dios; aquella fuente dista tanto de la otra, donde surge la gracia, como el cielo de la tierra. (La) gracia no opera. Allí donde el fuego se halla en su naturaleza (ígnea), allí no perjudica ni enciende. El ardor del fuego es lo que enciende acá abajo (= en esta tierra). Mas, aun donde el ardor se encuentra en la naturaleza del fuego, no enciende y es inofensivo. Pero, allí donde el ardor se halla dentro del fuego, allí dista tanto de la verdadera naturaleza del fuego como el cielo de la tierra. (La) gracia no realiza ninguna obra; es demasiado sutil para ello; obrar le resulta tan distante como dista el cielo de la tierra. Una internación en Dios y un apego a Él y una unión con Él, esto es (la) gracia, y ahí «Dios está contigo», porque esto sigue de inmediato (luego de la salutación). 1096 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
Prestad atención a esta palabra: «Dios ama». Para mí constituye una recompensa grande, y más que grande, en caso de que lo ansiemos – como ya he dicho varias veces – que Dios me ama a mí. ¿Qué es lo que ama Dios?. Dios no ama nada a excepción de sí mismo y de aquello que se le asemeja, en la medida en que lo encuentra en mí y (me halla) a mí dentro de Él. Está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Dios no ama a nadie sino a aquel que mora en la sabiduría» (Sab. 7, 28). En la Escritura se encuentra también otra palabra que es mejor todavía: «Dios ama a quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría» (Prov. 15, 9). Los maestros están todos de acuerdo en que la sabiduría de Dios es su Hijo unigénito. Aquella palabra dice: «quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría», y por lo tanto, ama a quienes lo siguen a Él, porque no ama nada en nosotros sino en cuanto nos encuentra en Él. El amor de Dios y lo amado por nosotros se hallan a gran distancia, uno de otro. Nosotros amamos solamente en la medida en la que hallamos a Dios en lo que amamos. Aun habiendo jurado (otra cosa) yo no podría amar sino a la bondad (= bondad divina = Dios). Dios, empero, ama (sólo) en cuanto Él es bueno – no es pues, que Él descubra en el hombre alguna cosa digna de amarla, fuera de su propia bondad – y con nosotros (lo hace) en la medida en que nos hemos adentrado en Él y en su amor. Esta es la recompensa esto es lo que nos da su amor: que nos hallemos en Él y «moremos en la sabiduría». 1138 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3
San Pablo dice: «Somos trasladados en (su Hijo) en el amor» (Cfr. Colos. 1, 13). Observad esta palabra: «Dios ama». ¡Qué milagro! ¿Qué es el amor de Dios? Su naturaleza y su ser, éste es su amor. Quien le quitara a Dios el amor a nosotros, le quitaría su ser y su divinidad, porque su ser depende de que Él me ama. Y de esta manera emana el Espíritu Santo. ¡Por la gracia de Dios! ¡qué milagro es éste! Si Dios me ama con toda su naturaleza – porque ésta pende de ello – Dios me ama exactamente como si dependiesen de ello su devenir y su ser. Dios no tiene sino un solo amor: con el mismo amor con el cual el Padre ama a su Hijo unigénito, me ama a mí. 1139 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3
¡Hola, esforzaos mucho y prestad atención! Resulta que el Padre celestial, en esta potencia noble, le dice a su Hijo unigénito: «¡Joven, levántate!» Hay una unión tan grande entre Dios y el alma que es increíble, y Dios en sí mismo es tan alto que no puede llegar hasta allí ningún conocimiento ni anhelo alguno. El anhelo llega más lejos que todo aquello que se puede aprehender por el conocimiento. Aquél es más extenso que todos los cielos, ah sí, (y) que todos los ángeles, y eso que todo cuanto hay en la tierra, vive por una chispita del ángel. El anhelo es extenso, desmedidamente extenso. Todo cuanto el conocimiento puede aprehender y el anhelo puede desear, no es Dios. Ahí donde terminan el conocimiento y el anhelo, ahí está oscuro, ahí luce Dios. 1158 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3
En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente – y nada menos – como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre – allí reina gran silencio – debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. 1161 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3
En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente – y nada menos – como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre – allí reina gran silencio – debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. 1161 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3
