En la verdadera obediencia no se ha de encontrar ningún «lo quiero así o asá» o «esto o aquello», sino tan sólo un perfecto desasimiento de lo tuyo. Y por lo tanto, en la mejor de las oraciones que el hombre sea capaz de rezar, no se debe decir ni «¡Dame esta virtud o este modo!», ni «¡Ah sí, Señor, dame a ti mismo o la vida eterna!», sino solamente: «¡Señor, no me des nada fuera de lo que tú quieras y haz, Señor, lo que quieres y como lo quieres de cualquier modo!» Esta (oración) supera a la primera como el cielo a la tierra. Y si alguien reza así, ha rezado bien: cuando en verdadera obediencia ha salido de su yo para adentrarse en Dios. Y así como la verdadera obediencia no debe saber nada de «Yo quiero», tampoco habrá de oírse nunca que diga: «Yo no quiero»; porque «yo no quiero» es un verdadero veneno para toda obediencia. Como dice San Agustín: «Al leal servidor de Dios no se le antoja que le digan o den lo que le gustaría escuchar o ver; pues su anhelo primero y más elevado consiste en escuchar lo que más le gusta a Dios». TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 1.
El que a veces tengamos que desprendernos por amor de tal sensación, nos lo indica Pablo, (hombre) lleno de amor, allí donde dice: «Porque he deseado ser apartado de Cristo por amor de mis hermanos» (Romanos 9, 3). Así opina conforme con esta misma modalidad (y) no según la primera modalidad del amor, porque de ésta no quiso hallarse apartado ni un instante por todo cuanto pudiera suceder en el cielo y la tierra; (al decirlo), él piensa en el consuelo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 10.
En verdad, el haber cometido pecados no es pecado con tal de que nos dé pena. El hombre no debe querer cometer un pecado por todo cuanto pueda suceder en el tiempo o en la eternidad, ni pecados mortales ni veniales ni de cualquier índole. Quien supiera portarse bien con Dios, debería tener siempre presente que Dios, leal y amante (como es), ha llevado al hombre de una vida pecaminosa a otra divina, que lo ha convertido de enemigo en amigo suyo, lo cual es más que crear una nueva tierra. Este hecho habría de ser uno de los más fuertes acicates para afianzar al hombre totalmente en Dios y sería maravillosa la fuerza que tendría para inflamar al hombre con un amor grande (y) vigoroso de modo tal que renunciara por completo a sí mismo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 12.
Mira, en este caso debes observar en ti dos cosas diferentes que también caracterizaron a Nuestro Señor. Él también tenía potencias superiores e inferiores y ellas tenían (que hacer) dos obras distintas: sus potencias superiores poseían la eterna bienaventuranza y disfrutaban de ella. Pero, al mismo tiempo, las inferiores se encontraban sometidas a los máximos sufrimientos y luchas en esta tierra, y ninguna de esas obras era un obstáculo para el objeto de otra. Así habrá de ser también en tu fuero íntimo, de modo que las potencias supremas se hallen elevadas hacia Dios y le sean ofrecidas y unidas íntegramente. Más aún: todos los sufrimientos, a fe mía, han de ser encargados exclusivamente al cuerpo y a las potencias inferiores y a los sentidos; mas el espíritu debe elevarse con plena fuerza y abismarse, desapegado, en su Dios. Pero el sufrimiento de los sentidos y de las potencias inferiores – al igual que esa tribulación – no lo afectan (al espíritu); porque cuanto mayor y más recia es la lucha, tanto mayores y más elogiables son también la victoria y la honra por la victoria, pues en este caso, cuanto mayor sea la tribulación y cuanto más fuerte el impacto del vicio, y el hombre los vence, no obstante, tanto más poseerás también esa virtud y tanto más le gustará a tu Dios. Y por ello: si quieres recibir dignamente a tu Dios, cuida de que tus potencias superiores estén orientadas hacia tu Dios, que tu voluntad busque su voluntad y (fíjate en) cuál es tu intención y cómo anda tu lealtad hacia Él. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
Esta recepción y bienhadada fruición del Cuerpo de Nuestro Señor no dependen sólo de la ingestión exterior, sino que se dan también cuando se comulga espiritualmente con el ánimo ansioso y unido (a Dios) en la devoción. Esto lo puede hacer el hombre con una confianza tal que llega a ser más rico en mercedes que ninguna persona en esta tierra. El hombre puede hacerlo mil veces por día y más aún, se halle donde se hallare, esté enfermo o sano. Pero debemos prepararnos para ello como si fuéramos recibiendo el sacramento, bien ordenadamente y de acuerdo con la fuerza del deseo. Mas si uno no tiene el deseo, que se estimule y prepare para tenerlo y que actúe conforme a ello, así llegará a ser santo en este tiempo y bienaventurado en la eternidad; pues seguir a Dios e imitarlo, esto es la eternidad. Que nos la dé el Maestro de la verdad y el Amante de la pureza y la Vida de la eternidad. Amén. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 20.
El hombre debe acostumbrarse a no buscar ni desear lo suyo en nada sino que (ha de) encontrar y aprehender a Dios en todas las cosas. Porque Dios no otorga ningún don – y nunca lo otorgó- para que uno posea el don y descanse en él. Antes bien, todos los dones que Él otorgó alguna vez en el cielo y en la tierra, los dio solamente con la finalidad de poder dar un solo don: éste es Él mismo. Con todos esos dones sólo quiere prepararnos para (recibir) el don que es Él mismo; y todas las obras que Dios haya hecho alguna vez en el cielo y en la tierra, las hizo únicamente para poder hacer una sola obra, es decir, para que Él se haga feliz a fin de poder hacernos felices a nosotros. Por lo tanto digo: Debemos aprender a contemplar a Dios en todos los dones y obras, y no hemos de contentarnos con nada ni detenernos en nada. Para nosotros no existe en esta vida ningún detenerse en modo alguno de ser, y nunca lo hubo para hombre alguno por más lejos que hubiera llegado. Antes que nada, el hombre debe mantenerse orientado, en todo momento, hacia los dones divinos y (esto) cada vez de nuevo. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 21.
Esta propiedad debemos ganárnosla careciendo en esta tierra de toda posesión de nosotros mismos y de todo cuanto no es Él. Y cuanto más perfecta y desnuda sea esta pobreza, tanto más nos pertenecerá esta propiedad. Pero no debemos poner nuestras miras en semejante recompensa ni contemplarla nunca, y el ojo jamás habrá de fijarse, aunque fuera por una sola vez, en si ganamos o recibimos algo fuera del amor a la virtud. Pues, cuanto menos atados estemos a la posesión, tanto más nos pertenecerá, como dice San Pablo, (este hombre) noble: «Debemos tener como si no tuviéramos y, sin embargo, poseer todas las cosas» (Cfr. 2 Cor. 6, 10). No tiene propiedad quien no apetece ni quiere tener nada, ni en sí mismo, ni con respecto a todo aquello que se halla fuera de él, ah sí, y ni siquiera en lo que a Dios y a todas las cosas se refiere. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
Todo cuanto acabo de decir pues, del bueno y de la bondad, es igualmente verdadero también con respecto al veraz y a la verdad, al justo y a la justicia, al sabio y a la sabiduría, al Hijo de Dios y a Dios Padre; (es verdadero) para todo cuanto ha nacido de Dios y no tiene padre en esta tierra (y) en lo cual no nace tampoco nada de todo lo creado, de todo cuanto no es Dios, y en lo cual no hay imagen alguna fuera de Dios en su desnudez (y) pureza. Pues, así dice San Juan en su Evangelio: «Les dio poder y capacidad para llegar a ser hijos de Dios a todos cuantos no han nacido ni de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón sino de Dios y solamente de Dios» (Juan 1, 12 s.) TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Dice San Agustín: Para Dios no hay nada que sea lejano o largo. Si quieres que nada te resulte ni lejano ni largo, vincúlate a Dios, pues entonces mil años son como el día de hoy. De la misma manera digo yo: En Dios no hay ni tristeza ni pena ni infortunio. Si te quieres ver libre de todo infortunio y pena recurre y dirígete solamente a Él con completa integridad. Ciertamente, todas las penas provienen del hecho de que no te dirijas hacia Dios, ni únicamente a Él. Si tú, en cuanto a tu forma y nacimiento, te hallaras únicamente en la justicia, entonces por cierto, ninguna cosa podría darte pena a ti, así como la justicia no (puede afligir) a Dios mismo. Dice Salomón: «Al justo no lo aflige nada de lo que le pueda suceder» (Prov. 12, 21). No dice: «Al hombre justo», ni «al ángel justo», ni a esto ni a aquello. Dice: «Al justo». Lo que de algún modo pertenece al justo, especialmente lo que convierte en suya su justicia y el hecho de que él sea justo, esto es hijo y tiene (un) padre en esta tierra y es criatura y está hecho y creado porque su padre es criatura, hecha o creada. Pero «justo» sin más, no tiene ningún padre hecho o creado, y Dios y la justicia son completamente una sola cosa, y la justicia sola es su padre, por eso no caben en él (es decir, en el justo) ni pena ni infortunio como tampoco pueden caber en Dios. (La) justicia no le puede producir pena, ya que (la) justicia no es nada más que alegría, placer y deleite: además: si (la) justicia le produjera pena al justo, ella misma se produciría esta pena. Ninguna cosa despareja e injusta, ni hecha ni creada, podría apenar al justo porque todo lo creado permanece muy por debajo de él en la misma medida en que (se halla) por debajo de Dios, y no surte ninguna impresión ni influencia en el justo y no engendra a sí misma en aquel cuyo Padre es solo Dios. Por eso, el hombre debe esforzarse mucho por quitarse la imagen de sí mismo y de todas las criaturas, no conociendo a ningún padre fuera de Dios solo; luego, nada lo puede apenar ni afligir, ni Dios ni la criatura, ni lo creado ni lo increado, y todo su ser, vivir, conocer, saber y amar, proviene de Dios y (se halla) en Dios y (es) Dios. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1
