Teofano o Recluso — Conselho aos ascetas
La técnica de los “logismoi”
“Todo el combate del hombre tiene lugar en los logismoi, dice literalmente “Macario”. Y por su boca habla toda la tradición espiritual cristiana, empezando por el evangelio de San Mateo, con su rotunda afirmación: “La fuente y el principio de todo pecado son los malos logismos según fue tomado por Orígenes.
Los logismoi, esto es, los “pensamientos”, los “impulsos”, las “pasiones”, los “vicios” — tales son las principales acepciones que puede revestir este término, que tantas veces aparece en la literatura monástica antigua — , constituyen, como se ve, una hueste al mismo tiempo doméstica y enemiga, con la que el monje debe luchar a brazo partido. Ahora bien, el combate espiritual requiere una estrategia, un arte. Nuestros maestros nos advierten que no hay que entrar en liza a tontas y a locas, sino “con conciencia”. Hemos de conocer bien al adversario y su arte de guerrear, cómo poder defendernos de sus acometidas, cuáles son sus puntos flacos por los que hay que atacarle para vencerle. Dada su importancia, los logismoi ocuparon, más que cualquier otra cosa, a los monjes antiguos, muy particularmente a los “psicólogos del desierto”, como Evagrio Póntico, Macario y Casiano, por no citar sino a los principales.
Hablar de monjes psicólogos o de los psicólogos del desierto — lo ha notado I. Hausherr con razón — no es ningún anacronismo ni exageración. Basta abrir sus obras para darse cuenta enseguida de que, pese al poco aprecio que sentían por la “ciencia simple” — adquirida y puramente humana — , nuestros maestros cultivaron la psicología experimental y aun el psicoanálisis, no considerándolos, claro es, como un fin, sino como meros auxiliares de la discreción de espíritus. Para ellos como para todos los monjes en general, la diácrisis era, en sus grados superiores, un carisma, un don de Dios; pero no por eso se sentían dispensados de servirse, en el combate espiritual, de las facultades y recursos naturales, y se entregaron con minucioso interés al estudio, la disección del misterioso corazón humano. Para ello, hay que reconocerlo, estaban excepcionalmente bien situados, ya que les rodeaban — lo acabamos de apuntar — numerosos hombres interesados en conocerse a sí mismo; y no es de admirar que hicieran notables progresos en sus análisis. Así, estos psicólogos del desierto conocen perfectamente lo que nosotros llamamos el subconciente, como lo demuestra, por ejemplo, esta frase atribuida a Evagrio: “Muchas pasiones están escondidas en nuestra alma y escapan a la atención; cuando sobreviene la tentación, las pone de manifiesto”. Enseñan también que, al aflorar a la superficie de la conciencia una sugestión, hay que descomponerla en sus diversos elementos, en orden a no perder la cabeza viendo el mal en donde no existe. Distinguen las zonas psíquicas: humana o animal, racional o afectiva. Recomiendan que se examine si la causa de una determinada reacción psíquica es de orden físico y externo, o de orden moral e interno. Bastaría expresar en términos de la moderna psicología estas y otras observaciones parecidas de los maestros del monacato primitivo, para que parecieran dignas de la mayor atención. De este modo, a base de análisis y síntesis, de diácrisis y psicología experimental, los psicólogos del desierto llegaron a poseer un profundo conocimiento (gnosis) de la persona humana.
Tal vez el éxito más admirable y definitivo de su estudio lo obtuvieron en este campo de los oscuros impulsos y tendencias del alma, a través de los cuales se insinúa el pecado, que ellos designaban comúnmente por el término logismoi, o cogitationes. Es cierto que anteriormente, en particular con el gran Orígenes, había progresado bastante la investigación de las pasiones; con todo, fueron los escritores monásticos de la antigüedad los que nos dieron una “técnica de los logismoi”, clasificándolos, determinando sus orígenes y características, excogitando el método más apto para combatirlos.
El principal mérito corresponde a Evagrio Póntico; Casiano y los otros tratadistas se limitan caá a seguir sus huellas. Con admirable penetración psicológica, llegó Evagrio a esta conclusión: los centenares de “sugestiones”, que conoce y enumera,se reducen, en fin de cuentas, a los ocho célebres logismoi, que Casiano llamará los “ocho vicios principales” o “capitales”. He aquí su enumeración según Evagrio:
“Ocho son en total los pensamientos genéricos que comprenden todos los pensamientos: el primero es el de glotonería (gastrimargía); después viene el de la fornicación (porneía); el tercero es el de la avaricia (phylargyria); el cuarto, el de la tristeza (lypé); el quinto, el de la cólera forgé); el sexto, el de la acedía (akedía);el séptimo, el de la vanagloria (kenodoxía); el octavo, el del orgullo (hyperephanía)”.