Por encima de la luz se halla (la) gracia; ésta no entra nunca en (el) entendimiento ni en (la) voluntad. Si (la) gracia hubiera de entrar en (el) entendimiento, entonces (el) entendimiento y (la) voluntad tendrían que llegar más allá de sí mismos. Tal cosa no puede ser, porque la voluntad es tan noble en sí misma que no se la puede llenar sino con el amor divino. El amor divino opera obras muy grandes. Mas, por encima hay todavía una parte que es (el) entendimiento: éste es tan noble en sí mismo que no puede ser perfeccionado sino por la verdad divina. Por eso dice un maestro: Hay algo muy secreto que se halla por encima, esto es la cabeza del alma. Ahí se realiza la verdadera unión entre Dios y el alma. (La) gracia no ha operado jamás obra alguna, pero sí emana en el ejercicio de una virtud. (La) gracia no conduce jamas a la unión en una obra. (La) gracia es un in-habitar y un co-habitar del alma con Dios. Para ello es demasiado bajo todo cuanto alguna vez se haya llamado obra, ya sea exterior, ya sea interior. Todas las criaturas buscan algo semejante a Dios; cuanto más bajas son, tanto más externa es su búsqueda como, por ejemplo, el aire y el agua: éstos se dispersan. Pero el cielo que es más noble, busca (una semejanza) más cercana a Dios. El cielo gira continuamente y en su trayectoria trae afuera a todas las criaturas; en esto se asemeja a Dios, pero no es su intención (hacerlo) sino (que busca) algo más elevado. Por otra parte: en su trayectoria busca la quietud. Al cielo nunca se le ocurre obra alguna para servir a una criatura que se halla por debajo de él. Por este hecho se asemeja más a Dios. Para el que Dios nazca en su Hijo unigénito, todas las criaturas son insensibles. Sin embargo, el cielo tiende hacia aquella obra que Dios opera en sí mismo. Si el cielo y otras criaturas más bajas (que el cielo) (ya) proceden así, (cuánto) más noble es el alma que el cielo. 1179 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3
Ahora bien, Pablo dice: «Anteriormente erais tinieblas, pero ahora (sois) una luz en Dios». «Aliquando» (anteriormente). Para quien sabe interpretar plenamente esta palabra, ella significa lo mismo que «en algún momento» y se refiere a(l) tiempo que nos impide (llegar a) la luz, porque a Dios nada le repugna tanto como el tiempo; (y) no sólo el tiempo, se refiere también al apego al tiempo; tampoco se refiere sólo al apego al tiempo, sino también al (hecho de) rozar el tiempo. (Y) no sólo al (hecho de) rozar el tiempo, sino también a un aroma y un gusto del tiempo… así como en el lugar donde se hallaba una manzana, persiste un olor, así debes entender el roce del tiempo. Los más destacados de nuestros maestros dicen que el firmamento corpóreo y el sol y también los astros tienen que ver tan poco con el tiempo que lo rozan meramente. Yo, en este contexto, me refiero finalmente al hecho de que el alma está creada muy por encima del cielo y que ella, en su punto más alto y puro, nada tiene que ver con el tiempo. Ya me he referido varias veces a la obra en Dios y al nacimiento en el cual el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de esta emanación florece el Espíritu Santo, de modo que el Espíritu (va emanando) de ambos, y en esta emanación se origina el alma emanando (a su vez); y la imagen de la divinidad se halla estampada en el alma, y en la emanación y en el reflujo de las tres personas, el alma refluye también y es otra vez in-formada en su primera imagen sin imagen. 1292 ECKHART: SERMONES: SERMÓN L 3
Nuestros maestros dicen: Todo cuanto se llega a conocer o que nace, es una imagen; y ellos dicen en consecuencia: Si el Padre ha de engendrar a su Hijo unigénito, tiene que engendrar su (propia) imagen como permaneciendo en Él mismo en el fondo. La imagen, ya que ha existido eternamente en Él (forme illius), es su forma que permanece en Él mismo. La naturaleza enseña – y me parece muy justo – que debemos explicar a Dios mediante símiles, ya sea éste, ya sea aquél. Sin embargo, Él no es ni esto ni aquello, y por lo tanto el Padre no se contenta con ello, antes bien, regresa a lo primigenio, a lo más íntimo, al fondo y al núcleo del ser-Padre donde ha estado adentro eternamente en sí mismo, en la paternidad, y donde disfruta de sí mismo, el Padre como Padre, de sí mismo en el Hijo único. Allí, todas las hierbecillas y (la) madera y (las) piedras y todas las cosas son uno. Esto es lo mejor de todo y yo estoy loco por ello. Por eso, todo cuanto la naturaleza es capaz de realizar, lo añade a ello (y) esto va cayendo en la paternidad para que sea uno y que sea un solo Hijo y crezca más allá de todo lo demás y sea del todo uno en la paternidad y, si no puede ser (uno), que sea (por lo menos) (un) signo de lo uno. La naturaleza que es de Dios, no busca nada que se halle fuera de ella; ah sí, la naturaleza que se encuentra dentro de sí misma, no tiene nada que ver con la apariencia (externa), porque la naturaleza que es de Dios, no busca nada que no sea la semejanza con Dios. 1308 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LI 3