Un hombre bueno debe confiar en Dios, creerle y estar seguro y conocerlo bien, sabiendo que a Dios y a su bondad y amor les resulta imposible permitir que al hombre le sobrevenga algún sufrimiento o pena, a no ser que con ello (Dios) le quiera evitar al hombre una pena mayor o darle ya en esta tierra un consuelo más fuerte o lograr con esta (pena) y por ella una cosa mejor en la cual se evidenciaría más abarcadora y fuerte la gloria de Dios. Pero, sea como fuere: únicamente porque es la voluntad de Dios que así suceda, la voluntad del hombre bueno debe ser tan una y unida con la voluntad divina que el hombre quiera lo mismo que Dios, aun cuando sea en perjuicio suyo e incluso (implique) su condenación. Por ello, San Pablo deseaba ser apartado de Dios por amor de Dios y a causa de su voluntad y de su gloria (Cfr. Rom. 9,3). Pues, un hombre realmente perfecto debe, por habituación, haber muerto para sí mismo, haberse desnudado de su propia imagen en Dios y ser transformado, dentro de la voluntad de Dios, en tal imagen que toda su felicidad consiste en no saber nada de sí mismo y de todo lo demás sino conocer únicamente a Dios, y de no querer nada ni percatarse de ninguna voluntad que no sea la de Dios, aspirando a conocer a Dios tal como Dios me conoce a mí, según dice San Pablo (Cfr. 1 Cor. 13,12): Dios conoce a todo cuanto conoce, ama y quiere a todo cuanto ama y quiere, dentro de Él mismo, en su propia voluntad. Dice Nuestro Señor mismo: «Esta es la vida eterna conocer sólo a Dios» (Cfr. Juan 17,3). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, ¡observa qué vida maravillosa y deliciosa tiene tal hombre «en la tierra como en el cielo» en Dios mismo! El desasosiego se le hace sosiego y la pena le resulta igualmente una cosa querida, y además ¡nota que en todo esto hay un consuelo especial! pues, cuando poseo la gracia y la bondad de las cuales acabo de hablar, siento un consuelo y una alegría iguales (y) completas en todo momento y en todas las cosas: (pero), si no tengo nada de esto, he de carecer de ello por amor de Dios y de acuerdo con su voluntad. Si Dios me quiere dar lo que anhelo, lo tengo pues, y me deleito; si Dios, (en cambio), no me lo quiere dar, pues bien, acepto que me falte de acuerdo con la misma voluntad de Dios según la cual Él no quiere, y así tomo hallándome privado y sin tomar. Entonces ¿qué es lo que me falta? Y ciertamente, en el sentido más propio se toma a Dios hallándose privado y no tomando; pues, cuando el hombre toma, el don en sí mismo posee aquello que le produce al hombre alegría y consuelo. Pero cuando no toma, no tiene ni encuentra ni sabe nada de qué alegrarse, a no ser sólo Dios y su voluntad. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr. Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, dice Salomón que todas las aguas, es decir, todas las criaturas vuelven a fluir y correr hacia su origen (Ecl. 1,7). Por ello es necesariamente verdad lo que acabo de decir: (La) igualdad y (el) amor ardiente elevan hacia arriba y guían y llevan al alma hasta el primer origen de lo Uno que es «Padre» de «todos», «en el cielo y en la tierra» (Cfr. Efesios 4,6). Así digo, pues, que (la) igualdad nacida de lo Uno tira al alma hasta Dios tal como Él es lo Uno en su unión escondida, pues esto es lo que significa Uno. Para ello disponemos de un símbolo evidente (offenbâr angesiht): cuando el fuego material enciende la leña, una chispa obtiene naturaleza ígnea y se iguala al fuego puro que está pegado inmediatamente al lado inferior del cielo. En seguida se olvida y se deshace del padre y la madre, del hermano y la hermana en esta tierra y sube corriendo hacia el padre celestial. El padre de la chispa en esta tierra es el fuego, su madre es la leña, su hermano y su hermana son las otras chispas; a éstas no las espera la primera chispita. Sube apurada hacia su padre legítimo que es el cielo; pues, quien conoce la verdad, sabe muy bien que el fuego, en cuanto fuego, no es el padre verdadero, legítimo de la chispa. El padre verdadero, legítimo de la chispa y de todo lo ígneo es el cielo. Además hay que notar muy bien que esta chispita no sólo abandona y olvida a su padre y madre, hermano y hermana en esta tierra, sino que se abandona y se olvida y se deshace también de sí misma (movida) por el amor para llegar a su padre legítimo, el cielo, pues necesariamente ha de apagarse en el aire frío; no obstante esto, quiere dar testimonio del amor natural que le tiene a su legítimo padre celestial. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora digo además, en tercer lugar, que un hombre bueno, en cuanto es bueno, tiene cualidad divina no sólo por el hecho de que ama y opera todo cuanto ama y opera, por amor de Dios a quien ama y por quien opera, sino que el que ama, ama y opera también por sí mismo; porque aquel a quien ama es Dios-Padre-no-nacido, el que ama es Dios-Hijo-nato. Ahora resulta que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Padre e Hijo son uno solo. En cuanto a la forma cómo lo más íntimo y lo más elevado del alma recoge y aprehende al Hijo de Dios y (al) llegar-a-ser-hijo-de-Dios, ahí en el regazo y corazón del Padre celestial, búscalo luego de terminado este libro, allí donde escribo sobre «el hombre noble que marchó a una tierra lejana para conquistarse un reino y luego volver» (Lucas 19, 12). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
¡Sufrid, pues, de esta manera por amor de Dios ya que es sumamente saludable y es la bienaventuranza! «Bienaventurados» – dijo Nuestro Señor – «son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). ¿Cómo puede permitir Dios, el amante de la bondad, que sus amigos, o sea (los) hombres buenos, no tengan sufrimientos continua, ininterrumpidamente? Si un hombre tuviera un amigo que aceptara sufrir durante unos pocos días para que debido a ello mereciera gran provecho, honra y comodidad para poseerlos durante mucho tiempo, (y) si (este hombre) tratara de impedirlo o si fuera su deseo de que otra persona lo impidiese, no se diría que era amigo del otro o que lo amaba. De ahí que Dios en absoluto podría permitir que sus amigos, (esa) gente buena, estuvieran jamás sin sufrimiento sino fueran capaces de sufrir no sufriendo. Toda la bondad del sufrimiento externo proviene y emana de la bondad de la voluntad, tal como he escrito arriba. Y por ende: todo cuanto un hombre bueno quiere sufrir y está dispuesto para ello y desea hacerlo por amor de Dios, lo sufre (efectivamente) ante el rostro divino y por Dios en Dios. El rey David dice en el Salterio: Estoy preparado para cualquier infortunio, y a mi dolor lo tengo siempre presente en mi corazón y ante mi rostro (Salmo 37, 18). Dice San Jerónimo que la cera pura, la cual es totalmente blanda y se presta para formar de ella y con ella cualquier cosa que se deba y quiera hacer, contiene en sí todo cuanto se puede formar con ella, aun cuando nadie la use para configurar ninguna cosa exteriormente visible. También he escrito arriba que la piedra no tiene menor peso cuando no se apoya sobre el suelo en forma exteriormente visible; todo su peso reside completamente en el hecho de que tiende hacia abajo y está dispuesta en sí misma a caer hacia abajo. Así he escrito también arriba que el hombre bueno ya en este momento ha hecho en el cielo y en la tierra todo cuanto querría hacer, asemejándose a Dios también en este aspecto. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Séneca, un maestro pagano, dice: De las cosas grandes y elevadas hay que hablar con sentimientos grandes y elevados y con el alma sublime. Dirán también que estas enseñanzas no se deberían decir ni escribir para la gente iletrada. A eso digo: Si no se debe enseñar a la gente iletrada, nunca nadie llegará a letrado y en consecuencia nadie sabrá enseñar o escribir. Porque se enseña a los iletrados para que de iletrados se conviertan en letrados. Si no hubiera cosas nuevas, nada llegaría a ser viejo. «Los sanos – dice Nuestro Señor – no necesitan de medicamentos» (Lucas 5, 31). El médico está para curar a los enfermos. Pero si alguien interpreta mal esta palabra ¿qué culpa tiene el hombre que pronuncia con sinceridad esta palabra verdadera? San Juan les predica el santo Evangelio a todos los creyentes y, sin embargo, comienza el Evangelio con lo más sublime que un ser humano puede afirmar de Dios en esta tierra; y resulta que también sus palabras, al igual que las de Nuestro Señor, han sido muy mal interpretadas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Nuestro Señor dice en el Evangelio: «Un hombre noble marchó a una tierra lejana para conquistarse un reino y volvió» (Lucas 19, 12). Con estas palabras Nuestro Señor nos enseña lo noblemente creado que es el hombre en su naturaleza, y lo divino que es aquello adonde puede llegar por la gracia, y además, cómo el hombre ha de llegar a ese punto. Estas palabras aluden también a gran parte de las Sagradas Escrituras. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
El otro hombre, dentro de nosotros, es el hombre interior; a éste lo llama la Escritura un hombre nuevo, un hombre celestial, un hombre joven, un amigo y un hombre noble. Y a éste se refiere Nuestro Señor cuando dice que «un hombre noble marchó a una tierra lejana y se conquistó un reino y volvió». TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
En cuanto a este noble hombre interior en el cual están impresas y sembradas la semilla y la imagen de Dios – (es decir), cómo esta semilla y esta imagen de la naturaleza y esencia divinas, (o sea) el Hijo de Dios, salen a luz y uno las percibe, pero cómo de vez en cuando se hallan también escondidas – a esto se refiere el gran maestro Orígenes con un símil, diciendo que la imagen de Dios, (o sea) el Hijo de Dios, existe en el fondo del alma cual fuente vívida. Pero cuando alguien le echa encima tierra, es decir, apetitos terrestres, la estorba y encubre de modo que nada se conoce o percibe de ella; sin embargo, permanece viva en sí misma y cuando se le quita la tierra, que desde fuera le fue arrojada encima, (la fuente) resurge y se la percibe. Y (Orígenes) dice que se alude a esta verdad en el primer libro de Moisés donde está escrito que Abraham había excavado en su campo varios pozos de agua viva y que unos malhechores los llenaron de tierra; pero luego, una vez sacada la tierra, las fuentes resurgieron vivas (Génesis 26, 14 ss.). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