Al mencionar en primer lugar las pasiones más corporales, Evagrio Póntico reconocía el origen somático de los dos vicios de la glotonería y la lujuria, que no son más que desviaciones de los dos instintos primordiales de la conservación de la persona y la conservación de la especie. Notemos además que, si bien no lo diga explícitamente, reparte de hecho, sus ocho logismoi, según los dos grandes principios de las pasiones: los tres primeros pertenecen al apetito concupiscible (epithymía), y los cinco últimos, al apetito irascible (thymós).
Casiano, por su parte, en una primera distinción agrupa los ocho vicios capitales teniendo en cuenta su modo de eficacia, resultando que unos tienen necesidad de la participación del cuerpo para desarrollarse, mientras que otros reciben su impulso de una causa exterior o interior. De esto se sigue que los diferentes vicios reclaman distinta terapéutica. Sería, en efecto, grave eiror aplicar a los vicios carnales remedios puramente espirituales. Para domeñar la lujuria, por ejemplo, hay que echar mano de prácticas del ascetismo corporal, especialmente de ayunos y velas nocturnas.
Otra distinción verdaderamente interesante es la que agrupa los vicios según su mutua afinidad y dependencia. De este modo, se dividen en dos categorías, formando la primera los seis primeros, y la segunda, los dos últimos. “La glotonería, la lujuria, la avaricia, la cólera, la tristeza y la acedía están ligadas entre sí por una suerte de parentesco”, forman una especie de cadena, “de manera que la exhuberancia del (vicio) anterior se convierte en principio del siguiente”. Así, el desbordamiento de la glotonería produce naturalmente la lujuria; la lujuria, la avaricia; la avaricia, la cólera, y así sucesivamente. Lo mismo sucede con la vanagloria y el orgullo: el exceso de la primera enciende la llama del segundo. De esta concatenación de los logismoi se sigue una consecuencia práctica; conviene emplear contra todos ellos una misma táctica, que consiste en empezar por el precedente la lucha contra el siguiente. Es un método lógico y eficaz.
Los logismoi o vicios capitales constituyen, como ya queda dicho, las armas que de ordinario usan los demonios para atacar a los solitarios. Con el propósito de hacerlos caer en el pecado de glotonería, les hacen creer que se pondrán irremisiblemente enfermos si prosiguen ayunando; para hacerlos caer en el vicio del orgullo, procuran persuadirlos de que, si progresan en la virtud, es gracias a su solo esfuerzo, etc. Tras los logismoi están, pues, los demonios. De ahí a pensar que cada vicio tiene su propio demonio había sólo un paso, v los monjes lo dieron. Pollo demás, no inventaban nada nuevo. Esta doctrina es muy antigua; tal vez procede del judaismo y, ciertamente, se halla en documentos judeo-cristianos. De todos modos. Evagrio Póntieo, habla del “demonio de la gula”, del “demonio de la lujuria”, del “demonio de la avaricia”, etc.; raras veces sustituye el vocablo “demonio” por “espíritu”. Casiano, por el contrario, prefiere hablar de espíritus, no de demonios. Esta especializaeión confiere una personalidad a cada uno de los vicios. Así, unos son “pesados” y otros “ligeros”, unos “asiduos” y otros “rápidos”. Es de suma importancia que el monje sepa distinguirlos bien y conozca el orden en que se suceden unos a otros cuando atacan. En efecto, no todos acometen al mismo tiempo, sino sucesivamente y siguiendo un orden riguroso. Los recién llegados siempre son peores que los que les precedieron. De este modo, como se ve. la lucha contra los ocho lopjsmoi se convierte en un combate contra los espíritus o demonios que los gobiernan y, en cierto modo, encarnan.
Los “demonios” de los monjes antiguos no atenúan la profundidad de sus ideas psicológicas, antes bien las acentúan. En efecto, tras los elementos psíquicos, aun tras los imponderables, existe una serie de fuerzas oscuras y terribles a través de las cuales se insinúa el pecado. No es pues, de maravillar, que creyeran que un demonio especializado estuviera al frente de cada uno de los vicios. El demonio es siempre el Enemigo por antonomasia. Por otra parte, no era para ellos, en modo alguno, un daemon ex machina cuyas intervenciones les eximían de reflexionar e investigar. Lejos de ellos, espiaron y descubrieron sus procedimientos, sus afinidades, sus incompatibilidades, sus interferencias. Construyeron, en una palabra — lo hemos visto — , una verdadera ciencia teológico-psicológica de los ocho logis moi, que ha llegado a ser clásica en la moral y la espiritualidad cristianas.