En latín, «hombre» en el sentido propio de la palabra, significa en una acepción aquel que con todo cuanto es y cuanto le pertenece, se humilla y se somete completamente ante Dios, y con la vista levantada hacia arriba, mira a Dios (y) no a lo suyo de lo cual sabe que está detrás y por debajo de él y a su lado. Esta es la humildad completa y verdadera; este (su) nombre le proviene de la tierra. De ello ya no quiero hablar más. Cuando se dice «hombre», esta palabra significa también algo que está por encima de la naturaleza, del tiempo y de todo cuanto se halla dirigido hacia el tiempo o tiene sabor a él; y lo mismo digo también con referencia al espacio y a la corporeidad. Además, este «hombre» en cierto modo no tiene ninguna cosa en común con nada, quiere decir, que no está moldeado ni igualado según este ejemplo o aquél, y que no sabe nada de nada, de modo que en ninguna parte de él no se pueda hallar ni percibir nada de nada y que la nada se le haya quitado tan completamente que se encuentran (en él) únicamente la vida, la esencia, la verdad y la bondad puras. Quien tiene tal carácter, es un «hombre noble», por cierto, no es ni más ni menos. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Los maestros ensalzan también la humildad ante muchas otras virtudes. Mas yo ensalzo el desasimiento ante toda humildad, y lo hago porque la humildad puede subsistir sin desasimiento, pero el desasimiento perfecto no puede subsistir sin la humildad perfecta, porque la humildad perfecta persigue el aniquilamiento perfecto de uno mismo. (Pero) el desasimiento toca tan de cerca a la nada que no puede haber cosa alguna entre el desasimiento perfecto y la nada. Por ende, (el) desasimiento perfecto no puede existir sin (la) humildad. Ahora. bien, dos virtudes siempre son mejores que una sola. La segunda razón por la cual elogio al desasimiento más que a la humildad, consiste en que la humildad perfecta se rebaja ante todas las criaturas y en esta humillación el hombre sale de sí mismo en dirección a las criaturas; el desasimiento, en cambio, permanece en sí mismo. Ahora resulta que ninguna salida puede llegar a ser tan noble que la permanencia dentro de uno mismo no sea mucho más noble. De esto habló el profeta David (diciendo): «Omnis gloria eius filiae regis ab intus» (Salmo 44, 14), esto quiere decir: «La hija del rey debe todo su honor a su ensimismamiento». El desasimiento perfecto no persigue ningún movimiento, ya sea por debajo de una criatura, ya sea por encima de una criatura; no quiere estar ni por debajo ni por encima, quiere subsistir por sí mismo sin consideración de nadie, y tampoco quiere tener semejanza o desemejanza con ninguna criatura, (no quiere) ni esto ni aquello: no quiere otra cosa que ser. Pero la pretensión de ser esto o aquello, no la desea (tener). Pues, quien quiere ser esto o aquello, quiere ser algo; el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada. Por ello, todas las cosas permanecen libres de él. A este respecto alguien podría decir: Pero si todas las virtudes se hallaban perfectas en Nuestra Señora, entonces debía de haber en ella también el desasimiento perfecto. Luego, si el desasimiento es más elevado que la humildad ¿por qué se preció Nuestra Señora de su humildad y no de su desasimiento, cuando dijo: «Quia respexit dominus humilitatem ancillae suae», lo cual quiere decir: «Él ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva»? (Lucas 1,48)… ¿Por qué no dijo ella: Ha puesto sus ojos en el desasimiento de su sierva? A ello contesto, diciendo: En Dios hay desasimiento y humildad, en cuanto podamos hablar de virtudes en Dios. Ahora has de saber que su humildad llena de amor, lo movió a Dios a que se inclinara a la naturaleza humana, mientras su desasimiento se mantenía inmóvil en Sí mismo, tanto cuando se hizo hombre como cuando creó el cielo y la tierra, según te diré más adelante. Y como Nuestro Señor, cuando quiso hacerse hombre, permaneció inmóvil en su desasimiento, Nuestra Señora entendió bien que le pedía lo mismo también a ella y que Él, en este caso, tenía puestos sus ojos en la humildad de ella y no en su desasimiento. Por eso, ella se mantenía inmóvil en su desasimiento y se preció de su humildad y no de su desasimiento. Y si ella hubiera recordado, aunque hubiese sido con una sola palabra, su desasimiento de modo que hubiera dicho: Él ha puesto sus ojos en mi desasimiento, esto habría empañado su desasimiento que ya no habría sido ni entero ni perfecto porque se habría producido un efluvio (del desasimiento). Mas no puede haber ningún efluvio por insignificante que sea, sin que el desasimiento sea manchado. Y ahí tienes la razón por la cual Nuestra Señora se preciaba de su humildad y no de su desasimiento. Por eso dijo el profeta: «audiam, quid loquatur in me dominus deus» (Salmo 84, 9), esto quiere decir: «Yo quiero callar y quiero escuchar lo que mi Dios y mi Señor le diga a mi fuero íntimo», como si dijera: Si Dios me quiere hablar que se adentre en mí porque yo no quiero salir. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Ahora has de saber que Dios, antes de existir el mundo, se ha mantenido – y sigue haciéndolo – en este desasimiento inmóvil, y debes saber (también): cuando Dios creó el cielo y la tierra y todas las criaturas, (esto) afectó su desasimiento inmóvil tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa de ellas Dios nunca se vuelve más benigno ni mejor dispuesto para con el hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni las obras buenas. Digo más aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afectó el desasimiento inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre. Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones y todas las buenas obras se pierden (=son inútiles) porque Dios no se ocupa de ellas (en el sentido de) que alguien lo pueda conmover con ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente – siempre que seas capaz de hacerlo – que Dios en su primera mirada eterna – con tal de que podamos suponer una primera mirada – miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también la oración y la buena obra más insignificante que alguien iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones quería o debía escuchar; vio que mañana tú lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque (ya) las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre. Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no te quiere rechazar ahora, porque (ya) te ha rechazado en su eternidad. Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas. Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en «De la Trinidad», en el último capítulo del libro quinto, donde dice lo siguiente: «Deus autem», etcétera, esto quiere decir: «No quiera Dios que alguien diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto. Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios les ha dispensado un nuevo amor; (mas) es así: cuando Él se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma». A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo del libro doce de «De la Trinidad» donde dice así: «Nam deus non ad tempus videt, nec aliquid fit novi in eius visione», «Dios no ve a la manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva». A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro «Del bien supremo», donde dice lo siguiente: «Mucha gente pregunta: ¿Qué es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuándo surgió en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?» Y contesta así: «Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así que la criatura en ella misma no existía», como lo hace ahora, «existía, sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad». Dios no creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso del tiempo: «¡Hágase esto!» porque todas las criaturas están enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés le dijera a Nuestro Señor: «Señor, si Faraón me pregunta quién eres ¿qué debo contestarle?», entonces respondió Nuestro Señor: «Dile pues que, El que es, me ha enviado» (Cfr. Exodo 3, 13 s.) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo, me ha enviado. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr. 1 Cor. 9, 24) – todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia – Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Leemos en el santo Evangelio (Mateo 21, 12) que Nuestro Señor entró en el templo y echó fuera a quienes compraban y vendían, y a los otros que ofrecían en venta palomas y otras cosas por el estilo, les dijo: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» (Juan 2, 16). ¿Por qué echó Jesús a los que compraban y vendían, y a los que ofrecían palomas, les mandó que las sacaran? Quiso significar tan sólo que quería tener vacío el templo, exactamente como si hubiera dicho: Tengo derecho a este templo y quiero estar solo en él y tener poder sobre él. Esto ¿qué quiere decir? Este templo donde Dios quiere reinar poderosamente según su voluntad, es el alma del hombre que Él ha formado y creado exactamente a su semejanza, según leemos que dijo Nuestro Señor: «¡Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza!» (Génesis 1, 26). Y así lo hizo también. Ha hecho el alma del hombre tan semejante a sí mismo que ni en el cielo ni en la tierra, por entre todas las criaturas espléndidas, creadas tan maravillosamente por Dios, no hay ninguna que se le asemeje tanto como el alma humana sola. Por ello, Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas. SERMONES: SERMÓN I 3
Yo he dicho también varias veces que hay en el alma una potencia que no es tocada ni por el tiempo ni por la carne; emana del espíritu y permanece en él y es completamente espiritual. Dentro de esta potencia se halla Dios exactamente tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria, como es en sí mismo. Allí hay tanta alegría del corazón y una felicidad tan incomprensiblemente grande que nadie sabe narrarla exhaustivamente. Pues el Padre eterno engendra sin cesar a su Hijo eterno dentro de esta potencia, de modo que esta potencia co-engendra al Hijo del Padre y a sí misma como el mismo hijo en la potencia única del Padre. Si un hombre poseyera un reino entero o todos los bienes de la tierra y renunciara a ellos con pureza, por amor de Dios, y se convirtiera en uno de los hombres más pobres que viven en cualquier parte de este mundo, y si Dios luego le diera tantos sufrimientos como los ha dado jamás a un hombre, y si él lo sufriera todo hasta su muerte, y si entonces Dios le concediera ver una sola vez con un solo vistazo cómo Él se halla dentro de esta potencia su alegría se haría tan grande que todo ese sufrimiento y esa pobreza todavía hubieran sido demasiado pequeños. Ah sí, aun en el caso de que Dios posteriormente nunca le diera el reino de los cielos, él habría recibido, sin embargo, una recompensa demasiado grande por todo cuanto había sufrido jamás, pues Dios se halla en esta potencia como en el «ahora» eterno. Si el espíritu estuviera unido todo el tiempo a Dios en esta potencia, el hombre no podría envejecer; pues el instante en el cual Dios creó al primer hombre y el instante en el que habrá de perecer el último hombre y el instante en que estoy hablando, son (todos) iguales en Dios y no son sino un solo instante. Ahora mirad, este hombre habita dentro de una sola luz junto con Dios; por lo tanto no hay en él ni sufrimiento ni transcurso del tiempo sino una eternidad siempre igual. A este hombre se le ha quitado en verdad todo asombro, y todas las cosas se yerguen esenciales dentro de él. Por ello no recibe nada nuevo de las cosas futuras ni de ninguna casualidad, ya que habita en un solo «ahora», siempre nuevo, ininterrumpidamente. Tal majestad divina hay en esta potencia. SERMONES: SERMÓN II 3
He señalado a veces que hay en el espíritu una potencia, la única que es libre. A veces he dicho que es una custodia del espíritu; otras veces, que es una luz del espíritu; (y) otras veces, que es una chispita. Mas ahora digo: No es ni esto ni aquello; sin embargo, es un algo que se halla más elevado sobre esto y aquello, que el cielo sobre la tierra. Por eso, lo llamo ahora de una manera más noble que lo haya hecho jamás y, sin embargo, ello reniega, tanto de la nobleza como del modo, y se halla por encima de éstos. Está libre de todos los nombres y desnudo de todas las formas, completamente desasido y libre tal como Dios es desasido y libre en sí mismo. Es tan enteramente uno y simple, como Dios es uno y simple, así que uno mediante ningún modo (de ser) logra mirar adentro. Esta misma potencia de la cual he hablado, y en la que Dios está floreciendo y reverdece con toda su divinidad y el Espíritu (se halla) en Dios, en esta misma potencia el Padre está engendrando a su Hijo unigénito tan verdaderamente como en sí mismo, pues Él vive realmente en esta potencia y el Espíritu engendra junto con el Padre al mismo Hijo unigénito, y a sí mismo como el mismo Hijo y es el mismo Hijo dentro de esa luz, y es la Verdad. Si pudierais entender (las cosas) con mi corazón, comprenderíais bien lo que digo; porque es verdad y la misma Verdad lo dice. SERMONES: SERMÓN II 3
Pues bien, Pedro dice: «Ahora conozco verdaderamente». ¿Por qué se conoce verdaderamente en este caso? Porque se trata de una luz divina que no engaña a nadie. En segundo lugar, porque ahí se conoce desnuda y puramente sin que haya ninguna cosa encubridora. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso» (1 Timoteo 6, 16). Dicen los maestros: La sabiduría que aprendemos acá, nos habrá de subsistir allá. Mas Pablo dice que desaparecerá (1 Cor. 13, 8). Afirma un maestro que el conocimiento puro, aun aquí, en esta vida, encierra en sí un placer tan grande, que el placer de todas las cosas creadas sería de veras como nada en comparación con el placer que abarca el conocimiento puro. Sin embargo, por noble que sea, no es sino una «casualidad»; y tan pequeña como es una palabrita comparada con todo el mundo, así de pequeña es toda la sabiduría que podemos aprender en esta tierra frente a la verdad desnuda (y) pura. Por eso dice Pablo que perecerá. Aun perdurando, se convierte de veras en una tonta y (es) como si no fuera nada frente a la verdad desnuda que allá se conoce. La tercera (razón) de por qué allá se conoce de verdad, reside en el siguiente hecho: las cosas que acá se ven sometidas al cambio, allá se las conoce como inmutables y se las aprehende allá como son totalmente indivisas y cercanas unas a otras; porque aquello que acá está lejos, allá está cerca, pues allá todas las cosas se hallan presentes. Lo que ha de suceder al primer día y al Día del Juicio, allá está presente. SERMONES: SERMÓN III 3
Los hombres justos toman tan en serio la justicia que, si Dios no fuera justo, Él no les importaría un comino; y se mantienen tan firmes en la justicia habiéndose desasido tan completamente de sí mismos, que no prestan atención ni al tormento del infierno ni al regocijo del reino de los cielos ni a cosa alguna. Es más: si toda la pena que sufren aquellos que están en el infierno, tanto hombres como diablos, o si todas las penas que en algún momento han sido o serán sufridas en esta tierra, estuvieran relacionadas con la justicia, no les daría un bledo; tan firmemente toman el partido de Dios y de la justicia. Al hombre justo nada le resulta más penoso y pesado que lo que está en contra de la justicia: (es decir, el hecho) de que no se muestre ecuánime en todas las cosas. ¿Cómo (es) eso? Si una cosa puede alegrar (a los hombres) y otra afligirlos, no son justos; más aún, si son alegres en un momento, lo son en todos; si en un momento están más alegres y en otro menos, eso está mal. Quien ama la justicia, se halla colocado tan firmemente sobre ella, que aquello que ama es su ser; no hay cosa capaz de apartarlo ni se fija en nada más. Dice San Agustín: «Donde el alma ama, ahí está con más propiedad que allí donde da vida». Nuestra palabra (de la Sagrada Escritura) suena modesta y comprensible para todos; y, sin embargo, difícilmente hay alguien que comprenda su significado; y no obstante, es verdad. Quien comprenda la doctrina de la justicia y del justo, comprenderá todo cuanto digo. SERMONES: SERMÓN VI 3
El (texto de la Escritura) dice además: «Como una luna llena en sus días». La luna reina sobre toda la naturaleza húmeda. Ella nunca se halla tan cerca del sol como en el plenilunio cuando recibe su luz inmediatamente del sol. Pero por el hecho de estar más cerca de la tierra que cualquier otro astro, tiene dos desventajas: está pálida y manchada y pierde su luz. Nunca es tan fuerte como cuando está más alejada de la tierra, entonces hace que el mar crezca más; pero cuanto más mengua, es menos capaz de hacerlo. El alma es más fuerte cuanto más elevada se halla sobre las cosas terrestres. Quien no llegara a conocer nada más que las criaturas, no necesitaría reflexionar nunca sobre sermón alguno, pues toda criatura está llena de Dios y es un libro. El hombre que quiere llegar a aquello de lo que acabamos de hablar – y en esto se resume todo el sermón – (este hombre) debe ser como una estrella matutina: (debe estar) siempre presente ante Dios y siempre con (Él), e igualmente cercano y elevado por encima de todas las cosas terrestres, siendo un «adverbio» junto al «Verbo». SERMONES: SERMÓN IX 3
«Jerusalén» significa lo mismo que una altura, según dije en (el convento de) Mergarden. A aquello que está en lo alto se le dice: ¡Desciende! A aquello que está abajo, se le dice: ¡Asciende! Si tú estuvieras abajo y yo estuviese por encima de ti, tendría que bajar hacia ti. Lo mismo hace Dios; cuando tú te humillas, Dios baja desde arriba y entra en ti. La tierra es la cosa más alejada del cielo y se ha acurrucado en un rincón y está avergonzada y le gustaría huir del hermoso cielo, de un rincón a otro. ¿Cuál sería entonces su morada? Si huye hacia abajo, llega al cielo, si huye hacia arriba, tampoco lo puede eludir, él la empuja hacia un rincón y le imprime su fuerza y la hace fecunda. ¿Por qué? Lo más elevado desemboca en lo más bajo. Una estrella que se halla por encima del sol, es el astro más elevado; éste es más noble que el sol: derrama (su luz) en el sol y lo alumbra, y toda la luz que tiene el sol, la ha recibido de ese astro. ¿Qué significa, pues, el que el sol no brille tanto de noche como de día? Significa que el sol por sí solo no es fuerte; el que haya una cierta deficiencia en el sol, lo percibís por el hecho de que está oscuro en un extremo, y de noche la luna y las estrellas le quitan su luz, y lo empujan hacia otra parte; entonces brilla en otra parte, en otro país. Aquel astro (más elevado) derrama (su luz) no sólo en el sol sino que (ésta) atraviesa el sol y todos los astros y se derrama en la tierra fecundizándola. Exactamente lo mismo sucede con el hombre verdaderamente humilde que ha echado por debajo de sí todas las criaturas y se acurruca por debajo de Dios. Dios en su bondad no deja de derramarse por completo en semejante hombre; es obligado a hacerlo necesariamente. Si quieres, pues, ser elevado y levantado, tienes que ser rebajado, (lejos) de la corriente de la sangre y de la carne, porque la soberbia escondida (y) disimulada es la raíz de todos los pecados y máculas y la siguen sólo pena y dolor. La humildad, en cambio, es raíz de todo lo bueno (…) y lo sigue. SERMONES: SERMÓN XIV 3
Nuestros maestros dicen: ¿Qué es lo que alaba a Dios? Esto lo hace (la) semejanza. Así pues, lo alaba a Dios todo aquello en el alma que se asemeja a Dios; lo que de alguna manera es desigual a Dios no lo alaba; así como un cuadro alaba a su maestro que le ha impreso todo el arte que alberga en su corazón y que así se ha asemejado completamente (el cuadro). Esta semejanza del lienzo elogia a su maestro sin palabras. Aquello que se puede alabar con palabras o que se reza con la boca, es poca cosa. Porque Nuestro Señor dijo una vez: «Vosotros rezáis pero no sabéis qué es lo que rezáis. Vendrán verdaderos rezadores que adorarán a mi Padre en espíritu y en verdad» (Cfr. Juan 4, 22 y 23). ¿Qué es (la) oración? Dice Dionisio: Trepar hacia Dios en el entendimiento, esto es (la) oración. Dice un pagano: Allí donde se hallan (el) espíritu y (la) unidad y (la) eternidad, allí quiere obrar Dios. Donde (la) carne está en contra del espíritu, donde (la) disgregación está en contra de (la) unidad, donde (el) tiempo está en contra de (la) eternidad, allí no obra Dios; no se aviene a ello. Antes bien, todo el placer, contento, alegría y bienestar que puedan tenerse acá (en esta tierra), todo esto debe desaparecer. Quien quiere elogiar a Dios, tiene que ser santo y estar reconcentrado y ser espíritu sin hallarse afuera en ninguna parte; antes bien, con perfecta semejanza tiene que ser llevado hacia arriba, hasta la eternidad, por encima de todas las cosas. Me refiero no sólo a todas las criaturas que están creadas, sino (también) a todo cuanto Él sería capaz de hacer si quisiera (hacerlo); el alma tiene que sobrepasar todo esto. Mientras exista alguna cosa por encima del alma y mientras haya algo, sea lo que fuere, que se anteponga a Dios (y) no es Dios, (el alma) no llega al fondo «a lo largo de los días». SERMONES: SERMÓN XIX 3
Ahora bien, dice un maestro que por encima del ojo hay una potencia que es más ancha que toda la tierra y más ancha que el cielo. Esta potencia recoge todo cuanto es introducido en la vista y lo lleva todo arriba hasta el alma. Otro maestro le contradice y afirma: No, hermano, no es así. Todo cuanto es introducido en esa potencia por medio de los sentidos, no llega al alma; antes bien, purifica y prepara y conquista al alma para que sea capaz de recibir desnuda la luz del ángel y la luz divina. Por eso dice: «Ahora todo está preparado». SERMONES: SERMÓN XIX 3
Algunas veces, caminando hasta acá, estuve pensando que el hombre en la existencia temporal podía llegar a ejercer coacción sobre Dios. Si yo estuviera parado aquí arriba y le dijera a alguien: «¡Sube arriba!», esto sería difícil (para él). Pero si dijera: «¡Siéntate aquí!», esto sería fácil. Así procede Dios. Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, propia (de Él), no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y todo el placer provienen del amor. En el camino, cuando debía venir para acá, se me ocurrió que sería preferible no venir porque quedaría empapado (de lágrimas) por amor. Dejemos de hablar sobre cuándo vosotros (alguna vez) quedasteis empapados (de lágrimas) por amor. Placer y pena provienen del amor. El hombre no debe temer a Dios, pues quien lo teme, huye de Él. Este temor es un temor nocivo. (Pero) es recto el temor cuando uno teme perder a Dios. El hombre no ha de temerlo sino amarlo, porque Dios ama al hombre con su entera (y) suprema perfección. Dicen los maestros que todas las cosas tienden voluntariamente a engendrar y a asemejarse al Padre, y dicen: La tierra huye del cielo; si huye hacia abajo, llega desde abajo al cielo; si huye hacia arriba, llega a la parte más baja del cielo. La tierra no puede huir a un lugar tan bajo que el cielo no fluya en ella y le imprima su fuerza y la fecundice, lo quiera ella o no. Así le sucede también al hombre que cree huir de Dios y, sin embargo, no puede huir de Él; todos los rincones lo revelan. Cree huir de Dios y corre a su seno. Dios engendra en ti a su Hijo unigénito, te guste o te disguste, duermas o estés despierto; Él hace lo que es propio. Pregunté el otro día qué es lo que tiene la culpa de que el hombre no lo sienta, y afirmé diciendo: La culpa reside en que su lengua lleva pegada otra suciedad, es decir, las criaturas; sucede exactamente lo mismo con una persona a la que cualquier clase de comida le resulta amarga y no le gusta. ¿Qué es lo que tiene la culpa de que no nos guste la comida? La falla reside en la falta de sal. La sal es el amor divino. Si tuviéramos el amor divino, nos gustaría Dios y todas las obras hechas por Él en cualquier momento, y recibiríamos todas las cosas de Dios y todos haríamos las mismas obras que hace Él. En esta igualdad somos todos un hijo único. SERMONES: SERMÓN XXII 3
El mar, ¿por qué se llama «furia»? Porque se enfurece y está inquieto. «Ordenó a sus discípulos que subieran». Quien quiere escuchar al Verbo y llegar a ser discípulo de Cristo, tiene que subir y elevar su entendimiento por encima de todas las cosas corpóreas, y debe cruzar la «furia» de la inconstancia (inherente) a las cosas perecederas. Mientras existe alguna volubilidad, ya sea astucia o ira o tristeza, ella tapa el entendimiento de modo que no puede escuchar al Verbo. Dice un maestro: Quien ha de entender las cosas naturales y aun las materiales, debe desnudar su conocimiento de todas las demás cosas. Yo ya he dicho varias veces (lo siguiente): Cuando el sol vierte su luz sobre las cosas corpóreas, entonces transforma aquello a que puede abrazar, en (vapor) fino y lo alza consigo: si la luz del sol fuera capaz de hacerlo, lo elevaría hasta el fondo de donde ella ha emanado. Mas, cuando lo alza por el aire y (el vapor) se ha extendido en sí mismo y calentado por obra del sol y luego (cuando) sube hacia el frío, sufre un revés por el frío y se precipita en (forma de) lluvia o nieve. Así sucede con el Espíritu Santo: levanta al alma y la eleva y alza junto con Él, y si ella estuviera preparada, la levantaría hasta el fondo de donde Él ha emanado. Así acaece cuando el Espíritu Santo mora en el alma: entonces ella sube porque Él la alza junto consigo. Mas, cuando el Espíritu Santo se retira del alma, ella cae hacia abajo porque aquello que es de la tierra, cae hacia abajo; pero aquello que es de fuego, va girando hacia arriba. Por ello, el hombre debe haber pisoteado todas las cosas que son terrestres, y todo cuanto pueda encubrir el entendimiento para que no quede nada que no sea igual al conocimiento. Si (el alma) obra (sólo) en el conocimiento, es igual a éste. El alma que de tal manera ha ido más allá de todas las cosas, es elevada por el Espíritu Santo y Él la alza junto consigo hasta el fondo de donde Él emanó. Ah sí, la lleva a su imagen eterna de donde ella ha surgido, a esa imagen según la cual el Padre ha configurado todas las cosas, a esa imagen en la cual todas las cosas son uno, a la extensión y profundidad en las cuales vuelven a terminar todas las cosas. Quien quiere llegar a este (punto), escuchar al Verbo y ser discípulo de Jesús, la salvación, debe haber pisoteado todas las cosas que son desiguales (a la imagen). SERMONES: SERMÓN XXIII 3
San Pablo fue arrobado al tercer cielo (Cfr. 2 Cor. 12, 2 y 3). ¡Fijaos ahora en cuáles son los tres cielos! Uno es la separación de toda corporeidad, otro la enajenación de todo ser-imagen; el tercero un mero conocimiento inmediato en Dios. Ahora surge un interrogante: Si San Pablo, en el lapso en que estaba arrebatado, habría sentido si lo hubieran tocado. ¡Yo digo que sí! Cuando estaba recluido con la cerradura de la divinidad, él habría notado si lo hubiesen tocado con la punta de un alfiler, pues San Agustín dice en el libro «Del alma y del espíritu»: El alma fue creada, por decirlo así, en un punto límite entre el tiempo y la eternidad. Con los sentidos más bajos se ocupa, en el tiempo, de las cosas temporales; en cuanto a su potencia suprema comprende y siente, fuera del tiempo, las cosas eternas. Por eso digo: Si en el lapso de su arrobamiento lo hubieran tocado a San Pablo con la punta de un alfiler, él lo habría notado ya que su alma permanecía en su cuerpo, como la forma en su materia respectiva. Y así como el sol alumbra el aire, y el aire la tierra, así su espíritu recibió luz pura de parte de Dios, y (lo mismo) el alma, del espíritu y el cuerpo, del alma. Por lo tanto es evidente cómo San Pablo fue arrebatado y permaneció también (con su alma en el cuerpo). Fue arrebatado en cuanto a ser-espíritu y permaneció en cuanto a ser-alma. SERMONES: SERMÓN XXIII 3
¿Qué es lo que quiere decir cuando dice: «Moisés imploro a Dios, su Señor»? De veras, si Dios ha de ser tu Señor, tú tienes que ser su siervo; mas, cuando luego haces tus obras en provecho propio o por tu placer o por tu propia bienaventuranza, en verdad, no eres su siervo; porque no buscas solamente la honra de Dios, buscas tu propio provecho. ¿Por qué dice: Dios, su Señor? Si Dios quiere que estés enfermo, mas tú quisieras estar sano… si Dios quiere que tu amigo muera, mas tú quisieras que viviese en contra de la voluntad de Dios, en verdad, Dios no sería tu Dios. Si amas a Dios y luego estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si pierdes un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Y semejante hombre estaría bien encaminado. Mas, si estás enfermo y le pides a Dios (que te dé) salud, entonces prefieres la salud a Dios (y) por lo tanto no es tu Dios: es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu Dios. SERMONES: SERMÓN XXV 3
(Mas) en todo lo creado no hay – como ya dije varias veces – ninguna verdad. Hay una cosa que se halla por encima del ser creado del alma (y) a la que no toca ninguna criaturidad que es (una) nada; no la posee ni siquiera el ángel que tiene un ser puro que es acendrado y extenso; hasta él no la toca. Ella es afín a la índole divina, es una sola en sí misma, no tiene nada en común con nada. En cuanto a esta cosa muchos frailes insignes comienzan a cojear. Ella es una tierra extraña y un desierto, y antes que tener un nombre es innominada, y antes que ser conocida es desconocida. Si tú pudieras aniquilarte por un solo instante, digo yo – aunque fuera por un tiempo más breve que un instante -, te pertenecería todo aquello que (esta cosa) es en sí misma. Mientras todavía prestas alguna atención a ti mismo o a una cosa cualquiera, sabes tan poco de lo que es Dios, como sabe mi boca de lo que es el color, y como sabe mi vista de lo que es el gusto: tan poco sabes y conoces tú lo que es Dios. SERMONES: SERMÓN XXVIII 3
«¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» «¡Enúnciala!» Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas (aquella palabra) se pronuncia adentro. «¡Enúnciala!», esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: «Dios dijo una cosa y yo escuché dos» (Cfr. Salmo 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: «Escuché dos», esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia (= a las criaturas), allí es Dios; mas aquí (= en esta tierra) es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí (en su Encarnación histórica). No es así, pues Dios (aquí) se ha hecho hombre lo mismo que allí3, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. SERMONES: SERMÓN XXX 3
Esa casa significa el alma en su totalidad, y los senderos de la casa representan a las potencias del alma. Dice un viejo maestro que el alma está hecha entre uno y dos. Uno es la eternidad que se preserva siempre sola y es uniforme. Dos, (empero), es el tiempo que se transforma y multiplica. (Con eso) quiere decir que el alma, con las potencias más elevadas, toca a la eternidad, o sea, a Dios; y con las potencias inferiores toca al tiempo y por ello es sometida al cambio y se inclina hacia las cosas corpóreas y, al hacerlo, pierde su nobleza. Si el alma pudiera conocer íntegramente a Dios, como (hacen) los ángeles, nunca habría entrado en el cuerpo. Si pudiera conocer a Dios sin el mundo, éste nunca habría sido creado a causa de ella. El mundo fue creado a causa de ella con la finalidad de que la vista del alma fuera ejercitada y fortalecida para que fuese capaz de soportar la luz divina. Así como la luz del sol no se proyecta sobre la tierra sin ser envuelta por el aire y desparramada sobre otras cosas, ya que de otra manera la vista humana no la podría soportar, así también la luz divina es fortísima y tan clara que la vista del alma no la podría soportar sin ser fortalecida y elevada por la materia y las parábolas, y de esta manera es conducida hasta la luz divina y aclimatada dentro de ella. SERMONES: SERMÓN XXXII 3
Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los (hombres) en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (Salmo 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr. Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para (llevar a cabo) todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, (volviendo a su estado anterior) cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una vida dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, (pero) no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios. SERMONES: SERMÓN XXXIII 3
«El patriarca Jacobo llegó a un lugar y al atardecer, cuando el sol se había puesto, quiso descansar» (Cfr. Gén. 28, 10 s.). Se dice: en un lugar, sin nombrarlo. El lugar es Dios. Dios no tiene nombre propio y es un lugar y una ubicación de todas las cosas y es el lugar natural de todas las criaturas. El cielo en su (parte) más elevada y acendrada, no tiene lugar; antes bien, en su decadencia, en su efecto, es lugar y ubicación de todas las cosas corpóreas que se hallan por debajo de él. Y el fuego es (el) lugar del aire y el aire es (el) lugar del agua y de la tierra. Lugar es aquello que me rodea, en cuyo medio estoy. Así el aire rodea a la tierra y al agua. Cuanto más sutil es una cosa, tanto más vigorosa es; por eso es capaz de obrar dentro de las cosas que son más toscas y se hallan por debajo de ella. La tierra (=el elemento) no es capaz de ser lugar en el sentido propio, porque es demasiado tosca y es también el más bajo de los elementos. El agua, en parte, es lugar; por ser más sutil es más vigorosa. Cuanto más vigoroso y sutil es el elemento, tanto más se presta para ser ubicación y lugar de otro. Así el cielo es (el) lugar de todas las cosas corpóreas y él mismo no tiene lugar que sea físico; mas aún: su lugar y su orden y su ubicación lo constituye el ángel más bajo, y así siempre hacia arriba; cada ángel, que es más noble, se constituye en lugar y ubicación y medida de otro, y el ángel supremo se constituye en lugar y ubicación y medida de todos los demás ángeles que se encuentran por debajo de él, y él mismo no tiene lugar ni medida. Pero Dios tiene su medida (la del ángel) y es su lugar y el (ángel) es espíritu puro. (Mas) Dios no es espíritu, según las palabras de San Gregorio quien dice que todas las palabras que enunciamos sobre Dios, son un balbuceo sobre Dios. Por eso dice (la Escritura): «Llegó a un lugar». El lugar es Dios que da su ubicación y orden a todas las cosas. He dicho algunas veces: Lo mínimo de Dios llena a todas las criaturas y en ello viven y crecen y reverdecen, y lo máximo de Él no se halla en ninguna parte. Mientras el alma se encuentra en alguna parte, no está en lo máximo de Dios, que no se halla en ninguna parte. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
«Llena de gracia.» La más insignificante de las obras de la gracia es más elevada que todos los ángeles en (su) naturaleza. Dice San Agustín que una obra de gracia, hecha por Dios – por ejemplo, que convierte a un pecador y hace de él un hombre bueno -, es más grande que si creara un mundo nuevo. A Dios le resulta tan fácil darles vuelta (el) cielo y (la) tierra, como es para mí darle vuelta una manzana en mi mano. Donde hay gracia dentro del alma, allí (todo) es tan puro y tan semejante y afín a Dios, y (la) gracia carece tanto de obra como no la hay en el nacimiento del cual he hablado antes. (La) gracia no realiza ninguna obra. San «Juan nunca hizo ningún prodigio» (Juan 10, 41)15. La obra (empero) que el ángel opera en Dios (= la obra servil) es tan sublime que nunca maestro o intelecto algunos podrían llegar a comprenderla. Pero, de esa obra cae una astilla – como cae una astilla de una viga que se desbasta – (o sea) un resplandor; eso sucede allí donde el ángel con su parte más baja toca el cielo; por ello reverdece y florece y vive todo cuanto hay en este mundo. A veces hablo de dos manantiales. Aunque parezca extraño, hemos de hablar según nuestra mentalidad. Un manantial del que surge la gracia, se halla allí donde el Padre engendra a su Hijo unigénito; de ese (manantial) surge la gracia, y allí ella emana de esa misma fuente. Otro manantial es aquel donde las criaturas emanan de Dios; aquella fuente dista tanto de la otra, donde surge la gracia, como el cielo de la tierra. (La) gracia no opera. Allí donde el fuego se halla en su naturaleza (ígnea), allí no perjudica ni enciende. El ardor del fuego es lo que enciende acá abajo (= en esta tierra). Mas, aun donde el ardor se encuentra en la naturaleza del fuego, no enciende y es inofensivo. Pero, allí donde el ardor se halla dentro del fuego, allí dista tanto de la verdadera naturaleza del fuego como el cielo de la tierra. (La) gracia no realiza ninguna obra; es demasiado sutil para ello; obrar le resulta tan distante como dista el cielo de la tierra. Una internación en Dios y un apego a Él y una unión con Él, esto es (la) gracia, y ahí «Dios está contigo», porque esto sigue de inmediato (luego de la salutación). SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
¡Hola, esforzaos mucho y prestad atención! Resulta que el Padre celestial, en esta potencia noble, le dice a su Hijo unigénito: «¡Joven, levántate!» Hay una unión tan grande entre Dios y el alma que es increíble, y Dios en sí mismo es tan alto que no puede llegar hasta allí ningún conocimiento ni anhelo alguno. El anhelo llega más lejos que todo aquello que se puede aprehender por el conocimiento. Aquél es más extenso que todos los cielos, ah sí, (y) que todos los ángeles, y eso que todo cuanto hay en la tierra, vive por una chispita del ángel. El anhelo es extenso, desmedidamente extenso. Todo cuanto el conocimiento puede aprehender y el anhelo puede desear, no es Dios. Ahí donde terminan el conocimiento y el anhelo, ahí está oscuro, ahí luce Dios. SERMONES: SERMÓN XLII 3
Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
«Homo erat». Él dice: «Fijaos, un hombre». Nosotros usamos la palabra «homo» para mujeres, y varones, pero los romanos no quieren concedérsela a las mujeres a causa de su debilidad. «Homo», significa lo mismo que «aquello que es perfecto» y «a lo cual no le falta nada». «Homo», «el hombre», tiene el sentido de «quien está hecho de tierra», y significa «humildad». La tierra es el elemento más bajo y yace en el medio y está rodeada completamente por el cielo y recibe del todo el influjo del cielo. Todo cuanto obra y vierte el cielo, es recibido en medio del fondo de la tierra. En otro aspecto «homo» significa lo mismo que «humedad» y tiene el sentido de «quien está regado con mercedes», afirmando que el hombre humilde recibe en seguida el influjo de la gracia. Por este influjo de la gracia asciende en el acto la luz del entendimiento; ahí (arriba) irradia Dios su resplandor en una luz que no sufre ser encubierta. Quien se hallara poderosamente rodeado por esa luz, sería, comparado con otra persona, tanto más noble como (lo es) un hombre vivo a otro pintado en la pared. Esa luz es tan poderosa que no sólo está privada en sí de tiempo y espacio, sino que, además, le quita a aquello sobre lo cual se derrama, el tiempo y el espacio y todas las imágenes corpóreas (= representaciones) y todo cuanto (le) es ajeno. Ya he dicho varias veces: Si no hubiera ni tiempo ni espacio ni otras cosas, todo sería una sola esencia. Quien de tal manera fuera uno y se postrara en el fondo de la humildad, sería inundado allí mismo con mercedes. SERMONES: SERMÓN XLIV 3
Dice un maestro: Todas las cosas iguales se aman recíprocamente y se unen unas con otras, y todas las cosas desiguales se huyen y se odian unas a otras. Y ahora dice un maestro que no hay nada tan desigual entre sí como el cielo y la tierra. La tierra ha experimentado en su naturaleza que se halla alejada del cielo y (que le es) desigual. Por eso huyó de él hasta el lugar más bajo y por eso la tierra es inmóvil para no aproximarse al cielo. Este, en su naturaleza, notó que la tierra huyera de él ocupando el lugar más bajo. Por lo tanto se derrama totalmente, de manera fecundante, sobre la tierra, y los maestros opinan que el cielo ancho y extenso no se reserva ni el anchor de la punta de una aguja, sino que engendra a sí mismo sin restricciones, y de modo fecundante, en la tierra. Debido a ello se dice que la tierra es la criatura más fértil por entre todas las cosas sujetas al tiempo. SERMONES: SERMÓN XLVIII 3
Tomamos del Evangelio tres pasajes; sobre ellos quiero predicaros. El primero reza: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». El otro dice: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto» (Juan 12, 24 ss.). El tercero (se refiere a) que Cristo dijo: «Entre los hijos nacidos de mujer, nadie es mayor que Juan Bautista» (Cfr. Mateo 11, 11). Por de pronto paso por alto los dos últimos (pasajes) y hablo del primero. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un grano de trigo que (caído) a la tierra de su noble humanidad, pereció por (el) sufrimiento y (la) acción, por (la) aflicción y (la) muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer, con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos 14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y (que) es Él mismo según la unión y según la persona: este (bien) lo contemplaba sin cesar con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte. Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia (= la contemplación del bien supremo). Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos y a la vida del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu creado, por cuanto le daba vida al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad intelectual. En ese aspecto (y) hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en el cuerpo de dos maneras. Primero – según dije antes -, el alma noble junto con el Verbo eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del primer momento en que Él (= el Cristo de cuerpo y alma) fue creado y unido (con su naturaleza divina), ella (= el alma de Cristo) pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya no tenía nada que ver con él (es decir, con su cuerpo), fuera de estar unida a él y de vivir (con él). Pero su vida, (si bien) se realizaba con el cuerpo, (se hallaba) por encima del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida a el. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
La otra manera de su destrucción en la tierra, en el cuerpo, acaeció – según dije antes – cuando dio vida al cuerpo y se hallaba relacionada con los sentidos, entonces estaba junto al cuerpo cargada de trabajos y penas y molestias y angustias «hasta la muerte», de modo que ella junto al cuerpo y el cuerpo junto a ella – de acuerdo con esa manera – nunca consiguieron descanso ni comodidad ni satisfacción sin caducidad, mientras el cuerpo era mortal. Y ésa es la otra manera por la cual el grano de trigo, el alma noble, pereció así en cuanto a comodidad y descanso. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos en el otro modo (propio) de la fecundidad del espíritu, (o sea) el grano de trigo! Es el siguiente: toda el hambre espiritual y la amargura, en las que lo sumerge Dios, lo habrá de soportar todo pacientemente; y aun cuando hace todo cuanto es capaz de hacer interior y exteriormente, no debe apetecer nada en recompensa. Y si Dios quisiera aniquilarlo o arrojarlo al infierno, no debería querer ni desear que Dios lo conservara en su ser o que lo librase del infierno, sino que debe dejar que Dios haga con él todo cuanto Él quiere o como si tú ni siquiera existieras: Dios ha de ser tan poderoso en todo cuanto eres tú, como en su propia naturaleza increada. Otra cosa más debes tener. Esto es: en el caso de que Dios te librara de la pobreza interior y te donara riqueza íntima y mercedes y te uniera con Él mismo en un grado tan alto como es capaz de experimentarlo tu alma, entonces deberías mantenerte tan libre de la riqueza y rendirle honor sólo a Dios, tal como tu alma se mantuvo libre cuando Dios la creó como algo desde la nada. Esta es la otra forma de la fecundidad que el grano de trigo, (o sea) el alma, ha recibido de la tierra (que es) la humanidad de Jesucristo, la que se mantuvo libre, por alta (que fuera) su fruición (del sumo bien), como dijo Él mismo en contra de los fariseos: «Si buscara mi gloria, mi gloria no sería nada; busco la gloria de mi Padre que me ha enviado» (Cfr. Juan 8, 54 y 50). SERMONES: SERMÓN XLIX 3
¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y (Él es) nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos, iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida (en esta tierra), en cuanto a sus virtudes, no se haya realizado dentro de (determinada) medida, y según esa medida es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección (en el cielo) corresponde por completo a esa medida. Por cierto (y) en verdad: si existiera un solo hombre que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por Dios – y es tan verdadero como que Dios vive -: No hay ningún santo tan perfecto en el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con (tu) santidad y (tu forma de) vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer (así) por la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior (a él), habría de ser eternamente mayor que él (= Juan) en el reino de los cielos. La verdadera humildad es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz de la gracia. Que uno sea prudente en (su) hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera humildad de la naturaleza. (La) humildad del espíritu consiste en el hecho de que él (= el hombre) se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente, como hacía cuando aún no existía. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Esta palabra que acabo de pronunciar en latín está escrita en el Evangelio y la dice Nuestro Señor, y en lengua vulgar reza así: «Honrarás a tu padre y a tu madre» (Mateo 15, 4; cfr. Exodo 20, 12). Y Dios, Nuestro Señor, pronuncia otro mandamiento (más): «No apetezcas los bienes de tu prójimo, ni (su) casa ni (su) finca ni ninguna otra cosa que sea suya» (Cfr. Exodo 20, 17). El tercer pasaje se refiere al pueblo que fue a ver a Moisés diciéndole: «Habla tú con nosotros, porque nosotros no podemos escuchar a Dios» (Cfr. Exodo 20, 18 ss.). Según el cuarto (pasaje), Dios, Nuestro Señor, dijo: «Moisés, debes hacerme un altar de tierra y sobre la tierra, y cuanto se sacrifique en él, lo habrás de quemar todo» (Cfr. Exodo 20, 24). El quinto (pasaje) es (el siguiente): «Moisés penetró en la niebla» y fue (subiendo) a la montaña; «allí encontró a Dios» y en las tinieblas halló la luz verdadera (Cfr. Exodo 20, 21). SERMONES: SERMÓN LI 3
Ahora bien, esto ¿qué significa? Dice San Agustín: Al principio, la Escritura le sonríe a la gente menuda y atrae al niño; pero, al final, cuando uno quiere ahondar en ella, se burla de los sabios; y nadie tiene la mentalidad tan simple, que no encuentre en ella lo adecuado para él, y, por otra parte, nadie es tan sabio que, cuando quiere ahondar en ella, no la halle (cada vez) más profunda y con más cosas (ocultas). Todo cuanto podemos escuchar aquí (en esta tierra) y todo cuanto saben decirnos, tiene en ella (la Escritura) un segundo sentido oculto. Pues, todo cuanto comprendemos en esta tierra, es tan disímil a lo que es en sí mismo y a lo que es en Dios, como si no existiera. SERMONES: SERMÓN LI 3
Ahora bien, hay dos clases de pobreza: una es una pobreza exterior y ésta es buena y muy elogiable en la persona que carga con ella voluntariamente, por amor de Nuestro Señor Jesucristo, porque Él mismo la soportó en esta tierra. De esta pobreza no quiero decir más. Pero existe otra pobreza, una pobreza interior respecto a la cual hay que entender la palabra de Nuestro Señor cuando dice: «Bienaventurados son los pobres en espíritu». SERMONES: SERMÓN LII 3
En tercer lugar es un hombre pobre aquel que no tiene nada. Muchas personas han dicho que es perfección no poseer nada de las cosas materiales de esta tierra, y esto es verdad en cierto sentido: cuando uno lo hace a propósito. Mas éste no es el sentido al cual me refiero yo. SERMONES: SERMÓN LII 3
Ahora bien, se dice: «Levantó y elevó desde abajo sus ojos». En esta palabra se contiene un doble sentido. Uno implica una demostración de acendrada humildad. Si alguna vez hemos de llegar al fondo de Dios y a su punto más íntimo, debemos, en primer término, llegar con acendrada humildad a nuestro fondo propio y a nuestro punto más íntimo. Los maestros dicen que los astros derraman toda su fuerza en el fondo de la tierra, en la naturaleza y el elemento del suelo, produciendo allí el oro más puro. En la medida en que el alma llega al fondo y al punto más íntimo de su ser, la fuerza divina se derrama totalmente en ella, y opera muy en secreto y revela obras muy grandes, y el alma se torna muy grande y elevada en el amor divino que se parece al oro puro. Este es el primer significado (de) «Él levantó sus ojos». SERMONES: SERMÓN LIII 3
Por eso dice: «Elevó desde abajo sus ojos mirando hacia el cielo». Un maestro griego afirma que el cielo significa lo mismo que una «cabaña del sol». El cielo vierte su fuerza en el sol y en los astros, y los astros vierten su fuerza en el centro de la tierra y producen oro y piedras preciosas de modo que las piedras preciosas tienen la fuerza de sufrir efectos maravillosos. Algunas tienen fuerza de atracción para huesos y carne. Si se acercara un hombre, sería atado y no podría irse a no ser que conociese algunos ardides para librarse, Otras piedras preciosas atraen huesos y hierro. Cada piedra preciosa y (cada) hierba es una casita de los astros, la que abarca en sí una fuerza celestial. Así como el cielo vierte su fuerza en los astros, las estrellas, a su vez, la vierten en las piedras preciosas y en las hierbas y en los animales. Las hierbas son más nobles que las piedras preciosas, porque tienen vida creciente. (Las hierbas), empero, no aceptarían crecer bajo el firmamento material, a no ser que hubiera en él una fuerza racional de la que reciben su vida. Así como el ángel más bajo vierte su fuerza en el cielo y lo mueve, haciendo que gire y opere, así el cielo vierte muy secretamente su fuerza en todas las hierbas y en los animales. De ahí que cada hierba tiene una cualidad celestial y opera en su derredor al modo del cielo. Los animales se elevan más y poseen vida animal y sensible y, sin embargo, permanecen (atados) al tiempo y al espacio. Pero el alma, en su luz natural, se eleva en su parte suprema (= la chispa) por encima del tiempo y del espacio a la semejanza con la luz del ángel y con ella opera de manera cognoscitiva hasta (llegar) al cielo. Así, el alma ha de elevarse sin cesar en el obrar cognoscitivo. Allí donde halla algo de luz divina o de semejanza divina, allí ha de construir su cabaña (= permanecer) sin retirarse hasta que otra vez ascienda más. Y así se debe elevar cada vez más en la luz divina y llegar de ese modo, y junto con los ángeles del cielo, más allá de todas las «cabañas» hasta el puro (y) desnudo rostro de Dios. Por eso, dice él: «Miró al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”». Sobre cómo el Padre glorifica al Hijo y cómo el Hijo glorifica al Padre, sobre esto es mejor guardar silencio que hablar; quienes deberían de hablar sobre ello, tendrían que ser ángeles. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Ahora se podría preguntar por qué estaba parada (ahí) y no se sentaba. Si hubiera estado cerca de Él lo mismo sentada que parada. Hay quienes piensan que si estuvieran en un campo llano (y) extenso, donde no existiese nada para estorbar la vista, ellos verían tan lejos sentados como parados. Pero, las cosas no son como se imaginan. María estaba de pie para poder mirar más lejos en torno suyo por si hubiese acaso un arbusto por debajo del cual estuviera escondido Dios para que ella lo buscara allí… Por otra parte, interiormente estaba tan orientada, con todas sus potencias, hacia Dios, que exteriormente permanecía de pie… En tercer lugar: ella se hallaba enteramente invadida por el dolor. Pues bien, hay personas que, cuando se les muere su querido superior, se sienten invadidos por el dolor (de modo) que no son capaces de mantenerse de pie y les hace falta sentarse. (Pero) como su dolor (= el de María Magdalena) se refería a Dios y se fundaba en la constancia, ella no necesitaba hacerlo (= sentarse)… En cuarto término, estaba de pie para poder aprehender a Dios con mayor rapidez en caso de que lo viera. Algunas veces he dicho que el hombre, estando de pie, es más susceptible de Dios. Mas ahora digo otra cosa: Uno, cuando está sentado con verdadera humildad, recibe más que cuando está de pie, así como dije anteayer que el cielo no puede operar sino en el fondo de la tierra. Así también Dios no puede obrar sino en el fondo de la humildad; pues, cuanto más hondo en la humildad, tanto más susceptible de Dios. Dicen nuestros maestros: Si alguien tomara una copa y la colocara por debajo de la tierra, aquélla podría recibir más que si se hallara sobre la tierra; aun cuando fuera tan poco que uno apenas lo percibiera, sin embargo, algo sería. Cuanto más es hundido el hombre en el fondo de la verdadera humildad, tanto más se hunde en el fondo del ser divino. SERMONES: SERMÓN LV 3
En segundo término: «santidad» significa «aquello que ha sido tomado de la tierra». Dios es un algo y un ser puro, y el pecado es (la) nada y aleja de Dios. Dios creó a los ángeles y al alma de acuerdo con un algo, quiere decir, de acuerdo con Dios (= a su imagen). El alma fue creada como a la sombra del ángel y, sin embargo, ellos comparten una naturaleza común y todas las cosas corpóreas fueron creadas de acuerdo con (la) nada y distanciadas de Dios. El alma, por el hecho de que se derrama sobre el cuerpo, es oscurecida y hace falta que, junto con el cuerpo, sea elevada nuevamente hacia Dios. Cuando el alma está libre de las cosas terrestres, entonces es «santa». Mientras Zaqueo se hallaba al nivel de la tierra, no podía ver a Nuestro Señor (Cfr. Lucas 19, 2 a 4). San Agustín dice: «Si el hombre desea volverse puro, que deje las cosas terrestres». Ya he dicho varias veces que el alma no puede volverse pura si no es empujada otra vez a su pureza primigenia, tal como Dios la creó; del mismo modo, que no se puede hacer oro del cobre que se afina por el fuego dos o tres veces, a no ser que uno lo haga retroceder a su naturaleza primigenia. Porque todas las cosas que se derriten por el calor o se endurecen por el frío, tienen una naturaleza totalmente acuosa. Por lo tanto, hay que hacerlas retroceder del todo al agua, privándolas por completo de la naturaleza en que se encuentran en este momento; de tal manera, el cielo y el arte prestan auxilio para que (el cobre) sea transformado íntegramente en oro. Es cierto que (el) hierro se compara con (la) plata, y (el) cobre con (el) oro: (pero) cuanto más se lo compara (el uno con el otro), sin privarlo (de su naturaleza), tanto mayor es la equivocación. Lo mismo sucede con el alma. Es fácil señalar las virtudes o hablar de ellas; pero, para poseerlas en verdad, son muy raras. SERMONES: SERMÓN LVII 3
En tercer término dice que esa «ciudad» es «nueva». «Nuevo» se llama aquello que no está ejercitado o se halla cerca de su comienzo. Dios es nuestro comienzo. Cuando estamos unidos a Él, nos tornamos «nuevos». Alguna gente, por necia, se imagina que Dios habría hecho eternamente, o retenido en Él mismo, las cosas que vemos ahora, y que las dejaría salir a luz en el tiempo. Debemos entender que la obra divina no implica trabajo, según quiero explicaros: Yo estoy parado aquí, y si hubiera estado parado aquí hace treinta años, y si mi rostro hubiese estado desembozado sin que nadie lo hubiera visto, yo habría estado aquí lo mismo. Y si se tuviera a mano un espejo y lo colocaran delante de mí, mi rostro se proyectaría y configuraría en él sin trabajo mío; y si ello hubiera sucedido ayer, sería nuevo, y otra vez, (si fuera) hoy, sería más nuevo todavía, y lo mismo luego de treinta años o en la eternidad, sería (nuevo) eternamente; y si hubiera miles de espejos, sería sin trabajo mío. Así (también) Dios contiene en sí, eternamente, todas las imágenes, (y esto) no como alma o como cualquier criatura, sino como Dios. En Él no hay nada nuevo ni imagen alguna, sino que – tal como he dicho del espejo – en nosotros es tanto nuevo como eterno. Cuando el cuerpo está preparado, Dios le infunde el alma y la forma de acuerdo con el cuerpo, y ella tiene semejanza con él y a causa de esta semejanza, amor (por él). Por eso no existe nadie que no se ame a sí mismo; se engañan a sí mismos quienes se imaginan que no se quieren a sí mismos. Deberían odiarse y (ya) no podrían existir. Debemos amar correctamente las cosas que nos conducen a Dios; sólo esto es amor junto con el amor divino. Si mi amor se cifrara en atravesar el mar, y me gustara tener un barco, ello sería tan sólo porque desearía estar allende el mar; y cuando hubiera logrado cruzar el mar, el barco ya no me haría falta. Dice Platón: Qué es lo que es Dios, no lo sé – y quiere decir: El alma, mientras se encuentra en el cuerpo, no puede conocer a Dios – pero lo que no es, lo sé bien, como se puede observar en el sol cuyo brillo no lo puede aguantar nadie, a no ser que primero sea envuelto en el aire y que luego alumbre así la tierra. San Dionisio dice: «Si la luz divina ha de alumbrar mi fuero íntimo, tiene que estar insertada (en él) tal como está insertada mi alma (en el cuerpo). Él dice también: La luz divina aparece en cinco clases de personas. Las primeras no la recogen. Son como los animales, incapaces de recibir, como se puede ver en un símil. Si me acercara al agua y ésta estuviera revuelta y turbia, no podría ver en ella mi cara a causa del desnivel (de la superficie del agua)… A los segundos se les hace visible sólo un poco de luz, como (por ejemplo) el destello de una espada cuando alguien la está forjando… Los terceros reciben más (de la luz divina), (algo así) como un fuerte destello que ora es luz y ora oscuridad; son todos aquellos que reniegan de la luz divina, (cayendo) en pecado… Los cuartos reciben más todavía de ella; pero a veces los elude (Dios con su luz), sólo para incitarlos y ampliar sus anhelos. Es cierto, si alguien quisiera llenar el regazo de cada uno de nosotros, cada cual ensancharía su regazo para poder recibir mucho. Agustín: Quien quiere recibir mucho, que amplíe su anhelo… Los quintos reciben una gran luz, como si fuera de día, y, sin embargo, es como si se hubiera colado por una fisura. Por eso dice el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me ha mirado a través de una fisura; (y) su rostro era agraciado» (Cfr. Cantar de los Cant. 2, 9 y 14). Por ello dice también San Agustín: «Señor, tú das a veces una dulzura tan grande que, si ella se hiciera completa (y) esto no fuera el reino de los cielos, yo no sabría qué es el reino de los cielos». Un maestro dice: Quien quiere conocer a Dios sin estar adornado con obras divinas, será echado atrás hacia las cosas malas. Mas ¿no hace falta ningún medio para conocer a Dios por completo?… Ah sí, de esto habla el alma en El Libro de Amor: «Mi amado me miraba a través de una ventana» (Cantar de los Cant. 2, 9) – esto quiere decir: sin impedimento -, «y yo lo percibía, estaba parado cerca de la pared» – esto quiere decir: cerca del cuerpo que es decrépito -, y dijo: «¡Ábreme, amiga mía!» (Cantar 5, 2), esto quiere decir: Ella me pertenece por completo en el amor porque «Él es para mí, y yo soy sólo para él» (Cfr. Cant. 2, 16); «paloma mía» (Cantar 2, 14) – esto quiere decir: simple en el anhelo -, «hermosa mía» – esto quiere decir: en las obras -, «¡Levántate rápido y ven hacia mí! El frío ha pasado» (Cfr. Cantar 2, 10 y 11) por el cual mueren todas las cosas; por otra parte, todas las cosas viven por el calor. «Ha desaparecido la lluvia» (Cantar 2, 11) -ésta es la concupiscencia de las cosas perecederas -. «Las flores han brotado en nuestra tierra» (Cantar 2, 12) – las flores son el fruto de la vida eterna -. «¡Vete, aquilón» que resecas! (Cantar 4, 16) – con ello Dios le manda a la tentación que ya no estorbe al alma -. «¡Ven, auster y sopla por mi jardín para que mis aromas se desparramen!» (Cfr. Cantar 4, 16) – con ello Dios le ordena a toda la perfección que se adentre en el alma. SERMONES: SERMÓN LVII 3
Por ello dicen los maestros que los bienaventurados en el reino de los cielos conocen a las criaturas desnudas de toda imagen, pues las conocen por medio de una sola imagen que es Dios y en la cual Dios conoce y ama y quiere a sí mismo y a todas las cosas. Y Dios mismo nos enseña a orar y suplicar así cuando decimos: «Padre nuestro», «santificado sea tu nombre» lo cual quiere decir: que te conozcamos sólo a ti (Cfr. Juan 17,3); «que venga tu reino» para que yo no tenga nada que considere y conozca como rico fuera de ti, el rico. A esto se refiere el Evangelio al decir: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3), quiere decir: en la voluntad, y por ello pedimos a Dios que se «haga su voluntad», «en la tierra», quiere decir: dentro de nosotros, «como en el cielo», quiere decir: en Dios mismo. Semejante hombre comparte una sola voluntad con Dios de modo tal que quiere todo cuanto quiere Dios y de la misma manera que lo quiere Dios. Y por eso, como Dios en cierto modo quiere que yo también haya pecado, yo no quisiera no haberlo hecho porque así se hace la voluntad de Dios «en la tierra», o sea en el pecado, «como en el cielo», o sea en la buena acción. En este sentido, el hombre quiere hallarse privado de Dios por amor de Dios y ser apartado de Dios por amor de Dios, y sólo éste es un verdadero arrepentimiento de mis pecados; así me apeno sin pena del pecado tal como Dios se apena sin pena de toda maldad. Siento pena y la máxima pena por el pecado – pues no cometería ningún pecado por nada creado o creable, por más que hubiera en la eternidad miles de mundos – mas (lo haría) sin pena; y acepto y tomo las penas de la voluntad divina y por ella. Tan sólo semejante pena es una pena perfecta, porque proviene y surge del puro amor de la bondad y alegría más puras de Dios. Así llega a ser verdad y se echa de ver lo que he dicho en este librito: que el hombre bueno, en cuanto es bueno, entra en toda la peculiaridad de la Bondad misma que es Dios en sí mismo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Y por esta razón he dicho que el alma odia la similitud en la similitud y no la ama en sí y a causa de ella, sino que la ama a causa de lo Uno que se halla escondido en ella y es verdadero «Padre», un comienzo sin comienzo alguno, «de todos» «en el cielo y en la tierra». Y por eso digo yo: Mientras se encuentra y aparece aún una similitud entre el fuego y el leño, no hay en absoluto verdadero placer ni silencio ni descanso ni satisfacción. Y por ello dicen los maestros: El devenir del fuego se realiza en el combate, la excitación, el desasosiego y el tiempo; pero (el) nacimiento del fuego y (el) placer se realizan sin tiempo y distancia. (El) placer y (la) alegría, a nadie le parecen ni largos ni distantes. A todo cuanto acabo de decir se refiere nuestro Señor cuando dice: «La mujer, cuando da a luz al niño, siente angustia y pena y tristeza; pero cuando ha nacido el niño, se olvida de la angustia y pena» (Juan 16,21). Por eso Dios, también nos dice y advierte en el Evangelio, que roguemos al Padre para que nuestra alegría llegue a ser perfecta (Cfr. Juan 15,11), y San Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14,8); porque Padre significa nacimiento y no similitud y se refiere a lo Uno en donde la similitud enmudece y se calla todo cuanto tiene apetito de ser. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Dice San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que están arriba, allí donde Cristo está sentado a la diestra de su Padre, y gustad de las cosas que están arriba y no permitáis que os gusten las cosas que se hallan en la tierra» (Colos. 3, 1 s). Luego pronuncia otra palabra: «Estáis muertos y vuestra vida está oculta junto con Cristo en Dios» en el cielo (Colos. 3, 3). En tercer (lugar), las mujeres buscaban a Nuestro Señor en la tumba. Entonces, encontraron a un ángel «cuyo semblante era como un relámpago y su vestidura (era) blanca como la nieve y él dijo a las mujeres: “¿A quién buscáis? ¿Buscáis a Jesús que ha sido crucificado?… no está aquí”» (Cfr. Mateo 28, 1 Ss. y Lucas 24, 5 s.). Porque Dios no está en ninguna parte. De lo ínfimo de Dios todas las criaturas están repletas, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Ellas no le contestaron, pues cuando no hallaron a Dios, el ángel les disgustó. Dios no se halla ni acá ni allá ni en (el) tiempo ni en (el) espacio. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
Existen tres señales (para ver) si resucitamos por completo. La primera: si buscamos «las cosas que están arriba». La segunda: si nos gustan «las cosas que están arriba». La tercera: si no nos gustan «las cosas que están en la tierra». Ahora bien, San Pablo dice: «Buscad las cosas que están arriba». Pues ¿dónde y de qué modo? El rey David dice: «Buscad el rostro de Dios» (Salmo 104,4). Aquello que ha de existir (junto) con muchas cosas, necesariamente debe hallarse arriba. Aquello que produce el fuego, tiene que estar, necesariamente, por encima de lo (que enciende), como el cielo y el sol. Nuestros más insignes maestros opinan que el cielo es el lugar de todas las cosas y, sin embargo, (él mismo) no tiene lugar, ningún lugar natural, y da lugar a todas las cosas. Mi alma es indivisa y, no obstante, se encuentra del todo en cada uno de los miembros. Donde ve mi ojo, no oye mi oído; donde oye mi oído, no ve mi ojo. Lo que yo veo u oigo físicamente, se me infunde espiritualmente. Mi ojo recibe el color con la luz; pero éste no entra en el alma porque aquello (=que entra en el alma) es una reducción (del color). Todo cuanto reciben los sentidos exteriores, para que sea introducido espiritualmente, viene de arriba, de parte del ángel: éste lo estampa en la parte superior del alma. Ahora bien, nuestros maestros afirman: Aquello que se halla arriba, ordena y ubica lo inferior. Santiago dice al respecto: «Todos los dones buenos y perfectos descienden desde arriba» (Santiago 1, 17). La señal de que alguien ha resucitado por completo con Cristo, consiste en que busca a Dios por encima del tiempo. Busca a Dios por encima del tiempo quien busca sin tiempo. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
«El Espíritu del Señor ha llenado la órbita de la tierra» (Sab. 1, 7). SERMONES: SERMÓN XLVII 3
Hay una pregunta que es difícil de contestar: ¿Cómo es posible que el alma soporte sin morir cuando Dios la aprieta dentro de sí? Digo: Todo cuanto Dios le da, se lo da dentro de Él por dos razones: una es que, si le diera alguna cosa fuera de Él, ella la rechazaría. La otra (es que) ella, por el hecho de que le dé (algo) dentro de Él (lo) puede recibir y soportar en lo que es de Él y no de ella: porque lo de Él pertenece a ella. Cuando Él la ha sacado de lo de ella, lo de Él tiene que pertenecer a ella, y lo de ella es, en sentido propio, lo de Él. Así es capaz de mantenerse en la unión con Dios. Este es el «Espíritu del Señor» que ha «llenado la órbita de la tierra». SERMONES: SERMÓN XLVII 3
Ahora bien, por qué se llama «órbita de la tierra» el alma, y cómo ha de ser el alma que habrá de ser elegida, eso no ha sido expuesto. Mas, a este respecto, recordad lo siguiente: así como Él es «Señor» y «Espíritu», así nosotros debemos ser «tierra» espiritual y «una órbita» que ha de ser «llenada» por el «Espíritu del Señor». SERMONES: SERMÓN XLVII 3